Como ya era evidente, cuando se acaba una historia, hay que empezar otra. Empieza mi saga de las criadas. En un futuro, probablemente, lejano, escribiré más de esto, tengo diferentes ideas para proyectos, pero por el momento, os presento el primero de todos. Como de costumbre, subiré una vez a la semana. Los lunes posiblemente para que se hagan más llevaderos. Así que no os entretengo más y os dejo con el primer capítulo. ¡Nos leemos!

Capítulo 1: Princesa

No se sentía para nada orgullosa de lo que estaba haciendo, pero su mejor amiga y jefa se lo había pedido y no pudo negarse. Kikio Tama y Kagome Higurashi se conocían desde que ambas tenían uso de razón. La primera era la caprichosa hija de un hombre realmente rico; la segunda era la hija de una humilde pareja de sirvientes. Sus padres habían servido para los Tama desde su juventud y se conocieron trabajando en su mansión. Su madre se quedó embarazada de ella al mismo tiempo que la señora de la casa y era tan amiga de la señora que coincidieron en que ambas niñas jugaran juntas. Kikio iba a un colegio concertado que valía al mes lo que sus padres ganaban al año, pero ella también recibió una muy buena educación. Sus padres la llevaron a un colegio privado que aunque no resultó igual de bueno y prestigioso, tenía muy buena calificación. Cuando terminaban el colegio, sin embargo, ambas niñas se juntaban en el jardín de la casa o en la habitación de Kikio para jugar como si no hubiera ninguna diferencia entre ellas. Kikio nunca la trató como a alguien inferior y su madre tampoco.

Años más tardes, cuando ambas tenían la edad de decidir su futuro, Kikio se decantó por presentarse ante la sociedad en el cotillón para las jóvenes debutantes. Ella, en cambio, se presentó al examen de selectividad y consiguió la nota que necesitaba para estudiar Música en la universidad. No era una carrera con muchas salidas laborales, pero era justo lo que ella deseaba. Desgraciadamente, sus vaticinios se cumplieron y no consiguió trabajo. En los teatros y en los clubs de ambiente se negaban a escucharla y envió algunas maquetas a diferentes discográficas pero nunca le llegó respuesta. Por lo tanto, se vio en la obligación de pedirle trabajo al señor Tama. La contrató y era una criada más de la casa.

La madre de Kikio falleció cuando tenían catorce años y pasó incansables horas consolando a su amiga. Los padres de Kagome fallecieron dos años después en un accidente automovilístico y en esa ocasión, fue Kikio quien la consoló a ella. Sólo se tenían la una a la otra por más que ambas poseyeran otras amistades. Sabían que por muchas que fueran las personas que las rodearan, ellas sólo podían confiar en la otra.

Kikio no era precisamente un ejemplo de bondad y pureza como su padre afirmaba, pero tampoco era mala. Tenía sus defectos como todos. Tal vez fuera demasiado caprichosa pero eso fue culpa de su padre por mimarla tanto. Le encantaba coquetear con los chicos y sabía a la perfección cómo hacerlo, cosa que envidiaba terriblemente. No era una chica para nada celosa o egoísta, pero no le gustaba demasiado que tocaran sus cosas. No era perfecta, ni una santa, pero las personas que tenían el placer de conocerla como ella lo hacía, sabían lo valiosa que en verdad era. De no saberlo, nunca hubiera aceptado participar en aquella locura.

- Kikio, ¿cómo puedes pedirme algo así?- le regañó- Si tu padre se entera…

- Mi padre no tiene por qué enterarse.- se calzó unas sandalias de tacón de aguja y se levantó para mirarse en el espejo de cuerpo entero- ¿Qué tal me veo?

- Tan maravillosa como siempre, Kikio.

Kikio Tama medía algo más de metro setenta y a penas pesaba sesenta kilos. Tenía el físico de una modelo con sus piernas delgadas, sus caderas pequeñas y sus pechos proporcionados. Su tez era blanca como la leche en contraste con su larga melena de cabello negro y laceo. Sus ojos marrones eran rasgados dejando a la vista su clara descendencia asiática por parte de madre y sus pómulos altos. Vestida con uno de sus modelitos de Dolce & Gabanna y sus zapatos de Tous parecía una estrella de cine.

