Capítulo 1

Tiró de las cadenas que tenía en las muñecas, pero éstas permanecieron en su sitio a pesar de sus esfuerzos. Entonces dio un grito de rabia, maldiciendo a esa bruja en varios idiomas. La sangre goteaba de sus heridas, formando un charco a sus pies y ella se burlaba de él con una sonrisa malvada y los ojos rojos brillando en la oscuridad. Tras sacar una daga, lo apuñaló en el cuello una y otra vez. No podía respirar, no podía pensar. Lo único que podía hacer era gritar…

Legolas se despertó, incorporándose de golpe en la cama. Tenía el cuerpo tembloroso empapado en sudor y lo único que pudo hacer fue rodearse las rodillas con los brazos con la cabeza inclinada y respirar profundamente. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala. Unos minutos después, consiguió calmarse un poco.

"Otra vez esas pesadillas –dijo en voz baja, empezando a estremecerse de miedo otra vez-. ¡Basta! ¡No dejaré que me controle así!" –estalló, levantándose de la cama.

Abrió la puerta del balcón y salió, dejando que la fresca brisa matutina le refrescara la piel y le acariciara el cabello dorado. Desde ahí podía ver todo el jardín y ahí es donde todo había comenzado hacía seis meses.

El reino del Bosque Negro estuvo a punto de ser destruido por Arulin, una elfa de Garmadris que había sido la prometida de Keldarion. Legolas casi había muerto, torturado por ella, y estaban a punto de perder la esperanza cuando llegaron los elfos de Rivendel y Lothlórien. Lo peor de todo era que le había sacado la piedra manyan del cuello, dejándolo sin su habilidad de curar a los demás. Tocando la piedra que llevaba al cuello, Legolas suspiró. Había sido un manyan, pero ya no.

Acordándose de otra cosa, miró a su alrededor con perplejidad. ¿Dónde estás los hurones? Normalmente saltaban a su cama en un momento como ese, acariciándole las mejillas con sus pequeñas narices peludas y chillando alegremente. No los había visto desde el mediodía del día anterior, cosa muy extraña, pues sus mascotas siempre estaban a su lado como ángeles de la guarda desde la horrible tragedia. Y cuando no, estaban haciendo travesuras cerca.

Se dio la vuelta cuando tocaron en la puerta y vio entrar a Keldarion.

"¿Qué haces en el balcón? Se supone que tenías que estar abajo hace horas."

Legolas frunció el ceño.

"¿Y eso?"

Keldarion negó con la cabeza.

"Te has olvidado, ¿verdad?"

"¿Olvidarme de qué? –entonces se dio una palmada en la frente al acordarse de que le había prometido a su padre que practicarían con la espada de madrugada-. ¡Ay! ¡Se me olvidó! ¿Está enfadado conmigo?"

Keldarion se rio.

"Más bien furioso. Pero no porque no bajaras, sino porque perdió la apuesta. Yo sabía que te olvidarías ¡y ahora su halcón favorito es mío!"

"¡¿Qué?! ¡No me digas que se os ha pegado ese rollo de las apuestas de los gemelos de Rivendel!" –gritó Legolas en estado de shock, mirando a su hermano con la boca abierta.

Sin dejar de reírse, Keldarion se sentó en la cama de su hermano y cruzó los brazos detrás de la cabeza.

"Más o menos. Así que acabas de levantarte, ¿eh?"

Legolas se sentó a su lado, mirando la puerta abierta del balcón.

"Me quedé dormido –dijo-. ¿Has visto a Tonto e Idiota?"

"¿Esas mascotas tuyas? No, no las he visto. ¿Dónde están?"

Legolas lo taladró con la mirada.

"¿Te lo preguntaría si lo supiera?"

Sonriendo maliciosamente, Keldarion lo tiró de la cama de una patada y Legolas aterrizó en el suelo con un ruido sordo. Se levantó de inmediato y se abalanzó sobre su hermano.

"¿¡Por qué has…!?"

Y estalló una ronda de lucha libre, haciéndolos olvidarse temporalmente de los hurones.

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Legolas intentó con todas sus fuerzas ahogar un bostezo. ¡Qué pesados! ¡Me aburro! Miró a su padre, que estaba escuchando con atención el informe de un elfo. Thranduil no se había alegrado precisamente al ver a su hijo más joven esa mañana.

"¿Te quedaste dormido? ¿Es eso correcto para un príncipe? Abandonar el entrenamiento es una cosa, Legolas, pero ser perezoso es otra –lo regañó, y entonces añadió-. ¡Y encima me ha costado un halcón!"

Ahora estaban en el salón del trono del Bosque Negro. Los elfos se turnaban para contarle sus problemas y quejas al rey una vez a la semana, pero Legolas no lo soportaba. Preferiría pasar el tiempo en un árbol, dormitando. Sin embargo, al ser el hijo del rey no tenía más remedio que ir.

Legolas sentía sus párpados cada vez más pesados y estaba a punto de quedarse dormido cuando su hermano le dio un codazo en las costillas. Se enderezó y miró a Keldarion. Enfócate, le dijo el príncipe heredero solo moviendo los labios, divertido. Tírate por un precipicio, hermano, respondió Legolas de la misma forma. Keldarion se rio, atrayendo las miradas de los demás.

Entonces se produjo una conmoción en la entrada y entraron tres guardias. Uno de ellos llevaba un bulto en brazos y fueron directamente al trono. Se inclinaron ante el rey, con las caras serias.

"Mi señor Thranduil, traigo malas noticias."

Legolas se enderezó, notando un escalofrío en la espalda. Keldarion y Thranduil también estaba alerta, preparados para lo peor.

"¿Qué pasa?" –preguntó Thranduil con impaciencia cuando el guardia vaciló, mirando a Legolas con nerviosismo. El príncipe ya se temía que no le iba a gustar la noticia.

"Nuestra patrulla encontró varias trampas de cazadores en el bosque. No estaban ahí cuando registramos el lugar la semana pasada."

Murmullos de sorpresa e incredulidad llenaron la sala. Los elfos del Bosque Negro no usaban trampas para cazar. Thranduil frunció el ceño.

"¿De quién eran las trampas? ¿Qué hacen en nuestro reino?"

"No lo sabemos, mi señor. Algunos de los guardias todavía recorren la zona en busca de pistas y destruyendo las trampas que quedan –tras esto, el guardia hizo una pausa para mirar a Legolas otra vez-. Me temo que esa no es la única razón por la que estamos aquí –el soldado se acercó al príncipe, se arrodilló y levantó el paquete que llevaba-. Lo siento, su alteza. Los encontramos ya muertos en las trampas."

Legolas juraría que su corazón se detuvo. Incluso antes de abrir el envoltorio sabía lo que iba a encontrar. Y estaba en lo cierto. Tonto e Idiota yacían uno contra otro, sin vida, con sus cuerpos fríos y ensangrentados.

Abrazándolos contra su pecho, Legolas se tambaleó hacia atrás, aturdido y sin palabras. Casi no se dio cuenta de que Keldarion lo estabilizaba y vio vagamente el rostro consternado de su padre. Luego, sin decir nada, salió corriendo de la sala.