Manuela abrió los ojos. La suave luz del pasillo le indicaba que el amanecer recién se hacía presente sobre el internado. A medida que la bruma del sueño fue despejándose los recuerdos volvieron lentamente a su mente, más dolorosos que nunca. Hacía más de dos meses que la señorita Von Bernburg se había ido de la escuela, nadie sabía dónde, y el no saber cuál era el destino de la profesora hacia que el corazón de Manuela se estrujara de dolor.

Tratando de no pensar en la señorita von Bernburg comenzó mecánicamente a prepararse para el día bajo la atenta vigilancia de la señorita Von Rakett. Como era habitual en los últimos dos meses las niñas a su alrededor comenzaron también a despertarse, conversando entre ellas y sin dirigirle ni una sola palabra. Al parecer la cura para "su enfermedad" consistía en el más absoluto aislamiento emocional. Solo Ivette o Ilse rompían a veces la ley del silencio con un tímido buenos días o buenas noches. A Manuela no le importaba demasiado. La falta de contacto humano normal la tenía sin cuidado. Lo único que lamentaba era no poder asistir más a las clases de teatro, pero por otro lado, el aislamiento servía para que pudiera elaborarse las más complejas fantasías en su cabeza; fantasías en las que siempre la protagonista era su adorada maestra.

A veces en los tiempos de descanso, se imaginaba que Elisabeth (porque así había comenzado a llamarla en su cabeza) entraba al dormitorio por las noches y la llevaba lejos del internado y de la horrorosa vida que ahora tenía. No faltaban en su fantasía ardientes besos y apretados abrazos, y la voz de Elisabeth diciéndole que ella también la amaba, y que nunca más la dejaría; pero las semanas pasaban una tras otra y cada vez quedaba más claro que sus fantasías no eran más que eso.

- Meinhardis!- La voz de mis Evans la hizo despertar de su ensoñación – ¿Cual fue la primera obra de Shakespeare?

- La primera obra de la que se tiene registro fue "mucho ruido y pocas nueces" en el año 1600.

- Muy bien Meinhardis, veo que últimamente te estás aplicando con más empeño en los estudios.

- Gracias mis Evans

- Von Treskow!...

La voz de mis Evans siguió fuerte y clara interrogando a las demás alumnas. Manuela volvió a su asiento. Desde que Elisabeth se había marchado, Manuela se había propuesto ser la mejor de su clase. Si lo lograba, quizás le darían un permiso de salida, y con la excusa de visitar a su tía podría buscar a la señorita von Bernburg. La campana anunciando la salida al recreo marcó el fin de la clase.

Manuela tomó uno de sus libros, y como ya era habitual para ella se dirigió a uno de los rincones más alejados de los jardines de la escuela. Caminaba mirando el lago distraídamente cuando escuchó las voces de dos de sus compañeras de dormitorio.

- ¿Estás segura?

- Si. Escuche a la Superiora hablar con la señorita von Raket. Al parecer la señorita Von Bernburg se instaló en Berlín y está dando clases en una escuela de allí

- ¡Como quisiera verla! Extraño muchísimo su beso de buenas noches

- Por lo que pude oír, ella vendrá a la escuela el próximo domingo a buscar una recomendación de la superiora para su nuevo puesto

- Oh! Eso es maravilloso….

Las voces de las jóvenes se iban alejando mientras el corazón de Manuela se saltaba un latido. ¡Sería la oportunidad de volver a ver a Elisabeth! ¡Por fin el momento que tanto había ansiado los últimos dos meses llegaría! Una sensación cálida comenzó a extenderse por su cuerpo mientras se le dibujaba en el rostro la primera sonrisa real en semanas.

Pero hoy recién era miércoles. Le esperaban todavía tres días de agonía hasta el domingo.

Todavía no le quedaba claro en qué consistía "la enfermedad" que le había dicho la señorita von Bernburg que tenía, pero si se daba cuenta que tenía algo que ver con su afecto por la maestra, y que al parecer ella y todos los demás pensaban que su cercanía la empeoraba, y por eso se había alejado. Tenía que ser muy cuidadosa en ocultar que sabía que Elisabeth vendría a la escuela para no despertar sospechas en las demás, sobre todo en la señorita von Raket, de lo contrario la posibilidad de hablar con ella o al menos verla, se esfumaría.

