Capítulo I: Recuerdos
-Ven, querido, que nos vamos a perder la final del Mundial de Qudditich.
Ginny llamaba invitadoramente a su esposo, quien se había rezagado porque había olvidado llevar la carpa. Habían pasado cinco minutos ya, y el vehículo del Ministerio esperaba frente a la casa, el conductor comenzando a mostrar sus primeras señales de impaciencia. El horario era muy ajustado y, si pasaban dos minutos más, se quedarían con las ganas de ver en el palco más alto el partido entre Inglaterra y Chile. Afortunadamente, Ginny y su marido aparecieron poco después que comenzara a ponerse nervioso.
-¿Estás seguro que llevas la carpa? –preguntaba la pelirroja.
-Aquí mismo la llevo –dijo un hombre de cabello negro y revuelto, señalando su mochila en la espalda-. Aquí está todo lo que necesitamos.
-Si es así, te daré un hijo.
-Espero no haber olvidado nada.
Ambos rieron con ganas.
Ginny caminaba por un pasillo iluminado a intervalos por luces extrañas y prohibidas. Su camino estaba predefinido. No estaba sola. Muchos más como ella la acompañaban, unas más altas, otras más bajas. Unas más hermosas, otras más feas. El común denominador era que todas las acompañantes de Ginny eran mujeres, mujeres marcadas por sus hechos. Había un fuerte hedor, tal vez de alguna chica que hubiera olvidado ducharse. De todas maneras, al lugar que iba no tendría oportunidad alguna de maquillarse o de colocarse perfume. Sus pasos eran dictados por los pasos de las demás, pero el resto estaba bajo el mando de hierro de un hombre que iba a la cabeza de la comitiva. Rudo y basto, el gendarme miraba siempre hacia delante, pero con los sentidos atentos a cualquier desorden, por mínimo que fuera. Al fin y al cabo, el destino de ellas y, por consiguiente, el de Ginny, era un lugar donde aprenderían por la fuerza a respetar la ley, no importaba cuantos años les tomara.
Y Ginny seguía recordando.
-Pensé que Chile sería más fácil –decía Harry, excitado por comentar el alucinante partido que acababa de vislumbrar-. Mil ciento cincuenta a mil cien. ¡Qué partido! Tres días de pura adrenalina.
Ginny compartía completamente el entusiasmo de su esposo, porque ella igual era fanática del Quidditch. La sorprendió el buscador chileno, quien había capturado la Snitch después de esquivar magistralmente una Bludger. Comentaba lo impresionada que estaba al darse cuenta que el buscador chileno, pese a la maniobra que tuvo que hacer para no salir lastimado, nunca quitó los ojos de encima a la pequeña pelota alada.
-Cariño, ¿sabes dónde está la mantequilla?
-Está dentro de la mochila.
Ginny buscó y, en el fondo, halló un bol lleno de mantequilla. Pero no estaba interesada en lo absoluto en hacerse un pan. Se acercó a Harry, contoneándose y mostrando una sonrisa coqueta.
-Parece que no olvidaste nada –dijo, suavemente y en un seductor susurro.
-Por supuesto que no olvidé nada. ¿Para qué crees que me demoré en salir?
Ginny se sentó en la cama y tomó una de las manos de su marido, tironeando un poco para que él se sentara con ella. Harry no entendía nada de lo que estaba ocurriendo.
-¿Recuerdas que te dije que si no olvidabas nada, te daría un hijo?
Harry rió.
-Pensé que se trataba de una broma.
-Pues, da la casualidad que no lo es.
Y Ginny se quitó el vestido en un solo movimiento. Harry dio un resoplido de admiración. Jamás había visto a su esposa con la piel al aire, ni siquiera cuando se duchaba o se iban a la cama a dormir. En ese momento supo que la espera para verla desnuda valió la pena.
-¿Cómo te gusta más? ¿Yo encima o tú encima?
Harry la pensó poco.
