Shingeki no es mío.
—Mikasa, ¿por qué odias tanto a papá?
Al sentirse aludida, Mikasa abre los ojos y observa detenidamente a su hermano mayor. A su lado, el joven Eren la observa fijamente con cierta confusión en sus ojos y, además, esperando ser contestado con la sencillez que caracteriza a su hermana. La pelinegra baja la mirada y sigue caminando sin soltar palabra alguna, parece no querer contestar o hablar sobre el tema así que, encogiéndose de hombros, Eren mira hacia otra dirección y cruza los brazos por detrás de su nuca sin restarle importancia al asunto. Sin embargo, no es la pregunta formulada por su hermano lo que incomoda a la adolescente. Lo único que incomoda a la adolescente es la palabra que él ha formulado: papá.
Para Mikasa, "papá" es una palabra demasiado fuerte y dura como para ser usada de nuevo. Ella misma, años atrás, se prometió a sí misma no volver a usarla con ninguno de los hombres que pasaran por su vida porque, para ella, su padre únicamente había sido uno y, ahora, se encontraba bajo tierra junto a su madre. Ambos habían muerto a manos de captores que intentaron venderla en el mercado negro como esclava. Su madre a causa de un corte profundo en su cuello y su padre apuñalado al recibirles en la puerta.
Ahora, tal y como su madre le había contado tiempo atrás, es la única joven con rasgos orientales que ha podido contemplar en largas caminatas al pueblo o casas vecinas. Ella es la última de su clan, la última con el apellido Ackerman. Por esas y muchas más cosas, Mikasa nunca volverá a utilizar tal palabra para referenciarse a ningún hombre, mucho menos al que ahora parece querer ocupar el lugar del difunto señor Jaegger. Ése menudo hombre de cabellos negros como la noche, de mirada fría y sin sentimiento nunca llegará a ser su padre ni la sombra de lo que fue el señor Jaegger durante su existencia. El enano de feria al que todos proclaman como el mejor soldado del planeta nunca ocupará un lugar en su vida, tampoco en su corazón.
Por que, para Mikasa, aquel hombre es veneno. Alguien que no merece el mínimo respeto de su parte. Sus ojos grisáceos se abren ante la luz del astro solar que acaricia su blanquecino rostro de porcelana. Al contrario que sus ojos, sus manos escondidas dentro de la tela rosada de la chaqueta se encierran en dos tensos puños mientras el bullicio a su alrededor se hace notable. El griterío y las sonrisas de la gente no calman el dolor del recuerdo en la mente de la muchacha, tampoco sus ganas de salir corriendo del lugar y no presenciar la ceremonia que, en pocos minutos, tendría inicio en la parte trasera de la casa. Una ceremonia que la pelinegra ha tratado de evadir durante meses sin éxito. Algo aturdida y perdida, Mikasa levanta la mirada y contempla a su hermano en silencio. Eren, al sentirse observado, mira a su hermana fijamente a los ojos, esperando sus palabras y, a poder ser, su respuesta ante la pregunta. Después de unos largos minutos en silencio, Mikasa parpadea varias veces y aparta la mirada mientras contesta a su hermana con su monótona y fría voz femenina:
—Él ha matado el recuerdo del señor Jaegger.
Los ojos de Eren se abren ante la mención de su difunto padre y el odio en la voz de su hermana. Eren conoce el odio y resentimiento que Mikasa alberga por el hombre que ocupará el papel de padre en la familia, sin embargo, conocer la razón es algo impactante para el mayor. Más cuando Mikasa nunca lo ha querido confesar a nadie de la familia ni tampoco a su gran amigo Armin Arlet. Por ello, que la confiese ahora, con tanta seguridad y en un momento como éste sorprenden al moreno. Eren piensa cómo explicarle las cosas a su hermana sin llegar a ofenderla, sin hacer que crea que él no está de su parte. A Eren poco le importaba el odio de su hermana hacia Levi o la poca atención que el hombre mostraba hacia ella. A él le importaba su adorable madre, aquella que quería ver feliz y orgullosa de la relación padre e hija que Mikasa y Levi debían de mantener contra su voluntad. El moreno coge aire y se da ánimos para poder enfrentar a su hermana. Ella le mira por el rabillo del ojo y espera descubrir las inquietudes en el muchacho. Por ello, al llegar a las inmediaciones de su casa, Mikasa frena su camino y observa a su hermano antes de entrar al habitáculo. Eren carraspea y se cruza de brazos mirando a su hermana fijamente con seriedad.