Necesitaba elaborar un plan. El domingo era el único día de descanso en la semana y en ese día las jóvenes que no habían obtenido permiso de salida podían circular libremente por la escuela. Si tenía cuidado al pensar cada movimiento, podría encontrar la ocasión de ver a la señorita von Bernburg a solas y hablar con ella.

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Los días habían transcurrido tortuosamente para Manuela quien prácticamente no había dormido el sábado por la noche. La esperanza de ver a la señorita von Bernburg la había mantenido despierta, imaginándose lo que le diría cuando finalmente la viera.

Cuando sonó la campana que marcaba la hora de levantarse, siguió su rutina habitual de los últimos domingos de manera lenta y calculada para no levantar sospechas. Desayunó con el resto de sus compañeras, se deslizó sutilmente fuera de la vista de la señorita von Raket y disimuladamente se dirigió la parte delantera de los jardines de la escuela. Aguardaba impaciente que Elisabeth apareciera por fin. Aunque no tenía ni la menor idea de la hora a la que llegaría la maestra, se sentó bajo un árbol simulando que leía un libro mientras lanzaba miradas discretas hacia la puerta.

La mañana pasó, y el objeto de sus deseos no apareció. Era tentador saltearse el almuerzo para esperarla, pero sabía que si lo hacía levantaría sospechas en la suspicaz señorita von Rakett, así que de mala gana se dirigió al refectorio para tomar el almuerzo con el resto de sus compañeras. Apenas terminó de comer, se sentó nuevamente en su puesto bajo el árbol, para vigilar la llegada de la señorita von Bernburg.

Las horas pasaban y ella no aparecía. Bastante entrada la tarde y cansada ya de tanto esperar, se levantó de su lugar de guardia con la decepción marcada en su rostro. Era una tonta por creer en las tonterías que dijeron sus compañeras. Lo más seguro era que Elisabeth hubiera cumplido al pie de la letra lo que le dijo y nunca más volvería a verla.

Volver al edificio de la escuela se sentía como una derrota, por lo que se dirigió hacia una arboleda que estaba a orillas del lago mientras las lágrimas corrían libremente por su rostro.

- ¡Manuela!

- ¡Señorita von Bernburg!

Frente a ella estaba Elisabeth. Concentrada como estaba en su dolor, no había visto a la maestra que se encontraba sentada en un banco de madera medio oculto por los árboles.

Elizabeth se acercó hacia ella con una mirada preocupada.

- Manuela, ¿te encuentras bien?

Manuela le dio la espalda ocultando sus lágrimas aun molesta por su larga espera.

- Si… no se preocupe

Elisabeth acarició suavemente la mejilla de la joven, haciendo que volviera el rostro hacia ella

- Manuela... no me mientas...si estas bien... ¿Entonces por qué lloras?

La ira la invadió ante las palabras de su antigua maestra. ¿Cómo podía preguntarle eso? ¿Acaso no recordaba todo lo que había sucedido hace solo un par de meses? Como si ella no tuviera ninguna culpa de sus desvelos, de las noches enteras de llanto en silencio para no despertar a sus compañeras.

Con un gesto brusco apartó la mano de Elisabeth de su rostro

- ¿Por qué lloro? ¡Como se atreve a preguntármelo! ¡Usted me dejó! ¡Me dejó sola aquí y no le importó nada de mí! ¡No le importó que desde que usted se fue nadie me habla más de lo estrictamente necesario! ¡Estoy sola! ¡No tengo a nadie en este mundo! ¡Todos me odian! ¿y me pregunta por qué estoy llorando?

La mujer mayor dio un paso atrás sorprendida por el arrebato de la joven

- ¿Sigues en aislamiento? Pensé que a esta altura ya te habrían levantado el castigo. – Elisabeth se puso rígida intentando aparentar calma - Lo siento Manuela. Debes entender de una vez que alejarme fue lo mejor para las dos.

- No. No lo entiendo – ahora Manuela lloraba a lágrima viva - ¿Por qué es tan malo esto que siento? mi madre me enseñó que lo más hermoso en este mundo es el amor, no puedo entender por qué todos creen que es tan malo amarla como lo hago.

Elisabeth le dio la espalda a Manuela, debatiéndose entre lo que sabía que era correcto y sus ganas de abrazar a la joven y consolarla. Respiró profundamente tomando una decisión y luego se giró hacia la joven. Se acercó hasta ella y la tomó suavemente de los brazos.

