Los personajes de esta obra pertenecen a Marvel, por supuesto; yo solo los tomo prestados para materializar mi imaginación.

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Solo a ti, Capitán

[Capítulo Único]

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No están muertos, solo extraviados. O al menos así piensa Steve Rogers para no caer en una penuria eterna.

No quiere sucumbir ante el dolor porque se dice que el dolor solo incrementa la fuerza, pero hay días en que su estado de ánimo colapsa y existen otros en los que llora, no porque sea débil, sino porque necesita desahogar las frustraciones dolorosas.

En una de las tantas oficinas de SHIELD, donde ahora reina el silencio casi todos los días, el capitán reflexiona sobre los sucesos de las últimas semanas. Es un hombre silencioso, pero esta vez va exagerando. No recibe a nadie ni tampoco da declaraciones sobre las bajas de la famosa "guerra infinita".

Mucha gente buena se ha ido, nadie debería quedarse de brazos cruzados y Rogers, un estratega impresionante, un hombre de palabras alentadoras y actitudes perseverantes, parece haber perdido la habilidad de la oratoria inspiradora.

—¿Steve?

Al menos una conocida viuda negra merodea por el lugar, solo para vigilarlo. No porque crea que Rogers sea capaz de cometer una locura, sino porque le aprecia demasiado. Tiene la esperanza de que el famoso héroe americano va a crear un nuevo plan de acción.

Solo es cuestión de tiempo.

—Nat —saluda a su compañera al ladear la cabeza, descubriéndola recostada al umbral—. ¿Sucedió algo?

—Nada en especial, solo… quise saber qué estabas haciendo.

Rogers suspira y sonríe tenuemente.

—No es saber que estoy haciendo, sino cómo me siento, ¿verdad?

Ahí está la intuición que jamás le abandona. Romanoff sonríe. Rogers siempre le ha parecido un hombre inteligente.

—Exacto —admite—. Entonces… ¿cómo te sientes?

—Para no haber hecho nada útil en dos semanas… me siento muy cansado, Nat.

Ahí está la tristeza en su voz. Es como si desistiera de todo y al mismo tiempo no lo hiciera. A la Romanoff le parece extraño.

Steve está muy tenso.

—Permíteme darte un masaje.

Y la mujer se desplaza hasta el lugar donde descansa Rogers y de pie frente a él comienza a acariciar su nuca. El capitán cierra los ojos por instinto.

Natasha Romanoff le observa entre triste y preocupada. Rogers no ha descansado nada. Está dolido, frustrado, callado. Todo de una vez. Ojalá existiese alguna solución para solucionarlo, por muy efímera que fuese.

—Recuerda que siempre encontramos la manera de resolver los problemas, Steve. Precisamente éste no será la excepción.

—Sí, ya me dijiste eso —le recuerda Rogers, aún sin abrir los ojos—. Y me aferro a tus palabras cada día desde lo que ocurrió.

—Eso es bueno —asiente la rubia—. Significa que estás siendo optimista…

—Pero no quiero tener esta carga, Nat —le interrumpe Steve, esta vez mirándole a los ojos—. No quiero estar en esta situación en la que pienso que lo ocurrido es mi culpa y la vida de todos es solo responsabilidad mía.

Romanoff agarra sus mejillas con ahínco, como si temiera perder la mirada de Rogers con un chasquido más.

—Nada de esto es culpa tuya —recalca ella, delimitando bien cada palabra—. Lo único que has hecho es tratar de evitar lo que pasó. No puede ser culpa tuya cuando intentaste frenar el desastre, Steve.

Rogers relaja la mirada, pero pareciera que está al punto de llorar. A Nat se le estruja el corazón como nunca. Es duro ver al Capitán América tan atenuado.

—Quizá… —intenta decir—, quizá la tristeza me ha superado por completo.

Romanoff no lo soporta más. Steve Rogers no merece aquello. Necesita estar en paz por al menos un segundo.

Así que, sin pensarlo demasiado, acaricia sus labios primero, logrando que Rogers frunza el entrecejo, sin comprender aquello.

—Nat, qué ha…

Y le calla con un beso.

Saborea como puede y envía sensaciones buenas al cerebro de Rogers. Él no tiene el control, pero ella sí y es buena en tenerlo.

Ni siquiera es el beso más movido o lujurioso del universo, pero al menos logra que Steve no piense por exactamente once segundos, que es cuando Romanoff se aleja, asegurándose de llevarse el labio inferior de Steve con ella, aunque le resulte inevitable dejarlo al poco tiempo.

No hay bromas, no hay mentiras. Romanoff deseaba hacer algo como eso y Steve, mirándola a los ojos, intenta descifrar algo más sobre lo que ha ocurrido.

—Supongo que… me gusta ayudar a las personas tristes.

Su comentario provoca que Steve sonría y le vea con ternura esta vez. Romanoff siempre se debilita cuando Steve tiene ese tipo de mirada con las personas.

—¿Les das besos a todos los que están tristes?

Se sonroja ante la pregunta. Hace mucho tiempo que sus mejillas no se colorean así. Pero sacude la cabeza, negando ante la interrogante.

—Solo a ti, capitán.

Espera que con esa respuesta lo entienda todo.

—Realmente me resultas indispensable, Natasha.

Y Steve, ampliando su sonrisa, parece haberlo comprendido.

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Muchísimas gracias por leer. Sería muy agradable que dejasen reviews; cuéntenme qué les ha parecido. Nos leemos en la próxima.

Lota Blues.