Diclaimer: Axis Powers Hetalia no es de mi propiedad.
Advertencias: Preslash. AU. Puede que OOC pero para los efectos de la trama y el sentido común.
Pareja: Arthur/Francis.
Palabras:4.709
Capítulo 1
Arthur tenía siete años de edad cuando sus padres decidieron divorciarse; no fue una ruptura que lo tomó por sorpresa, sus hermanos mayores ya se lo habían explicado con palabras ciertamente toscas y poco aclarativas, pero lo suficiente para suponer que un divorcio significaba más que unas vacaciones de mamá en casa de una de sus hermanas y gritos por el teléfono, que nunca dejaba de sonar. Fueron meses de tensión y pocas sonrisas en casa de los Kirkland. Arthur se había prometido que sólo lloraría cuando nadie pudiera verlo. Su padre les hizo prometer a todos que serían fuertes y se enfrentarían a la situación como los chicos grandes que ya eran. Arthur supuso que, con siete años de edad, ciertamente lo era. No podía decir lo mismo de su hermano pequeño Haydn, que apenas contaba con cinco años, así que quedaba excluido y podía llorar todo cuanto quisiera.
Sólo que Haydn no estaba consciente de lo que se estaba desarrollando; Arthur decidió explicárselo cuando tuviera siete años y fuera lo suficientemente grande para entender por qué sus padres ya no eran marido y mujer. Arthur intentó cumplir con las expectativas de sus padres, ahorrándose emociones que pudieran contrariarlos, en oposición con sus otros hermanos, en especial James, el hermano mayor, quien aplicaba sus fuerzas en atormentar a sus padres por la decisión que habían tomado. James hablaba de reproches que Arthur no entendía, ni siquiera Liam y Lorcan, los gemelos, supieron explicárselo cuando se los consultó.
Esa incomprensión fue uno de los motivos por los cuales lloraba en su cama, por las noches y con una manta ocultándole la cabeza, intentando reprimir los sollozos y nunca dejar entrever que incumplía la promesa de su padre. Esas veces tuvo el consuelo de sus hadas acariciándole el cabello, limpiándole las lágrimas con sus manos diminutas, consolándolo en un lenguaje desconocido, cuando Arthur en realidad quería las manos de su madre por las noches y su voz asegurándole que todo volvería a estar bien.
En esa época Arthur dejó de jugar con los vecinos de su urbanización, se aisló dentro de la casa y sólo salía para realizar excursiones solitarias en los terrenos verdes y abundantes de los alrededores. Mientras James luchaba contra sus padres en una guerra personal, mientras que Haydn jugaba entre cuatro paredes y el jardín le parecía todo un mundo, mientras que los gemelos se esforzaban por tener una vida normal y no abandonar sus amistades, Arthur descubrió lugares insospechados a los que consideró mágicos. Y estaban cerca de su hogar. Arthur podía caminar entre la realidad y la fantasía sin esforzarse, sin necesidad de contraseñas mágicas o un poderoso hechizo. Podía soñar despierto mientras se internaba por el bosque tímido que se abría para él, y no detenerse ante las mil maravillas hasta encontrarse en la cima de su fulgor, en el punto más elevado de su lugar mágico, en donde los árboles daban paso a un manto de verdor. Uno de los entretenimientos favoritos de Arthur era ver las estrellas por la noche, y allí era el sitio idóneo, porque parecían brillar con mayor intensidad.
Pero su estadía estaba limitada. Antes de cumplirse la medianoche, Arthur debía devolverse apresurado y presentarse en casa, antes de que sus padres reventaran de los nervios. Recibía un regaño monumental, con un castigo que tenía dos vertientes, como perderse el postre de los próximos días o serle prohibido salir de su habitación hasta que sus padres consideraran que había tenido suficiente. Le dieron una larga charla sobre lo peligroso para un niño de su edad andarse solo sin la supervisión de un adulto, le advertían sobre las amenazas, sobre hombres malos y mujeres igual de malas. A Arthur le asustaban un poco, sólo un poco, porque nunca se había topado con ellos y parecían igual de lejanos como el lobo que se comió a la niña de la caperuza roja o el hombre de la barba azul que gustaba lastimar gravemente a sus esposas.