- Escúchame Manuela, debes comprender que lo que sientes por mi es equivocado, no puedes amarme de esa manera, debes reservar ese amor para el hombre con quien te cases.

- ¡Yo no quiero casarme con ningún hombre! Yo quiero ser maestra, como usted y pasar mi vida a su lado.

Elisabeth soltó a la joven haciendo un gesto de desesperación

- No puede ser Manuela, aunque no fuera malo que dos mujeres estén juntas como lo quieres, tengo veinte años más que tu. ¿No te das cuenta? Yo ya soy una mujer madura, y tú eres solo una niña.

- ¡No soy una niña! Tengo diecisiete años! Muchas jóvenes de mi edad ya están casadas, ya soy una mujer, y sé lo que quiero, y lo que quiero es usted.

Elisabeth no sabía más que decir para hacerle entender, pero no soportaba ver las lágrimas bajando por el bello rostro de la chica frente a ella. Sintiendo que su corazón se rompía la ver el dolor en los ojos de Manuela la estrechó entre sus brazos, intentando consolarla.

Manuela se aferró a su cuerpo como a una tabla en medio de un mar embravecido.

- Señorita Elisabeth. No me deje más por favor. No puedo vivir sin usted.

- ¡No puedo! – decía Elisabeth mientras abrazaba más fuerte a Manuela intentando no estallar ella misma en llanto – ¡Oh Manuela! ¡No entiendes! No entiendes….

La joven se apartó un poco acariciando el rostro de Elisabeth mientras la miraba a los ojos.

- No puedo entenderla, porque sus palabras dicen una cosa, pero sus ojos me dicen otra. Míreme a los ojos y dígame que no me ama, dígame que no siente nada por mi y le juro que no volveré a pensar en usted, ni a soñarla – su mirada se desvió hacia los labios de la mujer mayor y volvió nuevamente a sus ojos – dígame que no quiere besarme ahora mismo como yo quiero y me olvidaré de que existe.

La cordura abandonó por fin a Elisabeth quien en un impulso se lanzó hacia los labios de la joven. Su primer beso había sido tierno y casto, y sobre todas las cosas, unilateral. El beso de ahora estaba cargado de toda la pasión y frustración de la maestra, acumulada por meses de desear culpablemente a la joven. La boca de la mujer mayor devoraba exigentemente los labios de la joven, que sin saber muy bien que hacer entreabrió los labios para sentir más a Elisabeth. Manuela se sintió desfallecer cuando sintió la lengua de Elisabeth rozando tentativamente la suya. Ni en sus más acalorados sueños podría haberse imaginado las sensaciones que ahora invadían su cuerpo. Sus manos cobraron vida propia enredándose en los cabellos de la otra mujer para acercarla más hacia su boca. Tan abruptamente como había comenzado, el beso terminó.

Elisabeth caminaba hacia atrás apartándose de ella mientras la miraba con ojos oscuros y la respiración agitada. De pronto una expresión de horror cruzó su rostro mientras se cubría la boca con una mano y susurraba

- ¡Oh Dios mío! ¡Qué estoy haciendo…!

Sin más se dio la vuelta y echó a correr en dirección a la escuela dejando a una confundida Manuela detrás de ella quien la miraba irse mientras se acariciaba los labios que se sentían hinchados por el apasionado beso que habían compartido.

Manuela se secó las lágrimas con gesto ausente y todavía con el cuerpo cosquilleando y medio aturdida por la experiencia vivida comenzó a andar hacia la escuela. Saliendo del bosquecillo se topó con una delgada libreta negra. Curiosa por saber a quién pertenecía la abrió, descubriendo la cuidada caligrafía de Elisabeth. En la libreta figuraban su dirección actual en Berlín y la de la escuela donde daba clases. Feliz por su buena suerte escondió la libreta en su delantal y se dirigió hacia el edificio del internado a paso ligero. El destino estaba a su favor, y ahora que sabía a ciencia cierta que Elizabeth sentía lo mismo que ella, no pararía hasta convencerla de estar a su lado.

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Elisabeth no podía creer lo que había sucedido. Luego de su desliz con Manuela había vuelto corriendo a la escuela y se había metido a su antigua oficina. La señorita von Raket le había dicho que nadie la ocupaba aún y se le antojó el lugar perfecto para poder recomponerse un poco luego de la escena junto al lago.

