"En el templo hay un poema titulado "Pérdida" esculpido en la piedra. Tiene tres palabras, pero el poeta las ha tachado. No puedes leer "Pérdida", sólo sentirlo..."

Memorias de una geisha


-…Bien, me alegro de estar aquí…

Apenas la escucho. Sé que ella se da cuenta pero aún así sigue, creo que para tratar de animarme. Acaba de llegar y ya me ha soltado al menos cinco temas diferentes, probando cual de ellos puede captar mi atención y sacarme de mi mutismo. Me ha hablado de su marido, de su reino, de sus hijos y de nosotras, de cuando nos conocimos. Creo que, cuando intercambiamos la primera mirada hace un rato, no me reconoció. Intuyo que su marido no la ha preparado lo suficiente. Veo en sus ojos la reprimenda que se llevará el pobre hombre cuando Jan regrese a su hogar, pasados unos meses.

-…Hacía mucho tiempo que no nos veíamos…

Es cierto, por lo menos ocho años. Asiento con la cabeza y murmuro un escueto "sí" mientras centro mi atención en su hija, que camina por delante de nosotras, escrutando los pasillos con entusiasmo. Es la primera vez que su madre la lleva consigo en un viaje y la primera que viaja al extranjero; entusiasmo doble. Yo tendría más o menos su edad cuando conocí a Jan y el mismo entusiasmo, quizás. Mis recuerdos de aquellos días son dulces, porque allí fui feliz, a pesar de la morriña.

-…Tuve que dejar a Philip en casa porque el día antes de partir trató de ponerle a Cassandra una lagartija bajo el vestido. Hubiera quedado como una tontería de no ser porque al final la lagartija se deslizó y se me metió en el dobladillo del vestido. No recuerdo haber pasado mayor bochorno en mi vida…

El imaginarme a mi mejor amiga dando botes y gritando como una loca es algo digno de echarse a reír y no parar en un buen rato, pero hoy no estoy de humor. Sigo mirando a la cría y sin querer mi expresión se ensombrece un poco, pues ahora que la veo me maldigo por haberle pedido a Jan que la trajera. Tiene el cabello del mismo color que su padre, pero tiene la figura, la cara, el garbo y el desparpajo de Jan. Hace un rato, cuando la cría ha bajado del carruaje y su madre me la presentó, creí ver en ella a la Jan niña, y eso me llevó a mi infancia, cuando nos conocimos su madre y yo. Y, además, está el asunto de mi propia hija…

-…Te he echado de menos.

…Los médicos dijeron que había sido una maravillosa coincidencia, y los astrólogos pronosticaron que ambas mantendrían una amistad inquebrantable durante toda su vida. Jan y yo simplemente estábamos felices. Dos niñas, venidas al mundo el mismo día y más o menos a la misma hora, nacidas de dos amigas incondicionales. Podríamos sentarnos en el jardín a verlas jugar y vernos a nosotras mismas en esas dos chiquillas…

-Fleur.

…Pero no pudo ser. Y ahora que veo a esa criatura, a Cissy, como la llama cariñosamente mi amiga, me pregunto cómo será la mía. ¿Se parecerá a mí o a su padre? ¿Será una niña tan alegre como ella? ¿Estará bien? A veces, incluso llego a dudar de que siga viva.

-Fleur…

Incluso dudo de mi propia realidad. Cada mañana despierto con la sensación de que los años pasados han sido una maldita pesadilla y que cuando abra los ojos estaré bien, feliz, con todos a los que amo a mi alrededor. Pero entonces contemplo la cubierta de la cama y me doy cuenta de que nada ha cambiado.

-¡Fleur, mujer, escúchame!

Ahogo una especie de grito mientras alzo la cabeza. Me que quedado parada a unos metros de Jan, que me mira como si estuviera loca. Estoy justo al lado de la puerta de mi habitación, como si mi cuerpo me estuviera diciendo que lo que necesito ahora mismo es desaparecer entre las cuatro paredes más privadas de todo el castillo. Pero Jan señala a la puerta de al lado, que lleva cerrada a cal y canto quién sabe ya cuántos años. A mí siempre me ha parecido una eternidad.

-¿Qué? –me limito a responder, absorta.

-Te estoy preguntando de quién es este cuarto. Siempre que he venido aquí la puerta estaba abierta.