Además, Arthur no estaba solo en esas excursiones. Nadie le creía y, pensaba, jamás le iban a creer, pero las hadas lo protegían. No recordaba cuándo había sido su primer encuentro con ellas, tal vez cuando era un bebé; desde que tenía memoria ellas estaban allí para él, para las noches sin poder dormir y para los días sin nadie con quien jugar. Uno de los incentivos para internarse en el bosque fue el saber que conocería al resto de seres mágicos de los que las hadas tanto hablaban. Y conoció duendes y gnomos y elfos. Arthur esperaba conocer unicornios y dragones también, aunque las hadas le hubieran dicho que hace mucho habían desaparecido.
Fue entonces cuando su madre dejó de vivir en la casa definitivamente. Se llevó a los gemelos y a Haydn consigo. Arthur creyó sentirse muchísimo más solo de lo que ya estaba; casi nunca se relacionaba con sus hermanos, pero se sentía a gusto con su presencia, eran una constante que nunca imaginó ver esfumarse. Y entonces sólo quedaron James y él, pero James era demasiado mayor como para estar al mismo nivel que Arthur. No se entendían, e incluso estallaban en peleas a menudo. Ambos detestaban ceder ante el otro, siempre buscaban tener la razón. Arthur pensó que, como mamá se había ido, James enfocó toda su rabia en él además de su padre. Le habían obligado a entrar en esa guerra que les había declarado.
James pasaba la mayor parte del tiempo afuera, incluso su padre no estaba seguro de que asistiera a clases. Intentaba aconsejarlo, pero estas reuniones terminaban a menudo en nuevas discusiones. Cuando ocurría, Arthur subía a la habitación que ya no compartía con Haydn, y se encerraba. Sus hadas venían a consolarlo y él, porque aún recordaba la promesa hecha a su padre, se permitía llorar alrededor de ellas procurando no emitir el mayor sollozo. Entre aventuras por el bosque, puñetazos con su hermano e intentos de su padre por llevar una vida normal, transcurrió un año. Al cumplir los ocho años de edad, las cosas se fueron calmando gradualmente, hasta que el ambiente entre su hermano y su padre se calmó y en la casa se pudo respirar algo que Arthur supuso que era paz.
Sus idas al bosque no se detuvieron, pero volvió a pasar tiempo en su casa. Volvió a compartir con James. Su relación era seca, sin ningún intercambio de afecto, pero a Arthur le alegraba que simplemente estuviera allí. Fue en una tarde, cuando ambos estaban en el jardín con James enseñándole a jugar fútbol como se debía, cuando Arthur lo notó por primera vez.
Un auto se había estacionado en la casa de al lado, de él se bajó la vecina que, según Arthur había visto, vivía sola. Detrás de ella venía un niño rubio. Alcanzó a distinguirle la rubia melena y nada más, tenía la cabeza agachada y el largo cabello le ocultaba el rostro. Hubiera seguido observándolos, si un pelotazo no le hubiera dado en toda la cara, tirándolo al piso.
-¡Serás imbécil! –le apestó James, acercándose a él.
Arthur se tapó la cara con las manos, avergonzado de que fuera James quien lo viera llorar como una chiquilla. Éste lo obligó a enseñarle el rostro para evaluar los daños, por suerte, además de un buen golpe, no había daños mayores, como dientes rotos o una nariz torcida.
-Vamos, límpiate la cara y aguanta el dolor, no tengo de hermano a una marica –le exigió James. Lo levantó del piso y Arthur supo que debía mantener la compostura, le daba miedo que James lo golpeara por actuar como una niña.
Fueron a sentarse en las sillas del porche, James le llevó una taza de té caliente. Arthur se la tomó, a gusto por la inusual atención de su hermano mayor.
-Cuando estemos jugamos, concéntrate, porque nadie se va a molestar en si estás o no con los pies en el partido. Y habrá pelotazos peores que éste.
A Arthur se le ocurrió si acaso no lo habría golpeado a propósito para enseñarle aquella lección.
-Lo siento. Es que al frente había un niño nuevo –se explicó Arthur-. Jamás lo había visto.
-¿Un niño?
Arthur le señaló la dirección. James se quedó largo rato en silencio, como si estuviera esperando que el niño volviera aparecer para comprobar que Arthur estaba en lo cierto. Tiempo después se encogió de hombros.
