Fingertips.


"Recuerdo aquel momento, tú y yo fuimos una última dicha de verano. Fue uno de esos instantes que pasan y se deslizan pero que tú sentirás siempre en ti, desde tu corazón hasta la punta de tus dedos…"*

Fingertips, OneRepublic.


1. History maker

El joven del cabello oscuro portaba unos lentes que ocultaban el brillo de sus ojos marrones mientras miraba por la ventana. La nieve caía sobre los retoños de los cerezos que ya habían empezado a brotar y aunque aquella era una vista insólita para un día de abril el clima helado era de verdad: estaba nevando en primavera.

El muchacho soltó un suspiro lleno de desgana sabiendo que eso solo significaba trabajo extra y se quedó contemplando la fría y gris mañana que le había dado la bienvenida al mundo. Suspiró, no pudo evitarlo. Suspiró pensando en lo mucho que su vida había cambiado en esos últimos años.

Desde que era pequeño, él solo había tenido un solo sueño en la vida: hacer historia.

Aunque no sabía cómo lograrlo, su corazón le decía que estaba destinado a hacer que los ojos de todas las personas del mundo voltearan a mirarlo, podía sentirlo en su corazón. Y para un niño nacido en uno de los rincones más olvidados de Japón, aquello, más que un sueño, resultaba la más grande de todas las locuras.

Su nombre era Yuri Katsuki, y una mañana de invierno, debajo del castillo ninja de Hasetsu, ese sueño mil veces pensado, empezó a dibujarse en la blanca superficie de la pista de hielo donde una pequeña niña danzaba sobre afiladas cuchillas una canción que Yuri no escuchaba y que sin embargo, podía sentir en los delicados movimientos de aquella pequeña que parecía estar lejos, muy lejos de las calles de aquel pequeño pueblo.

La música al compás de la cual se movía el cuerpo de la pequeña parecía nacer de dentro de ella, era algo que parecía venir desde el alma misma y que después, se trasladaba a todos los que estaban mirándola entrando por los ojos, calando hondo en el corazón, haciéndose presente incluso en cada una de las puntas de sus dedos y al ver la sonrisa tranquila que ella lucía, Yuri quiso estar en aquel lugar también.

Fue así como el pequeño Yuri conoció a Yuko, su primera amiga, la persona que le hizo descubrir el patinaje y quien siempre lo había animado a perseguir su sueño sin decirle que todo era una locura. Fue así como aquel primer día, ella le sonrió con ternura al ponerle los que serían los primeros patines de su vida. Fue así como Yuri sintió la magia fluyendo a través de él, desde la afilada cuchilla que dibujaba mil historias sobre la pista, subiendo por sus piernas que al principio temblaban de miedo, de emoción y de frío pero que después se afianzaron al hielo como si hubieran nacido precisamente para eso.

Porque era así ¿verdad? Yuri Katsuki había nacido para vivir en el hielo, para soñar en él, para encontrarse ahí cada tarde con su sueño.

Bien era cierto que el pequeño Yuri entrenaba a diario, primero como un mero pasatiempo y después, cuando los ojos de un entrenador caza talentos se posaron en él, el patinaje pasó a ser parte de su vida diaria. Cada día se levantaba temprano para terminar con sus deberes en el hotel de aguas termales del que su familia era dueña, iba corriendo a la escuela primaria y después de comer una de las raciones extra grandes del famoso Katsudon de su madre, Yuri corría al Ice Castle de Hasetsu para encontrarse con su primer entrenador, el que lo llevó a su primer campeonato nacional junior, el que después lo presentaría con Celestino Cialdini, su último entrenador, el entrenador al que él había dejado ir cuando las cosas en casa empezaron a ponerse difíciles.