Miro a la puerta cerrada y me estremezco. Trago saliva.

-Es…-empiezo, pero no puedo continuar. Pasa un rato antes de que murmure que es el de Aurora. Jan comprende antes incluso de que termine la frase. Suspira.

-¿Desde cuándo está así?

No contesto. Entonces Jan, que hasta ahora ha intentado mantener una apariencia cordial, estalla. Va directa a la puerta y coge el pomo hecha una furia. Yo me alarmo y corro hacia ella. He de admitir que tengo pánico, pues si esa puerta se abre todos los recuerdos que me atormentan cada noche me invadirán de nuevo. Son cálidos, dulces. Provienen de mejores días, de cuando éramos felices. Pero no me atrevo a recordarlos sin tener cerca la almohada para ahogar en ella las lágrimas.

-¡No! –grito, agarrándola la muñeca.

-¡Por el amor de Dios, tienes una tumba en tu propia casa!

-¡Ya tengo un montón de tumbas en mi propia casa, te recuerdo que bajo nuestros pies hay un maldito panteón!

¿Un panteón? Buen intento de broma. Jan se deshace de mí con facilidad y abre la puerta, que nunca ha estado cerrada con llave. El aire está enrarecido. Jan se abre paso casi a ciegas y abre las ventanas. Entonces entra un torrente de luz que descubre todos los objetos, cubiertos por una gruesa capa de polvo. Una cuna de madera labrada y dosel de seda azul. Muñecas amontonadas cerca de las paredes. Un baúl lleno de ropa de bebé. Un castillo en miniatura con sus pequeños personajes primorosamente pintados tirados por el suelo. Un caballito balancín de madera que es la mitad de alto que un adulto, todo un corcel de guerra a los ojos de un niño. Stefan ordenó que lo tallaran nada más enterarse de que yo estaba embarazada. No dejaba de hablar sobre ese caballito y de lo feliz que sería nuestro hijo jugando con él, ya fuera niño o niña. Siempre le han entusiasmado los caballos.

-¡Vaya!

Me vuelvo al escuchar el grito entusiasmado de Cissy, que se ha quedado tras de mí, plantada en el umbral. No le importa la suciedad, ella sólo ve los juguetes. Va corriendo hacia el castillo y coge la polvorienta figura del príncipe. Jan le ordena que no lo toque.

-Déjala –digo, ausente. Luego la miro y, por primera vez en días, esbozo una sonrisa-. Puedes jugar con todo, si quieres. Sólo espera a que los criados limpien.

Ella asiente, feliz, y mi imaginación me juega una mala pasada al sustituir a la cría por otra rubia, que me mira con sus grandes ojos y sonríe. ¿Se habría entusiasmado tanto con el castillo, o quizás hubiese preferido las muñecas?

Suspiro. Lo estoy llevando mucho mejor de lo que creía, a decir verdad. Pensé que me acurrucaría en un rincón llorando como una chiquilla. De todas maneras es disparatado preguntarme sobre sus juguetes preferidos cuando ni siquiera sé cómo es físicamente. Es una niña, pero en mis recuerdos sigue siendo un bebé recién nacido, con los rasgos indefinidos pero con los impresionantes ojos azules de Stefan. Me siento orgullosa de esos ojos, pero la partera me dijo que a muchos niños les cambia el color del iris cuando crecen. Espero y deseo que no haya sido así.

Jan se me acerca y me pasa el brazo por los hombros. Todo su enfado ha desaparecido y ahora me mira comprensiva y un poco triste. Se arrepiente de haber traído a Cissy a pesar de mi insistencia. Piensa que aún no estoy preparada para esto y que obligarme a afrontar la realidad ha sido un error. Creo que hubiera esperado que me echara a llorar, que me enfureciera con ella y la asestase un golpe, o que al menos reaccionara.

-¿Recuerdas nuestros paseos a caballo? –me dice, amable y conciliadora. Yo asiento.

Salimos las tres de la habitación y Jan da órdenes para que se limpie el cuarto. Cissy no comprende nada de lo que ha pasado; aún es pequeña, me digo. Philip quizás hubiera comprendido. Quiere jugar y buscar amigos. Tras enseñarles sus habitaciones dejamos a la niña jugar a sus anchas, nos ponemos los trajes de montar y vamos directas a los establos. Caminamos solas, pues a ninguna nos gusta tener detrás a nuestras damas de compañía mientras cabalgamos.