-No lo sé. Será. Que yo sepa, la tipa no vive con nadie más. A veces le llega la visita de una niña, pero nunca dura mucho. Un fin de semana, si acaso.
-Jamás me había dado cuenta –exclamó Arthur.
-Porque vives en tu pequeña burbuja llena de unicornios.
-Yo no vivo en una burbuja lle… -Arthur se interrumpió antes de terminar-. Bueno, entonces la tipa tiene hijos.
-Supongo –repuso James-. ¿A ti qué te importa si tiene o no?
Las mejillas de Arthur se pusieron rojas, de repente se sentía incómodo con la presencia de su hermano. No tenía ningún interés en aquella mujer, menos en aquel niño y en su supuesta hija. Creyó que su hermano tenía razón, ni siquiera se interesaba por retomar el contacto con sus antiguas amistades, lo lógico sería ignorarla tal y como hacía ahora con todos.
No volvieron a hablar del tema. Arthur se encerró en su habitación hasta que tuvo el deseo de salir a dar un recorrido por el bosque. Con la compañía de sus hadas, iba a arreglárselas para pasar desapercibido y poder huir sin que su hermano se diera cuenta. Se encontró con que estaba ausente, tal vez se había ido también a vivir sus propias aventuras en solitario. Con plena libertad, salió de la casa. Le llamó la atención que su vecina estuviera preparando una mesa, seguramente para tener una fiesta de té al aire libre. No le prestó atención, aunque supuso que su hijo debía de aburrirse mucho con la compañía de dos mujeres haciendo cosas para niñas.
Estuvo en el interior del bosque hasta que comenzó a oscurecer. Como medida preventiva para regaños paternales, siempre se retiraba antes de que el sol se pusiera. Se despidió de sus amigos y les prometió volver pronto para seguir jugando. El trayecto hasta su casa pasó sin ningún percance. Al abrir la reja del frente, se encontró con James que también acababa de llegar.
-¿Dónde estabas? –preguntó Arthur.
-No te importa –le gruñó James.
-¿Ah, sí? Pues a mí tampoco. –Arthur pasó al lado suyo, entrando-. Y no pienso decirte dónde estaba yo.
-Ni que te hubiera preguntado –le dijo James, cerrando la reja tras de sí.
Arthur se sonrojó, molesto por sentir que se había comportado como un tonto antes James. No debía hacerle preguntas y mucho menos darle explicaciones a nadie. Su padre llegó una hora después. Fue directo a preparar la cena, bajo la compañía de su hijo menor. James le dijo que esa noche no tenía hambre, por lo que no contaran con él en la mesa. Arthur sabía que guardaba paquetes de papas fritas dentro de su habitación.
Su padre lo aceptó sin obligarle a comer los tres juntos. Arthur debía reconocer que su padre era bastante malo en la cocina, era lo contrario a su habilidad en la jardinería. Extrañaba la comida de su madre y envidaba a sus otros hermanos, que seguían con ella comiendo decentemente.
Su padre le preguntó qué había hecho en el día. Arthur le respondió parcialmente, relatando su juego de fútbol con James; su padre pareció contento de que hubieran compartido juntos, hasta le ofreció una ración extra de pie de limón cuando terminaron de cenar. Arthur la aceptó y se calló el percance del golpe. Mientras Arthur devoraba el pastel, su padre lavaba los platos. James apareció para abrir la nevera y tomar una lata de refresco.
Se tomó la bebida sin prestarle atención a los otros dos. Soltó una exhalación cuando separó la lata de sus labios, mirando fijamente a través de la ventana.
-Eh, desde aquí se ve el interior de la casa de tu novia, Arthur.
Sin tener verdaderos motivos, Arthur se sonrojó, antes de chillar que él no tenía novia. Su padre se mostró interesado de repente.
-¿Ah, sí? ¿Y cómo es?
-¡Que no tengo!
-Es la hija de la tipa esta, la señora Moreau.
-Señora, no tipa –corrigió su padre.
-¡Que no tengo! ¡James es un mentiroso! –exclamó Arthur, muchísimo más acalorado.
-Así que una novia, ¿eh? –sonrió su padre.
-¡Ni siquiera la conozco!
-Allí la tienes –señaló James.
Tanto su padre como Arthur se apresuraron a ver por la ventana. Efectivamente, se podía ver el interior, lo que parecía tratarse de la sala. Arthur reconoció al instante el largo cabello rubio.
