Agua Cristalina
El verano en Alemania podía ser agradable. En especial cuando se proponía no hacer nada increíblemente sofocante. La mañana era deliciosa para tomar un poco de sol y despejar la mente. Desde la noche anterior había tenido una traba artística y ni siquiera podía escribir un solo poema, mucho menos completar el lienzo en el que había estado trabajando. No podía creer que estuviese atorada con los ojos del retrato que estaba haciendo. Tal vez fuese un personaje ficticio creado por ella y podría jurar que sabría cómo luce su mirada ¿No? Pues bien, eso no era verdad. Cada que los dibujaba, se frustraba y no podía hacer nada para avanzar.
Así que había aprovechado que Gretel y Lila iban a tener una cita en Berlín, que Will se había ido a recoger a Jaimie de sus prácticas y quien sabe qué harían después, y que Arnold seguía dormido. Si. Un tiempo a solas, para despejar su mente y tomar un poco de sol. Una de las cosas que encontraba agradable de la casa von Bismarck era la privacidad que tenían. Así que, igual que todos los veranos, puso una toalla cerca del borde de la piscina, se recostó en el suelo y se quitó la parta de arriba de su traje de baño. Helga se quedó con un estilo de shorts cortos negros y dobló lo que hubiese sido un top de tirantes hasta abajo del ombligo para dejarlo como un pequeño rollo donde apoyarse cuando se recostó boca abajo. Ya se había puesto bronceador y acorde los minutos pasaban su piel comenzó a calentarse. Aunque su imaginación seguía truncándola. No podía parar de darle vueltas a ese retrato sin ojos que la esperaba en el estudio que habían acondicionado para ella desde que Arnold se había quejado de lo dañino que era pintar en el dormitorio. Llorón. Ahora tenía una habitación entera para su arte y no podía avanzar.
¿Y si hacía ciego al personaje?
No, igual tendría que dibujar sus ojos.
Malditos ojos.
Un suspiro de frustración escapó de sus labios y se recostó boca arriba. Aun con los ojos cerrados podía sentir el sol golpeando su cara directamente pero no era malo. En realidad le ayudaba a mantenerse concentrada. El aroma del bronceador la envolvió y el suave golpe del agua de la piscina contra los bordes era relajante.
O debería ser relajante.
La mezcla de un gruñido, grito y jadeo escapó de sus labios y se sentó de golpe, totalmente frustrada.
Algo cayó estrepitosamente en la piscina.
Helga se cubrió el torso, alerta y abrió los ojos inmediatamente. Para su sorpresa apareció de entre el agua el cabello rubio de Arnold. Luego su rostro. Totalmente rojo. El chico se quedó ligeramente bajo el agua, avergonzado y la observó como si se hubiese metido en problemas.
- ¿Espiando, cabeza de balón? –acusó, abrazándose con más fuerza- ¿En serio?
- ¡No! –Arnold se enderezó un poco y volvió a sumergirse hasta que el agua tocó su mentón- Me dijeron que estarías por aquí y pensaba unirme a ti y….
- ¿Unirte? –ella sonrió de lado- Que pretencioso de tu parte ¿No tengo opinión en eso?
- ¡No me refería a eso! –casi pareció chillar y se cubrió la boca inmediatamente- No me refería a eso. –esta vez susurró- Y lo sabes… -la acusó.
Helga no pudo evitar reírse a gusto ante el avergonzado caballero que era su novio. Ella recogió sus piernas y las abrazó contra su torso, encontrándolas como mejor cobertura.
- ¿Qué haces ahí? –preguntó, notando que el chico no salía pero tampoco se enderezaba, el agua de la piscina en ese sector debía llegarle como por sobre el vientre- ¿Quieres unirte? Bien, ven acá y toma el sol conmigo.
- No puedo.
- ¿Qué?
- No puedo. –esta vez fue un susurro mayor.
- ¿Cómo? –ella tomó la parte de arriba de su traje de baño y se la puso con todo el cuidado posible.
