Disclaimer: Saint Seiya recae en la autoría de Masami Kurumada. El siguiente texto Narrativo va dirigido de un/una fan para fans.


Escalando

Ciertamente su vida había cambiado. Vivía como quería, explorando el mundo y visitando lugares que, quizás, sólo los dioses habían visto. Era todo un jovencito, independiente, inteligente y no se podía negar que era muy influyente. Sus cabellos rojos lo hacían ver como un chico rebelde, su piel se había vuelto pálida y sus ojos claros daban señal de su bondad. Los años le estaban haciendo bien. Sin embargo, vivía huyendo de sus responsabilidades, aunque eso poco le importaba. De vez en cuando se paseaba por el orfanato, saluda a Miho, compartiendo sus aventuras con los niños y recorriendo la ciudad.

Él, prácticamente, se había olvidado del santuario y de su rango de aprendiz. Quizás hacia mal, pero nadie estaba ahí para decírselo. Claro, tampoco había alguien para decirles los grandes cambios sufridos en el santuario. Quizás ese había sido el principal error...

Fue un día cualquiera, iba camino al orfanato. Sólo pasaría a saludar y a otra cosa mariposa, pues al siguiente día iba a aventurarse a otro gran viaje lleno de emoción y… ¡Emoción!

Como era de esperarse, los niños se divertían jugando en grupos y riendo. Otros gustaban de los deliciosos postres que preparaban las encargadas del orfanato. Le recordaba a sus primeros días viviendo ahí, claro, no era cosa de todos los días ver un niño con dos puntos en vez de cejas o con poderes sobrenaturales, quizás eso lo hizo tan "popular". Exacto, tan popular que un grupo de matones lo perseguían para golpearlo.

Ya no recordaba la última vez que había pisado aquel lugar, ahora lo veía tan diferente y a la vez tan… clásico.

Mientras caminaba recordó la última vez que vio a sus amigos. Tenía 10 años, todo un muchachito valiente, fuerte, sano, apuesto… aunque ninguna aprendiz de caballero femenino notaba ese detalle. Se encontraba en el santuario, que por cierto estaba desolado y triste, preparándose para obtener la sagrada armadura Dorada de Aries, lo cual conllevaba una gran responsabilidad. Obviamente un niño de su edad no podía soportar mucha presión, llegado el momento que veía todo tan monótono que se cansó de esperar aquel día en que se convertiría en Caballero de Athena, después de todo era un "estúpido" sueño más que agregar a su lista de ilusiones.

En aquella época la primavera estaba en su apogeo, veía a las aves volar a donde querían, tan libres y despreocupadas, sentía envidia. Deseaba ser como ellas, volar sin rumbo…

¡Claro que podía! Lo haría, era momento de extender sus alas a un nuevo amanecer, una nueva vida. Como era de esperarse nadie lo apoyaba, nadie excepto Athena, o Saori como la llamaba.

"Si esa es tu decisión, puedes irte. Pero recuerda que este será tu hogar y siempre serás bienvenido, Kiki. "

Esas palabras se quedaron en su corazón, gravados cual cicatriz. La despedida fue triste, tenía la sensación de que nunca más volvería a ese santuario y que nunca más vería a sus amigos, pero los llevaba presentes en su mente y alma. Se despidió de su maestro que en ese entonces se encontraba encerrado en el sello de los dioses y el único recuerdo que tenía de él era la gran estatua que moldeaba los cuerpos desnudos y las caras, que evidentemente reflejaba sufrimiento, de los Santos dorados y el antiguo Patriarca.

En fin, creció sin ver a sus amigos, viajo por todo el mundo, vivió intensamente y olvido por completo que era un aprendiz, aunque muy en el fondo lo sabía. Evitó a toda costa ir a Jamir y también evitó el santuario. Su vida estaba yendo por buen camino, era interesante vivir sin un hogar establecido. Sentir el viento soplar y cubrirte completamente, ver los hermosos lagos aún no descubiertos por la humanidad, y completamente cristalinos. Los bosques frondosos que le brindaban calor, las enormes montañas cubiertas de nieve, tan blancas y puras… ¡Era simplemente hermoso!

Ojalá y esa felicidad dudará para siempre…

Se acomodó los cabellos para ampliar su campo visual y dio un paso dentro del orfanato. Caminó lentamente hacia el salón donde Miho solía descansar. Ahí se reunían los niños mayores para jugar a las cartas o algún juego de mesa. Era un lugar acogedor y con un calefactor que hacía sentirte como en la cama, claro, en épocas de invierno. Por lo demás, era el lugar idóneo para comer en grupo mientras veían algún dibujo animado en televisión o simplemente hablar. Las paredes ahora tenían un recubrimiento de pintura azul y aquella puerta de madera, que hace unos años estaba apolillada, ahora era una fina puerta de caoba. Sin embargo, aquella esencia de amor que se respiraba en el lugar no había cambiado.

Se detuvo frente a la puerta y antes de llamar puedo escuchar unas voces, aparte de la voz de Miho…

—…Fue por eso que Saori nos envío aquí.