-¡Pero si es el niño de esta tarde!
-¿Niño? –preguntó James, suspicaz-. Claro, si eres retrasado.
-¡Yo no soy retrasado, tú sí! –le gritó Arthur.
James se rió mientras le daba un doloroso coscorrón en la cabeza. Arthur estalló en patadas y golpes que James supo esquivar, sin abandonar su aire burlón. Su padre intentó separarlos, pero la pelea sólo terminó cuando James tiró a Arthur al piso de un único golpe, dejándolo conteniendo las lágrimas que no irían a salir.
Su padre lo levantó. Cargado, lo llevó hasta su cuarto y se encargó de colocarle el pijama. Él intentó iniciar una conversación, sin retomar el tema que los había llevado a discutir. Arthur le siguió la corriente, sin tener verdadero ánimo debido a la humillación reciente. Una vez acostado en la cama, su padre se inclinó sobre él, Arthur pensó que iría a darle un beso. Se equivocó, en su lugar su padre le dio una leve caricia en la frente. Tenía las manos frías. Le deseó buenas noches y salió de la habitación.
Arthur hizo las paces con James días después; hizo falta que lo invitara a un nuevo partido de fútbol en el patio de su casa para que Arthur reconsiderara el seguir molesto con su hermano mayor. En este mundo se necesitaba ser bueno en los deportes, en especial si querías barrer el piso con los otros niños. Y a Arthur le daba ilusión destrozar su orgullo por completo. Además, era un fanático, y como tal debía de estar a la altura de las expectativas. Se presentó ante James con su camisa del Manchester United, captó un brillo malicioso en sus ojos, que le hizo reconsiderar si había hecho bien al aceptar de buenas a primeras su invitación, si acaso su hermano no se vengaría del castigo paterno por el maltrato ejercido hacia él.
Tragó saliva, pensando que ya era muy tarde para arrepentimientos. Pero James lo trató sin dureza, con toda la amabilidad que se podría esperar de él sin hacerse ilusiones. James le enseñó técnicas y trucos útiles, Arthur intentó aprenderlos todos incluso los que no le parecían tan apegados a las reglas. James siempre decía que daba igual el método con tal de conseguir la victoria, y Arthur no le veía el sentido al que pudiera estar mintiendo. Tampoco se le pasó por la cabeza que pudiera equivocarse en su idea de cómo ganar un partido. Terminaron exhaustos recostados en el césped, Arthur estaba bañado en sudor y la grama se le adhería a la piel, provocándole una ligera picazón que no se molestó en aliviar. Tomaba grandes bocanadas de aire. James estaba sentado a su lado, igual de sudado y sucio, y con una expresión satisfecha en el rostro. Arthur se preguntó por qué no podían comportarse como ahora, sin pelear al mínimo comentario. James rompió el silencio, de pronto.
-Tu novia se va. Otra vez.
-¡Que no tengo novia!
Arthur se reincorporó con rapidez, llegando a tiempo para ver cómo al niño –porque a Arthur no se le quitaba la idea de que lo era- le cerraban la puerta del auto. La señora Moreauabrió la puerta del conductor y se metió en ella. Fue cuestión de segundos para que arrancara. El auto era de un brillante color azul oscuro, con los vidrios ahumados de un negro intenso, impidiendo ver a través de ellos a los ocupantes del vehículo. Arthur lo observó irse hasta que desapareció de su vista. Fue el turno de James de recostarse en la grama, con los brazos debajo de la cabeza, dejando expuestas sus axilas empapadas de sudor. Arthur se giró hacia él, teniendo varias preguntas que hacerle con respecto al nuevo niño. Su hermano había cerrado los ojos y por más que le habló, lo que obtuvo fue un corto gruñido. Se quedó en silencio y se recostó a su lado, hasta escuchar el primer ronquido. Se había dormido y lo había dejado en vela con todas sus dudas sin ser aclaradas. Arthur se levantó, entró en la casa y fue a darse un baño. Hoy estaba exhausto, veía improbable que se le antojara dar su recorrido por el bosque mágico. Mientras se vestía en su habitación, les dijo a sus hadas que fueran por él para cerciorarse que sus amigos estuvieran bien.