- Esta noche, Naraku se marcha a resolver unos importantes negocios- le explicó- y no le veré en un mes entero, ¿entiendes?- se peinó el pelo histérica porque su perfecta manicura francesa se lo estuviera enredando- Tengo que ir a despedirme, pasar la noche con él…

Kagome agarró su brazo con suavidad y la guió hasta su tocador para arreglar el estropicio que acababa de organizar con su hermoso cabello. Agarró el peine y empezó a cepillar con sumo cuidado mientras observaba el semblante triste y angustiado de su mejor amiga. Kikio estaba completamente enamorada de Naraku Tatewaki, pero llevaba su relación en secreto y su padre estaba obsesionado con casarla con otros hombres.

- ¿Por qué no se lo confiesas a tu padre?- le propuso- Igual te llevas una sorpresa…

- ¡No!- exclamó- Él no lo entenderá. Mi padre odia a mi querido Naraku.

- ¿Por qué?

- No lo sé-. se encogió de hombros- Poco después de que empezara a salir con él, coincidimos en una fiesta.- narró la historia- Papá fue cortés con él y nosotros disimulamos. Pensé en decírselo, pero entonces me murmuró al oído que no le gustaba ese hombre y que no me quería ver cerca de él.

Probablemente, tuvieron diferencias en el plano de los negocios. El señor Tama no era conocido por rechazar tan fácilmente a gente con dinero. Si no quería tener cerca a Naraku Tatewaki era porque le había fastidiado algún trato fácil o algo por el estilo.

- ¡Kagome, tienes que hacerlo por mí!

- ¿Y si alguien me reconoce?- la idea le ponía los pelos de punta.

- Nadie lo hará.- le aseguró- Esa gente no me conoce, nadie me conoce. Tú sólo tienes que decir que eres Kikio si te preguntan y ya está.

- Tu padre…

- Mi padre no irá, eso es lo mejor de todo. De esa forma no nos descubrirá.

Se le estaban agotando las excusas y Kikio podía ser muy convincente, cosa que la asustaba con enormidad.

- Sigo creyendo que es mala idea, Kikio.

- No digas eso.- le restó importancia con un ademán de su mano- Además, podrás ponerte uno de mis vestidos y acudir a una de esas fiestas a las que siempre quisiste ir.

Maldito fuera el día en que le confesó a Kikio que le gustaría ir a una fiesta. Pero era totalmente cierto. Había visto de lejos alguna de las fiestas que se celebraban en la casa del señor Tama y eran una auténtica maravilla, parecían sacadas de un cuento de hadas.

- He encargado un vestido rosa pálido, tu color favorito.- le restregó- Especialmente hecho para ti.

Odiaba admitirlo pero la había convencido y lo sabía tan bien como ella a juzgar por su pose relajada y su sonrisa cómplice. Kikio rió sonoramente por su victoria y se apresuró a agarrar su perfume de Channel para perfumar su cuello.

- ¿Estás segura de que nadie podrá descubrir el engaño?

- ¡Relájate!- buscó entre sus pintalabios el rojo ruso- No suelo acudir a las reuniones de mi padre. He ido a muy pocas y me sé de carrerilla la lista de invitados. No habrá nadie que pueda reconocerte y si lo hubiera, dile que te rizaste el pelo.

- Kikio, no sería suficiente con decir eso…

- No sé… Pues dile que te hiciste la cirugía, usa tu imaginación.- chasqueó la lengua- Esa gente casi no me ha visto, no me reconocerán.

Seguía sin estar muy convencida, pero terminó aceptando mientras la veía buscar aquel maravilloso vestido del que le había hablado.

- Me debes una Kikio.

- Lo sé.- sonrió- Pero este vestido te compensará lo suficiente, ya lo verás.