¿Saori? ¿Athena? ¿¡Saori, Athena!? ¿¡Por qué Athena había enviado a ese hombre!? ¡¿Por qué había enviado a esos hombres?!

—Exacto, necesitamos de él. Es el único que no se ha presentado—dijo otra voz.

Kiki ya se estaba preguntando quienes eran, de cualquiera manera tenían que ser caballeros de Athena, de otra manera no sabrían de la existencia de Saori… ¿O sí? Claro, sí lo pensaba bien, la señorita Kido era la joven más adinerada de todo el continente. Pero, ¿A quién se referían? ¿Quién no se había presentado? ¡¿A qué no se había presentado?

Se asomó por una de las ventanas con sumo cuidado pues no quería interrumpir la tan "interesante" conversación. Evidentemente sospechaba el motivo de la visita de aquellos hombres. Y por su bien, rogaba a los dioses que no sea lo que creía que era.

Sentados alrededor de un mesita redonda, tomando café, se encontraban los cinco caballeros de bronce: Seiya, Shiryu, Shun, Hyoga e Ikki. Eran ellos, sus amigos, quizás las únicas personas que en un primer momento decidieron brindarle apoyo luego de la muerte de su maestro. Habían madurado, sus facciones se eran más masculinas y estaban más altos. Miho les sonreía gentilmente, mientras trataba de cambiar el tema de conversación. Muchos recuerdos vinieron a su mente, no pudo evitar sonreír. Sus cabellos rojos se agitaron con el viento, muy inusual considerando que estaba dentro de una casa.

—Han sucedido cosas realmente increíbles y maravillosas. El santuario estaba recuperando su esencia.

—Es por es que Saori requiere de su presencia como aprendiz de Aries—dijo Shiryu retomando el tema.

¿Volver al Santuario? ¿Regresar a ser un aprendiz? Bueno, técnicamente seguía siendo un aprendiz. Pero él no quería volver, no estaba entre sus planes hacerlo.

La sonrisa se le borro del rostro, sus ojos perdieron la emoción del reencuentro y la duda invadió su mente y conciencia.

— ¿Qué?—susurró para sí. Se sentó en el suelo alfombrado mientras su mente repetía una y otra vez aquella frase.

—Volverá al Santuario para cumplir su rol de aprendiz, claro, con nuestra ayuda podrá incorporarse lo más antes posible—habló Shun con su característica voz gentil.

—Necesitamos llevarlo lo más pronto posible, el Patriarca nos ha pedido expresamente que seamos nosotros—intervino Hyoga.

—A todo esto, ¿Dónde está el mocoso? —Le interrogó Ikki con autoridad.

—Lo siento, pero él no vive aquí. Regresa cada cierto tiempo… ¿Meses, quizás?—Miho, al igual que casi todo el grupo de bronceados, trataba de calmar los ánimos de Ikki que se veía muy apresurado en encontrar al aprendiz. De hecho, parecía estar preparado ante cualquier negativa del muchacho.

De inmediato las caras de los chicos cambiaron al notar que toda esa búsqueda llevaría mucho tiempo. Mucho, demasiado tiempo. Era necesario encontrarlo, y no lo decían ellos… ¡Lo decía el mismo Patriarca! Y ojalá y no se enfadase al saber que el chico estaba perdido y podría estar en cualquier lugar del mundo.

—Pero…Saori lo necesita, ¡Los santos dorados ya comienzan a preguntarse donde esta…! —expresó Shiryu.

¿Santos dorados? ¿¡De que estaban hablando!?

La cosa se ponía cada vez peor para Kiki. No sólo era el hecho de retomar el puesto, sino de saber que su maestro estaba vivo.

¿En qué cabeza cabe no decirle nada el pobre alumno de unos de los Santos Dorados, que su maestro estaba vivo? Y sobre todo, ¿Por qué diantres mandaron a cinco muchachos y no a su maestro?

—Los santos dorados, digamos…

—Athena ayudo en su resurrección. Pero el tema es que necesitamos de Kiki…

En ese instante, en ese segundo, Makoto, uno de los niños del orfanato, llegaba para saludar a Kiki. Un saludo muy… ruidoso.

—¡Kiki! ¡Amigo! ¡¿Hace cuanto regresaste?... ¡Hey, no huyas!—claro, esos gritos confirmaban que el aprendiz estaba ahí.

O estuvo ahí, porque Kiki ya había tomado sus cosas y se disponía a abandonar el lugar. Seiya y compañía salieron del salón a toda prisa mientras veían a su "misión" huir por el patio trasero.

—¡Vuelve! ¡Queremos hablar contigo!—Gritaba el caballero de Pegaso mientras lo perseguía, y atrás suyo venían sus compañeros.

—¡Kiki! ¡Oye, no te vayas!

—¡Maldición! ¡Vuelve mocoso!

—¡Te dije que tú maldito plan no funcionaría, Shun! ¡Se escapo!