Su padre estuvo de buen humor toda la noche desde que Arthur le relató la tarde fraternal que habían tenido James y él. Cocinó con júbilo, cosa que no evitó que el platillo fuera incomestible y más cercano al negro hollín. Como entendió la expresión en las caras de sus dos hijos, fue condescendiente y llamó a la pizzería más cercana, pidiendo dos de tamaño familiar. Arthur se sintió apenado porque su padre parecía darlo todo de sí, y en realidad su comida sabía bien si uno no se detenía en apreciar los sabores. James soltó con voz satisfecha que había sido la mejor comida en siglos, desde que su madre se había ido. Desde esa vez, la cena a menudo la tenían fuera de casa. Arthur adquirió un gusto especial por las hamburguesas y las papas gritas, que su padre intentó contrarrestar aumentando sus visitas a restaurantes italianos y chinos.
También comían como los reyes cuando visitaban a su madre, que se había comprado un pequeño apartamento en Southwark. Ella cocinaba para sus cinco niños, y a Arthur le gustaba imaginar que volvían a ser una familia unida, numerosa y escandalosa. Los gemelos aprovechaban para molestarlo como para compensar el tiempo que no se veían, mientras que Haydn brincaba a los brazos de James y no había quien pudiera separarlo, ni siquiera los bruscos cariños que James, enternecido, le dedicaba al pequeño. A Arthur le sorprendía la capacidad de aguante de su hermano menor, preguntándose si no sería él, en cambio, un verdadero llorón, como le decía James cada vez que terminaba humillado y dominado por su fuerza bruta.
Su padre solía llevarlos de excursión, primero a los tres mayores y luego a Arthur, cuando cumplió los diez años y fue considerado acto para el duro trayecto. A su padre le encantaba pasar las noches a la intemperie, en lo más profundo que pudiera internarse en las montañas, comiendo comida enlatada. A sus hijos les encantaban la aventura, pero se le sumaba su amor por la comida chatarra y la comida de su madre amorosamente puesta en envases de plástico.
La infancia de Arthur transcurrió con normalidad. Peleaba y se reconciliaba con James todas las semanas, había mejorado tanto en fútbol que había logrado entrar a un equipo local, su madre se había empeñado en que aprendiera a limpiar, coser y a cocinar porque todo hombre debía estar preparado hoy en día para las tareas del hogar; para lo primero Arthur aprendió a escabullirse en las horas de limpieza familiar, y por un tiempo funcionó, hasta que James decidió que había tenido suficiente de descarada viveza y lo golpeaba sin miramientos cuando se aparecía por la casa, desde entonces cooperó sin ocultar su pereza; para lo segundo demostró unas habilidades insospechadas, pronto hizo pequeños trajes para sus hadas y, cuando obtuvo más experiencia, suéteres y bufandas que le sirvieran al cuerpo de un duende, James y los gemelos se burlaron de sus "manos de niña", y Arthur guardó sus creaciones como si ocultara drogas en un hogar atestado de policías. Para lo último fue un desastre sin precedentes, emulando las cualidades culinarias de su padre y de James. El destino parecía querer que vivieran alimentándose en otros sitios, ya fuera restaurantes (su padre jamás consiguió que amara la comida italiana) o establecimientos de comida rápida.
Siguió siendo un chico solitario, más dado a relacionarse con la familia y sus amigos mágicos, que con niños de su edad. En el equipo de futbol había un niño que insistía en hablarle, Arthur lo trataba con distancia. Pronto entendió que el niño era dado a hablar sin parar de cualquier tontería, rompiendo el silencio que el resto del equipo solía formar. También había otro chico que le agradaba sólo porque solía ser callado y hablar lo necesario, nunca intimaron ni mostraron interés en ser verdaderos amigos, y a Arthur le tranquilizó muchísimo. Tenía una hermana menor que solía darle embarazosos abrazos y besos y tomarle de la mano sin que Arthur tuviera la voluntad de rechazarla, o sin saber cómo vencer la rigidez de su cuerpo cada vez que sucedía. James no había tardado en considerarla su novia. También siguió viendo al niño que visitaba a su vecina esporádicamente. Arthur lo veía bajarse del carro y luego irse, sin el mayor interés. El niño parecía tan asocial como él, llegaba a salir de aquella casa únicamente para partir. Nunca jugaba afuera.