La verdad era que el vestido resultó ser una auténtica maravilla. No quiso decirlo en voz alta para hacer sufrir un poco a Kikio, pero tuvo razón en sus palabras. El vestido compensaba lo suficiente. Le llegaba hasta el suelo y era de palabra de honor. Sus hombros y sus brazos quedaban al descubierto por un corpiño liso que se ajustaba a su silueta hasta las caderas. A partir de las caderas y hasta el suelo caían sobre el forro pedazos de gasa transparentes de color rosa y blanco que le daban un toque místico, como si se tratara del vestido de un hada. Los zapatos rosas de tacón a juego representaban un verdadero reto para sus pies poco entrenados, pero no se cayó ni una sola vez. La gargantilla de diamantes en su cuello la ponía realmente nerviosa. Temía que apareciera un ladrón en una esquina y le robara. Afortunadamente, eso no ocurriría. Estaba en una fiesta de la alta sociedad, rodeada de gente que nadaba en dinero, no tenía nada que temer allí adentro.

Bueno, si había alguna cosa que temía. Por ejemplo, las miradas de pura lascivia que le dirigían algunos hombres e incluso mujeres. Nunca se había puesto nada que resaltara su figura más de la cuenta y el corpiño de aquel vestido desvelaba tanto como ocultaba. Se sentía expuesta ante las miradas de aquellas personas y muy asustada. El hecho de que aquellos zapatos le impidieran correr no la ayudaba en lo más mínimo. Ojala no fuera una muchachita insegura y temerosa como lo era, sino que una mujer atrevida y perspicaz como lo era Kikio. Ella sí que sabía cómo protegerse de esa gente.

- Disculpe, no tengo el placer de conocerla.- otro hombre- ¿Cuál es su nombre?

- Kikio Tama.

Por decimo octava vez en esa noche, le ofreció su mano a otro hombre para que la besara. Ese hombre no la decepcionó. Se comportó exactamente como todos los demás. Tomó su mano y la besó rozándola con su lengua.

- Tengo entendido que es usted una muchachita realmente traviesa.- sonrió con picardía- Dicen las malas lenguas que suele escabullirse de las fiestas.

- No me gustan demasiado los sitios concurridos…

Kikio adoraba las fiestas, pero adoraba sus fiestas con sus amigas del liceo. Las fiestas de la alta sociedad, en cambio, las odiaba con todo su alma. ¿Por qué? Porque se aburría mucho. Los hombres hablaban de negocios y buscaban a las jóvenes herederas por esa misma razón. Las mujeres eran todas unas lagartas traicioneras que no dudaban en ridiculizarse las unas a las otras para conseguir dinero. Los hombres que había en esas fiestas no llamaban la atención de Kikio y por ello, no acudía a las fiestas. Así de camino, evitaría a esas mujeres.

Su mejor amiga tuvo mucha suerte. Encontró a un hombre emprendedor con un presente y un futuro de la forma más casual del mundo: tomando café en un Starbucks. Se vieron y fue amor a primera vista. Ella misma podía jurarlo porque lo presenció con sus propios ojos. Lástima que su padre no pareciera demasiado interesado en ese hombre y que estuviera empeñado en casarla con algún hombre de esa fiesta. Se suponía que Kikio debía ir a la fiesta para encontrar un buen novio y los invitados eran considerados aptos por su padre. Acudiendo en su lugar no sólo la salvaba de esos babosos sino que también la salvaba de la reprimenda de su padre por faltar, y de quedarse sin ver a su querido Naraku en su última noche allí.

Suspiró al recordar que ella aún no encontraba a su hombre. Tuvo novios y algún que otro pretendiente, pero ninguno ocupó un lugar especialmente relevante en su corazón y en su vida. De hecho, la mayoría de hombres que se le acercaban sólo buscaban una cosa y ella no estaba dispuesta a entregarla. Había guardado su virginidad hasta los veintitrés años y lo seguiría haciendo si era necesario. Se negaba a compartir algo tan importante con un hombre al que no iba a volver a ver nunca. El hombre que le estaba contando aburridas anécdotas sobre su trabajo y su club de campo sólo tenía en mente una cosa, ella lo sabía muy bien. No era la mujer más atractiva de esa fiesta y nunca se había considerado atractiva, pero estaba claro que eso allí no importaba. Lo que importaba es que estaba rodeada de hombres que sólo la veían como a un suculento pedazo de carne.