Y a lo lejos, el muchacho respondió con un:

—¡Están locos si creen que regresaré! ¡Tengo todo un viaje por hacer y una vida que disfrutar!


Aquel paseo por las calles de Japón lo habían dejado exhausto. Definitivamente esos muchachos habían mejorado, fue muy difícil perderlos de vista. Además, habían causado un par de accidentes en la vía pública, por lo cual fueron multados.

En fin, había llegado a orillas de la playa. Se tumbó sobre la arena y observó el cielo completamente despejado. Sólo quería descansar. Muchas noticias nuevas en el día ya le comenzaban a dar nauseas. Era muy pronto para pensar que haría, pero le dolía muy en el fondo haberse enterado de esa manera que su maestro estaba vivo. Hubiera preferido… pues no sabía, pero haber tenido que espiar una conversación para enterarse finalmente de eso, le causaba un gran dolor. No era adecuado, no lo era, aunque pensaran que seguía siendo un inmaduro, esos temas tan delicados no se hablaban con tanta soltura. Quizás había sido su culpa, pero ¿Y ellos? ¿Qué tenía ellos que decirle a Miho sobre la situación de santuario? ¿Por qué no al él? ¿Por qué no cerraron el hocico?

El enfado de Kiki iba más allá de aquella situación. Él demostraba su molestia de una manera muy peculiar, quizás vengativa… era un adolescente de todos modos. Su futuro era tan incierto como lo que cruzaba por su cabeza en esos momentos. Pronto sus ojos comenzaron a cristalizarse mientras miraba al vacío. Estaba angustiado, no sólo por él, sino por lo que dirían los demás al saber que el valeroso aprendiz de Aries se había negado a volver y había huido como niñita. De seguro los nuevos aprendices tendrían la comidilla del día. Lo Santos Dorados murmurarían sandeces sobre su educación y su maestro… un tema nuevo de que hablar.

Podía ver como las aves volaban por el cielo claro, muchas de ellas se separaban de la gran formación en la que planeaban y terminaban formando su propio grupo. Aunque sabía que terminarían perdiendo el rastro de su bandada y quizás morirían en la siguiente estación. Todo era así…

Hasta la vida más desordenada tenía unas cuantas reglas que cumplir.

Su vida carecía de sentido si sólo pensaba viajar por el mundo. Pero le gustaba vivir así, por más peligroso, incierto y solitario que fuera, le gustaba. Pero también quería volver a ver a Athena, a su maestro... ¡A sus amigos!. Aunque la contraparte de todo eso era quizás: ¿miedo?


Llegó de madrugada al orfanato, caminando a paso lento con la cabeza baja. Deseaba poder desaparecer y que nadie más supiera de él. Pero tenía muy claro que le era imposible, de todas formas lo encontraría algún día. Aunque claro, quedaría como un niño inmaduro que huye de sus responsabilidades. Pero no podía negar que vivir en esos escenarios naturales y sentir todas esas emociones que se mezclaban dentro de él era único. Tan perfecto que juraba que ningún otro mortal podría aguantar tanta felicidad.

Parecía que su decisión estaba tomada, no volvería al Santuario. Y que le perdonara Athena si es que hacía mal.

— ¡Aquí estas! —La voz de un joven hizo que saliera de sus pensamientos— ¡¿Por qué lo has hecho?! ¡¿Por qué te negaste a ir con ellos?!—aquel chico se tumbó sobre él y cayeron en la arena donde los niños solían jugar. Este lo zarandeaba con tanta fuerza que Kiki se preguntaba si es que no estaría ocurriendo un desastre natural.

—No estoy en condición de vivir en el santuario, Makoto—ese chico también había crecido. Era un muchacho gracioso, divertido e inteligente para las bromas. Sus cabellos desordenados, su piel morena y sus ojos acaramelados le daban una apariencia juguetona. Era increíble ver como sus ojos habían cambiado de color. De cualquier forma, estaba colmando su paciencia.

— ¿Qué no estas en condiciones? ¡No me hagas reír! ¡Tú estas en muy buenas condiciones! ¡¿Cómo es posible que te hayas negado?!

—¡Ya te dije que no estoy en condiciones de ser un aprendiz! ¡No quiero ir al santuario porque no me gustaba estar encerrado, no me gusta seguir tantas reglas! ¡Quiero vivir en libertad! ¡Después de todo es mi vida y no la de ellos! ¡Yo soy el que decide que hacer!—gritó ofuscado mientras empujaba a su compañero hacía atrás.

— ¡Makoto! —Se escucho la voz femenina. La voz de Seika. La chica había crecido mucho y no se podía negar que el tiempo le había favorecido. Su cabello largo y ondulado le hacía ver como toda una señorita de sociedad. Makoto se había encaprichado con ella, la amaba en secreto o por lo menos creía que la amaba. Eso hacía que Kiki se partiera de la risa recurrentemente—Déjalo ya, tiene razón, es su decisión si regresa o no al santuario.