Y es que, todo mundo te dice que te atrevas a soñar en grande, que no hay límites para alcanzar ninguna de tus ambiciones si luchas con todas tus fuerzas, que querer es poder, que la vida siempre recompensa a los que luchan y se atreven y aunque aquello había resultado cierto para Yuri, hubo un día en el que sencillamente la vida se puso demasiado horrible como para seguir siendo optimista. Llegó un día en el que sus sueños en la pista se diluyeron y le dieron paso a una realidad para la que nadie lo había preparado.

Bien era cierto que Hasetsu no era el lugar indicado para los turistas, las playas de aquel pequeño pueblo no tenían el mismo atractivo que las luces y el aura cosmopolita de Tokio, por ejemplo. Así que, de buenas a primeras, la crisis financiera y la imposibilidad de sostener un sitio destinado a la diversión de turistas que jamás parecían llegar a la ciudad acabó con el patrimonio de la familia Katsuki, quienes debieron ceder los derechos de Yutopia, el lugar de aguas termales que habían dirigido toda la vida, a una institución financiera que, a pesar de arrebatarles lo que significaba el patrimonio de generaciones y generaciones anteriores a ellos, dejó que se quedaran al frente del lugar bajo las ordenes de un nuevo dueño que tenía los recursos, pero no el tiempo para manejar un lugar así.

Fue por ello que los Katsuki pudieron quedarse en el mismo lugar en el que habían crecido. Yuri y Mari, su hermana, seguían trabajando en aquel lugar pero debido a las exigencias del nuevo dueño, las tranquilas y hogareñas aguas termales se convirtieron en un centro de diversión desmedida al que los más jóvenes provenientes de otras ciudades solían ir a emborracharse y a perder la cabeza sabiendo que nadie les pondría trabas. Yutopia era ahora el lugar indicado para perder la conciencia y todas las inhibiciones sabiendo que nadie lo recordaría ni lo reclamaría al día siguiente. Yutopia, antes un lugar de descanso y relajación, era ahora un rincón que escondía la promesa de placer sin límites.

Las antiguas salas de banquetes se habían convertido en un centro desnudista en toda regla, cosa que Toshiya Katsuki, el padre de Yuri, se había negado a tomar bajo su cargo, así que Mari tomó las riendas del asunto sin darle tanta importancia. Ella sabía que con el nuevo dueño uno no podía andarse con remilgos: él era quien tenía el dinero lo que equivalía a decir que aquel hombre que no había estado en Hasetsu más de dos veces en los últimos años, tenía la razón. Después de todo, Mari se había encargado de hacer que aquel centro nocturno fuera solamente un show del tipo "ver pero no tocar", y aunque aquello acallaba su conciencia por las noches, no podía evitar sentirse triste por el modo en el que las cosas se habían desmoronado para sus padres y sobre todo, para su hermano pequeño.

Con casi 18 años, Yuri había tenido que renunciar al entrenamiento y a las competencias profesionales. El año anterior a la quiebra de las aguas termales, Yuri había sido el patinador estrella de Japón, se había logrado colar al Grand Prix Final quedando alejado del podio por solo un lugar, solo detrás de leyendas del patinaje como Christophe Giacometti, Georgie Popovicth y el mismísimo Victor Nikiforov quien había sido el ídolo de Yuri desde que éste había descubierto su amor por el patinaje. Y aunque todo mundo le había augurado un futuro prometedor a aquel silencioso pero talentoso japonés que se había hecho camino en un deporte difícil y exigente como el patinaje artistico, aquel cuarto lugar había sido la cumbre más alta que Yuri había podido alcanzar.

Porque después el dinero empezó a escasear, así como el personal que ayudaba en Yutopia mientras él recorría el mundo al lado de Celestino. Sus padres y su hermana trataban de hacerle pensar que todo estaba bien, pero él sabía que no era así. La voz de su madre se quebraba cada vez que hablaban por teléfono y Mari cambiaba el tema de conversación cada vez que Yuri preguntaba por qué su padre no estaba en Hasetsu. Algo andaba mal y cuando, después de decidir saltarse el banquete posterior al Grand Prix Final para volver cuanto antes a casa, el chico finalmente pudo contemplar lo que su familia había tratado de ocultarle, Yuri se dio cuenta de que las cosas no estaban mal: aquello era decir poco, todo era un desastre.

