Personajes de J.K. Rowling y su maravilloso mundo.
James sonrió recordando sus años en Hogwarts. Aquella noche donde se declaró por fin a Lily y ella, por primera vez, le aceptó con una sonrisa; las escapadas con Remus, Peter y Sirius a la casa de los gritos en las noches de luna llena; las relaciones de Sirius con Kaitlyn y Remus con Sarah, lo feliz que era al ver alegres a sus amigos y, sobre todo, al ver feliz a Lily.
Era increíble, ¿cuánto tiempo había pasado desde aquella noche? ¿Cuántas cosas habían cambiado? En cuatro años todo era totalmente distinto. Sirius había terminado con Kaitlyn poco después de finalizar el curso en Hogwarts. La parte mujeriega de él había podido superar a la parte romántica que todos había descubierto del mayor de los Black; si bien, él ahora era feliz con su nueva novia, seis meses, la relación más larga que se conocía de él en toda regla. ¿Era posible que su amigo mujeriego por fin hubiese decidido sentar la cabeza?
Por su parte, Remus tampoco seguía con Sarah, poco después del nacimiento de su pequeño Harry, el miedo se había apoderado de él; el miedo de tener un hijo licántropo, el miedo de que su hijo sufriese lo mismo que él.
Y Peter… Su actual guardián. Nadie, además de él, sabía dónde se encontraban Lily, Harry y él mismo. Nadie además de Sirius sabía que Peter era el guardián. Le había confiado su vida a Colagusano porque Sirius lo consideró una buena idea. Nadie se fijaría en el pequeño Peter, cuya altura y sonrisa bonachona le hacían parecer en ocasiones un niño aún. Salvo… los últimos meses. Parecía que ser su guardián estaba consumiéndole poco a poco. Pero aguantaba estoicamente.
James agradecía tener esos grandes amigos que estaban con ellos aún después de todo lo que había pasado. Tres veces se habían enfrentado con Lord Voldemort, tres veces habían logrado huir. Habían perdido a gente muy importante, habían sufrido, habían sido confinados a una casa por su propia seguridad… Pero no solo habían pasado cosas malas.
Su boda con Lily, la formación de la Orden del Fénix, el nacimiento del pequeño Harry que ahora, con poco más de un año, descansaba sobre su regazo en la noche del día de Halloween. Acarició el cabello azabache de su hijo con suavidad y suspiró.
—¿Qué pasa, James?—preguntó Lily, su esposa, sentándose a su lado con suavidad y apoyando su cabeza en su hombro.
—¿No es perfecto?—cuestionó él, mirando a Lily con una sonrisa.
—Díselo al gato—susurró ella, riendo.
—¿Qué podía esperarse teniendo al padre que tiene?—Lily pudo ver en la actitud de su marido al joven y arrogante James Potter que, sí, había acabado enamorándola como le juró un día a voz en grito en los pasillos de Hogwarts—¿Qué podía esperarse si tiene a la mujer más perfecta como madre?—susurró James antes de depositar un suave beso en los labios de su mujer.
—Sigues siendo el mismo, James Potter.
—Y eso es lo que te encanta, Lillian Evans Potter—rebatió él, con una sonrisa.
El pequeño niño que dormía con tranquilidad abrió sus ojos, aquellos ojos que había heredado de su madre y miró a su padre, riendo. James dejó al pequeño Harry con su madre y se levantó, desperezando cada parte de su cuerpo para cerrar las ventanas. El viento se colaba por toda la casa y daba una sensación de frío que a James no le gustaba nada.
Al cerrar las ventanas del salón, pudo diferenciar a algunos niños con sus trajes de Halloween, pidiendo caramelos. Suspiró quedamente; esa noche, nadie llamaría a su casa pidiendo dulces.
Finalizada su enmienda, volvió al salón donde su amada Lily hacia bailar un peluche frente a los ojos de Harry que intentaba cogerlo, estirando sus manos. Apoyó sus manos sobre los hombros de Lily y la besó en la mejilla.
—¿Cuidas a Harry mientras preparo la cena o prefieres arriesgarte tú a prepararla?
—¿Quién dijo que mi hijo necesita que le pongan un pijama?—respondió James, dando la vuelta al sofá y cargando en brazos al pequeño Harry quién se mostró decepcionado por no poder seguir viendo bailar al oso.
Le llevó a la habitación de la planta superior y le puso su pijama azul, perdiendo varias veces sus gafas en el intento. Aún cuando bajaba de vuelta al salón, el pequeño Harry llevaba las gafas de su padre y jugaba con ellas. ¿Su pasatiempo favorito? Romperlas, sabía que su padre siempre las arreglaba y nunca le reprendía por ello, pero esta vez no fue así. Harry se puso las gafas de su padre y le miro con una sonrisa casi desdentada, haciendo sonreír a James quien, con un beso en la frente de su hijo, recuperó sus gafas que se colocó sobre la cabeza, fuera del alcance de las manitas del pequeño.
En el salón, James se sentó con Harry en el suelo, colocando a su hijo frente a él y volviendo a colocarse las gafas en su lugar correcto.
Harry, moviéndose con torpes pasos y finalizando con un gateo, se acercó a la mesa de café donde se apoderó de la varita de su madre. James se acercó a él y le quitó la varita, dejándola sobre la repisa de la chimenea antes de volver a sentarse.
—Eso no, pequeño. Papá tiene algo mejor para ti.
