Hey, hacía mucho tiempo tenía una idea en mente así que aquí les va :) Espero les guste.
Mai-Hime y/o Mai-Otome no me pertenecen; si así fuera, habría muchas escenas de Natsuki tratando de imitar el acento de Shizuru.
Ever
Prólogo
Kioto hace algunos años
En el centro de Kioto, se oía la más fina melodía escapar de los antiguos muros que algún día habían jugado a ser un castillo. El viento vibraba coloreándose con los adornos móviles que los niñitos en la calle miraban fascinados en espera de que por suerte alguna cayeran al suelo para salir corriendo. A los ojos de cualquiera era evidente que tras las amaderadas murallas había un gran festejo. Después de todo, no era común que la casona se abriera a tanta gente siendo el hogar de tan especiales personas.
Lo que los transeúntes ignoraban, entretenidos en los chismes y las suposiciones sobre la perfección concedida por la opulencia que reservaba el lugar, era que si bien el festejo prometía ser el evento social del mes, a duras penas lograba cumplir el propósito para el que había sido realizado. La anfitriona, que parecía ser la primera en reparar en tal cosa, se desesperó mirando a todo lado. Era una mujer de cabellos ocres en un kimono azul que combinaba con sus ojos. Era simplemente hermosa y aun así portaba una mirada que daba la impresión que amenazaba con hacer rodar cabezas. Aparentemente, su hija, la celebrada del día, había desaparecido durante la demonstración de magia haciendo magia de la suya. Ahora tenía que esperar lo mejor para que su pequeña no hubiera ido muy lejos en su basta vivienda.
La pequeña niña corría curiosa por doquier. Lo que llamaba su humilde morada estaba resultando no ser tan humilde. Hacía minutos había salido de la fiesta esperando encontrar algo de diversión en el patio, cosa que siempre le prohibían, y se había llevado la sorpresa de que su patio era mucho más grande de lo que creía. Sus padres siempre la mantenían en la casa principal por lo que solo conocía lo que las ventanas le habían permitido en sus siete cortos años de vida. Siempre había sido igual, casa principal, auto, casa principal. Por eso había decidido aprovechar la multitud para echar un vistazo en su propia casa y de paso escapar de la reunión en la que todos los niños querían ser su amigo.
A pesar de su edad, la pequeña niña de ojos rojos era mucho más intuitiva de lo que un adulto encontraría conveniente. Era eso justamente lo que la guiaba en su pequeña expedición; la sensación de que las murallas albergaban algo más interesante que antiguas tejas y finos sortilegios. Hacía tanto rato que la pequeña se había entregado a tal idea que la determinación de sus pasos le sonaba más fuerte que el ruido de su propia fiesta. Maravillada por el pequeño bosque que parecía interminable, se sonrió a sí misma cuando encontró un puentecito cubrir el riachuelo que rodeaba su casa. Su padre solía poner pececitos para que ella jugara a ser un gran pescador a espaldas de su madre, era genial. Lo curioso era que en este tramo, el agua sí parecía albergar vida. Quizás, había dejado escapar algunos y se habían reproducido como en el cuento de la otra noche. Jugó un poco hasta que recordó su exploración y cruzó el puente; si antes se había sorprendido, ahora la escapada había valido toda la pena del mundo.
Frente a sus ojos se dibujaba una casita que lucía mucho más vieja que la suya, y eso era mucho decir. Las tejas ya no daban cuenta de su color original y la madera había perdido matiz alguno. Incluso el papel de la puerta corrediza había pasado a la historia. La niña recordaba sus cuentos sobre casas encantadas sonriendo complacida. Era como si su deseo de cumpleaños se hubiera cumplido. Sabía que tenía razón sobre su casa, debía haber algo más y ¡ahí estaba!
La castaña se acercó a la casita sin saber que unos profundos ojos sin brillo le observaban.
Fuuka, tiempo actual
Chaqueta de cuero, botas a juego, el extraño brillo azul de su cabello y el imponente aire de rebeldía gritaba a todo pulmón que ella no pertenecía ahí y no iba a esforzarse por hacerlo. Suspiró profundamente mientras bajaba ligeramente sus gafas de sol a la mitad del puente de su nariz. No quería perderse en su primer día en la academia, quería tener un buen primer recuerdo del lugar en el que estaría confinada tanto tiempo a pesar de ella misma. Tomó un chicle de su chaqueta y se decidió a seguir explorando las instalaciones en un intento por distraer su mente de los recuerdos recientes.