El hombre terminó de hablar y la miró expectante. ¿Qué debía hacer? No había escuchado ni una sola palabra de lo que estaba diciendo y decir un "sí" o "ajá" en ese momento no parecía lo más acertado. Entonces, recordó todo lo que le enseñó Kikio cuando iba con las otras debutantes. Los hombres ricos contaban historias que para ellos o los de su calaña eran graciosas para engatusar a las mujeres. Esas historias no solían serlo nunca, pero había que contestarlas con una suave risa para evitar silencios tensos.

Ella se rió. Suavemente, de forma delicada. Un par de suaves carcajadas que no decepcionaron al hombre.

- ¿Me permitirá esta pieza?

¡Oh, no! Quería bailar con ella y aunque sabía hacerlo (gracias también a Kikio), no confiaba en ser capaz de conseguirlo con aquellos zapatos. Nunca había bailado y menos con semejantes tacones. Ahora bien, rechazarlo ya era imposible. El hombre tiraba de ella hacia la pista y rechazarlo en ese momento sería humillarlo ante toda esa gente. No se lo perdonaría nunca y tampoco al señor Tama. Debía comportarse. Se había comprometido a acudir aquella estúpida fiesta con todas las consecuencias.

La pieza era un vals lento y suave que instaba a moverse sumamente, despacio y con delicadeza. Ella con tacones no era una maravilla bailando pero el hombre tampoco era un virtuoso de la materia. Sólo llevaban veinte segundos bailando y ya le había pisado tres veces. Empezaba a pensar que aquel hombre había nacido con dos pies izquierdos o que estaba demasiado ocupado observando atentamente el vaivén de sus pechos como para concentrarse en otra cosa. Nunca le había gustado que ningún hombre se deleitara de aquella forma con ella y mucho menos uno tan descarado como él. Debía pensar que la tenía en el bote pero estaba muy equivocado. Su mano empezaba a recorrer su espalda en una caricia muy carnal y su desagrado comenzaba a convertirse en auténtico odio hacia aquel espécimen. De repente, aquella aventurera mano descendió hasta sus nalgas y aquella fue la guinda del pastel.

- Disculpe señor,- se detuvo- lamento informarle de que no soy esa clase de chica.

Lo dejó con la palabra en la boca y salió de la pista de baile hacia la puerta de salida. Necesitaba tomar un poco de aire fresco antes de volver a ese salón y enfrentarse a aquella gente tan falsa. Por el camino, se cruzó con uno de los camareros y agarró una copa de champan. No pudo ni darle un pequeño sorbo cuando escuchó una voz a su espalda.

- ¿Kikio, eres tú?

¡Estupendo! Alguien que conocía a Kikio, lo que le faltaba. Se dio media vuelta con la esperanza de que no descubriera el engaño. Los zapatos le ayudaban a alcanzar la estatura de Kikio, pero había poco más en ella que la asociara a su imagen. Su cabello era negro azabache; ojala la mujer fuera lo bastante tonta como para no notar la diferencia. ¡Claro que la iba a notar! No tenía rasgos asiáticos, no tenía sus labios finos, no tenía sus pómulos altos, no tenía su figura delgada.

- ¡Quién lo hubiera dicho!- exclamó- No te había reconocido hasta que unas amigas te señalaron.

- Ya, claro.- sonrió- Serán los rizos…

- Y mucho más.- se mordió el labio inferior- ¡Guao! Tendrás que darme el nombre de tu cirujano plástico. ¡Es estupendo!

¿Pensaba que se había operado? ¿Y le gustaba su aspecto? Esa noche estaba recibiendo más elogios de los que le gustaría en el sentido literal de la palabra. Los hombres la piropeaban por puro deseo; las mujeres por envidia, enfermiza envidia.

- Bueno, yo ahora vuelvo…

Le dio la espalda a otra invitada, sin darle la oportunidad de hablar y se bebió la copa de champan de un solo trago. Mientras retomaba el camino hacia la salida, dejó la copa en la bandeja de otro camarero y cogió otra. Si la noche continuaba así, terminaría convirtiéndose en una alcohólica. Aquel pensamiento hizo que un escalofrío recorriera su espalda, pero aún así, no renunció a su copa. La necesitaba.

