Ranma ½ no me pertenece.

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(1)

Era el día de la graduación. Akane estaba de pie ante el espejo en su cuarto, alisando invisibles arrugas a la falda de su uniforme. Se observó nuevamente, estudiándose con la mirada, se pasó la punta de los dedos por el cabello con suavidad. Tendría que cortarlo de nuevo, estaba apenas un poco más largo de lo que solía usarlo.

Se sonrió y le sonrió después a su reflejo. Muchas cosas habían cambiado desde el tiempo en que solía usar el pelo largo para intentar conquistar infantilmente a un hombre que no la quería, y que tampoco era para ella. Mucho había pasado. En sus ojos de color canela ahora solo veía el brillo y la emoción por comenzar pronto otra etapa en su vida, había crecido. Ranma también había crecido y madurado con el tiempo. Y los dos, prometidos, habían seguido viviendo la vida juntos.

Akane se mordió el labio inferior mientras se le coloreaban las mejillas pensando si se casarían pronto. Ahora que ya habían cumplido dieciocho años y estaban graduándose de la secundaria, sus padres insistirían más que nunca en la boda que uniera a las familias y asegurara el destino del dojo. No es que ella estuviera apurada, lo único que quería, ahora que pronto comenzaría la universidad, era tener citas con Ranma, tomarse de la mano, que él le diera un beso, uno de verdad y no esos roces traviesos, nerviosos y rápidos, mientras nadie estaba viendo. Quería ser su novia de verdad.

—Somos prometidos —dijo, como hablándole al reflejo en el espejo—, pero aún no somos realmente novios. ¿No es ridículo?

¿Pero qué cosa no era ridícula en su relación?

Golpearon la puerta de la habitación con suavidad y Akane se movió con un temblor. Su corazón se aceleró creyendo que era Ranma, pero en seguida escuchó la voz de su hermana y volvió a serenarse.

—¿Estás lista, Akane? ¿Necesitas ayuda? —preguntó Kasumi con dulzura.

Akane abrió la puerta y se encontró con el rostro sonriente de Kasumi. Su hermana llevaba puesto un bonito kimono de tonos verdes, incluso se había recogido el cabello y lo sostenía con unos adornos. Estaba hermosa. Akane no recordaba haberse esmerado tanto en arreglarse cuando Kasumi se graduó y se sintió tontamente culpable.

—Ya estoy lista —dijo—. Kasumi, te ves muy hermosa.

Kasumi sonrió inclinando apenas la cabeza ante el cumplido.

—Gracias, hermanita. Pero hoy es tu día, y eres tú la que resalta.

Kasumi la tomó del brazo y ambas bajaron la escalera. Akane no podía dejar de sonreír. No sabía por qué había despertado tan feliz, quizá porque por fin podía sentirse, y con razón, un poco más adulta; porque por fin todos dejaban atrás aquella etapa infantil donde ella y Ranma discutían y había locos que llegaban a destruir su casa, sin contar a las prometidas que nadie había llamado.

Abajo estaban todos esperando. Su padre y el tío Genma estaban deslumbrantes en sus kimonos tradicionales, Soun derramaba lágrimas estoicamente.

—Nunca pensé que Ranma lo lograría —le murmuraba Genma—. Por supuesto, terminar la preparatoria no es requisito para ser el mejor artista marcial, así que nunca le di importancia al asunto.

—¡Estás radiante, querida! —exclamó Nodoka acercándose a Akane, adelantando ambas manos para tomar las suyas. Akane no pudo evitar apreciar la hermosa tela del kimono de su tía, de un rojo muy oscuro, estampado con pequeñas flores de cerezo, y ella sabía llevarlo con tanta elegancia.

—Gracias, tía Nodoka.

—Por cierto, ¿dónde está mi hijo? —inquirió después Nodoka.

—Qué irónico —intervino Nabiki, que estaba cerca del genkan, desenvolviendo un pequeño chocolate—. Cuatro mujeres, tres de ellas con kimonos, terminaron de arreglarse antes que él.

Se echó el chocolate a la boca. Akane observó el kimono azul con detalles rojos que llevaba su hermana. Era suyo, el que había usado cuando fue la ceremonia de graduación de Nabiki, y no recordaba que se lo hubiera pedido prestado.

—Aquí estoy —anunció Ranma, bajando los escalones de dos en dos—. Ya podemos irnos.

Akane lo miró y se quedó sin aliento una vez más, aunque estaba acostumbrada a su aspecto. Hacía casi dos años que el director Kuno, ofuscado por no lograr su objetivo de cortes de cabello masivos, se había concentrado en que se siguieran las reglas de vestimenta en la Escuela Furinkan. Luchó durante un par de semanas para que Ranma Saotome abandonara sus ropas chinas y se colocara el uniforme del colegio. Al final ganó, solo por la intervención de Nodoka, que puso el grito en el cielo al saber que su hijo no seguía las reglas de la escuela.