Con su varita, comenzó a lanzar chispas de colores que el niño miraba embelesado. Dichas chispas pronto fueron sustituidas por pequeñas volutas de humo, de colores también, que Harry intentaba atrapar con sus manos, riendo. James reía con él. Se tumbó en el suelo, con el estómago pegado a la fría superficie, quedando más cerca de la altura de su hijo quien imitó a su padre y se tumbó boca arriba, para seguir intentando coger las volutas de humo que James no dejaba de emitir con su varita.
—Harry—comenzó el joven James—no dudes que papá y mamá harían cualquier cosa por ti. No olvides nunca que siempre te protegeremos—susurró él, acariciando el pelo de color azabache del bebé.
Las risas del pequeño le dieron fuerzas y se sentó rápidamente, provocando que las volutas de humo dibujasen una forma abstracta que Harry intentó deshacer. Volvió a sentarse, un poco más lento que su padre, quien movía la varita para formar diferentes dibujos que él no cejaba en su empeño de atrapar.
Lily entró por la puerta, el cabello le caía sobre un lado de la cara de una manera que a James le resultaba encantadora. Se inclinó ligeramente a la altura de James y le habló en el oído.
—Si quieres cenar, lávate las manos—le besó con suma suavidad en la mejilla.
James alzó al niño del suelo y Lily le cogió en brazos, sonriendo. Él dejó la varita sobre el sofá y, apoyándose en el mismo, se levantó. Estiró los brazos y se desperezó con un largo bostezo.
Un fuerte sonido se escuchó en el pasillo y James salió corriendo al mismo para encontrarse con él; y entonces supo la razón por la cual Colagusano parecía tan decaído últimamente. Peter le había traicionado, pero él no haría lo mismo por su familia.
—¡Toma a Harry y vete, Lily! ¡Es él! ¡Corre, vete! ¡Yo lo contendré!—gritó con todas sus fuerzas, con la vana esperanza de que alguien más que Lily lo escuchase; alguien que pudiese salvar a su hijo y a su esposa del señor oscuro.
Una risa se escapó de los labios de Voldemort que, sin acelerar sus movimientos, sabiendo que había ganado la partida. Esa noche, los Potter morirían y él se alzaría con la victoria. James Potter le miró a los ojos, desafiante. Realmente tenía coraje, lástima que no se hubiese querido unir a las filas mortífagas; por eso era que la mirada de James sobre la suya le provocaba una gran satisfacción, podría ver cómo se apagaba la luz de sus ojos.
—¡Avada Kedavra!
Antes de que la luz verde alcanzara el cuerpo de James y lo hiciera caer sobre el suelo; un pensamiento cruzo la mente de James. Moriría sin haberle dicho a Lily que la quería una última vez.
Lily, por su parte, con los ojos derramando lágrimas, sabiendo la suerte que había corrido su esposo, intentaba bloquear el paso de Lord Voldemort con sillas y cajas, maldiciéndose a sí misma por no tener su varita y suplicando por poder salvar a Harry quien estaba metido en su cuna, sin llorar, solo mirando todo con atención.
No quedaban más cosas que pudiese colocar cómo trinchera por lo que Lily se acercó a abrazar a su hijo por última vez. Enterró su rostro en el cabello de su hijo que tanto se parecía al de James y le besó antes de mirarle. El pequeño le devolvió la mirada, pareciendo entender que su madre necesitaba decirle algo.
—Harry, te queremos. Mamá te quiere, papá te quiere. Harry, permanece a salvo. Se fuerte.
Quería decirle más cosas pero ¿qué se supone que debe decir una madre a su hijo en esa situación? La puerta de la habitación cayó al suelo con un fuerte estrépito.
Lily vio los ojos de Lord Voldemort y, tragándose el miedo junto a su saliva, dejó a Harry en la cuna detrás de ella y extendió los brazos, intentando protegerle.
—¡Harry no! ¡Harry no! ¡Harry no, por favor!
—Apártate, necia, apártate ahora mismo…—Lord Voldemort intentó disuadirla. Siendo una sangre sucia no le causaba menor reparo matarla, pero le había dicho a Snape, su más fiel mortífago que no la mataría.
—¡Harry no! ¡Por favor… tenga piedad… tenga piedad! ¡Harry no! ¡Harry no! ¡Se lo ruego, haré lo que sea!
—Apártate. Apártate, estúpida…
Pero Lily Potter no se separó de la cuna. Su marido había muerto por protegerlos a ella y a su pequeño; no dejaría que el sacrificio de la persona que amaba fuera en vano. Observó, impotente, cómo Voldemort alzaba su varita y no le hizo falta escuchar sus palabras para saber qué pasaría.
Lily solo lamentó una cosa; no haber podido darle un último beso a James.
Voldemort pasó al lado del cadáver de la joven pelirroja y apuntó con la varita al niño que estaba de pie, sujetándose a los barrotes de la cuna. El pequeño comenzó a llorar cuando descubrió que aquel hombre con una capa no era su padre. Pese a no soportar el llanto del niño, se molestó en centrar su mirada en la cara del niño para observar cada detalle de su muerte, como hizo con su padre.
—¡Avada Kedavra!
Y tras una explosión, no quedó nada tangible del señor oscuro.
De esta manera, un pequeño bebé de poco más de un año, derrotó por vez primera al mago más tenebroso que jamás se haya conocido.
De esta manera, murieron James y Lily Potter, sin saber que gracias a su sacrificio, su hijo; su único hijo, fruto de su amor, lograría liberar al mundo mágico de la opresión de las artes oscuras, convirtiéndose en un héroe.