-Las damas primero. Tú encima.
-Como quieras cariño –dijo Ginny en un sensual ronroneo.
Ahora el enorme grupo de mujeres estaba en un patio grande, con una cancha donde podían jugar Quidditch y una explanada donde podían dialogar las internas. El gendarme las condujo por un pasillo sin techo, con rejas de paredes, hasta una puerta de aspecto pesado. Quien las guiaba, sacó unas llaves de su cinturón, la introdujo en la cerradura y la fila de mujeres pudo seguir su desgraciado camino. Los pasillos metálicos se antojaban opresores y las luces fluorescentes lucían ominosas, un eterno recordatorio de lo que ellas eran, y de lo que debían hacer para pagar por sus actos. Ginny, aunque alegara inocencia, sabía que era una proclama estéril, pues todas las personas de ese lugar, de una forma u otra, alegaban inocencia. "Es lo que todos dicen" era el dicho popular entre los gendarmes.
Al final del pasillo, pasaron por un puente de metal y allí la comitiva fue recibida por un grupo más nutrido de personal, uno de ellos con una lista en el brazo. Toda la fila se detuvo. Ginny miró alrededor. Varios pisos compuestos por hileras de nuevas habitaciones para sus acompañantes. Habitaciones austeras y frías como las cadenas que ataban sus tobillos a los de las demás mujeres. Cuando el hombre de la lista comenzó a pronunciar nombres, Ginny volvió a extraviarse en sus recuerdos.
-Dios Ginny. Eres una tigresa.
Ella sonrió misteriosamente.
-No me gusta mostrar todas mis cartas al mismo tiempo.
-No esperé que una mujer como tú pudiera esconder a alguien tan salvaje y pasional. Me tienes sorprendido.
Ginny se recostó a su lado, mirándolo con ternura.
-Eres el único que valora mi cuerpo y mi alma. Por eso no deseo estar con ninguna otra persona.
-¿Por qué no habría de hacerlo? Eres importante para mí Ginny. Más importante que todas mis cosas importantes.
La pelirroja lo besó dulcemente, abrazando a su marido antes de quedarse dormida, sin saber que en tan sólo una semana, su vida daría una vuelta de ciento ochenta grados, y otra semanas más, diera otro vuelco más. Pero ese momento era de felicidad, de alegría, porque era la primera vez que hacía el amor con un hombre, y valió la pena esperar tanto tiempo para ese momento.
-Watts, Johanna –tronó la voz de uno de los gendarmes como si proviniera de las profundidades del océano. Ginny dio un pequeño salto cuando la mujer que estaba detrás de ella dio un paso adelante para que le removieran las cadenas y fuera ubicada en su celda.
-Weasley, Ginevra.
Era su turno. Ginny dio un paso adelante y, de forma inmediata, las cadenas dejaron de morder sus tobillos. Uno de los gendarmes le indicó el número de su celda, la B-75. Ginny fue escoltada por dos hombres fornidos hasta la dichosa celda, ordenaron abrirla y la pelirroja, ataviada en un austero traje amarillo chillón, penetró en lo que sería su casa por los próximos cinco años.
-¡Cierren la B-75!
Y, con un chirrido de metal contra metal, los barrotes de la celda de Ginny comenzaron a cerrarse. En el momento en que la puerta se cerró por completo, Ginny suspiró tristemente y se sentó en su litera.
Su larga estadía en la prisión de Nueva Nurmengard había comenzado.
Nota del Autor: Es posible que éste sea el último fanfiction largo que escriba. Esto es porque deseo iniciar carrera como escritor profesional y quiero enfocarme en mis obras originales. Creo que es tiempo de lanzarme al difícil mundo de la literatura, pero creo que me irá bien, me tengo confianza :)
Y no creo que haya mejor forma de terminar un capítulo de mi vida que con un femslash de mi pareja favorita.
Los saluda desde los Apalaches
Gilrasir
