Prólogo.

El Rey se paseaba alterado por toda la estancia. Había mandado llamar a su mano derecha para comunicarle la noticia. Tendría que ser así. No había marcha atrás.

Observó la ciudad que se erguía ante él a través del ventanal. La capital de su Imperio, ciudad que se postraba ante aquel Rey, siempre fuerte y poderoso, ahora preocupado y a la vez que enfadado con el destino por la decisión que había tenido que tomar.

Su esposa, la Reina, una mujer extremadamente bella, de cabello verdoso y ojos de un azul cristalino, yacía sobre un diván, mirando a la nada, suspirando pesadamente.

Llamaron a la puerta y el Rey Vegeta se detuvo. Su consorte se incorporó y se levantó lentamente del diván.

-¿Me habíais hecho llamar, majestad? –un guerrero de pelo oscuro y puntiagudo se quedó en el umbral de la puerta mientras hacía una profunda reverencia.

-Kakarotto, sabes porqué estás aquí, ¿verdad? –preguntó el rey. Su leal hombre no respondió, aunque debería haberlo hecho. Vegeta decidió no darle importancia, ante la situación que se planteaba. –Tu hijo ha sido acusado de alta traición y conspiración contra nuestra patria y el reino de Altace.

-Eso es una locura –respondió Kakarotto entre dientes. -¡El chico no tiene la culpa de sus sentimientos!

-Sentimientos que lo han hecho débil. Y que lo han llevado a querer cometer crímenes contra su pueblo y el pueblo de esa princesa a la que tanto dice amar.

-Sólo son dos jóvenes enamorados. Sé razonable. ¿No sientes tú amor por tu esposa? –gritó señalando a la mujer que, aunque silenciosa, allí estaba contemplando la escena.

-Es un amor legítimo. ¡Y no eres quién para compararlo!

-Soy tu siervo más leal, la persona que daría la vida por ti tantas veces fuera necesario. No puedes hacerme esto.

-Debo hacer esto. Esta tarde a la hora del crepúsculo será oficial. Gohan será condenado a muerte –sentenció.

Kakarotto supo que aquella conversación había terminado, pero antes de salir de la habitación, se deshizo de su armadura y la lanzó a los pies del rey. Le lanzó una última mirada cargada de odio. Vegeta comprendió que él había perdido a su más fiel compañero, y sobre todo, amigo.

Vegeta se dejó caer sobre el trono como un plomo. La Reina Bulma se acercó a él y se arrodilló, apoyando su cabeza en las rodillas de su amado rey.

-¿No hay otra forma? –preguntó.

-Me he partido la cabeza intentando buscar una solución. Pero ese maldito crío lo ha estropeado todo… Igual que nuestro hijo.

La mujer sintió una punzada en el corazón al oír hablar de su retoño, que no hacía demasiados días les había partido el corazón al huir por amor del Planeta Vegeta.

En muy poco tiempo, las vidas de muchos habitantes de aquel planeta se habían desmoronado. Lo que el pueblo no sabía, era que esas vidas eran las de las personas a las que servían, sus líderes.


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Dragon Ball es © de Akira Toriyama