Finalmente, Ranma comenzó a usar el mismo uniforme que sus compañeros varones. Y Ukyo debió ponerse el uniforme de las chicas.

La chaqueta azul oscuro del uniforme se entallaba con perfección a su espalda ancha y sus brazos musculosos, el cuello de estilo mao recordaba su vieja camisa china roja, y el cabello trenzado que descansaba sobre su hombro le seguía dando un aire particular que lo hacía resaltar de los demás estudiantes.

Al escuchar la tosecilla de Nabiki, Akane comprendió que había estado mirando a su prometido demasiado tiempo. ¡Pero es que no podía evitarlo! Apartó los ojos.

—Papá, salgamos o llegaremos tarde —dijo Kasumi, y tomó el brazo de su padre para salir de la casa.

Los siguieron Nodoka y Genma.

—No olvides la cámara, Nabiki —dijo Kasumi antes de que todos salieran.

—Oh, no, no la olvidaré por nada del mundo —respondió Nabiki lanzando una mirada perspicaz a su hermanita y su cuñado. Después salió tras los demás.

Akane tragó saliva. Volvió a mirar a Ranma y se perdió unos instantes en sus ojos azules. Él la miró nervioso.

—Akane… te ves… muy bonita —dijo apartando los ojos en seguida.

Ella sonrió encantada.

—Gracias, Ranma. Tú te ves… —No podía expresarle en palabras lo que quería decir sin parecer una pervertida que había estado demasiado tiempo observándolo entrenar en el patio cuando debía estar estudiando para los exámenes, así que se mordió los labios.

—Ya vámonos, niños —llamó la tía Nodoka desde afuera, y Ranma se detuvo en seco cuando estaba dando un paso para acercarse a su prometida.

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La ceremonia de graduación fue muy emotiva. Akane tuvo que limpiarse con delicadeza un par de lágrimas mientras los profesores les daban las palabras de despedida. Al observar hacia donde estaba su familia pudo ver a Kasumi, Nodoka y su padre con los ojos humedecidos. El tío Genma roncaba con la cabeza caída sobre el pecho y Nabiki comía maní mientras tomaba fotografías.

Al terminar la ceremonia la familia volvió a la casa, mientras Ranma y Akane se reunían con sus compañeros para celebrar. Hubo comida, bromas, un par de lágrimas de algunas de las chicas que se iban a la universidad a otra ciudad, y al final unas horas en el karaoke.

Finalmente, Ranma y Akane regresaron juntos al dojo. El sol de la tarde se iba arrastrando hacia el horizonte. En la calle, los prometidos caminaban uno al lado del otro, muy juntos, con las manos casi rozándose; en silencio, disfrutando de la compañía mutua. Akane se sentía feliz, durante la ceremonia y la posterior reunión se las había arreglado para estar siempre cerca de Ranma y sobre todo había evitado que Ukyo pasara demasiado tiempo con su prometido. ¿Estaba actuando de forma demasiado posesiva? Últimamente no podía evitarlo. Siempre había sido celosa y desde que supo lo que sentía por Ranma le molestaba que otras chicas estuvieran cerca de él, pero ahora le resultaba intolerable. Ranma era su prometido, ¿acaso Ukyo no podía entenderlo de una vez como el resto del mundo? La quería como amiga, le caía bien, pero que no entendiera que para Ranma ella siempre sería solo un amigo empezaba a molestarla. ¿Se hacía la que no entendía o no quería verlo? Además, desde que había empezado a usar el uniforme de chica parecía que le gustaba cada vez más usar faldas y hacerse la coqueta. Quizá Ukyo también había cambiado y madurado.

Ranma se detuvo de pronto cuando casi llegaban a una esquina. Había estado pensativo jugando con uno de los botones de su chaqueta, pensando en algo que había escuchado durante la fiesta. Una de las chicas le había dicho a Hiroshi:

—¿Me lo darás, por favor? ¿Para que nunca nos olvidemos?... Así sabré que siempre pensarás en mí.

Aquella chica era la novia de Hiroshi o algo así.

Hiroshi enrojeció y se pasó una mano por el cabello.

—Pero… vamos a ir a la misma universidad, no vamos a separarnos.

—¡Por favor, Hiroshi! —rogó ella colgándose de su brazo y haciendo un mohín coqueto.

Hiroshi enrojeció todavía más. Finalmente se arrancó el segundo botón de la chaqueta de su uniforme y se lo entregó, mientras su novia lanzaba un suspiro de satisfacción.

Akane observó desconcertada a su prometido, que se había quedado completamente quieto en mitad de la acera.