Su madre y hermana lucían más delgadas que de costumbre, su padre, siempre sonriente y parlanchín solía encerrarse en su austera oficina al final del recibidor de las aguas termales negándose a explicarle a Yuri una tragedia que era imposible de ocultar. Y aunque todo mundo le había dicho que no había nada de lo cual preocuparse, aunque todos le dijeron que debía seguir patinando, Yuri decidió hacer una pausa en una carrera y en un sueño que todos los medios japoneses e internacionales, dijeron se terminaba sin haber siquiera comenzado.

Y aunque renunciar al único sueño por el que había luchado su vida entera era doloroso, Yuri sabía que no podía continuar con su vida sabiendo que su familia estaba pasándola tan mal. Así que sin importar los clamores del mundo quienes lo habían llamado desde mediocre hasta cobarde y estúpido por haberse retirado en lo que era la edad idónea para competir de cualquier patinador, Yuri se quedó en Hasetsu, tomando en línea un curso como entrenador infantil de patinaje que le ayudó a no alejarse del todo de su amada pista de hielo. Él sabía que aquello era lo único que podía tener, que quizá la historia que él tenía que escribir era un poco menos impresionante de lo que había pensado siendo niño.

Al menos había sentido lo que era competir al lado de los mejores del mundo.

Al menos había patinado en el mismo hielo que Victor Nikiforov como se había prometido una y otra vez desde la primera vez que lo viera patinar y al pensar en ello, el corazón de Yuri se contrajo en un latido doloroso al recordar que durante el Grand Prix Final, ni siquiera había podido hablar con él porque los nervios eran demasiados y estar ahí, al lado de aquel hombre joven y endemoniadamente apuesto, estar cerca de aquel hombre de ojos azules y fino cabello gris había sido demasiado. Yuri había colocado a Victor en un pedestal inalcanzable, Victor era como la estrella más brillante de un firmamento lejano al que él jamás tendría acceso. Y a veces, aunque uno pueda sentir que las estrellas están al alcance de nuestras manos la realidad se impone y recordamos que algunos astros no son nuestros por más que nuestros ojos se llenen de su luz.

Victor… Susurró Yuri sin darse cuenta y en ese justo instante recordó que seguramente el patinador ruso estaría ya en Japón. La final del campeonato mundial sería en menos de una semana y después de ello, Victor había anunciado que llevaría a cabo una concentración especial para novicios y patinadores junior en algún centro de patinaje de aquel país. La ciudad que el astro Ruso del patinaje había elegido era todo un misterio aún pero una incomprensible sensación de anhelo aquejaba el pecho de Yuri al pensar que él y Victor estarían, una vez más en el mismo país. Sí, aquel era un pensamiento patético pero al abandonar su sueño, la estrella lejana que era Victor se había alejado más, simplemente más.

Yuri suspiró una vez más y alejándose de la ventana, se preparó para lo que sería un día largo de trabajo, pero quizá aquella noche podría dormir temprano si no había clientes a los cuales atender en el salón especial en el que solía trabajar a pesar de que al inicio de todo su familia se había negado rotundamente a que el hijo menor fuera parte de aquello.

Pero para Yuri solo era un trabajo más. Simplemente un trabajo más. Bailar en la pista, bailar sobre las mesas o alrededor del tubo que el nuevo dueño del lugar había puesto ahí, era lo mismo. La maestra Minako, su profesora de ballet le había enseñado además a bailar casi cualquier ritmo desde pequeño y el cuerpo flexible de Yuri podía adaptarse a las nuevas exigencias de aquel trabajo que había empezado simplemente como resultado de una borrachera épica. Yuri jamás había podido controlarse debidamente después de haber bebido y aquella noche de vasos ininterrumpidos de sake no había sido la excepción y al estar completamente ebrio había empezado a bailar como el mejor bailarín exótico de todo el país y aquello a las clientas – y uno que otro cliente- les había encantado.

