Aún recuerdo el día que te conocí, estaba asustada y nervioso por llegar a la gran casa de la afamada familia Asakura, tenía miedo pero mi entrenamiento debía comenzar si quería ser un chamán, entre temblando como una hoja a la gran casa, seguía de cerca de Yohei, me llevó hasta un dojo, ahí me hizo esperar, estaba sola hasta que tu entraste con tu porte del mundo me perteneces, tuve miedo pero también estaba impresionada, por tu seguridad, desde ese momento quede prendada de ti pero no lo supe hasta que ya era demasiado tarde.

Fui muy feliz cuando el señor Yohei, me informo que tu ibas a entrenarme, me puse nerviosa y siempre que me hablabas mi rostro se sonrojaba a niveles jamás vistos y tartamudeaba mientras sujetaba mis manos para que no te dieras cuenta que estaba temblando, tus "Así no" me asustaban como no tenías idea, yo podía hacer las cosas, era buena en localizar las cosas pero teniéndote tan cerca, mi corazón no dejaba de latir rápidamente, mi estómago estaba lleno de mariposas que solo revoloteaban por ti.

Entrenaba como no tenías idea, quería ser la mejor para que tú me reconocieras para que me dijeras un "buen trabajo" quería ver esa pequeña sonrisa que se formaba en tu hermoso rostro, como esas que le regalabas al joven Yoh, esas de las que él no se percataba pero yo sí y no sabes cuánto las amo.

El torneo estaba por comenzar todos los chamanes del mundo lo sabían, estaba nerviosa, ¿participarías? Tenía miedo, no quería que nada te pasara, mi poder de nada servía en el torneo, bien lo sabía pero si era necesario te protegería, aunque sabía que tú no lo necesitabas, eres la mejor sacerdotisa, pensar en que solo sería un estorbo me hizo deprimirme, tú eras la mejor en todo por eso fuiste elegida para ser la esposa de Yoh Asakura, saber eso termino por hundirme.

Ponchi y Conchi sabían que algo me pasaba pero nada salió de mis labios, preocupados se alejaron, al fin sola comencé a llorar, me sentía tan inútil, te amaba tanto pero no podía hacer nada por ti, nunca serías mía porque sabía que amabas a Yoh, siempre lo supe, desde la primera vez que te miré observarlo, aunque siempre estabas seria cuando lo mirabas tus ojos brillaban y esa pequeña sonrisa aparecía en tu hermoso rostro.

Cubrí mi rostro llorando desconsolada, inútil, eso era una inútil por no poder hacer nada por ella, por el ser que más amaba en esta tierra, aún recuerdo tus palabras.

-Deja de llorar- te miré sorprendida, la persona que menos esperaba estaba frente a mí –Estos dos fueron a buscarme- miré sorprendida y con enojo a ambos espíritus.

-Lamento que mis espíritus la hayan molestado señorita Anna- dije realmente apenada, me sonroje al sentir sus brazos rodearme, temía que escuchara mi corazón desbocado.

-Sé que he sido dura contigo pero eso es porque sé que serás una gran chaman, no te desanimes, sigue entrenando- acomodé mi rostro en tu hombro, se sentía tan bien pero así de improviso como comenzó, también termino, te separaste regresando a tu semblante de siempre –Te daré la tarde libre, mañana harás lo que no hiciste hoy-

-Sí, claro, muchas gracias señorita Anna- hice una reverencia.

Suspire como recordaba y guardaba con gran cariño aquel recuerdo, aquella única ocasión en la que pude estar en sus brazos, verte entrar con tu hermoso kimono blanco y recordar aquel día hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas, ahí estabas al lado de única persona que amabas, esas miradas llenas de amor, esas tímidas sonrisas jamás serían mías, ver cómo te acercabas a besarlo, fue todo lo que necesite para sentir como algo dentro de mi pecho dolía como jamás tuve idea. Mis lágrimas comenzaron a caer sin poder detenerlas, mantenía una ingenua ilusión hasta el día de hoy… el día de tu boda.