- No puedo. –se encogió de hombros- Tal vez en un rato. –miró hacia un lado- Tal vez si miro hacia esta dirección…
Helga parpadeó, ladeó su rostro y…
Oh…
Ya…
¡Oh!
Una pequeña risa escapó de sus labios, sin poder evitarlo. En realidad era increíblemente halagador. Un vistazo hacia su pecho le hizo sonrojarse. Claro que Arnold había visto sus senos antes y mucho más que eso, pero había un aire de pudor entre ambos, una ligera línea que se mantenía aun. Ninguno de los dos se desnudaba frente al otro como algo casual, era algo íntimo que compartían. Pero nunca pensó que algo así como verla tomar el sol pudiese excitarlo.
Y aun así era agradable.
Muy halagador.
- ¿Cuánto tiempo llevabas espiando? –preguntó, volviendo a abrazar sus piernas contra su pecho para ocultar su sonrojo.
- N-no mucho… -siguió sin mirarla, pero se notaba el completo sonrojo- ¿Desde qué te giraste? Pensaba que estabas dormida y luego… me distraje.
Helga notó que se sentía culpable, como si hubiese sido el peor acto que podía hacerle. A ella. A su novia. A la persona con la que llevaba teniendo vida sexual por algún tiempo. Sin ir muy lejos, con la persona con la que había tenido sexo desenfrenado contra la puerta de su habitación la pasada noche. Pero ahí estaba, avergonzado por espiarla y excitarse por ello.
Una vez samaritano, no podía dejar de serlo ¿No?
Así que se levantó, avanzó los pocos pasos que la separaban de la piscina y se sentó en el borde. El agua estaba fría, refrescante y sus pies agradecieron la calma después del tiempo bajo el sol.
- Ven. –ordenó, estirando su mano hacia él- Ven acá, cabeza de balón.
El chico la miró apenado. No había un ambiente entre ambos. Él creía que había cometido un error. Sin planes, sin coqueteos, solo algo que le podía pasar a cualquiera. Pero él estaba totalmente avergonzado.
En serio amaba a este estúpido samaritano.
- Ven. –repitió su orden- ¿No quieres besarme?
El tragó en seco. Casi pudo escuchar cómo lo hacía.
- Eso no va a calmarme. –le recordó, cruzándose de brazos bajo el agua.
- ¿Quién dijo que quiero que te calmes? –se inclinó hacia adelante, sabiendo que así sus pechos se asomarían ligeramente por el escote- Ven aquí, Shortman.
Y el ambiente cambió de inmediato. El chico la regresó a ver con sorpresa pero cuando notó la vista que tenía algo en él cambió. Ese lado fiero que envolvía al lobo que se enderezó, mostrando su torso húmedo, los brazos tensos, marcando los músculos que el baloncesto había reafirmado. Arnold se impulsó hacia ella, sin siquiera mover las aguas. La rubia tuvo que separar sus piernas para recibirlo entre estas, mientras se estiraba para besarlo. El agua se mezcló con su bronceador aceitoso. El aroma a coco y playa los rodeó ante el calor, pero ella se concentró en ese beso intenso e invasivo. Pero quería más. Solo un pizca. Aunque fuese peligroso. Un poco más en el borde de la piscina, inclinándose hacia él y sus labios cálidos. Las manos del chico la rodearon por la cintura e invadieron por debajo de la tela, volviendo su espalda resbaladiza cuando el bronceador se fue patinara sobre su piel.
Helga gimió anticipadamente, queriendo provocarlo. El tímido muchacho que ni siquiera sabía ponerse un codón había quedado atrás, al igual que la avergonzada chica que no podía mirarlo a los ojos la mayoría del tiempo. Y eso quedó instaurado cuando, sin permiso, él le quitó la parte superior de su traje de baño para mirarla descaradamente. La rubia estaba inclinada en su dirección, la diferencia entre ambos era ligeramente considerable, así que sus senos estaban suspendidos cerca de la boca del chico.