Y aunque la naturaleza más bien tímida de Yuri, aunada a aquellos problemas con la ansiedad que siempre le habían hecho fallar los saltos en sus rutinas de patinador, hacían que fuera necesario beber un poco antes de salir al salón y presentar su rutina nudista, algo que todos sabían él hacía pero que las personas que lo estimaban de verdad se encargaban de callar, no porque se avergonzaran de él sino porque no era necesario hablar de algo que no hacía feliz a Yuri ni a nadie.

De cualquier modo, al día siguiente Yuri no solía recordar nada, los rostros y las voces se confundían dentro de su cabeza. Los turistas eran siempre los mismos, no importaba quien lo viera, nadie lo conocía. Nadie sabía que aquel intrépido bailarín que solía seducirlos a todos había sido una vez un prodigio del patinaje artístico sobre hielo. Y a nadie le importaba. Además, aquel show dejaba buenas ganancias, más de las que todos pudieran imaginarse. En una noche de presentación Yuri podía ganar todo el dinero que ganaba en un mes como profesor de patinaje para niños.

Y la familia Katsuki necesitaba aquellos ingresos, los necesitaba como fuera. Y si Yuri tenía que seguir bailando diez años más para poder volver a recuperar Yutopia y devolvérsela a su padre así lo haría, nadie podría detenerlo, esa era la historia que Yuri quería escribir ahora.

-Buenos días, Yuri- dijo una cansada voz femenina una vez que el joven llegó a la cocina.

-Buenos días, Mari- dijo él tomando la taza de té que su hermana le tendió- ¿Quieres que me encargue de la nieve antes de ir al Ice Castle? Yuko acaba de enviarme un mensaje y al parecer no tendremos más alumnos que Axel, Lutz y Loop hoy, todos los demás padres han cancelado a causa del clima.

-No te preocupes, yo me encargo…- dijo Mari un poco distraída, cosa que no pasó inadvertida para Yuri.

-¿Pasa algo?- dijo el joven del cabello oscuro mirando fijamente a su hermana.

Mari demoró un poco su respuesta. Ella no sabía por qué aquello le resultaba un tanto penoso de decir.

-Un par de extranjeros acaban de hacer una reservación para dentro de una semana, el hombre con el que hablé me dijo que son solo él y su mejor amigo. Han pagado la reservación completa del salón sin embargo, así como la cuota de todo el lugar. Quieren el hotel para ellos dos solos- dijo Mari con una sonrisa tensa-. Al parecer planean quedarse aquí una temporada, pero han pedido una cena especial de bienvenida con un show de… bueno…

-¿Yo?- dijo Yuri quien no pudo evitar sonrojarse ante la idea de bailar ante solo… hombres.

-No tienes que hacerlo si no quieres…- dijo Mari sabiendo que de cualquier modo no tenían opción, él era el único bailarín masculino del lugar.

-No te preocupes- dijo el joven suspirando con algo de cansancio, olvidándose de la promesa de dormir temprano que la nieve le había hecho. Después de aquella noticia, era casi seguro que la ansiedad que la próxima visita de aquellos huéspedes extranjeros le causaría no lo dejaría dormir.

-Lo siento, Yuri…- dijo Mari sin poder evitar sentir la misma impotencia que había sentido aquellos cinco años, para ella era injusto que un talento como el de su hermano se desperdiciara entre las paredes de aquel maldito salón. A Mari le dolía verlo bailando entre un montón de borrachos en vez de verlo deslizándose por la pista, creando música, creando historias que todo el mundo era capaz de sentir.