—Pero Seiya y…

—Seiya no es el que toma la decisión. Déjalo en paz, supongo que el estará debatiéndose ahora mismo, es muy difícil para él—Makoto se quedo callado y asintió. Pero antes de dar por zanjado el asunto dijo:

— Piénsalo mejor, tienes muchas responsabilidades en ese lugar. Piensa que tienes a alguien esperándote. Muchas personas desearían estar en tú lugar.

Pero si muchas personas deseaban su puesto de aprendiz a Kiki poco le importaba. Tenía sus motivos.

La mañana llegó y Kiki se preparaba para irse del orfanato. Se había planteado miles de ideas, como olvidar el orfanato y omitir comunicación alguna persona cercana al santuario. Aunque la calidez del lugar hacía que volviera una y otra vez. Además, de vez en cuando se sentía muy sólo. Claro y necesitaba conseguir comida. Fuera de donde fuera.

Tampoco Shiryu se quedaría sin hacer nada. Él había llegado con el propósito de llevar a un aprendiz al santuario y esa era su misión ¡La tenía que cumplir! Fue entonces que una idea se asomo a su cabeza.

Sin pensarlo dos veces despidió a sus compañeros, ellos debían de ir al santuario y decir que el aprendiz de Aries esta confundido y que tendría que despejar su mente por unos dos meses. Obviamente los santos de bronce protestaron ante la idea de regresar sin nadie al santuario, además de lo descabellado que era puesto que el aprendiz iba a huir cuando estaba prácticamente en sus manos. Shiryu, sin embargo, les proporcionó la plena seguridad de que el aprendiz volvería, tan seguro estaba que les pidió que a la hora de charlar con Shion le transmitieran la misma seguridad. Eso, por supuesto, era peor pues si el aprendiz no se presentaba quedarían muy mal ante el Patriarca.

Partieron horas antes que Kiki se fuera.

Shiryu llamó a la habitación de Kiki, claramente con el propósito de conversar y plantearle su propuesta. La puerta se abrió lentamente y cuando el muviano confirmo que era el cabello Dragón no puedo evitar emitir un bufido.

—Sé lo que quieres, la respuesta es no. Ya te lo dije…—dijo Kiki al verlo parado en la puerta. Para su sorpresa Shiryu sonrío y soltó algo parecido a una risa. El ''aprendiz'' frunció el ceño y farfulló algo parecido a un insulto, muy grosero por cierto.

— ¡Vaya que has crecido! Y te pareces al viejo Shion…

— ¿Perdón? ¿Quién es…?

—El patriarca, el maestro de Mu. No bromeo, enserio te pareces un poco. Si tuvieras en cabello verde y te lo dejaras crecer un poco más —Shiryu soltó otra risa burlona—. Pero eres muy diferente a los dos, ellos son más pasivos y serenos. Tú… eres un caso diferente, aunque muy astuto. Además de impulsivo—pero lo cierto es que Kiki era la contraparte de aquellos dos hombres, bastaba con sólo convivir con él por un día.

— ¿Su maestro? Nunca me lo mencionó—de hecho recordaba al hombre que se suponía era el antiguo Patriarca, pero nunca le había mencionado su nombre...— Supongo que ya no importa, yo no seré el aprendiz que quieren y… ¡Demonios, Shiryu deja eso! —Kiki trato inútilmente de quitarle a Shiryu un peluche viejo.

—No hasta que me escuches.

— ¡Dámelo ya!—Era inútil, Shiryu era mucho más alto que él, condición que hacía sentir a Kiki un enano.

—Tengo un trato. Nos conviene a los dos. No te pido que aceptes esto, solo quiero que lo consideres—Kiki se mordió el labio y asintió con el ceño fruncido mientras tomaba asiento y se cruzaba de brazos—. Se que es muy difícil para ti todo esto, pero considera que no es sólo tu puesto como aprendiz. Kiki, hay muchas personas que te extraña, ya hasta te creen un mito. ''El aprendiz de Aries aparecerá cuando el peligro se acerque'' ''El aprendiz de Aries es un espíritu'' ''No aparece porque es el castigo de los Aries quedarse solos''—Shiryu imitaba la voz chillona de los niños del santuario.

—No puedo creer que piensen que soy un espíritu—dijo Kiki claramente indignado—. Deja de hacer esa voz que me duelen los oídos.

—Todos estos años hemos vivido sin ti. Hasta los nuevos aprendices a dorados preguntan por tu persona, no es muy grato decirles que estas en un gran viaje cumpliendo una "misión".

—¿Cuántos años se supone que tienen como para creerse semejante mentira?

—Son de tu edad, un par de años mayores, pero ya no se tragan el cuento—respondió con soltura—. Y tú maestro… ¡Si lo vieras! ¡Es como si el aburrimiento lo consumiera por dentro! Además él también te extraña.

— ¿Y el punto es?

—No te pido que me des una respuesta ahora. Esta bien, has tu viaje, recorre lo que tengas que recorrer. Te doy dos meses para que pienses en esto. Deja atrás lo que te he dicho. No pienses en los demás, piensa en ti ¿En realidad estás seguro de dejar tu puesto? ¿Tienes la plena seguridad?