En principio iba a dirigirse al jardín para dar un paseo, pero unas pisadas a su espalda le hicieron cambiar de opinión. Se escondió detrás de una escultura en el pasillo y vio a un par de hombres tomando el camino que ella seguía anteriormente mientras hablaban de ella en términos realmente obscenos. ¿Qué clase de gente era aquella? En seguida decidió que era mejor tomar un cambio de rumbo y se aventuró entre las sombras hacia el segundo piso de la mansión. Era una lástima que todo estuviera a oscuras y no pudiera admirar esa belleza. Cuando entró en la casa y estaba iluminada la entrada por la lámpara de araña, quedó fascinada por las esculturas, el modelado, los detalles.

Todavía no había tenido el gusto de cruzarse con el anfitrión de la fiesta y en el fondo, se alegraba de ello. Una persona que había invitado a esa clase de gente a su casa, no debía ser muy diferente de ellos. Lo más seguro era que fuera incluso peor y ese pensamiento le hizo sentir otro escalofrío.

Entró por la primera puerta que encontró abierta. Resultó ser un dormitorio iluminado de forma tenue por la luz de la luna. La puerta de la terraza estaba abierta, dejando pasar el aire fresco y ella no pudo menos que sentirse agradecida. Sin soltar su copa de champan se giró para cerrar la puerta y al ver la llave colocada en la cerradura, no dudó en girarla. Cuanta más intimidad obtuviera mejor y así podría evitar visitas inesperadas. No le gustaba colarse de esa forma en las habitaciones de la casa de un desconocido y menos aún siendo su invitada, o más bien, la impostora de su invitada, pero la situación era desesperada.

Se dirigió a paso lento y cuidadoso hacia un sofá que había detectado frente a la terraza. Andaba sobre una blanda alfombra de tamaño colosal y sorteaba con mucho cuidado cualquier posible obstáculo. Rodeó el sofá acariciando el caro tejido y se situó frente a él. Las puertas abiertas de la terraza estaban a unos dos metros del sofá. Se sacó los caros zapatos, dejándolos caer de cualquier forma en el suelo y bebió de un trago la copa de champan. Se mareó. Si bien había sabido encajar a la perfección la primera copa, la segunda no le sentó nada bien. Intentó mantenerse en pie, pero no fue capaz. La copa resbaló de sus manos haciéndose añicos contra el suelo y ella cayó tumbada sobre el mullido sofá. Sin poder evitarlo, sus ojos se cerraron lentamente, mientras veía la enorme silueta de un hombre acercándose a ella.

- ¿Señorita?

Estaba borracha o muy achispada.

Era el anfitrión de la fiesta y como tal su deber era atender a los invitados y procurar que todo marchara sobre ruedas, pero se había sentido agobiado. Esa gente falsa y fría le agobiaba y había terminado por abandonar el lugar antes de que otra mujer se le lanzara al cuello u otro hombre estuviera dispuesto a ofrecerle compartir el lecho de su mujer a cambio de un negocio provechoso. Se había retirado a su dormitorio en busca de paz, pero su paz se había visto interrumpida al abrirse la puerta. Se levantó dispuesto a chillar a quien quiera que hubiera osado invadir su terreno privado, pero entonces, la luz de la luna iluminó a la mujer más hermosa que había tenido nunca el gusto de contemplar. Sintió curiosidad.

