A date
Como cada día sonaba el timbre, arreglaba sus anteojos por quinta vez en dos minutos, guardaba sus cosas, el profesor salía dando un portazo, los demás corrían de sus asientos y se atochaban en la puerta, se reía de la idiotez de todos los demás, y cuando ya todos estaban fuera procedía a salir con tranquilidad.
Su vida era monótona, siempre lo mismo, día a día.
Pero desde casi un mes, tenía una nueva rutina, algo que cambiaba sus días grises.
Saltaba al sonar el timbre, salía justo después del profesor, evadía todo el grupo de idiotas que se atochaban en la puerta, corría por el pasillo arreglando sus anteojos, sonreía con alegría y luego de cruzar todo el campus podía caminar y respirar con tranquilidad.
A una cuadra de su amada universidad, había un minúsculo e insignificante café. Era tan pequeño que no alcanzaba para tener mesas con sillas dentro, había una barra de color café caramelo con unas bancas al frente de color café oscuro, detrás de esta estaban las tres máquinas de café y un pequeño "congelador" donde había un par de tortas y queques cuales se servirían a los clientes.
Se sentó como cada día en el mismo asiento, justo a la mitad de la barra. Apoyó sus brazos sobre esta y sin darse cuenta, impaciente comenzó a mover su pierna.
Frente a él apareció un hombre moreno con una enorme sonrisa.
- ¿qué desea? –
- aun nada – respondió algo cortante, tomo aire con rudeza y luego le intento sonreír. El hombre suspiró y se fue de vuelta a la cocina.
Después de casi 15 minutos donde el rubio ya comenzaba a impacientarse, apareció su "cita".
Sonrió.
Ahí estaba él, aquel albino de nariz gruesa, con sus ojos morados tan anormales, con su larga bufanda siempre tapando aquella boca que siempre imaginaba perfecta, su gran porte y temperamento algo frío que le llamaban la atención como si fuera un imán.
Pero… como siempre, como día a día aquel hombre no sabía que existía aquel quien era su fan número uno.
A sus ojos celestes era alguien perfecto, alguien a quien le gustaría conocer a fondo… pero cada vez que entraba a aquel café, cada vez que venía con la idea de presentarse, aquel valor se desvanecía.
Y Alfred no era así, él era un héroe, un hombre de valor y hechos. Pero, aquel café parecía dejar todo su valor de la puerta hacia afuera.
Y aquel rubio amaba sentarse en la barra para ver al albino de más cerca. Por lo que se encontraba "obligado" a entrar cada día.
Había leído su nombre de la placa tantas veces, "Iván" un nombre perfecto era lo único que pensaba, un nombre que le hacía sonreír cada vez que solía repasarlo en su mente, desde que le "conoció" solía recordarlo antes de dormir.
Soñaba con aquel día en que ambos se presentarían, en que hablarían sin tapujos, en que todo fuera como cuando le soñaba despierto en la clase de cálculo.
El albino se acercó a él, con aquella mueca que parecía una sonrisa (ya que no podía ver su boca) y con sus ojos algo cerrados, su voz salió suave pero ronca al mismo tiempo y la pregunta de "¿qué desea?" quedó en el aire demasiado tiempo.
- un café con crema y donas – dijo tan rápido como pudo.
Cuando el ruso logró darse vuelta, notó que su cara le quemaba.
Y se preguntó con frustración desde cuándo le gustaba el café, desde cuándo se sonrojaba con tanta facilidad, desde cuándo se había vuelto tan dependiente de aquel pequeño sucucho.
Y no entendía, no entendía porque sin darse cuenta había comenzado a mirar con otros ojos los gestos de aquel hombre, no entendía porque decir su nombre cuando estaba sólo en su cuarto era la gloria, no entendía porque no podía concentrarse en clases y sólo pensaba en cuándo acabarían para poder tener su "dosis".
Pero, todas las preguntas eran respondidas cuando él llegaba y le daba su café tan amargo, a cual le debía poner tanta azúcar como tenía a su mano, todas las preguntas volaban de su mente cuando luego de pagarle él decía:
- muchas gracias, vuelva pronto –
Y así era, Alfred volvía al otro día, y así al otro.
Esa era su cita no pactada, todos los días en el mismo lugar y en el mismo horario. Llueve, truene o haya un terremoto.
Ahí estaría.