El cual no esperó, acunó uno de ellos y se estiró hasta lamer el rosáceo pezón y capturarlo entre sus labios. Helga se apoyó sobre los hombros del chico, agitada, luchando por mantener su voz al mínimo. Desde esa posición, aun si espiaban desde la casa, solo podrían verla a ella sentada. Pero llamaría mucho la atención si comenzaba a gemir como quería hacerlo. La mirada esmeralda, pícara, consciente de las posibilidades de ser atrapados, parecía retarla. Un estremecimiento la cubrió por entero, mordiéndose el labio inferior. Eso era lo que se ganaba por jugar con el Gran Lobo Feroz.
- Ya está duro. –susurró Arnold contra su pecho, acariciando el pezón con su pulgar- Me gusta cuando puedo sentir cómo se pone contra mi lengua.
También había desaparecido chico de pocas palabras.
- Pervertido. –susurró ella, apoyando su frente contra la cabeza del rubio- Nos pueden atrapar…
- Nadie vendrá hacia acá. Vi a Marinette y las otras encaminarse hacia la alacena de la cocina para hacer un inventario de todo. Van a demorar. –la tomó por la cintura y la jaló al interior del agua sorpresivamente.
Helga se estremeció por el frío que rodeó su cuerpo. Las manos del chico la acariciaron rápidamente, atrayéndola contra su torso. El aceite hizo todo más resbaladizo entre ambos, podía sentirse deslizar contra él, como si pudiese frotarse contra su cuerpo hasta hacerla gritar de placer. Pero no podía. No quería, en realidad. Algo había ahí, saber que era como un pequeño secreto entre ambos. Cuando buscó la mirada de Arnold, intensa sobre ella, supo que era algo que pensaban ambos. La rubia le rodeó el cuello con sus brazos y lo besó profundamente. En esa ocasión el besó fue mucho más intenso, devorándola hasta casi ahogarla. Las manos del chico se deslizaban sobre su piel, parecía que el agua fría de la piscina se filtraba como lametazos a través del aceite y la estremecían cada vez que los largos dedos abrasaban su cuerpo.
Ambos se separaron ligeramente agitados y ella se apoyó contra la pared de baldosa fría que le hizo arquearse ligeramente. Arnold besó su cuello, despacio y una de sus manos acunó sus senos lentamente, uno por uno y la acarició hasta estremecerla. Todo su cuerpo se sentía cálido y podía sentir la diferencia entre la fría agua y su piel.
- Han crecido. –le susurró Arnold y miró hacia abajo- Tus senos han crecido un poco. Eso estaba pensando cuando te miré recostada.
- Pervertido. –Helga ladeó el rostro, buscando sus ojos y lo acarició por sobre el traje de baño ajustado hasta encontrar su erección- Esto también ha crecido.
Arnold gruñó y mordió su hombro para contenerse. No lo hizo con fuerza, pero se quedó ahí, siguiendo el ritmo de la mano femenina que continuaba la forma dura con demasiada tranquilidad.
- Vas a ser mi perdición. –susurró el rubio, volviendo a besar su piel, encontrándose con su cuello delicado- Totalmente mi perdición. –juró, lamiéndole el cuello, subiendo por su piel, llegando a su mentón y volviendo a bajar.
Ella lanzó el rostro hacia atrás, sintió su nuca apoyada contra el borde de la piscina. La sensación era intoxicante y adictiva. Todo su cuerpo parecía hervir y el agua entre ambos se calentaba por la cercanía entre sus cuerpos, pero ante cualquier movimiento, como el de su mano perfilando la dura erección, hacía que el agua se moviera, que llegara un poco de la corriente fría y ambos se estremecían. Una sensación de urgencia le invadió, sus manos bajaron el traje de baño lo suficiente para poder acariciarlo libremente y sintió la suave erección contra su mano, las caderas masculinas ser atraídas con su movimiento.
Lo necesitaba.
En verdad lo necesitaba.