De hecho, Kiki no tenía muy claro que hacer con su vida. En algún momento tendría que pensar en el resto de vida, ¿Qué pasaría cuando llegara a ser un anciano? ¿Moriría solo? ¿Moriría sin haber hecho algo en su vida? La vida era un juego de estrategia donde un movimiento en falso te podía costar muy caro. La situación ameritaba pensarlo, era un ring de boxeo: ''Por un lado, con un historial de risas y…risas, tenemos a la libertad, diversión, viajes y distracción. Y por el otro lado, con un historial de felicidad y lágrimas, tenemos a la responsabilidad, deberes, lo correcto y el orgullo. ¡Que comience la pelea!''

— ¿Y bien? ¿Qué dices? —Shiryu logró que Kiki saliera de sus pensamientos. El chico estaba apunto de ver quien ganaba la "pelea del siglo".

—No te prometo nada. Tienes la mitad de las posibilidades de que vuelva, pero... no lo sé. Considera esto como un sí… quizás.

El tiempo transcurrió rápidamente y al mirar el reloj ya era medio día.

Kiki se despidió de Shiryu. Antes de salir dejo una carta en las manos del dragón, susurrando un "Por si no vuelvo". Decidió que era hora de salir a la libertad, quizás por última vez. No lo sabía…


Al caminar por aquel lugar, casi desierto, se preguntaba cómo era posible que alguien pudiera subsistir allí. Era un lugar helado, la temperatura estaba bajo cero. En tanto frío era imposible que un pequeño pudiera sobrevivir, por lo cual no era un lugar muy poblado. Bueno, sólo veía una que otra máquina de rastreo y lanchas. Se sentía un tanto aliviado de poseer un cosmos elevado, por eso había llevado tantos años de entrenamiento, para poder sobrevivir hasta en las condiciones más extremas.

Llegó el momento de hacer la tienda donde dormiría los siguientes dos meses. Su destino era claro, recorrer las cadenas montañosas que se erguían en el horizonte… a pie. Una tarea difícil para cualquiera que no llevará un equipamiento especial. Por supuesto que para él era como un paseo.

Ubicó su tienda cerca del pie de las montañas y exploró los alrededores para asegurarse que nadie estuviera cerca de ahí. De cualquier manera, era imposible que alguien osara pasar por aquel lugar, por lo menos no muy seguido. Además su lugar de descanso estaba muy bien escondido.

Se sentó junto a la fogata que había logrado encender, después de mucho, y pensó sobre lo que haría en los siguientes meses. No, no se refería al recorrido que haría por aquellas montañas, hablaba de su decisión.

Shiryu le había dado dos largos meses para pensar bien que haría con su vida. ¿Y si quizás era una trampa? ¿Y si Shiryu andaba detrás suyo para esperar el momento en que pudiera llevarle a la fuerza al Santuario?

—Demasiado paranoico para mi gusto…

Era imposible. De cualquier manera, si Shiryu pensaba seguirlo, era una tontería. Además, al decirle que le daba dos meses para recorrer lo que tenía que recorrer era como tentarlo a huir, cosa que no le convenía al caballero dragón. Agradecía ese gesto, pero no cambiaba en nada la encrucijada en la que se hallaba. Más que eso, era complicado tener todo ese tiempo para decidir, ¿Y si, digamos, cambiaba de opinión un día antes de volver? Eso desilusionaría a muchos, muchos.

¿Y qué hay de él? Por favor, era sólo un muchacho, demasiado joven para decidir y demasiado viejo que dejar el tiempo decida. Cada día iba adoptando el estilo de vida de un ermitaño, tan alejado de la gente y del mundo que ya casi no identificaba la nueva tecnología. Responsable, definitivamente no lo era. Era momento de aceptar que era un verdadero cobarde. Sí, además de eso un niño muy resentido con los que le hacían daño, pero era así y nada lo iba a cambiar. Por lo pronto, también era conformista, no le importa si vestía bien o no, o sí su cabello había crecido mucho, o sí vívida rodeado de majares y lujos. A él le agradaba su pequeña tienda, sus mantas de carnero y su pequeño peluche.

¡Estaba claro! No era su destino ser un caballero de Athena. ¿Cuándo se ha visto alguien así ser parte de la orden de élite del Santuario? ¡Nunca!

Incluso aquellas personas que caminaban por ese minúsculo mercado se preocupaban por si tenía ropa nueva, o por sí las demás personas les veían bien. Muchos abandonaban el país cada días que pasaba. El gobernador de aquella ciudad se iba quedando sin grupos que movilizar y los que no podía huir por medios de transporte, se armaban de valor y cruzaban el mar en pequeños botes.

No era digno de llevar la armadura de Aries, de eso estaba muy seguro.