Su mente era un torbellino y su corazón latía desbocado dentro de su pecho. Intentando poner sus emociones bajo control se sentó tras su antiguo escritorio cerrando los ojos y respirando profundamente.

Una respiración, y la habitación a su alrededor desapareció de su mente. Otra respiración y su mente quedo en blanco salvo por el rostro de Manuela, que se entrometía en sus pensamientos. Le llevo un par de respiraciones más poder borrarlo.

Ya totalmente en control de si misma, se dirigió al despacho de la superiora con gesto impasible y golpeo suavemente la puerta.

- ¡Adelante!

Exclamó la superiora con voz rasposa. Elizabeth entró al despacho. Acompañando a la anciana como siempre se encontraba la señorita von Raket de pie al lado del escritorio.

- Buenas tardes Fräu Oberin, vine en busca de su carta de recomendación tal cual acordamos.

- Señorita von Bernburg. Buenas tardes. La estaba esperando, la señorita von Raket me dijo que llegó hace más de una hora.

Elizabeth se volvió hacia von Rakette quien le sonrió falsamente. Elisabeth le sonrió a su vez de la misma manera, preguntándose si la mujer habría sido testigo de su intercambio con Manuela. Seguramente no, reflexionó, pues de lo contrario Rakette ya habría montado un escándalo mayúsculo. Esa mujer siempre le había provocado grima, pero desde lo sucedido con Manuela, francamente no podía dejar de verla como a una persona vil y detestable.

Ignorándola se volvió de nuevo hacia la superiora.

- Siento haberla hecho esperar pero no pude resistir la tentación de recorrer los jardines de la escuela nuevamente.

La superiora la observó suspicaz. Su olfato le decía que había más en la sencilla declaración de la señorita von Bernburg que lo que ella estaba contando.

- La entiendo, una puede volverse muy aficionada a este lugar y a todo lo que hay aquí – Dijo la anciana - Sabe que su puesto aún no ha sido cubierto. Si lo desea puede volver con nosotros y volver a disfrutar de todo lo que la escuela ofrece

Elisabeth apretó los labios imperceptiblemente cuando las palabras de la directora hicieron que su mente volviera traicioneramente a Manuela.

¡Sería tan fácil sucumbir a la tentación de estar nuevamente cerca de la joven! Pero luego de lo ocurrido hoy tenía claro que lo mejor para ella y para Manuela era que se fuera y jamás volviera.

- Lo siento Fräu Oberin, pero mi decisión es inapelable.

La superiora emitió un profundo suspiro. Al parecer se quedaría con la intriga. Todo el lenguaje corporal de Elisabeth la mostraba en este momento como alguien decidida a no hablar y cerrada a cualquier tipo de cuestionamiento.

- Está bien. Veo que no podre convencerla - dijo mientras le ofrecía un sobre lacrado que Elisabeth guardó en su bolso - que Dios la acompañe fräulein von Bernburg.

Elisabeth respondió con una ligera reverencia

- Gracias hermana superiora e igualmente. Voy en camino. Mi coche ya debe estar por llegar.

Al salir de la oficina se giró hacia von Raket saludandola con un ligero cabeceo.

Von Raket la observó a su vez con gesto triunfal. Al final había conseguido su objetivo de echar a von Bernburg del internado.

Elizabeth la observó durante un breve instante antes de girarse y salir de la habitación. La expresión de von Raket la hacía detestar a la mujer aún un poco más.

Ya dentro del coche, Elisabeth dio una última mirada a la escuela. El levantar la vista sus ojos se cruzaron con los de Manuela que la observaba marcharse detrás de una de las ventanas del primer piso. Elisabeth apartó rápidamente la mirada ansiando alejarse de una vez del internado, de Manuela y de sus sentimientos.

El trayecto desde Postdam a Berlín fue lento y agotador. Los últimos rayos de sol se ocultaban en el horizonte cuando al fin llegó a casa.

Su pequeño apartamento en la ciudad era cálido y confortable. La escuela donde ahora daba clases también era un internado como la anterior y se le había ofrecido albergue allí, pero ella lo rechazó amablemente.

Era mejor así.

Durante los años pasados en el internado muchas veces había advertido que las jóvenes "se enamoraban" de ella, pero hasta que llegó Manuela, había sido inmune a sus miradas de adoración y evidentes suspiros. Tanto así que pensaba que por fin había logrado superar aquellos deseos que tuvo durante su propia juventud y que la sociedad consideraba equivocados.

