Nota de la autora: No puedo creer que hayan tan pocos fics en español de los Juegos del Hambre, en especial que sean tan escasos los fics sobre Gale y Madge. Es por eso que me atreví a escribir esta diminuta historia. Originalmente iba a ser un one-shot, pero a medida que se fueron dando las cosas y como básicamente es la misma escena, la dividí en dos partes con las diferentes perspectivas. Tomo esto como un ejercicio, puesto que hace muchos años que no escribo, así que está lejos de lo que pueda llamar excelente; sin embargo, espero que les guste.
Gale en los ojos de Madge
La única vez que Gale Hawthorne me dijo un cumplido también me dejó muy en claro lo mucho que le disgusto. Y no es que me sorprenda, por lo general, los demás me evitan por ser la hija del alcalde, aunque si vivieran mi realidad entenderían que no hay mucho que envidiar; sin embargo, el hecho de que precisamente sea él que el que se esfuerce por demostrar más odio me duele un poco más.
La escasa información que sé de Gale es gracias a lo que he observado y algunos detalles que sin querer Katniss soltó cuando me llevó al bosque a cazar. Sé que tiene tres hermanos menores, que su padre murió en las minas, que es un excelente cazador y muy hábil diseñando trampas. También sé que muchas chicas mueren por él, que muchas aseguran haberle robado un beso, pero que sola una le ha robado el corazón. Katniss nunca me ha confesado cual es la verdadera relación que hay entre ellos, ya que jamás hablamos de chicos como tampoco de moda porque nos parece una pérdida de tiempo, pero es obvio que es algo mucho más que una simple amistad. Lo noté en sus ojos aquella horrible noche cuando llevé los fuertes calmantes de mi madre.
Presencié el momento cuando azotaban brutalmente a Gale, vi como soportó estoico cada uno de los golpes, como su cuerpo no resistió más y como se desvaneció momentos antes de que llegara Katniss a salvarlo. Me enfureció no haber sido yo quien parara toda esa crueldad. Pude haberlo hecho. Pude gritar que soy hija del alcalde y que en el Distrito 12 nunca se llega a ese nivel de violencia, pero mi cuerpo simplemente no respondió. No pude mover ningún músculo. Ver a Gale al borde de la muerte me paralizó. En ese preciso momento comprendí que para mí no es tan sólo el chico atractivo y mal humorado que nos vende fresas todos los fines de semana. No recuerdo haber llegado a mi casa ni tampoco haber entrado al cuarto de mi madre para robarle las medicinas, menos todo el camino que corrí hasta llegar a casa de Katniss. Únicamente recuerdo que ella me miró sorprendida y que Haymitch me llamó loca. No sé lo que le dije a mi padre cuando me abrió la puerta. Luego de eso, lo único que tengo en la memoria es que me encerré en mi habitación y pasé despierta toda la noche. Al día siguiente, llegué nuevamente a casa de Katniss pero no fui capaz de llamar. ¿Y si me decían que no había resistido? No tenía ni la más mínima idea que hacer hasta que Peeta me encontró apoyada en la cerca. «Se pondrá bien», fue todo lo que alcancé a escuchar. Sólo entonces sentí que podía respirar otra vez.
Han pasado varias semanas y no he vuelto a ver a Gale. Sé que ha vuelto a trabajar en las minas y es quizás por eso que no lo ha venido a mi casa a vender fresas. Puede ser eso o que no quiera verme. En realidad no tengo idea si alguien le informó que yo le di los calmantes. Espero que no. No quiero que se sienta en deuda conmigo; eso no haría más que darle otra razón para odiarme.
...
Toco el piano todos los días. Generalmente lo hago para relajar a mi madre, pero en las últimas semanas lo hecho por mi propio bien. Necesito la paz de la música que me desconecta del mundo por un par de horas. Me obliga a no pensar ni en los problemas que tiene mi padre con el Capitolio, ni en la salud de mi madre ni tampoco en Gale. Estoy tocando una antigua melodía cuando golpean dos veces la puerta de atrás. Paro de inmediato. Es mediodía de un domingo luminoso, lo que significa que alguien viene a vender fresas. «Que no sea Gale, que no sea Gale», repito mientras voy por el pasillo. ¿Pero a quién engaño? Sólo puede ser él. Y no me equivoco porque al abrir la puerta me encuentro con unos intensos ojos grises. Viste una camisa blanca delgada, pantalones oscuros muy gastados y en la mano trae solo una bolsa pequeña. Noto el cansancio en su rostro reflejado en el rastro oscuro bajo sus ojos y los pómulos ligeramente prominentes. Aún así, su atractivo no ha disminuido para nada.