Ya era noche cuando sus cavilaciones llegaron a su fin y se dejo llevar por el sueño. Al siguiente día su viaje se tornaba más complicado. Debía descansar…


Por la mañana, lo primero que vieron los habitantes del Santuario de Athena fueron las figuras de los cuatro jóvenes que llegaban de su misión, con caras no muy alegres. Algunos estaba expectantes, otros indiferentes. De hecho no era algo muy importante eso de la llegada del nuevo aprendiz, pero aun así estaban un poco interesados. Es decir, no todos los días se veía a un pequeño aprendiz aspirante a Santo Dorado, de hecho, era más probable ver al Patriarca entrenar con algún caballero dorado. O verlo desnudo, para el gusto de las caballeros femeninos que adoraban al guapo, fuerte, talentoso y amable su ilustrísima, el Gran Patriarca Shion de Aries.

Los cuatro amigos rodearon la Casa de Aries, para su propio bien, y continuaron su camino, tratando de rodear también la casa de Piscis pues Afrodita no era el más gentil de todos los muchachos dorados. Además, mencionar aprendiz en su presencia, lo creyeran algunos o no, era como darle el gran susto del día. El caballero dorado de Piscis aún no se recuperaba de aquella ocasión en la que tuvo que enterarse por sus propios medios que tenía un niño a su cuidado. Era cierto, nadie había sido tan amable de avisarle.

—¿Se supone que debo dejarlo pasar?

—Sí… venimos con noticias para Shi… para el Patriarca.

—Es sobre el aprendiz…—Afrodita se mostró ceñudo—de Aries. Nos vemos luego.

—Claro… Andrómeda—susurró entre dientes mientras se disponía a continuar con su habitual ronda de vigilia por los Doce Templos.

¿Qué es lo que le dirían a Saori? ¡¿Cómo se lo dirían al Patriarca?! ¿Cómo le explicarían la ''estúpida'' idea de Shiryu? No iba a ser fácil decirle que el aprendiz se tomaría su tiempo para decidir si regresaría finalmente o se quedaría jugando en su mundo de libertad y tranquilidad, como si no tuviera responsabilidades. Y siendo realistas, era poco probable que el mocoso regresara.

Los santos plateados que cuidaban la entrada al treceavo Templo mostraron una pequeña sonrisa al saber de la inconclusa misión de los cinco caballeros favoritos de Athena. Además de dejar en claro que Shion estaba irritable.

—¡Esa lagartija me la va pagar si es que salimos vivos de esto!—gruñó Ikki mientras se adelantaba.

—Ya cállate, Ikki. Si hubieras sido más listo no habrías cometido faltas a la autoridad y ahora estaríamos volviendo con Kiki—exclamó Hyoga.

—¡Tú cállate! Fuiste al primero en ocasionar aquel accidente automovilístico y todo por querer superarme.

—¡¿Qué yo quise superarte? ¡Ikki eres un…!

—Basta muchachos—intervino Seiya—Shiryu nos dejo una versión para el Patriarca, así que no creo que nos mate… bueno, un pequeño castigo, pero…

—¡Me me las vas a pagar Shiryu! ¡Y tu también Hyoga! ¡Gaste mi dinero por tu culpa y la de ese mocoso!

—¡Hermano! Tranquilízate, ahora más que nunca debemos estar unidos. El plan de Shiryu funcionara y no debemos preocuparnos por Kiki, él regresara en dos meses—La seguridad de Shun le daba el toque tranquilizador al grupo, a estas alturas ya no podía pedir más pues Ikki estaba realmente enfadado y en cualquier momento podría atacar a Hyoga ocasionando, ahora sí, la verdadera furia de Shion. No por nada se conocía al Patriarca como un hombre correcto. Aunque tuviera otra fama secreta entre las caballeros femeninos.

Fénix, Cisne, Andrómeda y Pegaso llegaron hasta el salón Patriarcal donde los esperaba el alto mando del Santuario con su clásico traje negro y su casco dorado, sentado en su clásico trono. Bien, eso no iba a ser sencillo.

Gracias al casco la expresión del Patriarca era una incógnita. ¿Quién iba a ser el afortunado en darle la gran noticia a su ilustrísima? Pues el valeroso caballero Pegaso, quién se preparaba para explicar lo sucedido, lo más delicado posible.

—¿Y bien?—Seiya fue empujado por Ikki para que saliera al frente, como todo un hombre, y hablará sobre el plan de Shiryu. Sin embargo Pegaso se quedo mudo. Giró su vista hacía sus compañeros y estos a su vez le hacían señas. Pero Seiya no comprendía, retrocedió unos pasos mientras Ikki le susurraba toda clase de insultos y le obligaba a salir otra vez al frente.

Llegó el momento en que el Patriarca se enfado y se quito el casco, bajo las escalinatas hasta quedar frente a los muchachos, rompiendo muchas reglas del protocolo por cierto, y les miró con seriedad.

—¿Se puede saber dónde está el aprendiz de Aries?—preguntó con cierto enfado.

—Pues… vera…—trato de explicarse el caballero Pegaso—Shiryu… el aprendiz…

—¿Dónde está?

