Primera publicación: 15 de Marzo 2013
Resubida: 08 de Noviembre 2017
"El miedo es el peor obstáculo cuando se presenta la oportunidad de cambiar tu vida para siempre"
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Prólogo
Cobarde
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Ahí estaba parado él: el famoso entrenador Pokémon de veinticinco años, cabello oscuro corto con un leve mechón que caía sobre su frente hacia el lado izquierdo, piel bronceada y ojos en un tono caramelo, herencia sin dudas de su adorable madre, Delia. Estaba acostumbrado a ser el centro de atención, siempre bien vestido, siempre galante, siempre con una linda muchacha adornándole el brazo derecho. Su alocada vida sentimental lo había convertido en la comidilla de las revistas Pokémon y él lejos de importarle, seguía con la vida «Cosmopolita» recorriendo el mundo ya por tercera vez. Como si buscará algo más que el simple título que exhibía en la gran vitrina que tenía en su departamento.
Ahora, estaba conteniendo el aire mientras miraba como los otros invitados se devoraban con la mirada aquella figura femenina, esa mujer que debía pasar el metro setenta, su piel tan clara, aquel esbelto cuerpo que conocía tan a la perfección no había cambiado en esos siete años -tiempo que no la veía- Sus ojos verdes, mezclados con un profundo azul -así como el bello mar que tanto ama- estaban enmarcados por el volumen del flequillo naranja, el resto de cabellera estaba tomado en un moño desprolijo que dejaba caer varias mechas convertidas en bucles.
Aunque se veía maravillosa en aquel majestuoso vestido morado de strapples largo, se odiaba por no poder prohibir las miradas lascivas sobre ella.
Pero ella se veía feliz, esa enorme sonrisa en sus labios era la mayor prueba de que no vivía amargada ni encerrada en los rincones como él pensaba.
Apretó el tallo de la copa de champagne que tenía en la mano derecha y se bebió el contenido de una sola vez.
«No es posible»
Pensó, sin poder creer lo que veía. Sabía muy bien que era una persona fuerte, siempre lo había sido. Pero él, había estado los últimos siete años atormentándose por la bajeza que había hecho con la que se suponía era su mejor amiga. Ella, la que le abrió su corazón, la que le abrió las puertas de su casa y de su vida. Y sin embargo, por cobarde, la dejó. La abandonó sin decir nada, solo dejando un papel en la almohada después de la noche que compartieron diciéndole un tonto: ¡Lo siento!
Un tonto «lo siento» que le acarreó miles de problemas. Recorrió regiones inexplorables, una que otra conocida, siempre tratando de huir. Siempre tratando de huir de Kanto, de mantenerse lejos de aquella mujer que amaba…
Porque sin dudas la amaba cuando la dejó. Esa fue la excusa que se auto dio cuando decidió hacerlo. Aquella relación con Misty lo estaba consumiendo, le estaba haciendo desear un futuro muy lejano al que él se había propuesto desde chico. «Viajar por siempre». En cambio, cada momento que vivía en esa relación, cada segundo lo hacía imaginar un futuro con una casa tranquila, una vida llena de amor con pequeños niños a los que inculcarle el valor y la amistad por los humanos y Pokémon. Era algo bello, pero no para él a sus dieciocho años. Se asustó.
Se odio por no tomar el valor suficiente para hablarlo. Pero era un cobarde. Por no ser capaz de echar raíces arruinó su vida; pero al menos parecía que la de Misty no. Pues –ahora- la veía carcajearse muy amistosa con uno de los invitados. Aquello le hizo apretar los dientes, tanto que rechinaron.
Estuvo a punto de avanzar hacia ella, cuando una mano lo detuvo por el hombro derecho.
—Ash —el mencionado volteó a mirar a la persona que lo detuvo. El alto hombre de tez clara y ojos marrones, se veía preocupado.
—Tracey —murmuró, moviéndose para que la mano de su amigo saliera de su hombro—, ¿Qué quieres?
—Déjala tranquila —le advirtió mirándolo, y luego observando a la pelirroja que seguía riéndose a más no poder con ese hombre de cabello castaño que él conocía muy bien.
—¿Desde cuándo anda con Gary? —dijo escupiendo las palabras con acidez.