Arnold parecía que sentía lo mismo porque la apretó más contra la pared de la piscina y sus manos bajaron hasta el borde de sus shorts. Pero en lugar de bajarlos, los subió más, hasta que estos comenzaron a meterse ligeramente entre sus muslos y a apretarse entorno a su trasero. Ella se sintió confundida hasta que notó el miembro del rubio tocar su pierna, muy cerca de su sexo.
- Cierra las piernas. –eso sonó como un gruñido contra su oído y notó que él estaba apretándola más- Helga… -jadeó- cierra tus piernas.
Así lo hizo, lo sintió perfectamente justo bajo su sexo, creando presión a través del traje de baño, pero también estaba entre sus muslos. Arnold la embistió así, jadeando contra su cuello, acallándose y ella se cubrió la boca para no gemir. No debía sentirse tan bien. Eso era imposible. No debía encontrar tan excitante la idea de tenerlo entre sus piernas, golpeando sus caderas contra su cuerpo sin realmente penetrarla. Pero el estímulo tentativo y duro era adictivo. La idea de ser atrapados era refrescante. Helga se aferró a él y creó más presión, juntó tanto como fuese posible sus rodillas y fue como otro destello de electricidad girando en su interior hasta casi confundirla.
Una parte de ella quería gemir fuerte. Sin importarle nada. Pero luchó por guardar silencio, arqueando sus caderas, anticipando el estímulo antes de que el agua se estrellara con violencia contra la pared. Arnold parecía cada vez más violento, la tenía por las caderas y sus jadeos estremecían la piel de su cuello. Una parte de ella se preguntó si se correría ahí mismo, por sus piernas y quiso que así ocurriese, que el simple hecho de tocarla fuese tan estimulante para él. Pero Arnold se separó, de golpe y apoyó su frente contra el pecho de la chica, tomando aliento.
Por supuesto. El caballero no podía servirse primero. Su dulce samaritano. El rubio levantó la mirada, se notaba sonrojado, agitado y sus ojos estaban tan oscuros e intensos que su cuerpo se estremeció. No le dijo nada, la atrajo a la esquina de la piscina, donde estaban los escalones metálicos para salir y la sentó en el que estaba más arriba. Helga parpadeó extrañada, porque de esa manera no estaban frente a frente. Pero él no le dijo nada, jaló las caderas femeninas hasta el mismo borde, la hizo curvarlas hacia arriba, cuando estuvo satisfecho tomó sus muslos y se los separó para que se sostuviera desde la parte extrema de los tubos de la escalera y metió su mano por los shorts.
Ella abrió los ojos con sorpresa.
Arnold levantó la mirada depredadora, mientras sus dedos bajaban hasta llegar al sexo femenino. Sin poder evitarlo gimió fuerte, arqueándose, buscando los dedos ásperos, sabiendo lo que vendría bajo ese tacto que la conocía bien. Pero él se detuvo, con una mirada pícara.
- Te pueden oír. –le recordó y se estirón, sin soltarla, hasta tomar del borde la parte de arriba del traje de baño femenino- Tal vez debas ponerte esto. Por si nos espían.
- Pervertido. –susurró.
Aunque él tenía razón, por supuesto.
Y temblando, buscó el frente de la prenda. Arnold volvió a tocarla y enterró su rostro en la húmeda tela para ahogar un gemido ahí. Él conocía tan bien su cuerpo, se había dedicado tanto a buscar la manera de hacerla feliz, que no necesitaba guiarlo. Los dedos bajaron hasta llegar a su húmeda entrada, tantearon ligeramente, como si comprobaran que estaba lista ¡Y maldita sea que lo estaba! Así que entraron.
Helga lanzó el rostro hacia atrás y gritó sin voz.