—Mikasa, escucha, tienes que aceptar éste hecho —habla Eren sin quitarle un ojo de encima. Esperando que su hermana le escuche atentamente y, por primera vez en mucho tiempo, por fin acate una de sus órdenes—. Mamá es feliz con él y, aunque no te agrade, hay que hacer un esfuerzo, ¿entendido? —pide Eren con una ceja encarnada y esperando la respuesta de la pelinegra.
Mikasa suspira con los ojos cerrados y asiente sin darle demasiada importancia. No quiere faltar el respeto a su adorado hermano, mucho menos hacerle daño, pero ella no puede querer a alguien como el antiguo capitán de la Legión de Reconocimiento. Antes de poder contestar a su hermano o acercarse a él para darle las explicaciones pertinentes, la puerta de la casa se abre y deja entrever la figura de su tío Hannes despidiéndose de su madre aún preparándose para la ceremonia que, en pocos minutos, tendría lugar en la iglesia dentro de las murallas. Los ojos del hombre mayor se abren sorprendidos de encontrarse a sus sobrinos antes de tiempo y vestidos para la ocasión. Eren luce maduro y Mikasa como una elegante mujer de clase media.
—Chicos, ¿qué hacéis aquí? Vuestra madre os está esperando, ¡id a verla!
Al sentir su mirada, la niña se esconde tras el manto rojizo y baja los ojos avergonzada e incómoda por la situación.
—De acuerdo, tío —se limita a decir Mikasa escondida tras la tela rojiza.
A su lado, Eren se percata de ello y pide a su tío que le preste atención y escuche lo que tiene que decirle. El hombre asiente y fija sus ojos en él, dejando de lado a Mikasa y haciendo que la muchacha se encuentra más cómoda. Eren le explica dónde han estado y porqué no se encuentran dentro con su madre, acompañándola en un momento tan importante como éste. Hannes lo entiende y les sonríe honestamente dejándoles pasar dentro y pidiéndoles que cuiden de su madre mientras él va a visitar al marido. Al escuchar el nombre del novio, Mikasa gruñe por lo bajo y gira el rostro disgustada y ciertamente asqueada. Eren decide hacer caso omiso a las muecas de la pelinegra y, acatando las órdenes de su tío, el moreno es el primero en entrar en el habitáculo y buscar a su madre para acompañarla en la confección y últimos retoques de su vestido de novia. Mikasa le sigue con la cabeza gacha y sin pronunciarse al respecto.
Al entrar en la habitación, Eren abre los ojos sorprendido al encontrarse con su madre enfundada en un vestido largo, blanco y que queda apegado a su figura. La próxima señora Rivaille, para Eren, parece un ángel caído del cielo enfundado en una bata celestial. Por su lado, la hija de la familia queda impactada. Su madre se encuentra espectacular y, además, muy feliz por su pronta unión. Sin poder evitar las ganas de hacérselo entender, Mikasa sonríe dulcemente y muestra su sonrisa tras apartar la bufanda de sus labios y colocarla correctamente alrededor de su níveo cuello.
—Mamá —la llama suavemente. A su lado, Eren la mira de reojo, queriendo escuchar lo que quiere decirle a su madre y, también, queriendo saber cómo se encuentra después de no haber podido finalizar su conversación antes de encontrarse con su tío—, estás hermosa —murmura hipnotizada y acercándose hasta ella, dejando a Eren atrás y ciertamente asombrado por su actitud.
Porque Mikasa Ackerman no odia a su madre. Tampoco odia a Levi Rivaille. Mikasa, simplemente, no quiere que su madre se case con ése hombre por un hecho muy simple que, al parecer, nadie entiende ni entenderán nunca. O éso es lo que Mikasa espera que ocurra.