—Misty no sale con nadie. Solo se ha dedicado a su gimnasio y a su carrera todo este tiempo.
—¿Ah sí? —preguntó con incredulidad, no podía creer que ella no hubiera estado con nadie todo ese tiempo. Pero algo le sorprendió—. ¿Carrera?
—Misty es ahora toda una maestra acuática —dejó de observar a la pelirroja y miró a su amigo, si es que podía llamarlo así después de todo lo que había hecho—. Trabaja en la Universidad de ciudad Azulona, es la profesora de la división de Pokémon de Agua. Trabaja con Gary, se han hecho buenos amigos. Pero nada más —dijo esto último con ímpetus para que el entrenador captara el concepto—. Claro, lo mismo no se puede decir de ti.
No tenía ni que decirlo para saber a qué se refería. Había implementado el mismo «Modus operandi» con todas las chicas con las que salía. Las disfrutaba pero cuando se aburría, les dejaba una nota y no volvía a verlas. Ninguna era ella, ninguna era —volvió a mirarla y a perderse mientras observaba sus gestos—, ninguna era Misty.
Lo que no se imaginó, fue que sus ojos se conectaran con los verdeazulados de ella. Quien pese a la sorpresa que estos reflejaron al inicio, no tardaron en darle una cálida sonrisa. Se disculpó con el investigador Pokémon, y se acercó rápidamente a Ash. Éste se vio abandonado de improvisto por Tracey quien debió esfumarse por la rapidez. Cuando Misty quedó a un paso de él, cerró los ojos imaginando que recibiría una cachetada por aquel acto de cobardía. Pero la cachetada nunca llegó.
—Estamos en público —le susurró ella—, nunca me rebajaría de esa forma.
El hombre abrió los ojos sorprendidos, Misty estaba frente a él, con los ojos cerrados y una sonrisa en sus labios, sin pizca de hostilidad, sarcasmo ni ironía. Sin dudas estaba sorprendido.
—No hay bronca Ash —le dijo, tras abrir los ojos y clavar su profunda mirada en la de él—, desde que acepté salir contigo sabía que algo así iba a pasar.
—¿Qué?
—Nunca me proyecté al futuro contigo, no podía —bajó la mirada y suspiró antes de volver a verlo—. No te preocupes por mí, he estado muy bien todo este tiempo. Ni siquiera fui capaz de derramar una lágrima.
«¡Misty!» Se escuchó detrás de ella.
—¡Ya voy! —contestó tras voltear ligeramente, y luego se volvió hacia Ash—. Es bueno saludarte y saber que no moriste por ahí. Aunque claro, las revistas no han dejado de hablar del "Don Juan" Ketchum —fue la primera vez que Misty regresó al tono sarcástico que él conocía—. Mis felicitaciones por todos los títulos que has conseguido en estos años —y tras una pequeña reverencia de cabeza, se dirigió hacia el lugar donde la llamaban.
«Nunca me proyecté al futuro contigo»
«Ni siquiera fui capaz de derramar una lágrima»
Aquellas frases no podían ser ciertas.
¿Acaso ella no lo había querido como le había dicho? ¿Acaso ella en ningún momento había imaginado las cosas que él imaginó? ¿Aquellas cosas juntos que lo hicieron alejarse de ella?
No podía sentirse peor.
Él sí había derramado un par de lágrimas sobre todo cuando escribió la nota, esa fatídica noche cuando descubrió que, si no se alejaba, iba a quedarse eternamente en Ciudad Celeste. Era obvio que su cobardía la iba a pagar cara, pero nunca pensó que de esa forma.
Ya no pudo seguir soportando esa fiesta de representantes de Kanto a la que se esforzó a ir por ser en el hall de su edificio. Entregó la copa vacía, salió del salón de fiestas y subió hasta el piso quince donde tenía su departamento. Buscó la llave y entró a oscuras. Pikachu se encontraba durmiendo en la canasta al lado de su cama, así que trato de no hacer mucho ruido.
—No sé qué es peor —susurró—, que me odie o que todo haya sido indiferente para ella.
Se dejó caer sobre la cama con los brazos extendidos. Sin dudas esto era peor que una tortura.