Arnold sabía exactamente qué hacer. Y Dios, era demasiado bueno en ello. Las caderas de Helga se movieron inquietas a pesar de sentir los dedos hasta los nudillos, completamente en su interior. Él no tenía que moverlos con fuerza, solo necesitaba dejar la palma sobre su clítoris y doblar sus dedos hasta tocar su punto más sensible en pequeños golpecitos. Eso era suficiente para tenerla con la respiración agitada, los pies aferrados a los tubos de la escalera y sus manos temblando. Pero se recordó ponerse la parte superior de su traje de baño a mala gana para morder uno de los tirantes del mismo y ahí contener sus gemidos de placer. Meses atrás ella se había burlado del lenguaje morse que él usaba con su enfermero para saludarla. Ahora Arnold sabía usar unos golpecitos similares dentro de ella para tenerla al borde mismo del placer. La chica juró que sus dientes estaban por romper el tirantes, la tela parecía rasgarse bajo su garre pero no le importó. No le importó nada. En ese momento podía aparecer toda la comunidad de Berlín que ella se aferraría a esa mano entre sus piernas y se agitaría contra esta hasta que…
Oh…
Bendito orgasmo.
El grito ahogado que escapó de sus labios cerrados era la única muestra de que seguía viva. Todo su cuerpo se tensó, lo sabía, sus mulos estaban apretando la mano del chico y su interior estaba firmemente entorno a esos milagrosos dedos que sabían exactamente dónde tocarla. Cuando abrió los ojos, notó que Arnold no había dejado de mirarla y antes de poder hablar, él ya estaba devorándola con sus labios. Así que perdió la batalla, lo besó profundamente, resbalándose hasta tocar el suelo con sus pies y sentir que toda el agua estaba helada. Pero aun así no le importó, se apretó contra él con fuerza, lo atrajo a sus labios y saboreó cada parte de su boca, completamente adictiva, tan feroz que parecía capaz de lastimarla en cualquier momento. Pero nunca lo hacía. Siempre había un límite en esa pasión, un tono cálido pero intenso que solo era su condena.
- Ya no aguanto más… -Arnold se separó agitado, miró a su alrededor, ligeramente consciente de dónde estaban pero pareció no importarle, porque la giro para que mirara los escalones- Te necesito. –le susurró contra el oído, trémulo, tomando su mano y guiándola para que agarrara el borde de sus shorts, justo entre sus muslos y lo moviera a un costado- Tal vez sea un poco brusco…
Helga sonrió al notar que estaba sosteniéndose de un hilo de su cordura. Ella se aferró con una mano al escalón frente a ella, se apoyó contra este para levantar sus caderas y separó todo lo que pudo el borde interno de sus shorts, dejándole vía libre hacia su sexo. No tuvo que decirle nada, solo sonreírle, invitarlo.
Y se mordió el labio inferior.
Él gruñó.
La chica lo sintió entrar de golpe, hasta el fondo y tuvo que ocultar su boca bajo el agua para gritar ante la oleada de placer. Arnold no había estado bromeando, la embistió con fuerza, obligándola a tensar su brazo para no terminar apretada contra los escalones. La nota salvaje en esas penetraciones le arrancó la voz, como si se rompiera. Desde esa posición podía sentirlo increíblemente intenso, estimulándola justo en el punto exacto. A pesar del tiempo que iban juntos, seguía sorprendiéndose por la forma en que era tan receptiva para él. Aunque se conocían mucho más, el tacto de Arnold seguía estremeciéndola como la primera vez, con la misma anticipación que calentaba su cuerpo con fuerza. Ella se paró en la punta de sus pies, hizo que él se enterrara en su interior hacia abajo, estimulándola donde más necesitaba. Y se dejó llevar por el orgasmo, demasiado rápido, fuerte, mientras Arnold se corría en su interior en un jadeo fuerte. Las manos del chico la rodearon cálidamente y aun sintiéndolo en su interior se apoyó contra él, soltando su agarre. Helga descansó su cabeza sobre el hombro del chico, con la mente despejada, el cuerpo totalmente relajado y el corazón martillando sus oídos.
Los labios del chico besando su hombro eran reconfortantes. Una pequeña risa, burlona, escapó de sus labios, mirando hacia la casa cerrada, notando la locura que habían hecho.
- Primero en la enfermería y ahora en la piscina. No me digas que te estás haciendo exhibicionista. –bromeó, sintiendo los brazos estrecharla más.