—Gracias, hija mía, tú estás bellísima con ése vestido.
Las palabras de su madre hacen sonrojar a la pelinegra quien, incómoda por las miradas de las íntimas amigas de la novia, se esconde detrás de su rojiza bufanda como ha hecho antes fuera de casa. A Mikasa nunca le ha gustado destacar, todo lo contrario, a ella sólo le gustaba pasar desapercibida y estar con sus seres amados. A ella sólo le importa la opinión de sus seres queridos, que ellos sean los únicos que puedan verla. A su lado, el joven hijo biológico de la señora Jaegger sonríe impresionado por la belleza de su madre dentro de aquel hermoso y largo vestido blanco. Por ello, y cegado por la emoción y felicidad, Eren se atreve a darle su opinión a su madre sin importarle la presencia de las otras dos mujeres.
—Mamá, luces como una reina —dice sonriendo de oreja a oreja.
Su madre, al escucharle, suelta una carcajada nerviosa y se lleva ambas manos a las mejillas, ocultando su sonrojo a todos los presentes en el salón. Mikasa, por su parte, decide apartarse del momento madre e hijo y salir en busca de tranquilidad para sí misma. Escuchar a su madre hablar alegremente sobre su próximo marido enfermiza a la joven adolescente. En completo silencio, Ackerman es capaz de salir de la casa sin ser vista por nadie más que su mejor amigo quien, al verla salir de la casa, le pregunta a dónde se dirige con la preocupación pintada en su rostro. Mikasa, escondida tras su inseparable bufanda, le sonríe con cariño y le contesta con tranquilidad y poca dulzura.
—Salgo un momento, ahora vuelvo.
Armin Arlet contempla a su mejor amiga bajar las escaleras y perderse entre los callejones de la ciudad amurallada. La muchedumbre rodea la casa de la novia queriendo ser los primeros en verla y acompañarla hasta el altar donde la espera el famoso novio. Armin nunca ha podido ver al novio en persona, solamente en imágenes dadas por Eren y su hermana. A través de éstas, el rubio pudo ver que, el nuevo padre de sus amigos, era alguien frío y de pocas emociones. También que Mikasa escondía sus verdaderos sentimientos hacia el pelinegro mientras alegaba que aquel hombre era sucio y malvado, que sólo venía para ensuciar el nombre del señor Jaegger. Eren, a diferencia de ella, se encontraba emocionado por su aparición. Excitado, Eren le había explicado al inteligente rubio que, aquel misterioso hombre, era nada menos que un antiguo soldado de la Legión de Reconocimiento, ¡el famoso Levi Rivaille, capitán del escuadrón más fuerte de la humanidad! Y, aunque Armin lo intentara, nunca había estado interesado en los soldados que los protegían de los ataques titánicos fuera de las murallas. A él le interesaba e interesa qué es el mar, de qué color es y qué sabor tiene. Según su abuelo, el mar es infinito, de diferentes colores azulados y salado, muy salado. Su agua es saludable, hermosa y fría o caliente dependiendo de la estación en la que nos encontremos.
En silencio, pero siendo notado por los habitantes de la casa, Armin se adentra en el salón y se encuentra de cara con la imagen de la madre de Eren enfundada en su vestido blanco. Una sonrisa boba se esboza en sus labios y sus ojos se iluminan con alegría. Muy contento de la felicidad de la madre de sus amigos. Seguro de sus pasos, Armin saluda a la mujer con respeto y sonríe a su amigo Eren. Después de intentar reconocer a las dos modistas y no tener éxito, Armin las saluda con cordialidad y se separa un poco del grupo de mujeres acompañado por su moreno amigo. Tras mirar a través de los cristales de la ventana del salón, Armin decide explicarle su encuentro con Mikasa y el estado en el que parecía encontrarse. En silencio, Eren le escucha con atención y un poco preocupado por el repentino cambio de actitud en su hermana quien, sentada entre las escaleras de una casa alejada a la suya, piensa en la ceremonia que está a punto de empezar.
