Año 1916

La carreta en rumbo hacia la gran mansión traía consigo dos caballeros, que si bien aún uno de ellos pasaba por niñato, el otro daba aires de superioridad.

Miraban cada uno por su ventana, el viento frío pero agradable les daba en el rostro, balanceando sus cabellos, uno rubio como el sol y el otro plateado como la luna, ojos esmeralda y de zafiro observaban lo que sería su hogar por mucho tiempo, hasta que decidiésen qué rumbo tomarían en sus cansinas vidas, o al menos el mayor pensaba eso por él, porque harto estaba de los lujos que su apellido traía, el peso del linaje en sus hombros era demasiado para él, pero nada podía hacer, ni una simple protesta lo liberaba de su pequeña y creciente agonía.

El carruaje se detiene frente a la gran entrada, castillo es lo que parece el monumento, con sus grandes ventanales abiertos de par en par, y la poca servidumbre a cada lado en fila para recibir a los nuevos amos de la casa.

-Señores, esperamos que su viaje haya sido uno pacífico -un hombre asitático, de lentes y jorobado, les guiaba al interior del lugar.

Muebles siendo aún despolvoreados por las ancianas mucamas, una de ellas con la mano libre en su espalda.

-Señor Toshiro, nuestro viaje fue por demás placentero, sólo deseamos descansar un rato, pero... déjeme decirle una cosa: no quiero personas mayores limpiando en el lugar -el hombre mayor se le queda viendo mientras siente que los azules orbes le insisten que acepte.

-P-pero, señor Nikiforov--

-Dígame Viktor, por favor -interrumpe el albino, y un chasquido de lengua se oye detrás de él.

-Viktor-san, los que trabajamos aquí no tenemos de qué otra manera entretenernos, y el gobierno establecido aquí no nos permite acumular un pequeño ahorro de nuestro tiempo laborado; no tendríamos cómo pagarnos la comida, o un lugar dónde quedarnos siquiera.

-Le diré qué haremos: usted y los que han trabajado aquí se irán con las manos llenas, comprarán para sembrar, y con los cultivos cosechados se harán de dinero, y contrataré personas que les ayuden en ésta faena -el señor Toshiro le miraba extrañado.

Vitenka Nikiforov, o Viktor, era muy diferente a su primo Yuratchka Plisetsky, su malcriado primito Yuri. Viktor creía en que el ayudar a otros hacía bien a la vida, que la conciencia descansaba en paz en medio de las demás ánimas a su alrededor, y que no permitía tormentos a las generaciones del de corazón puro, pero Yuri no pensaba lo mismo. El rubio de apenas década y media de vida le encantaban los lujos, sentía que sus finos y delicados dedos estaba hechos para acariciar terciopelo y cuero fino, acercar algún día las mejores copas de vino que alguna vez almacenaría en su propia cava, y que nadie le impediría imponer cuanto quisiése su amargado carácter cuando algo le mosqueaba hasta el cansansio, justo como lo estaba haciendo la actitud de su primo ahora.

-¿Qué estás diciendo, anciano? -le dijo en ruso, ya que si a duras penas el nipón se estaba comunicando con Viktor en inglés, menos va a saber ruso.

-Yuri, éstas personas están cansadas de vivir. Hay que darles descanso, conseguiremos a algunas personas más jóvenes -le responde el ojiazul sonriendo, y volteó a ver al asiático-. Perdone a mi primo, es un poco... huraño.

-¡¿Qué estás di--

-Señor Toshiro, las habitaciones están listas -un jovencito de pelo negro y ojos café que proyectaban una mirada seria desde lo alto de las escaleras se dirigió hacia el hombre mayor del lugar en japonés.

-Gracias, Otabek, ya puedes ir a los establos.

-Claro. Señor, disculpe mi interrupción -le dijo el de mirada oscura al rubio, quien suavizó su mal genio al ver el único joven de todas aquellas personas llegar hasta los primeros escalones y reverenciar-. Soy Otabek Altin, estoy a su disposición. Por lo pronto, iré a los establos, los caballos y los tigres no se alimentan solos -sonrió de lado sólo un poco.

-...Claro, no... hay cuidado.

-¿Yuratchka~? -le llamó Viktor con una sonrisa ladina-. ¿Porqué no acompañas al señor Altin a los establos? Los tigres te fascinan.

-P-pero el e-equipaje y lo demás--

-Ya me encargué de eso -respondió Otabek, reverenciando de nuevo-. Si desea, puedo llevarle a ver los felinos.