—¿Ranma?

—Akane… yo…

—¿Sí? —Ella esperó, con el corazón acelerado, la mirada de Ranma era seria, determinada. Se pasó la lengua por los labios que se le habían secado de golpe.

—Quiero darte algo —dijo él—. Es la tradición.

—Ah…

Akane tragó saliva. La brisa de la primavera arrastró las flores amarillas esparcidas por el suelo. Akane fue consciente del lugar donde estaban, apenas a dos cuadras del dojo, en plena calle a la vista de cualquiera. Recordaba ese lugar, donde las ramas del árbol que estaba en el patio de esa casa pasaban por encima de la pared y dejaban caer las flores en primavera, o daban un poco de sombra en verano; de niña había comido helados con sus hermanas bajo esas ramas. Nunca imaginó que sería justamente allí donde la besara el hombre que amaba.

Una excitación nerviosa le recorrió la espalda. Ranma avanzó, ella dio un paso atrás, vulnerable. Su espalda tocó el muro de la casa y ella alzó la cabeza para poder mirar a Ranma a los ojos.

A él se le ocurrió que, además, debía darle un beso; pero uno de verdad, bien dado, como tenía ganas desde hacía mucho tiempo y no había podido hacer. Eran prometidos, estaba en todo su derecho; algún día ella sería su esposa, pensar eso le hizo sentir un hormigueo en las palmas de las manos.

Fue un movimiento tan rápido que Akane apenas pudo entreabrir los labios con sorpresa antes de sentir la boca de Ranma sobre ella, ejerciendo una suave y deliciosa presión. Recorrió sus labios con un tierno nerviosismo que Akane también compartía. De pronto, ella sintió que ese beso despertaba en su interior sensaciones que nunca creyó posibles, que quería explorar y vivir por completo.

Ranma se separó de ella con un jadeo, también abrumado por lo que habían compartido. Akane, con la boca seca, sintió que Ranma buscaba sus manos y le dejaba algo entre los dedos antes de apartarse.

—Vayamos… vayamos a casa —dijo después con la voz enronquecida, comenzando a caminar de nuevo, con las manos en los bolsillos del pantalón.

Akane, respirando agitada, abrió los dedos y observó. En su mano derecha estaba uno de los botones de la chaqueta del uniforme de Ranma. Sus mejillas se encendieron y su corazón latió con fuerza.

Corrió para alcanzar a su prometido y miró su uniforme. Le faltaba el segundo botón. Ranma apartó el rostro, ruborizado. Akane se colgó de su brazo en silencio, sonriendo feliz. Y él, aunque avergonzado, no hizo nada por apartarla.

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Kasumi terminó de servir el arroz en su propio cuenco, era la última que faltaba. Los demás ya estaban comiendo. Nodoka seguía diciendo lo hermosa que había sido la ceremonia de graduación y Nabiki iba repasando las instantáneas que había tomado ese día mientras masticaba.

—Esto merece una celebración con sake, amigo Tendo, ¿qué le parece? —comentó Genma dándole un codazo a Soun, que en seguida sonrió de oreja a oreja.

—¡Es una idea estupenda, Saotome! Hija —habló después Soun sonriéndole a Kasumi—, después de cenar trae el sake para tu padre y tu tío.

—Lo siento, papá, la última botella se acabó el mes pasado —respondió su hija con igual sonrisa, comiéndose las verduras encurtidas.

—¿Cómo? ¿El mes pasado?

—Habrá sido el día en que festejaron creyendo que Akane estaba embarazada y el futuro del dojo asegurado —intervino Nabiki—. Por supuesto, todo eso fue un malentendido y cuando lo supieron decidieron terminarse la botella para ahogar la pena, si es que recuerdo bien. Oh, mira, tía Nodoka, aquí se ve el momento exacto en que Ranma recibe su diploma y la cara de no creérselo que tiene —dijo después pasándole una de las fotografías a Nodoka por encima de la mesa.

—¡Mi hijo es tan apuesto! —suspiró la mujer.

—¿Cómo que no hay sake? —insistió Soun Tendo deprimido.

—Lo lamento, papá —se disculpó Kasumi—. Pero, alégrate, una vecina me contó que van a abrir un conbini a dos cuadras de aquí y en momentos como este podrás comprar lo que quieras.

Nabiki puso los ojos en blanco y siguió pasando las fotos distraída. De pronto, algo en una de ellas llamó su atención, se detuvo, la observó con más atención y al final se encogió de hombros, dejándola a un lado con las otras.

Kasumi continuaba hablando.

—Por cierto, la casa donde vivían los Yamada se alquiló, tendremos vecinos nuevos.