—Parece que ya estás mejor —digo tratando por todos los medios de que mi voz no suene demasiado emocionada. Debí haber saludado como todo el mundo, pero verlo en la puerta de mi casa casi tan saludable como siempre me impresiona. De todos modos, no es nada revelador tampoco; todo el mundo está enterado de su castigo.
—Las medicinas del Capitolio pueden hacer milagros —gruñe. Maldigo en silencio porque por su tono de voz y su mirada asesina me deja claro que ya lo sabe de todo.
—No todo lo del Capitolio podría ser malo —es lo único que se me ocurre responder mientras me hago la indiferente. Veo que su mirada se oscurece aún más. Al parecer está luchando por no soltarme algo hiriente.
—Toma —me dice y pone a mi alcance la bolsa con fresas. La recojo, meto la mano al bolsillo buscando las monedas cuando escucho decir que son gratis.
¡Era la que me temía! Se siente en deuda conmigo y ahora me traerá fresas gratis por el resto de la vida. Si supiera que tendría que darme un bosque lleno de fresales para pagar sólo un analgésico. No puedo permitir que me regale su sustento. Apuesto que no tendrá nada que comer hoy en la noche si no llega con el dinero a casa.
—Nunca pensé en pedirte que me pagaras por los medicamentos —espeto seriamente.
—¡Nunca te pedí que me salvaras la vida tampoco!
Me dan ganas de abofetearlo. ¿Cómo puede preferir que no hiciera nada mientras él estaba muriendo de dolor? Junto la puerta tras de mí porque mi padre puede andar cerca y no quiero que escuche los gritos de Gale. No necesito crearle más problemas ni tampoco más oportunidades para que me deteste. Ya no me mira pero yo no le quito los ojos de encima pensando en que debo decirle que es un idiota, que no necesita pagarme nada, que volvería hacerlo mil veces si fuera necesario aunque me odie.
—Yo no te salvé la vida, Gale, fue Katniss quien llegó a tiempo antes que murieras desangrado —contesto recordándole cómo sucedieron las cosas en realidad.
—Pero si no fuera por ti, podría haber muerto de dolor —responde y me sostiene la mirada esta vez.
—¿Debo tomar eso como un «gracias»? —pregunto ligeramente esperanzada. Por un instante creo que lo tomará mal, pero me sorprende ver algo muy parecido a una sonrisa en sus labios. Me pregunto cómo será Gale cuando está feliz. Si un intento de mueca de amabilidad en su rostro hace que mi corazón empiece a saltar más rápido, no quiero imaginar lo que podría hacer una buena carcajada.
—Mira, no debiste ir esa noche. Fue un acto estúpido y peligroso —expresa ahora en un tono más conciliador.
—Pero no me sucedió nada y tú estás bien, eso es lo único que me importa.
Ahora soy yo la que me quiero abofetear. Noto que mis mejillas arden y bajo mi mirada avergonzada. Estoy diciendo más de lo necesario. Meto una mano al bolsillo y saco las monedas rápidamente.
—Ten, lo necesitas.
—Ya te dije que son gratis. Si quieres, tómalo como un regalo —dice sin tomar las monedas que le ofrezco. Me irrita y ganas de insultarlo no me faltan, pero algo de razón me queda y pienso que tratarnos como siempre sólo caldeará los ánimos. Lo sorprendo cuando tomo su mano, dejo las monedas en su palma, cierro su puño y mantengo entrelazadas mis manos sobre la de él para que no pueda moverla. Ignoro el calor que sube a mi cara como también los hormigueos en el centro de mi cuerpo.
—Tu familia lo necesita —digo con firmeza y suelto su mano porque los hormigueos se transforman en electricidad. —Además, preferiría que me regalaras cualquier otra cosa.
—¿Sí? ¿Qué cosa? —pregunta alzando una ceja.
«Un beso», pienso automáticamente.
Algo en la mirada de Gale me hace imaginar que ha escuchado mis pensamientos. Sus ojos están algo fuera de sus órbitas y hay un gesto extraño en la comisura de sus labios. Pero es imposible… ¡A no ser que haya pensando en voz alta! ¡Pero qué diablos he dicho!
Quizás no escuchó bien, puede ser que lo haya murmurado y no lo haya captado, quizás aún hay tiempo de rectificar. Pero no me salen las palabras. Estoy perdida y en cualquier momento recibiré algún comentario ácido de su parte. Debo desaparecer de su vista o de la tierra si es posible.