- Mira quien habla ¿No te muerdes la lengua? –susurró Arnold, recuperando su aliento- Tú me provocaste.
- Mi plan era irnos a la casa de visitas. –se encogió de hombros- Me alegra que no tuvieses la misma idea.
- Vas a ser mi perdición. –juró, saliendo despacio de ella, jadeando ante el cambio de temperatura- Si, definitivamente esto es diferente a la tina.
- Totalmente… -Helga suspiró, acomodándose el traje de baño- Totalmente…
Por unos minutos se quedaron así, ella despegó sus pies del suelo, flotando ligeramente, apoyada contra el pecho de Arnold y este no la soltó. En cada oportunidad parecían reírse en secreto, imaginando las posibilidades desastrosas de su pequeña travesura.
- Ya no somos niños… -susurró Arnold.
- Y tú ya no eres un santurrón por completo. –lo miró, con picardía- Me gusta Bigby.
- ¿En serio va a ser eso recurrente? –se lamentó Arnold- ¿Ese nombre que inventó tu prima?
- El Gran Lobo Feroz… me encanta como suena Big –arrugó su nariz, con astucia- Bad –sonrió de lado- Wolf. –y pareció morder el aire.
- Definitivamente eres mi perdición. –se inclinó y la besó profundamente, saboreando cada una de esas palabras- Mi vida es demasiado interesante contigo cerca.
- ¡Ahí están!
Ambos dieron un respingón, completamente rojos. Por un momento eterno creyeron que Jaimie podría darse cuenta de todo mientras corría hacia ellos. Pero la chica seguía con su sonrisa animada, llevaba un largo cabello verde azulado que se rizaba en las puntas sobre su espalda. Este hacía juego con su vestido estilo marinero que llegaba sobre sus rodillas. Jaimie se detuvo al borde de la piscina, mientras Will se acercaba a ellos con un paso más relajado, parecía realmente complacido al ver la intensa alegría que en cada poro dejaba ver su novia.
- Oh, Helga… -Jaimie se acuclilló en el borde- Me encanta tu traje de baño.
La rubia sonrió, mientras salía de la piscina, confirmando que todo estaba en su perfecto lugar.
- Te puedo prestar uno. Los shorts son más holgados pero se ajustan con los cordones. –se secó las piernas y se puso las sandalias- Y el color te va a gustar.
- El día se ve perfecto para estar en la piscina. –Jaimie la alcanzó, mientras se encaminaban a la casa- Realmente espero no haber interrumpido nada.
Curiosamente: No, para nada, habían llegado en el momento exacto.
La carcajada perruna de Will las hizo saltar a ambas. El chico estaba parado, en el borde de la piscina, abrazándose el vientre con total diversión. Helga se estremeció cuando notó la pícara mirada del pelirrojo sobre su cara.
Él sabía.
No podía definir cómo. Pero Will sabía lo que había ocurrido minutos antes.
- ¿Qué…?
- Ven, vamos. –Helga la tomó de la muñeca y la arrastró hacia la casa.
- Pero…
- No, no. Tú y yo vamos a hablar sobre la importancia de no creerle nada de lo que te diga tu novio. –sentenció, subiendo los escalones, completamente roja.
La risa de Jaimie solo la motivó a seguir subiendo. Si, definitivamente más le valía a Will mantenerse callado.
Rayos…
Lo peor es que seguía con la traba artística. El sexo no arreglaba todo.
¡Saludos Manada! La primera entre de "Historias de Danzón y Oscuridad"
Todo porque no puedo evitar hacer que el primer capítulo de estas cosas trate sobre esta pareja. Como saben, no era una entrega constante, pero si alguna historia de "Años Venideros" merece un +18 ¡Definitivamente lo encontrarán publicado aquí! Así que espero que lo disfruten.
Reglas de la Manada: Un lobo sabe que un vínculo jurado para toda la vida, no le da el derecho de reclamar al otro como propiedad. El instinto no vuelve el amor en un deseo de posesión.
¡Nos leemos!
Nocturna4