Por eso se sorprendió al encontrárselo un día en la cerca de madera que limitaba una casa con la otra, arrancando un puñado de las flores de su padre. Arthur se indignó ante tal atropello, ¡era propiedad privada, ni más ni menos! Y su padre se esforzaba por mantenerlas bonitas y los únicos con derecho a destrozarlas eran James y él, por ser sus hijos. Las mejillas se les pusieron rojas por el enfado, caminó sin cuestionárselo ni un segundo hacia el malhechor, con la intención de recuperar sus flores.
-¡Hey, detente allí! –le gritó cuando el niño se dio media vuelta y comenzó a alejarse con el botín en las manos.
El niño lo escuchó. Se sobresaltó ante su voz, se detuvo en seco y luego reemprendió su retirada, como si hubiera preferido ignorarlo. Arthur se indignó mucho más.
-¡Tú, no te he dicho que puedas moverte! –exclamó.
El niño siguió ignorándole, llegando hasta el centro de su propio jardín y sentándose en él, cruzando las piernas. Arthur comprendió que sólo las estaba deshojando cuando el niño tiró despreocupadamente el primer tallo a su lado, ya completamente desvestido de sus pétalos. Arthur ya no estaba molesto tanto por el hurto de las flores como por el hecho de ser tan poco importante en la atención del niño. Brincó la cerca y se encaminó en su dirección, sin tener una idea clara de lo que haría para darle su merecido. Cuando estuvo frente a frente, se lo encontró en una especie de extraño juego que sólo consistía en quitarle los pétalos a la flor, una por una; con la última se encogió de hombros y emitió un largo suspiro, con una expresión cercana al dolor. A su lado había un bastón pequeño cuyo diseño Arthur nunca antes había visto, y una cesta de mimbre completamente vacía, cuya utilidad quedaría en el misterio.
-¿Qué se supone que haces? –le preguntó Arthur, intrigado. Y todavía molesto, porque el niño seguía empeñado en hacer como si no existiera.
El niño se sobresaltó y aferró posesivamente las flores que aún le quedaban, con ambas manos.
-Ça ne te regarde pas. Va-t'en, personne ne t'a donné la permission de vernir ici –le apestó.
Tenía una voz suave pero sin duda alguna masculina. Arthur pensó que le había ganado una a James, aunque no hubieran apostado nada por conocer el género del hijo de su vecina, Arthur se lamentó en silencio, hubiera podido obtener una ganancia de ello, tal vez su ración de postre en la próxima salida o el ordenarle que golpeara a Liam y a Lorcan. Y estaba, además, el hecho de que parecía hablar en un idioma extranjero que estaba seguro haber oído antes por la televisión, tal vez así fuera el inglés americano del que tanto se quejaba la gente.
-Tú has robado mis flores, vengo a recuperarlas –le repuso.
-Son en mi jardín, ce sont à moi.
-Las arrancaste de mi jardín para traerlas al tuyo.
-Pour ça, ellas están vueltas mías.
Arthur ignoró la falta de sentido de su afirmación, porque no podía creer que tanta impertinencia pudiera ser posible. Apretó los puños, queriéndole advertir al niño lo que le iba a esperar si insistía con la misma actitud.
-¿Tú estás aún más aquí? Parce que je t'ai dit de t'en aller… Adiós –dijo el niño, haciendo caso omiso de la advertencia de Arthur-. Adiós.
-Yo hago lo que yo quiera.
Arthur arrebató las flores de las manos del niño; éste intentó seguir manteniéndolas bajo su poder, pero Arthur no se había criado entre cuatro hermanos sin convertirse en un experto en peleas, incluso cuando no fuera el más fuerte de sus hermanos, el más alto o el más ancho (todo esto lo era James). El apoderarse de las flores fue bastante fácil, sin desmerecer el sabor de la victoria. Arthur se las restregó en la cara al niño, quien fue lento en responder y cuando estiró sus brazos ya Arthur se había alejado unos cuantos pasos. El niño se levantó del suelo, apretando los puños y los dientes por la rabia contenida.
-Vamos, intenta recuperarlas, ¿o acaso te vas a poner a llorar? –se burló Arthur, recordando las palabras que James solía decirle en muchas de sus peleas donde él le llevaba una ventaja catastrófica.