—Oh, ¡los Yamada! —recordó Soun—. Acostumbraba visitar al señor Yamada, tenía un sake excelente.

—Querida, qué bueno que vaya a haber una tienda cerca — le comentó después Nodoka a Kasumi—, son muy útiles cuando hay que comprar algo urgente durante la noche.

—Sobre todo ahora que Ranma come mucho más —intervino Genma llenándose la boca de carne de cerdo empanizada mientras sus palillos ya iban a atacar el plato de su hijo.

—Eso es porque Ranma está entrenando más y se hace responsable para hacerse cargo del dojo —comentó Soun volviendo a sonreír—. No quisiera que mi pequeña se casara con un muchacho escuálido, ¿qué clase de herederos tendríamos, Saotome?

—Ah, pero Ranma nunca ha sido escuálido, Tendo, heredó de mí la contextura —replicó Genma palpándose el torso—. Esto que ve aquí es puro músculo, amigo mío.

Las conversaciones que normalmente se daban durante la cena en la casa de los Tendo continuaron. La única que pareció notar algo extraño fue Nabiki, que observó a Ranma y después a Akane, ellos estaban un poco sonrojados y se echaban miradas por encima de los cuencos de la comida de vez en cuando. Algún secreto compartían. ¿Qué era? Podría averiguarlo fácilmente luego. Lo que le llamó la atención en ese instante fue que, por primera vez que ella recordara, ninguno de los dos prometidos dijo nada desmintiendo las palabras de Soun sobre hacerse cargo del dojo y tener herederos.

Interesante.

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Akane abrió los ojos adormilada. Su cuarto estaba en sombras, todo tranquilo y quieto, ni siquiera P-chan estaba dormido junto a ella en la cama. ¿Por qué había despertado de repente? Quizá había sido un mal sueño o algún ruido que había venido de afuera. Decidió volver a cerrar los ojos con un bostezo.

Algo le cubrió la boca cuando casi volvía a dormirse. Desesperada, abrió los ojos e intentó desprenderse de aquella presión, pero la tiraron con fuerza de la cama. Su cuerpo cayó al suelo, intentó patear para zafarse, pero fue inútil, una fuerza descomunal la levantó en vilo y la arrastró hacia la ventana. Akane siguió luchando, aunque fuera en vano; ni siquiera podía gritar pues su boca seguía cubierta.

Movió la pierna y tiró la silla que estaba frente al escritorio. Intentó seguir luchando, pero se quedó helada de pavor al percibir un aroma del que no podía desprenderse porque parecía nacer junto a su nariz. ¿Qué era? ¿Quién era? ¿Qué intentaban hacer con ella? Ya no podía evitar respirar, y fue sintiendo poco a poco cómo aquel fuerte aroma se metía en su cerebro, nublándolo, hasta que ya no fue capaz de pelear contra él y la oscuridad cayó sobre su conciencia.

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—¿Akane aún no se levanta? —preguntó Nodoka durante el desayuno.

—Debe estar dándose un baño —respondió Kasumi con una sonrisa, pero al instante su sonrisa se borró—. Aunque… ahora que lo pienso, no la escuché salir a correr esta mañana, y yo siempre me levanto muy temprano.

—La pobrecita debe estar agotada después de todas las emociones de ayer —dijo Nodoka.

—O quizá está cansada de tanto ejercicio —comentó Nabiki poniendo un énfasis particular en la última palabra—. ¿No crees, cuñadito?

Ranma la miró confundido, pero no dejó de comer.

—Hoy tenía una charla de orientación en la universidad, espero que no llegue tarde —comentó Kasumi.

—Hijo, ve a despertar a Akane para que no se le haga tarde —le ordenó Nodoka a Ranma.

El muchacho se detuvo mientras llevaba un poco más de arroz a su boca ya llena de comida. Mascó. Pensó en protestar, pero al final desistió.

—Ya —replicó levantándose, pero antes de salir del todo de la sala se comió todo el pescado de su plato, para que su padre no se lo robara.

Subió la escalera saltando los escalones de dos en dos y silbó por el pasillo.

—Oye, Akane —comenzó a llamarla antes de llegar a su habitación.

Golpeó la puerta.

—A-ka-ne —la llamó acentuando las sílabas—. Ya despierta, marmota… Oye, ¿estás bien? —No recibió ninguna respuesta, ni siquiera un insulto. Frunció el ceño.

Ranma abrió la puerta del cuarto de Akane sin esperar ni un segundo más. La cortina se agitaba por la brisa que entraba por la ventana abierta. La cama estaba revuelta. En el escritorio, los libros estaban caídos y el portarretrato que había encima, con una foto de Ranma y Akane en yukata durante un matsuri, estaba tirado en el suelo, con el vidrio astillado.

No había ni rastro de Akane.

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