—Espere, déjenos explicárselo—Shun dio un paso al frente y, con los ojos brillosos, comenzó su larga explicación—. Llegamos a Japón unos días antes de lo anticipado y fuimos directo al orfanato donde se suponía que se encontraba el aprendiz…

—¡¿"Se suponía"?!

—Pero al hablar con Miho, una de las encargadas del lugar, nos dijo que él no vivía ahí…—la expresión del Patriarca denotaba gran enfado, de hecho parecía que en cualquier momento los muchachos recibirían un par de bofetadas—… entonces el muchacho huyo de nuestra vista.

—¡¿Se les escapo?!

—No. El mocoso Muviano volvió ese noche, se comportó de mala manera, supongo que será su condición única que lo hace sentirse superior…—Ikki comprendió que no era muy grato pronunciarse sobre la raza de Shion. El caballero de Fénix retrocedió tragándose unas cuantas palabras que según parecía irritaban al Patriarca.

—Shiryu nos dijo que estaba muy confundido, por lo cual le dio dos meses para que lo pensara mejor.

—Claro, eso si vuelve de su viaje…

—¡Seiya!

—Porque dijo que el aprendiz viajaría una vez más y luego recibiría la respuesta…

El grito de enfado de Shion se pudo escuchar por los doce Templos del Zodiaco.

Los caballeros Dorados se preguntaban si era idóneo ir a ver qué pasaba o quedarse en sus templos para evitarse una reprimenda. De cualquier forma, el único valiente podría ser el caballero de Libra, el mejor amigo del Patriarca con el cual podría pasarse el día entero discutiendo sobre temas que no tenían respuesta. Pero Dohko no estaba para aguantar los "berrinches" del antiguo Caballero de Aries. No ahora.

Los cuatro muchachos se sobaban sus mejillas, rojas gracias al par de bofetadas que recibieron por parte de Shion, mientras bajaban la cabeza murmurando. El Patriarca les dio la espalda mientras planeaba una nueva estrategia de rastreo. Parecía que, otra vez, el aprendiz de Aries se les había escapado. Para colmo de males las estrellas no decían nada sobre lo que le podía estar sucediendo.

¿Y si buscaban a otro aprendiz que lo reemplazase? Shion fácilmente habría podido tomar esa decisión desde un principio, pero las circunstancias ameritaban que aquel muchacho fuera el que cubriera el puesto, ¡Él y nadie más! Y Shion lo haría, lo traería de vuelta, aunque se negase. No por nada estaba el mando del Santuario.

—Vayan a descansar—respondió con cansancio mientras volvía a su trono.

—…

—Y perdón por el incidente de hace un momento… son demasiadas cosas ahora.

Los muchachos asintieron y salieron del lugar dejando a un Patriarca contrariado y, según se veía, con un gran dolor de cabeza.


Y lo días pasaron, la comida escaseaba mientras el frío se hacía más intenso.

Bien, iba a mitad del camino y todo indicaba que terminaría antes de lo previsto, aunque con muchas dificultades. Según su calendario mental, habían pasado alrededor de treinta días. Un mes, y el camino se iba haciendo un poco más difícil. Podría teletransportarse, pero eso haría muy fácil el recorrido y no tendría sentido haberlo hecho. Por lo demás, lo único que le preocupaba era el hecho innegable que antes de terminar el viaje su comida iba a desaparecer. Si no aceleraba el paso iba a quedar varado en medio de esas montañas. Y esta vez no había algún mortal cercano que pudiera apoyarle.

Hace algunos días había extraviado una de sus mantas para cubrirse del frío, por lo cual era necesario abrigarse con su propio cosmos. Deseaba estar en el orfanato, abrigado entre las sábanas de su habitación o bebiendo chocolate caliente junto a sus amigos. Aunque, como lo había previsto, no regresaría hasta después de seis meses, para dejar en claro que no volvería al santuario. Shiryu comprendería después de leer la carta que había dejado.

Los escenarios que había visto mientras recorría las montañas, eran simplemente perfectos. Tan hermoso y místico que costaba creer que todo eso podría desaparecer en unos años si es que las industrias no dejaban de atentar contra la naturaleza y sus funciones vitales. Al menos, cuando eso sucediera, podría decir que pudo ver aquellas maravillas cuando aún estaban vivas y que también pudo vivirlas.

—…

Era extraño pensar que hace unos minutos había estado parado en el mismo lugar. Sobre la misma roca y mirando el mismo panorama. Era imposible que estuviera dando vueltas, simplemente no era posible. Además, el camino implicaba ir en línea recta.

El aprendiz dejó sus pertenencias sobre la nieve y giró su vista hacía aquella pila de rocas que parecía esconder un objeto contundente. Sin embargo, no se acercó, pues en esas circunstancias, con un cosmos muy cercano a él, no parecía prudente.

—¿Quién demonios eres y por qué estás aquí?

Una risita delicada fue su respuesta. Comenzaba a preguntarse si en verdad era un enemigo el que lo acechaba. Fue entonces, llevado por la confianza y confusión que le despertó esa risilla, bajo la guardia.