Pero habían bastado los ojos dulces y la tímida sonrisa de Manuela para hacerle ver que nada había sido superado, solo había reprimido profundamente sus impulsos.

Cada vez que sus pensamientos volvían a la joven, la culpa y el remordimiento la ahogaban y le impedían respirar. Ella era un monstruo. No le cabía otra descripción que la que le había dado su propia madre hace tantos años cuando la descubrió besándose con Ángela, su mejor amiga, bajo el fresno. Todavía recordaba el rictus de desprecio en el rostro de su madre y los azotes que sufrió por su desliz. Luego de eso la enviaron a un horrible internado y jamás volvió a ver Ángela.

Fueron años muy duros. Pero finalmente aprendió a ocultar lo que sentía bajo infinitas capas de estudiada serenidad. De todas formas nunca pudo resignarse a casarse y compartir el lecho con un hombre. La posibilidad de ser maestra la libró de ese terrible destino, aunque la confinó a la más absoluta soledad. Prefería eso a pasar el resto de su vida junto a alguien que seguramente despreciaría y con el paso de los años, la soledad pasó a ser una agradable constante para ella. Su necesidad de afecto se veía cubierta con los pequeños gestos de las jóvenes que con los años había llegado a considerar sus propias hijas.

Pero Manuela…

Se quitó el sombrero desplomándose en su pequeño sofá y se frotó los ojos con gesto cansado.

Manuela era diferente. Siempre lo había sido. Desde la primera vez que la vio bajando por las escaleras. Al principio creyó que las ganas de protegerla habían surgido por su propio instinto maternal y por el aura de tristeza y vulnerabilidad que rodeaban a la joven. Eso la llevó a hacer excepciones con ella, excepciones que nunca se había permitido con ninguna otra alumna. Se sentía exultante cada vez que el más pequeño de sus gestos dibujaba una expresión de absoluta felicidad en el rostro de Manuela

El ensayo de Romeo y Julieta lo había cambiado todo. Ese breve beso la había consternado profundamente. No tanto el hecho de que Manuela la hubiese besado, sino su propia actitud ante el beso. La noche luego del episodio se había puesto a recordarlo con todo detalle y cayó en la cuenta de que debería haberse apartado y no lo hizo. ¿Por qué no lo hizo? Ella sabía que estaba mal, sabía que era incorrecto sin embargo su cuerpo la había traicionado, no solo al no apartarse si no también al enviarle todas esas sanciones tanto tiempo olvidadas. Sus ojos se habían cerrado al sentir los labios de la chica, y cada uno de sus sentidos se había potenciado en ese instante. Todavía podía recordar el calor de su boca, su aroma y su cuerpo atrapado entre sus brazos.

Ese beso puso su mundo del revés. Al principio trató de guardar nuevamente sus sentimientos bajo la rígida disciplina que había aprendido durante tantos años. Evitaba a Manuela, tratando en vano de mostrarse fría y distante con ella. La joven debía verla solo como su maestra, nada más que eso, pero los sucesos del día del cumpleaños de la Hermana superiora le hicieron darse cuenta que lo mejor para las dos era alejarse.

Durante semanas intentó olvidarse de sus sentimientos por Manuela. Finalmente había logrado reprimirse lo suficiente como para pensar que ya no estaba bajo el hechizo de la joven y más confiada en si misma había decidido ir a buscar la carta de recomendación de la superiora.

Una inmensa alegría la invadió al visitar nuevamente su vieja y querida escuela y no pudo resistirse a la tentación de sentarse un momento a contemplar el lago bajo los árboles. En ese momento había aparecido Manuela. Su corazón se estrujó al ver las lágrimas de la joven, y esa necesidad irresistible de protegerla y consolarla que sentía con ella la había traicionado nuevamente.

El beso que se habían dado le hizo comprender que nunca pudo olvidarla. Manuela era la dueña de su corazón y el objeto de sus más depravados deseos. Ella había corrompido a la joven con sus sucios sentimientos. Debía alejarse. Debía correr lejos de ella para salvarla.

La cena puede esperar, pensó y haciendo un enorme esfuerzo, para sobreponerse al agotamiento físico y emocional del día, se fue directo a la cama.

La soledad fue la única testigo de su desolación esa noche.