Observó desde la penumbra como la joven tenía la osadía de encerrarse con llave en su propio dormitorio. Después la vio acercarse hacia el sofá en el que anteriormente él estuvo sentado y se fijó en su mirada. No parecía estar buscándole, ni querer robar, cotillear o tener cualquier intención maliciosa. Su mirada parecía perdida, confusa e incluso enojada. La joven se sacó los zapatos sin ningún cuidado, como si le diera exactamente igual estropearlos y se bebió el champan de un trago. No sabía si era su primera copa o la cuarta, pero estaba claro que las burbujas se le subieron a la cabeza y se desmayó. Él corrió hacia ella en cuanto la vio caer sobre el sofá y se apresuró a atenderla. Su piel era suave como la seda y olía endiabladamente bien. No llevaba ningún perfume caro, era su aroma natural y le encantaba. La acarició suavemente mientras le hablaba y le preguntaba cosas para hacerle recuperar la consciencia. Sonrió aliviado cuando ella empezó a removerse. No le hubiera gustado nada tener que llamar a la ambulancia, pero hubiera acompañado a esa dulzura encantado.

- ¿Se encuentra bien?

La joven respiró profundamente, consiguiendo que él se fijara en su generoso pecho subiendo y bajando, y empezó a abrir los ojos. Se notaba el esfuerzo que le estaba suponiendo y esperó pacientemente. Ella estaba desorientada en los primeros segundos, pero en cuanto recordó y lo vio, se alarmó.

- ¡No se asuste!- le suplicó- Yo sólo quería ayudarla, de verdad.

Ella se sentó tan bruscamente que tuvo que poner sus manos sobre sus hombros desnudos para evitar que volviera a caerse. La joven seguía asustada e intentó poner sus pies en el suelo, pero se lo impidió.

- ¡No!- gritó- ¡Hay cristales en el suelo!

Ella lo creyó o quiso hacerlo puesto que buscó con su mirada los cristales de los que hablaba. Él se levantó y empezó a apartarlos con los zapatos. No quería asustarla e iba a demostrarle que podría marcharse en cualquier momento, apartando los cristales que podrían cortar sus delicados y diminutos pies. ¡Dios, qué hermosa era! Su cabello rizado a penas recogido con un pasador de diamantes se había soltado, cayendo en cascada sobre sus hombros. Sus ojos enmarcados por largas pestañas eran intensos y muy femeninos. Sus labios gruesos realmente tentadores. Todo ese cuerpo era tentador. Allí abajo, en el baile, se la tenían que estar comiendo con la mirada.

- ¿Quién eres?- preguntó ella.

No le conocía. ¿Cómo era posible que acudiera a su fiesta alguien que no le conocía?

- Soy Inuyasha Taisho.- hizo una reverencia- A su servicio, señorita.

Kagome se llevó las manos a la boca aterrada y avergonzada. Era el anfitrión, el señor Taisho, el dueño de la mansión. Había sido pillada fisgoneando por su casa sola y medio borracha. ¡Qué vergüenza!

- ¿Y su nombre, señorita?

- Yo… Bueno… Yo… - tragó hondo para dejar de balbucear- Kikio Tama.

Le ofreció su mano tal y como lo había ensayado con Kikio y se sonrojó cuando él la sujetó entre las suyas. Las manos del señor Taisho eran ásperas, pero muy cálidas. Eran manos de hombre como las de su padre. Él se inclinó y le dio un suave beso en el dorso. Fue el primer hombre en toda la noche que no utilizó la lengua, aunque se demoró tanto como los demás en volver a erguirse, y más aún en soltar su mano. Probablemente estuviera esperando una disculpa por su parte ya que había invadido su intimidad.

- Siento mucho haber entrado de esta forma en su ala privada.- musitó- Yo… Estaba algo perdida y…

- ¿Alguien le ha molestado?

Habiendo terminado de apartar los cristales, se arrodilló ante ella y colocó sus manos sobre el sofá, a cada lado de su regazo. Había algo realmente inocente en ella que lo atraía. Él no conocía mujeres inocentes, sólo conocía víboras con ansias de dinero y de poder que estaban dispuestas a hacer cualquier cosa por obtenerlo. Esa joven, en cambio, le inspiraba sentimientos de ternura. Debía ser ella la mujer que llevaba tanto tiempo esperando, no había otra respuesta. Aunque le resultó extraño. No había escuchado mucho sobre Kikio Tama, pero por lo poco que sabía, todos coincidían en que era una mujer experimentada. Esa mujer era hermosa y muy deseable, pero no parecía para nada experimentada. Se sentía protector hacia ella.