De camino nos encontramos con Stefan, que nos saluda amablemente. Nadie lo sabe, pero lo cierto es que nos hemos distanciado. Cada noche nos tumbamos cada uno en un extremo de la cama, sin tocarnos siquiera. Hablamos poco de asuntos que no sean políticos y no mencionamos a Aurora para nada. Me besa y yo vuelvo a esbozar la misma sonrisa de hace un rato. Jan, como siempre, no se corta y le dice a las claras que ha abierto la habitación de Aurora y que la están limpiando a fondo. Stefan murmura un "ah". Yo no sé qué podría decirle.

Si alguien me preguntara quién lo está pasando peor con todo esto, yo respondería automáticamente: Stefan. Se siente incapaz de proteger a nadie. "Ni siquiera soy capaz de proteger a mi propia hija, ¿cómo demonios voy a poder proteger un reino, o protegerte a ti?" me confesó poco después de que tuviéramos que decir adiós a nuestra pequeña. Estaba deshecho en lágrimas, y esa ha sido la única vez que le he visto llorar. El asegurarle que es un buen padre y que está haciendo lo que puede no basta, se deprime de igual modo. Me dice que no le mienta, pero yo sé que lo que digo es cierto. Ruego todos los días para que recupere la alegría de vivir.

Monto a Bonamí, la yegua que me regaló Stefan por nuestro quinto aniversario. La llamé así, "buen amigo", porque en ese momento era justo lo que necesitaba. Ya no sé cuántas veces me habré confesado a ella, me reconforta hacerlo. Además me recuerda a mi antiguo hogar, a Lisieux, y a una persona que otrora fue mi mejor y única amiga. Stefan me ha dicho que la mande al infierno de una vez y que la olvide, que sólo se merece mi odio por lo que le hizo a nuestra hija, pero me es imposible, a pesar de que muchas veces le de la razón y me esfuerce por odiarla. ¿Cómo voy a hacerlo, cuando mi hija lleva su nombre gracias a ella?

Cabalgamos en silencio, dejando que nuestras monturas manden. Al final acabamos en el bosque, pero yo no me doy cuenta de esto último hasta pasado un buen rato. Jan empieza a hablar de nuevo, evocando cómo nos conocimos. Yo le sigo la corriente, melancólica al igual que ella. Entonces llegamos a un claro y Jan desmonta. Tiene sed, me dice. Yo desmonto también, y entonces reparo en la casita que hay al otro lado del claro. Mientras Jan me dice que va a pedir algo de beber al dueño de la casa yo me quedo helada y abro la boca como si fuera a gritar. Jan se vuelve, me mira y se alarma. Me pregunta qué me pasa. Yo no la devuelvo la mirada, me concentro en las tres mujeres que acaban de salir de la casa. Las reconozco enseguida, y les suplico en silencio que me perdonen por haber incumplido nuestro trato. No debería estar aquí.

Llamo a Bonamí, monto y pico espuelas, dejando a Jan, a las mujeres, y a mi única hija atrás. Cabalgo sin descanso hasta llegar a casa, dejo a mi fiel amiga en las caballerizas y prácticamente voy corriendo a buscar a Stefan. Él me recibe con los brazos abiertos, pero alarmado también. Me lleva a nuestro cuarto y entonces yo rompo a llorar y se lo cuento todo. Cuando termino me abraza, como si nunca nos hubiéramos distanciado el uno del otro, y me tranquiliza. ¿Cuánto tiempo hacía que no me acariciaba los cabellos?

Jan vuelve pasadas unas horas, pero no hablamos hasta mucho después. La ha visto de lejos, me dice, cuando volvía. La cabaña es acogedora y las tres mujeres amables. Ella se parece mucho a mí.

-¿Y los ojos? –pregunto mientras me vienen las palabras de la partera a la cabeza.

-No me fijé –responde Jan.

Miente, las dos lo sabemos. Pero la conozco bien, y sé que no me lo dirá por mucho que insista. Quiere que lo averigüe yo.

Pero pasa un buen rato antes de que me decida a hacer nada. Vuelvo a montar a Bonamí cuando estoy segura de que la pobre se ha recupera do por completo de la cabalgada de antes. Voy completamente sola, a pesar de que mis damas han insistido en acompañarme. Jan no ha dicho nada, por supuesto, nunca se atrevería a entrometerse en estas cosas.