Sé que alcanzo a decir un «adiós», giro, entro a la casa y estoy a punto de lograr mi objetivo cuando hay algo que no me deja juntar la puerta. «¡Oh no, y ahora qué!», pienso casi al borde de mis nervios. Vuelvo y veo la punta de la bota de Gale entre la puerta y el marco. Siento mi corazón trepar hasta la garganta. Ya imagino lo que va a decir. Que soy una tonta, igual como todas esas chicas de la escuela que lo siguen para todos lados. Que pierdo mi tiempo porque la única persona que le interesa es la única persona a quien puedo llamar amiga. Cierro la puerta tras de mí por si acaso; sin embargo, Gale no retrocede y quedamos tan cerca que puedo oler el aroma a bosque impregnado en su ropa. También puedo sentir su aliento cálido sobre mis labios. Empiezo a temblar porque me estoy perdiendo en sus inquietantes ojos grises y porque es la primera vez que un hombre se me acerca tanto. ¿Estará jugando conmigo? ¿No debería apartarlo de un empujón? No dejo de temblar y es entonces cuando Gale toma mi cintura y le pone fin a los pocos centímetros que nos separaban. Suelto la bolsa con las fresas y me aferro a su camisa. Me siento como esos animalitos indefensos del bosque... totalmente frágil. Falta un solo movimiento suyo y acabará conmigo para siempre.
Nuestras bocas se encuentran y poco a poco empezamos a ceder. Mis manos trepan a su cuello y él logra separar mis labios. Siento la presión de su cuerpo delgado pero musculoso sobre el mío y, a medida que sus caricias me electrifican, el beso se vuelve mucho más intenso.
Recuerdo haber escuchado a las chicas de la escuela comentar cosas sobre su primer beso. Todas aseguraban haber sentido mariposas en el estómago, la sensación de estar flotando y una especie de bloqueo mental. Estoy dando mi primer beso y sólo siento las mariposas porque estoy más consciente que nunca de mis movimientos. Me doy cuenta que cuando acaricio su nuca, él se aferra más a mi cintura o que cuando hacemos una pequeña pausa y él roza apenas mis labios, se me eriza toda la piel. Fácilmente me puedo volver adicta a su piel que huele a naranjas y a su boca que sabe muy parecido a las manzanas.
Quiero retener este momento y hacerlo eterno. Deseo con todas mis fuerzas que sea lo que sea que nos conecta sea real, pero ¿por qué me sigo engañando? Gale sólo aprovecha cada instante y yo estoy atrapada en algo que no existe. Son mis labios los que está besando, pero definitivamente no soy yo en quien piensa. Todas sus caricias, suspiros, abrazos no van dirigidos a mí sino a Katniss Everdeen. Siempre ha sido así y sospecho que siempre lo será.
Necesito alejarlo, debo apartarlo de mí; no obstante, mi cuerpo no obedece. Gale comienza a acariciar mi espalda y por un segundo creo poder soportar toda esta farsa.
Es la voz de mi padre llamándome desde el interior de la casa lo que me salva de los brazos de Gale. Nos separamos instantáneamente. Me siento mareada y lo único que se me ocurre hacer es recoger la bolsa que dejé caer por el impacto. Fijo mis ojos en las fresas como esperando que ellas me digan que hacer. Lo último que quiero escuchar es que Gale me diga ahora que esto ha sido un error y que no ha significado nada. Entiendo perfectamente que nunca debió suceder, pero si lo escucho venir de sus labios me destrozará aquí mismo. Bastante patética me siento ya para que además vea lo débil que soy. No, no voy a llorar.
—Creo que deberías pensar tú en un regalo mejor —logro decir en el tono más indiferente que puedo.
Nuestras miradas se cruzan y noto que la suya irradia algo que no puedo descifrar. No añado nada más; no creo que le importe mucho lo que tenga que decir de todas formas. El ardor en mis ojos se hace insoportable y esta vez si logro entrar a casa. No acudo al llamado de mi padre. En su lugar, corro escaleras arriba y me escondo en mi habitación. Es allí cuando mi propio reflejo en el espejo me golpea. Mis mejillas brillan en un intenso rojo, mi mirada está turbada y entre mis dedos cuelga la bolsa con fresas. «Son las últimas fresas que comes, Madge, las últimas», me digo al mismo tiempo que dejo salir cada una de mis lágrimas.