Natsuki Kuga, de origen japonés y establecida en Estados Unidos desde que tenía memoria. Había tenido que volver a Japón bajo exigencia de su madre que se empeñaba en perpetuar la tradición de los ancestrales Kuga. Aquella sarta de insensateces, como pensaba Natsuki, que obligaba a cada Kuga de nacimiento a asistir a la Academia de Fuuka, la mejor de Japón y, para infortunio suyo, un internado alejado de la civilización. Se aferraba a la esperanza de que la mugrosa isla tuviera internet. O que en el mejor de los casos, en pocos días su madre llamara para decir que solo era un castigo temporal por el incidente de hacía unos días.
Era patético. La peliazul se desesperaba de confirmar lo que ya había supuesto, estaba totalmente atrapada. Ni la más angelical sonrisa de Alyssa le sacaría de Fuuka a menos de que tuviera en su poder algún satélite con rayo transportador o un perro volador. Sonrió ante su pobre intento de broma. Jamás admitiría que le afectaba estar a océanos de su familia. No podía permitirse eso ahora que estaba merodeando por la academia a un día de empezar clases. Lo único que quería era cerrar los ojos y convencerse de las oportunidades que tenía frente a sí. Había mucho Fuuka por conocer, mucha Natsuki por explorar.
Entonces, como si los dioses japoneses lanzaran los dados…
-Watch out, mutt!- La ojiverde no había terminado de girar su rostro ante la repentina voz cuando sintió un puñado de confeti directo a su cara.
-¡Araña!-Gritó el objetivo fingiendo ira en un intento por escupir los papelitos que había tragado.
-Feliz cumpleaños, Nat.-Sonrió inocente la pellirroja mirando divertida a su amiga.
-Sabes que no es mi cumpleaños.
-¿Ah no?
-Nao…- Gruñó Natsuki entrecerrando los ojos sobre sus gafas.
-También te extrañaba.- Natsuki la miró perpleja pero antes de poder decir algo su acompañante se echó a correr.
Nao le había hecho caer otra vez, hacía menos de una semana habían pasado el día jugando Xbox en su casa mientras su padres estaban en una junta de negocios. Natsuki se sentía estúpida de solo recordarlo. Definitivamente el cambio de horario le estaba sentando mal. Para congraciarse consigo misma se prometió encontrar a su amiga y meterle su confeti por donde no le daba el sol, al diablo con conocer las instalaciones.
Jadeos, una y otra vez. Nao se relamía los labios sabiendo que había obtenido lo que quería como de costumbre. Veía las gotas de sudor deslizarse por la piel de aquella mujer que ahora estaba como su cabello por el ejercicio. Rió de nuevo. Natsuki era como uno de esos cachorritos que siempre caían en la misma trampa, era casi adorable. Sacudió su mente concentrándose en la cercanía de la Kuga, apenas las separaba un par de metros. Se dirigió hacia el fondo de un pasillo ancho e iluminado que acaba en una puerta doble y sin pensarlo dos veces entró de golpe.
Natsuki siguió a Nao a la puerta extrañamente decorada con globos de colores sin detenerse a leer el letrero con brillantinas. Tampoco escucho la voz matizada por un extraño acento en lo que parecía un discurso formal. Ella se estampó en la puerta sin pensar demasiado siguiendo el ejemplo de la pelirroja quien parecía estupefacta frente a una multitud de estudiantes quien le veían horrorizados a ambas como si hubieran entrado a una convención de escapularios en un convento vestidas de conejitas playboy.
-¡¿QUÉ CREEN QUE ESTÁN HACIENDO, PAR DE DELINCUENTES?!- Una muchacha de cabello rubio opaco que parecía no necesitar micrófonos para hacerse oír en el inmenso auditorio en el que acababan de irrumpir les miraba con el odio propio de la madre superiora.
Natsuki trataba de no reír ante las súbitas comparaciones religiosas por la seriedad en el recinto pero definitivamente su madre tenía razón con que las mañas de Nao se le estaban pegando. La peliazul miró a Nao que parecía estarle leyendo la mente y se devolvió a ver a la mujer megáfono. Al parecer no era la única en la elaborada tarima, estaba junto a una chica menuda de lentes que trataba de calmarla, un chico que parecía estar en otra dimensión, un tipo con el cabello decolorado y una chica que…
3, 2, 1…
Chaqueta de cuero, botas a juego, cabellos oscuros con matices azules despilfarrados por el suelo del auditorio mientras la desmayada Natsuki Kuga y su aire de rebeldía quedaban olvidados tras un sonoro golpe viniendo de la tarima. La presidenta estudiantil yacía inconsciente ante la mirada atónita de los presentes.