Yuri no hizo más ni dijo nada, sólo asintió y dejó que el chico le guiara, mientras que Viktor se quedó tratando de negociar lo mejor para las personas que toda su vida dedicaron a mantener en orden lo que fue una de las posesiones materiales del señor Nikolai Plisetsky, abuelo materno de su primo por parte de padre. Se supone que sí, Yuri llevara el apellido Nikiforov por ser hijo de otro Nikiforov, pero Viktor conoció la nada grata historia de su tío con Alina Plisetsky; el muy canalla la abandonó cuando ella le reveló estar encinta del pequeño rubio, así que ella le negó el privilegio de tener el poderoso apellido Nikiforov desgraciadamente. He ahí el porqué del rubio de tener el carácter de un borracho al que le quitan su licor y le dan agua para comfundirlo; repudiaba a la gente que se hacían pasar por mansos y santos como lo hizo su padre con su madre, para luego traicionarle.

Pero yendo al punto, el señor Toshiro le dijo a Viktor que tenía a las personas perfectas para cumplir con el trabajo que él y los demás adentro ya no realizarían, porque Otabek era aún joven, y podía quedarse.

-Le aseguro que son de confianza. Han tenido éste establecimiento por años, y sus hijos son muy serviciales, sobre todo el pequeño, es ya un hombrecito, pero yo le digo pequeño de cariño -le dijo el de lentes a un Viktor sonriente, mientras que tocó la puerta.

-¿Sí? Oh, Toshiro-san, qué gusto verlo.

-Toshiya-san, me alegra verle también. Mire, es que éste hombre y su primo necesitan sus servicios, los de tiempo completo -habló en su idioma natal.

-¡Oh! Llamaré a Hiroko.

-También a los niños -el otro hombre abrió por completo la puerta, invitando a ambos a pasar, y reverenció para saludar.

-Mis hijos ya no son unos niños. La mayor ya tiene veinticuatro, y el menor tiene diecinueve para veinte -respondió sonriendo orgulloso, y luego cambió el idioma cuando se dió cuenta de que el extranjero le miraba "raro", porque talvez no le entendía-. Buenas, soy Katsuki Toshiya, pero puede decirme Toshiya, señor...

-Nikiforov, soy Viktor Nikiforov, y a mí, sólo Viktor -sonríe el albino.

-Bien, Viktor-san, esperen aquí para traer a mis hijos y a mi esposa.

Desapareció de la estancia por unos minutos, y regresó con una señora con lentes igual que los de él, regordeta y bajita, con el cabello castaño y corto, una chica de cabellos castaños también, con un extraño tinte rubio en las puntas, y detrás de ella, casi cubriéndose con el cuerpo de la misma, un muchacho de cabellos negros y lentes de pasta azul.

Viktor vió que todos venían con la mirada al frente y cabeza en alto, sonrientes, pero el menor se limitó a mirar sólo la vestimenta que traía él. En ningún momento cruzaron miradas.

-Viktor-san, ella es mi esposa Katsuki Hiroko, mi hija mayor Katsuki Mari, y mi hijo menor, Katsuki Yuuri.

-¿Yuuri?

Cuando mencionó el nombre en la enrredada lengua rusa, el aludido sintió su corazón agitarse nervioso, su boca salivaba de más, y fue tan bajo el jadeo que liberó, que nadie se dió cuenta.

-Mi primo se llama Yuri también, qué oportuno -sonrió.

-Pues entonces, si le conozco, le llamaré Yurio para no confundirle con mi hermano -dijo Mari en un inglés promedio, pero bueno-. Soy Mari, un gusto -reverenció y Viktor la imitó.

-Mi esposa no se maneja mucho con el inglés aún, pero hará lo mejor que pueda para entenderle.

-No se preocupe, no me convertiré en un ogro por eso -rió el ruso, ajeno a que su armoniosa risa retorció las entrañas del menor de la habitación.

-Yo... me estaré encantada... de servir a usted -reverenció la mujer, y Viktor repitió la acción-. ¿Yuuri?

El chico se encogió más en sus hombros, escondido detrás de Mari, quien miró por sobre su hombro y le articuló la palabra "Muévete, enano", y el azabache juntó todo su coraje, y reverenció al salir de su zona segura; de detrás de su hermana, pero no dijo ni mísera palabra.

-¿Eres mudo, Yuuri? -el pelinegro niega con la cabeza, sin mirarlo-. Pues habla, no te comeré la lengua -rió, esperando respuesta.

-L-lo siento... no... soy de hablar mucho.

A Viktor se le antojó grácil y hermoso su tono de voz, lo comparó con la suavidad de la tela de seda, pero con la fuerza de mil hombres, todos juntos a coro en esas cuerdas vocales ajenas, ésa voz que dejó salir por los labios que en segundos comparó con una cereza en su punto exacto de madurez.

-Está bien, no tienes que hacerlo.

A pesar de no haber establecido comunicación visual, sabía que el color de su iris era chocolate, tan chocolate que quería probarlo de algún modo.

-Bueno, ellos son los que estarán haciéndose cargo de lo demás. Por lo pronto, debo de hablar con los señores Katsuki, y con Mari un momento.

-¿Qué hay de mí? -preguntó preocupado en su idioma.

-Tú no te preocupes, Yuuri. Es más, muéstrale el onsen a Viktor-san, talvez quiera probarlo -le alentó su madre dándole un abrazo.