Y luego de esas palabras Arthur solía levantarse y arremeter contra la dureza de una piedra que era su hermano mayor, sin mayor éxito que el haberse rendido únicamente al quedar agotado. Arthur esperó que el niño se le abalanzara, y se preparó para recibirlo. No contó con que permaneciera inmóvil, sin moverse ni un milímetro hacia él ni dar la impresión de hacerlo en cualquier momento. El niño ni siquiera miraba en su dirección, Arthur pensó que algo iba mal.
-¿Entonces me las quedo yo? –insistió Arthur.
-Sí, tú puedes –respondió; pero Arthur supo reconocer la rabia en su voz. Era la misma rabia en la suya cada vez que James o los gemelos le ganaban, pero en esos casos él al menos había luchado, no se había rendido con facilidad, dando la batalla por perdida sin mover ni un músculo.
-Pero si tú las quieres –repuso Arthur.
-No –el niño se volvió a sentar, reposando la mejilla en su palma derecha-. Mais ces fleurs sont affreuses.
Arthur decidió que lo que el niño decía no tenía sentido, no por entenderlo sino por la cara de profundo asco que había puesto. Y lo detestó, porque sin duda las flores de su padre eran muy bonitas y sólo James y él tenían el derecho para criticarlas. Aquel niño era un imbécil y tenía unas ganas terribles de patearlo hasta hacerlo llorar, no debía ser difícil. Arthur se planteó lanzársele encima, pero un rápido pensamiento lo detuvo, la certeza de que no estaba bien, incluso cuando James y los gemelos le habían hecho lo mismo incontables veces. Tiró las flores al suelo, sin ocurrírsele una mejor idea.
-Ya que te portaste tan bien, te las dejo –dijo Arthur -. Pero para la próxima deberás pedirnos permiso, a mi hermano y a mí. Si no, lo lamentarás, estoy hablando en serio.
Arthur se sintió exuberante cuando promulgó su advertencia. Luego, se retiró, saltó la cerca y volvió a su jardín. Retomó su atención en el niño, para ver qué haría. Arthur se moría de ganas de verlo llorar. Su deseo se hizo realidad al distinguir un espasmo que no había podido reprimir. Lo observó llorar, preguntándose cuándo sentiría la satisfacción que James solía mostrar al minuto de tirarlo al piso, triunfante. Arthur nunca la llegó a sentir, o acaso no supo reconocerla, confundido por el niño, quien por fin se había acercado a las flores después de tantear el terreno con las manos.
Las destrozó sin piedad.
Notas finales:
¡Hola a todos! (los que consiguieron llegar hasta el final XDU) Espero les haya gustado el capítulo. Hace poco tiempo vengo planeando esta historia. La verdad, me apetecía trabajar a Arthur y a Francis en un universo alterno y más siendo niños, porque el preslash es de un dulce maravilloso :) Y sí, tengo dos historias en curso, pero una de ellas acabará pronto y no planeo que El ensueño sea largo. No tanto como Crónicas.
So, algunas cosas que hay que aclarar:
1.- Los nombres de los hermanos de Arthur los tomé de los OC hechos por LJ-Candesceres. Me gustan muchos sus dibujos y en especial su Escocia, no imagino ninguno más que no sea ese grandote fortachón.
2.- Sí, Francis hablará francés y por extensión un muy mal español –o inglés, si a ver vamos-. No creo haber leído en otros fics algo semejante, generalmente sólo hablan en el otro idioma y hay palabras random y todos se entienden muy felices. So, quiero experimentar con la idea.
3.- La trama del fic se me ha ocurrido con un comic pequeño sobre ellos, extremadamente ooc pero muy bonito. Yo intento mantener el IC, pese a ciertos cambios que ya ustedes notarán.
4.- Si deje algo por aclarar, ¡lo siento! Suelo tener la cabeza en las nubes y olvidar las cosas importantes.
Las frases en francés:
Ça ne te regarde pas. Va-t'en, personne ne t'a donné la permission de vernir ici. – No te importa. Lárgate, nadie te ha dado permiso de venir acá.
Ce sont à moi. – Son mías.
Pour ça – Por eso.
Parce que je t'ai dit de t'en aller – Te he dicho que te fueras.
Mais ces fleurs sont affreuses – Si son unas flores espantosas.