En sólo segundos, Kiki recibió una de las primeras grandes lecciones de toda su vida: Nunca bajes la guardia, por lo menos no hasta que conozcas a lo que te enfrentas.

El aprendiz profirió un grito de dolor, cayó sobre la nieve blanca y su sangre manchó la blancura de aquel lugar. ¿En qué momento el sujeto se había posicionado tan bien como para atacarlo tantas veces seguidas? Él no lo podía ver. Se incorporó lentamente y al levantar la cabeza vio un rostro tan bello delicado que aquel sujeto parecía no ser un hombre. Su hermosura era tal que por un momento Kiki no pudo apartar su vista de tan místicos ojos verdes.

—¿Quién eres? ¿Por qué has osado golpearme?—El hombre volvió a reír mientras arreglaba su pelirroja cabellera.

—Vaya, yo no pensé que eras un muchacho tan desatento… Y dime, ¿Con que derecho vienes a pedirme que revele mi identidad?—Incluso su voz era delicada.

—…—Kiki se puso de pie lentamente. Supuso que el sujeto era demasiado delicado como para pelear enserio, de seguro esa pelea no duraría mucho—¡No tienes la menor idea de a quién te enfrentas! Morirás por tu insolencia…—El cosmos del aprendiz se elevó considerablemente. Confiado en sus habilidades, Kiki utilizo todo su poder y arremetió contra su enemigo.

El final era predecible, el muchacho tenía mucho que aprender. Antes de que siguiera su puño logrará tocar al hombre, el cayó al suelo desangrándose. Era como si hubiera recibido millones de golpes a en un solo segundo. Y el hombre parecía hacerlo sin el menor esfuerzo.

Kiki dio todo por perdido cuando sintió ese dolor agudo en su brazo derecho. Aquella extremidad estaba cubierta de sangre y no sólo eso, sino que no le respondía. Aquel sujeto había logrado romperle el brazo.

A pesar del hecho de haberle dejado sin derecho a defenderse, aquel hombre no se quedó parado, arremetió contra él cuantas veces pudo. Al estar en ese estado era muy fácil reducirlo. Los golpes iban y venían, pronto el aprendiz se dio por vencido. Acepto aquellos golpes como prueba de que había perdido y acepto también que aquel hombre hiciese lo que quisiera con él. Tenía muy claro que pronto moriría.

No podía, no podía. Simplemente su cosmos había caído súbitamente y sus sentidos se iban perdiendo. Jamás se levantaría.

Cerró sus ojos lentamente y lo último que vio fue la nieve corrompida por el color escarlata.

Dentro de él, una luz cálida se encendía.

¡Athena…!


¡Hola! Otra vez yo…

Bien, primero lo primero.

Aclaraciones:

-El plan de Shun era darle suficiente confianza a Kiki para luego darle la Gran (¿?) Noticia. De cualquier forma, el niño no aceptaría…

-¿Por qué Athena habría dejado a un inocente niño de 10 años extender sus alas hacia un mundo cruel? Simplemente porque Athena entendía bien que si se quedaba un año más en ese lugar iba a terminar odiando todo lo que le rodeaba. Además el niño se había vuelto muy vivaz como para dejar que el mundo lo consumiera.

-Cualquiera que compare el carácter de Kiki con el de Mu o Shion sabrá que hay marcadas diferencias. Y eso no es algo que cambie en sólo algunos años.

-Investigando tope con el hecho de que NO son "Lemurianos" porque ellos no vivieron en Lemuria, no. Ellos son del continente Mu (Sí como el caballero de Aries) por lo cual es gentilicio sería… ¿Muvianos? Raro, pero es lo correcto. Además, comienzo a pensar que son mestizos… ¿un mortal por ahí en la familia?

-Si Ikki aún no huye del santuario y deja de lado todas esas estúpidas reglas, además del respeto que debe demostrar para con Shion, es porque Saori se lo pidió. ¿Por qué Ikki acepto? Cof-cof Shun Cof-cof

-¿Cómo demonios pudo Shiryu permitir que se fuera el mocoso? Digamos que sabe muy bien que está pasando por la cabeza de ese chico.

-Lo de Afrodita... bueno, no es fácil cuidar de un niño delicado. Además Piscis lo encontró cuando hacía el trabajo habitual de cuidar las rosas. Ya sabemos cuan cuidadoso es el caballero de Piscis con sus rosas. De cualquier forma, nadie le dijo que tenía a un aprendiz a su cuidado lo cuál lo llevó a estar enfadado por unos ¿meses? El niño se convertirá en el futuro caballero de Piscis. Sí, es un varón. Adorablemente encantador.

Bien, principalmente el fic estaba estancado en mis documentos y tuve que hacer muchas correcciones. Espero que les guste. Y esta historia continuara…

Y ya arregle los cambios de tiempo, hay algunos cambios para que la historia sea fluida. También agregué palabras y borre algunas.