Los mayores se marcharon con Toshiro hacia otra parte de la casa, dejando solos al par. Yuuri le dijo a Viktor un bajo "Sígueme", a lo que el ruso se dispuso a caminar detrás del muchacho con una yukata negra. Sus manos estaba detrás de su espalda para no tocar nada y romper algo por accidente, pues era a fín de cuentas, un invitado en casa ajena, y lo menos que quería hacer era tener que echar algo a perder de lo poco que tenían las personas inferiores a la posición que él, por desgracia (por enésima vez recalcado), tenía. De pronto, escuchó unos ladridos, y Yuuri deslizó una puerta en el pasillo, y por ella salió un pequeño perrito peludo color café, queriendo que Yuuri le mimase.

-Qué lindo~ -dijo Viktor viendo cuando el azabache lo tomó en brazos.

-Sí, anoche llegó hasta aquí y no se ha querido ir. Aún no le pongo nombre, ya que mamá me dejó quedármelo -le palmeó la cabecita al perrito.

-Yo te puedo opinar alguno -sugirió el ruso de zafiros, y el azabache pareció pensarlo, hasta que asintió-. ¿Qué tal Igor?

-...No me gusta, lo siento.

-¿Iván? -Yuuri negó-. ¿Alexei?

-No -rió un poquito, y a Viktor le pareció linda su risa-. Es que... no se lo tome a mal, pero son todos nombres... rusos.

-Mhm... ¿Qué tal Makkachin?

-¿Y ése de dónde salió? -le preguntó curioso el de lentes cuando dejó al can en el suelo, y éste corrió a los pies de Viktor.

-No lo sé, pero me gusta. ¿Qué te parece, amiguito? ¿Makkachin suena bien para tí? -el perro ladró y agitó su colita-. A él le gusta.

-Como si pudieras entenderlo -dijo Yuuri casi riendo de nuevo.

-Ah, ¿y tú sí lo entiendes? -sonrió de lado, esperando cualquier reacción.

-...N-no... sólo decía... B-bueno... Makkachin se escucha bien.

Viktor se percata de que en nigún momento Yuuri ha cruzado sus ojos con los de él, así que Viktor se atreve a acercarse un poco más allá de los dos metros que los separan a él y a Yuuri, sintiendo el casi nulo pero agradable aroma que desprendía de su cuerpo. Juraba que era algún tipo de incienso, talvez el nipón había estado haciendo un ritual propio de su país cuando el ruso llegó con el otro señor. Yuuri por su parte, sintió picor en su naríz cuando la cercanía de Viktor se hizo notar, la esencia del perfume a masculinidad se dejaba palpar en el aire, porque a Yuuri no le hacía falta el voltear para captar el efluvio mejor, sólo con inhalar, sabía que ése hombre era caro, y por nada del mundo él se atrevía siquiera a pensar en levantar la vista, así que estaba exento del color zafirado en los orbes que inspeccionaban su rostro.

-En algún momento, ¿podré ver tus ojos?

El azabache cerro los mismos, y una pequeña sonrisa se hizo presente en su cara. Lo haría, para descubrir porqué tanta isnistencia en los ojos ajenos. Al alzar la vista, sus irises de color lodoso brillante se dejaron ver por el topacio zafirado, y el ruso pensó por un segundo en que no había cosa más ridícula que el mirar unos ojos que cualquiera puede pensar, son comunes, pero él los encontraba bellísimos, casi pasando del café oscuro al rojo de la fruta granada.

-¿Ha disipado sus dudas, Viktor-san? -se ruborizó un poco.

-De seguro que sí. Ya pensaba que me tenías miedo.

-No tengo porqué tener miedo a otro humano como yo. Ahora, venga por aquí -le indicó con la mano hacia la puerta que había abierto, y Viktor entró por ella-. Aquí están el onsen que es privado para la familia, pero los públicos están en el ala donde mi familia habla con el señor Toshiro.

Guió al ruso por las duchas privadas y le mostró las pequeñas tinas, el vapor del lugar le estaba dando un poco de calor al albino, así que decidió quitarse el saco que traía puesto, y abrió los primeros botones de su blanca camisa.

-¿Se siente bien?

-Sí, sólo tengo calor -se comenzó a abanicar con la mano.

-Puede ir a cambiarse si va a pasar un rato aquí. Tenga -le ofreció una de las yukatas que estaban en una cómoda en la parte de adentro de las duchas-, se puede poner esto.

-Oh, me has salvado.

Y así, sin más vergüenza, el albino se fue quitando pieza por pieza frente al azabache, quien se volteó para ocultar su sonrojo.

No lo ha compartido con nadie, pero el jovencito tenía un oculto deseo de que su primera vez fuera en las manos de un hombre, y desde que lo vió en la sala de su casa, lo ultrajó con la mente.

Serás mío, Viktor Nikiforov.