- Puede decírmelo, soy el anfitrión.- sonrió- Prometo que haré todo lo posible para que se sienta a gusto en mi casa.

- No creo que sea posible hacer lo que yo deseo…

- ¿Qué desea?- insistió- ¡Pídamelo!

- Me temo que no puedo pedirle que se deshaga de sus invitados así que… - suspiró- Soy yo la que tendrá que irse.

No podía marcharse, no ahora que la había encontrado. Tal y como había pensado antes, la culpa la tenían sus asquerosos invitados. Se habían dedicado a amedrentar a su dulce jovencita mientras que él huía del bullicio y la perversión. Tendría que haber estado abajo, protegiéndola. Era cierto que no podía despedir a sus invitados aunque fuera por cortesía, pero sí que podía hacer la velada más llevadera para ella. Total, él no le estaba haciendo ningún caso a los otros invitados, no supondría ninguna diferencia.

- No se vaya por favor,- le suplicó- puede quedarse aquí. Yo le haré compañía y le prometo que puedo ser una muy buena compañía.

Kagome se derritió al escucharlo. El hombre más atractivo, educado, refinado y amable que había conocido en toda su vida le estaba suplicando que se quedara con él durante el resto de la noche, los dos solos. ¿Qué debía contestar? Él era alto, realmente alto y su cuerpo apretado contra la tela del traje parecía atlético. Su cabello plateado era llamativo y hermoso y caía hasta sus hombros en un corte perfecto de peluquería. Tenía los ojos más bonitos que había visto en toda su vida: dorados como dos soles. ¿Y qué decir de sus labios? Hasta ese momento, nunca sintió deseos de besar a un hombre.

¿Cómo un hombre tan perfecto podía querer compartir la noche con ella y solo con ella? Se sentía afortunada y también estúpida. Podría ser otro libertino como los que estaban a bajo, pero con una técnica mucho más depurada que ellos. ¿Se estaría comportando como una estúpida si aceptaba?

- No desconfíe de mí, no le he dado motivos para hacerlo. Podría haberme aprovechado mientras estaba desmayada, pero no lo hice.

Eso era cierto, no la había tocado y sabía que no lo haría en contra de su voluntad. Ese hombre debía ser el único caballero que había en esa fiesta.

- ¿Está seguro de que sea conveniente? Sus demás invitados empezarán a echarlo de menos… No quisiera monopolizar su tiempo.

- Pues a mí me fascina la idea de ser sólo suyo.

Ya estaba hecho, se quedaría con él y no había más que hablar. Vio como él le sonreía mostrando su brillante y perfecta dentadura y no pudo menos que responderle de igual manera. De repente, no le parecía tan desagradable aquella fiesta, no se sentía tan angustiada y estaba realmente cómoda junto a él. Quiso levantarse, pero él se lo impidió. Levantó su falda hasta las rodillas y agarró sus zapatos.

- Nunca le he puesto los zapatos a una dama.- su risa ronca le hizo sonrojarse- Tienes unos pies preciosos…

- Gracias.

Ella pensaba que era la parte menos atractiva de su cuerpo pero no pensaba decírselo. Cuando terminó la ayudó a ponerse en pie y de esa forma, ratificó lo que ya sabía de antemano: el señor Taisho le sacaba casi una cabeza con tacones.

- Eres encantadora como una princesa.

Se estaba sonrojando otra vez, pero no podía evitarlo cuando él le hablaba de esa forma, cuando él era tan terriblemente romántico. ¿Se estaba enamorando? No, era peor aún. Aquello era amor a primera vista, tal y como le ocurrió a Kikio en el sentido literal. Ambas se habían enamorado a primera vista de un hombre que no podían tener. Kikio de un hombre que su padre odiaba aunque terminaría casándose con él aunque fuera en las Vegas, ambas lo sabían. Ella no lo tendría así de fácil. Se había enamorado de un hombre rico para el cual sería tan invisible como cualquier otro criado si entrara en su casa. ¿Cómo reaccionaría si le contara toda la verdad? ¡No! Se negaba a hacerlo. Aunque fuera, disfrutaría sólo de esa noche y atesoraría el recuerdo hasta su último aliento.