-No hay nada que sentir, hermana- dijo Yuri bebiendo un sorbo de café-. Si ese par de extranjeros son tan ricos como pagar todo el salón y las habitaciones para ellos solos, quizá puedan aportar a nuestros ahorros y la misión "Rescate de Yutopia".

Mari sonrió, pero no dijo nada. Era increíble la fuerza que su hermano pequeño tenia a pesar de todo. Aunque a veces la presión era mucha y Yuri terminaba destrozado, intentando controlar la ansiedad y la depresión que solían venir a atacarlo sin previo aviso, después de la tormenta y de la oscuridad siempre regresaba aquel muchacho tranquilo y sonriente que salía a patinar cada mañana diciendo que se había cansado de estar deprimido. Esa era una fuerza que Mari admiraba y que siempre admiraría en su pequeño hermano de 23 años.

Los dos Katsuki se quedaron callados, cada uno de ellos perdido en sus pensamientos, deseando que algo cambiara y aun así, sabiendo que quizá no cambiaría, que no todo era sencillo, que a veces por más que uno deseara que el mundo cambiara en un solo instante, éste no lo haría por el solo deseo de sus corazones.

Y es que ninguno de los dos sabía que sus vidas estaban a punto de cambiar por completo.

Ninguno de los dos sabía que a veces la vida era como un libro, un libro en el que después de vivir varios capítulos malos, también tenía algunos capítulos buenos por descubrir.

Y para Yuri había llegado el momento de cambiar de página y empezar a descubrir que algunos sueños que parecen perdidos, simplemente se tomaron una pausa necesaria para poder regresar con toda su calidez en un solo instante.

Pero Yuri Katsuki no sabía que dentro de una semana, bajo el amparo de otra fría noche de abril los ojos de la persona que se había convertido en su mundo en los últimos años, los ojos de ese ídolo lejano y casi irreal, volverían a posarse en él y solo en él.


-Venga Vitya, alegra esa cara- dijo Christophe al ver el gesto serio de su mejor amigo.

Los dos hombres acababan de bajar del avión que los había llevado de la capital de Japón a aquel modesto aeropuerto que era solamente la antesala de un viaje un poco largo para el gusto de Victor Nikiforov.

-¿Estás seguro de que no hay otro modo de llegar a Hasetsu más que en tren?- preguntó Victor con gesto cansado.

Ganar el quinto campeonato mundial de su carrera había sido agotador, sus músculos todavía protestaban por el intenso esfuerzo al que los había sometido aquella temporada, y no sólo eso: Victor estaba cansado después de 20 años consecutivos de vivir, respirar y existir para el patinaje artístico, por eso no podía sonreír con la energía que lo caracterizaba. Sí, era un hecho que él había cambiado la historia, de que la había escrito y vuelvo a escribir a su antojo, que por muchos años no se volvería a hablar de alguien más que no fuera él, el héroe de Rusia, Victor Nikiforov, el príncipe del hielo. Lo que no sabían sus admiradores, o más bien lo que les encantaba pensar a todos era que él no era humano y que por tanto, no tenía derecho a sentirse cansado.

Y Victor no solo estaba cansado, estaba realmente agotado física y emocionalmente.

-Dijiste que querías quedarte en el lugar más alejado de Japón antes de volver a Sapporo para la concentración de verano de Junio- dijo Christophe con calma-. Bueno, pues allá vamos, al rincón más lejano de Japón…

-Te tomas todo muy en serio, Chris- dijo Victor con una sonrisa cansada pero llena de agradecimiento- ¿Estás seguro de que no vas a morir de aburrimiento? Debiste quedarte en Tokio, es más tu estilo.

-¿Y dejarte aquí solo pensando en retirarte?- dijo Chris haciendo que la sonrisa de los labios de Victor desapareciera tan rápido como había llegado-. Ok, ok, nada de hablar del futuro aún, sé que decidirás todo después…

-Sí, después…- dijo Victor apartando los ojos de su amigo de cabellos rubios y castaños, y aquella sonrisa sexy que solía derretir el hielo en cada presentación.