Me dirijo al bosque, pero a última hora me inunda la maldita indecisión. Me quedo oculta, mirando la cabaña desde la lejanía. Al final opto por volver a casa y olvidarme de todo esto. Entonces oigo un ruido. Hay alguien tras de mí, escondido.

-¿Quién anda ahí? ¡Sal, quien quiera que seas! –ordeno.

Entonces de entre la maleza sale una cría que se me queda mirando directamente a los ojos, inquisidora. Me pregunta si estoy buscando a alguien.

Es una chica rubia y muy guapa. Mi propio reflejo. Tiene mi figura, mi porte, mi cara. Jan no exageró en su descripción. Repite la pregunta mientras la miro con los ojos como platos, pues me acabo de dar cuenta de que esa niña es mi Aurora, mi hija, mi bebé. Desmonto y me acerco a ella despacio, saboreando el momento. Me arrodillo y le acaricio las mejillas, ahogando un suspiro al comprobar que tiene los mismos ojos y la misma mirada que me enamoraron hace ya tantos años. La abrazo con todas mis fuerzas. Creo que debería marcharme antes de empezar a llorar de alegría, pero no quiero soltarla.

-Sí –respondo por fin-. Buscaba a una persona. Pero creo que ya la he encontrado.

Contra todos mis deseos, la suelto y me vuelvo hacia Bonamí. Vuelvo a montar y me alejo. Pero de nuevo la oigo preguntándome si volverá a verme. Yo respondo que sí, a su tiempo. Pico espuelas y vuelvo a casa, mucho más feliz de que lo que he estado en años. Vuelvo a casa más ausente que antes, porque necesito pensar y grabar este momento intacto en mi memoria. A la noche, al acostarnos, Stefan me pregunta donde he estado.

-Yo…-empiezo. Pero no puedo contenerme más. Me giro, lo miro a los ojos y trago saliva-. La he visto.

No hace falta que diga más; él comprende.

-Continúa –me responde muy serio.

Se lo cuento todo, desde la llegada de Jan hasta el encuentro con mi pequeña. Stefan me escucha en silencio, y sé que por dentro se debate en un torrente de emociones y sentimientos, muy parecido a lo que sentí yo antes. Quiere regañarme por haber incumplido la promesa, pero también se muere por saber más sobre la niña. Gana lo segundo.

-¿C-Cómo es? –balbucea.

Yo se la describo lo más exactamente que puedo, y ambos suspiramos aliviados al saber que está sana y crece bien. A mí me pareció una niña feliz, inocente y sincera, pero con un aplomo digno de una reina. Sé que los pocos minutos que pasamos juntas no bastan para decir esto, pero pondría la mano en el fuego por ella. Algún día será una gobernante digna y así se lo digo a su padre. Stefan me da una gran sorpresa cuando me sonríe. No es la sonrisa forzada que ambos tenemos que esbozar, sino la sincera y alegre de aquel muchacho que un día me dijo que me amaba.

-¿Sabes? Creo que eso me da fuerzas.

No eres el único, respondo, devolviéndole la sonrisa. Antes de apagar la vela decidimos regalar todos los juguetes de Aurora a Cissy, dado que nuestra pequeña no los podrá disfrutar, y redecoraremos su habitación. Lograremos superar esto de la manera que sea, mirando al futuro.

Mañana le daré las gracias a Jan.


No sé cómo demonios he acabado escribiendo esta "historia", pero en fin, mi mente está enferma y eso no es un secreto para nadie. De todas maneras...me gusta. Este fragmento me ha rondado la mente durante todo el verano, pero entonces consideré que ya tenía bastante trabajo como para llevar otra historia más. El objetivo es presentar una "escena" al azar de la vida de los personajes principales de la película como ejercicio para profundizar en ellos. Es decir, tratar de descubrir qué siente un personaje ya hecho para así poder aplicarlo a los originales. Lo eché a suertes y salió la madre de Aurora, con el próximo también haré lo mismo. Incluí la cita porque pensé que se aplicaba a la perfección a lo que en este capítulo están sintiendo los padres de Aurora. No pueden ver ni pensar en su hija, sólo sentir el vacío que deja.