La música del vals traspasaba las paredes y penetraba en la habitación suavemente. Había que poner un poco de oído para seguir el ritmo pero llegaba clara y concisa, y el hombre le estaba invitando a bailar. Sin perder la sonrisa, aceptó su invitación y empezaron a bailar al son de la música, evitando los cristales que estaban a un lado de la habitación.

- Eres tan hermosa, princesa.

- Me halaga señor Taisho…

- No me digas de señor, tutéame.- le pidió- Quiero oírte decir mi nombre.

- Inuyasha…

Ronroneó al escucharle decir su nombre y sin poder evitarlo se inclinó y tomó sus labios con los suyos en un suave beso. Al principio trató de ser muy suave y muy delicado, pero la pasión sustituyó todo resquicio de caballerosidad y terminó estrechándola entre sus brazos mientras invadía su boca con su lengua. Ella no se lo negó, ni hizo ningún ademán de querer separarse de él. Simplemente, le dejó hacer y le mostró lo apasionada que en verdad podía resultar. No era una mujer fría, ni calculadora. Era una mujer caliente y apasionada, justo lo que cualquier hombre desearía y era suya.

Giró con ella entre sus brazos y como si estuvieran bailando la fue guiando lentamente hacia la cama. Si ella no se sentía preparada para hacer el amor con él, lo aceptaría como un caballero, y la dejaría marchar, o se limitaría a charlar con ella. Si ella aceptaba continuar, le haría pasar la mejor noche de toda su vida. Eso sí, pasara lo que pasara, él la visitaría en su casa al día siguiente y comenzaría a salir con ella, a conocerla mejor, aunque ya conocía suficiente. Era la clase de mujer que estaba dispuesto a tomar por esposa y mentiría si dijera que no sentía nada por ella. Sólo de pensar que otro hombre pudiera tenerla se le revolvía el estómago.

Cuando llegaron hasta la cama no hizo amago de tumbarla. Continuó besándola y se quitó la americana del traje para ir preparándola. Kikio Tama era virgen, sólo una mujer virgen podría haberlo besado de esa forma y responder así. Ella había besado antes, pero no de esa forma; lo podía sentir por su inexperiencia, pero aprendía de prisa y muy satisfactoriamente. Temía tocarla y por ello acercó sus manos a su camisa y prácticamente le obligó a desabotonarle los primeros botones, hasta que continuó ella sola sacándole la camisa de la cinturilla del pantalón. Le acarició el torso desnudo con timidez y él mismo se quitó la corbata de un tirón. Mientras ella lo acariciaba y sin parar de besarla, buscó la cremallera de su vestido. La bajó lentamente y acariciando la suave piel y todas sus curvas. Por fin una mujer con curvas. No le gustaban esos cuerpos planos y rectos que se pasaban ocho horas diarias haciendo ejercicio. Le gustaba el cuerpo sinuoso y curvo de una mujer que no se pasaba el día frente a un espejo, de una mujer que se cuidaba lo justo y necesario. Las curvas de esa mujer. Dejó que su vestido cayera al suelo y al sentir sus suaves pechos contra su torso desnudo, lanzó un gemido gutural, la alzó contra él y la tumbó sobre la cama.

Ella sólo llevaba puestas las bragas, unas medias hasta la mitad del muslo y los zapatos. Se veía muy hermosa e inocentemente sexi.

- Se me hace raro llamarte Kikio, ¿sabes?- era verdad- No me pega contigo. Me gusta más llamarte princesa. ¿Te importa?

- No,- sacudió la cabeza- puedes llamarme así…

Inuyasha no tenía ni idea de lo feliz que le hicieron esas palabras. Estaba dispuesta a entregarse a él y guardaría ese recuerdo en su corazón por el resto de sus días, pero nada podría hacerle más feliz que escuchar como la llamaba "princesa" en lugar de "Kikio". No podía conocer su auténtico nombre y era una bendición que no le gustara llamarla por el de su mejor amiga. Ojala ese encuentro no tuviera consecuencias, ojala nunca terminara…

Continuará…