Después…

La verdad era que Victor no tenía la más remota idea de lo que vendría después. Sí, era cierto que había preparado las rutinas de la próxima temporada, era cierto que la gente esperaba que él siguiera siendo aquel hacedor de historias extraordinarias que era pero él… él no estaba seguro de lo que quería hacer en realidad. Solo sabía que estaba cansado y que toda la inspiración que antaño lo había llenado se había escapado de él de algún modo en algún momento del camino.

Victor necesitaba reencontrarse con eso, reencontrase una vez más con aquello que había hecho que se enamorara del hielo y de su música blanca desde que era niño. Victor necesitaba recordar aquel amor, reencontrarse con él, volver a sentirlo, volver a sentir que estaba haciendo lo que él amaba y no solo lo que los demás querían que hiciera. Victor Nikiforov, el príncipe de hielo necesitaba encontrar de nuevo aquella chispa que había hecho que sintiera que una pista de hielo era el único lugar donde su corazón podía sentirse vivo.

-Tenemos que recoger a Maccachin antes de tomar el tren- dijo Chris sacando a Victor de sus pensamientos-. Llegaremos a Hasetsu en unas horas, podrás relajarte en las aguas termales un rato y en la noche, fiesta a cargo de tu mejor amigo ¿Qué opinas?

-A Maccachin van a gustarle las aguas termales- dijo Victor obviando el tema de la fiesta que, conociendo a Chris, de seguro sería alocada y salvaje-. Voy a tomarte mil fotos, lo prometo…

Chris sonrió sabiendo que Victor necesitaba un descanso largo antes de volver a pensar en el futuro. Él sabía que su mejor amigo tenía muchas cosas que pensar antes de volver a entrenar para la próxima temporada y el fantasma del retiro de Victor seguía ahí, persiguiéndolos.

Eso era una idea que a Christophe no le agradaba demasiado ya que si Victor se iba, él pasaría a ser parte de los veteranos de la próxima temporada a pesar de no tener sino 25 años. Pero aquella era la maldición que pesaba sobre todos los patinadores del mundo: todos eran estrellas efímeras, brillantes sí, sumamente hermosas, pero destinadas a despedirse del hielo muy pronto.

Los dos hombres se encaminaron a recoger al fiel y enorme poodle que era la mascota de Victor antes de tomar el tren que los llevaría a aquel rincón de Japón donde la vida los sorprendería de un modo totalmente inesperado.

Porque Victor Nikiforov no sabía que toda la inspiración que estaba buscando se encontraba en aquel lugar desconocido al que Christophe lo llevaba.

Victor no sabía que aquella noche, sus ojos azules se encontrarían de nuevo con aquel sentimiento esquivo que había estado presente en sus coreografías año tras año.

Victor no sabía que además del amor por el patinaje, muy pronto se encontraría con esa clase de amor que jamás se había planteado vivir ni conocer, la clase de amor que sus pies sobre el hielo parecían estar persiguiendo siempre.

Él no sabía que encontraría aquel amor del que todos hablan y esperan conocer en los ojos de la persona menos esperada del universo…


NDA:

*La versión original de la canción de la cual extraje las frases del inicio es la siguiente: "I remember us we were a late summer bliss one of those moments that just slip but you feel it from your heart to your fingertips...". Es una canción preciosa de OneRepublic llamada "Fingertips" y recomiendo que la escuchen porque ella fue la causa de la inspiración de esta historia :) La traducción de la frase anterior es mía.

*Hola a todos¡ Asumiendo que haya un todos, espero que puedan darle una oportunidad a esta historia que me dio demasiadas vueltas en la cabeza como para no escribirla. No sean tímidos y díganme qué opinan ;)

*Nos leemos en el siguiente si así lo quiere el destino y por destino me refiero a ustedes ;D