Las campanas de la iglesia resuenan por la ciudad y los vítores de la gente las acompañan. Mikasa bufa furiosa y esconde toda su cabeza detrás de la tela rojiza. Esconde su cabeza entre sus rodillas y cierra los ojos intentando olvidar quién es, a qué familia pertenece y a la que, a partir de ahora, va a pertenecer. ¿Por qué?, piensa la joven pelinegra, ¿por qué ella tuvo que entregarle su corazón a ése hombre años atrás?
Se siente tan frustrada, tan arrepentida de todo y tan acongojada por su situación que Mikasa queda tentada a no asistir y dejar a su madre junto a Eren. Sin embargo, y después de pensarlo con claridad, la muchacha se da cuenta de que, si lo hace, será obsequiada por la furia de su querido hermano, aquel que, de pie detrás de ella, acaricia su cabeza y se agacha a su lado, sorprendiéndola y siendo acompañado por Armin.
—Mikasa, vamos —alienta el moreno levantándose y alargando una mano hacia ella. Mikasa sonríe y entrelaza su mano alrededor de la de él. A su lado, Armin también la ayuda a levantarse—, la ceremonia va empezar y mamá se pondrá muy triste si no estás allí con ella —asegura conmocionando a la pelinegra.
—¿Te sentarás a mi lado, Eren? —cuestiona la muchacha dejándose abrazar por uno de los brazos de su hermano.
Éste, al escucharla, se encoge de hombros y la mira de reojo.
—Como quieras —contesta con sencillez.
El camino hacia la iglesia es pesado y desagradable para la niña de la familia. No obstante, y sin que su hermana pronuncie palabra alguna, Eren decide no separarse de ella ni apartar su brazo de los hombros femeninos. El muchacho sabe que, si lo hace, su hermana podría escapar u ocultarse entre los presentes y, si llega a hacerlo, su madre se llevará una gran decepción que quiere evitar a toda costa.
Las grandes, anchas y viejas puertas de la iglesia se encuentran abiertas de par en par. Todos los invitados se encuentran dentro: hablando con el novio, sentados en su sitio o hablando con el cura que procederá a casar a la pareja. Los ojos de Rivaille se encuentran con los de Mikasa quien, al percatarse de ello, frunce el ceño y aparta la mirada totalmente asqueada. Rivaille, al ver la brusca acción de su futura hijastra, gruñe por lo bajo y se despide de sus antiguos compañeros de legión para encontrarse con sus hijastros y el mejor amigo de éstos. La muchacha, al entender lo que el hombre busca, intenta deshacerse del brazo masculino y alejar de ella la idea de tener un encuentro familiar antes de la boda. No obstante, y a su lado, Eren susurra su nombre entre dientes y la abraza con más fuerza, pidiéndole en silencio que se quede a su lado e intente no forzar la situación. Confundida por la petición de su hermano, Mikasa suspira y asiente, obteniendo una brillante sonrisa de su parte. Sin poder evitarlo, Mikasa se sonroja en pocos segundos.
En el trayecto, Rivaille se coloca correctamente el cuello de su traje y saluda a Eren de manera amistosa, sin demasiada alegría. Sus ojos revolotean alrededor de la única figura femenina entre ellos y, después de notar el apretón alrededor de su hombro, Mikasa eleva la vista y saluda cordialmente a su padrastro. Éste, con una sonrisa burlona, se acerca a Mikasa y acaricia su mejilla, según Armin, en un intento de cariño familiar. Mikasa aguanta el tipo en su posición y aprieta sus manos conteniéndose de golpear su rostro o salir corriendo del lugar. Al ver su timidez, Rivaille se limita a sonreír y soltar una débil carcajada que sólo ella llega a escuchar.
—Estás muy bonita con ése vestido, Mikasa ―asegura el pelinegro pasando su mano entre sus cabellos. Echando hacia atrás su flequillo y mirando al frente, esperando a la novia y próxima señora Rivaille―. Podrías hacerle competencia a tu madre si te lo propusieras ―asegura, por segunda vez, mientras vuelve a acariciar el rostro de la joven hermana de Eren.
Mikasa parpadea varias veces seguidas y se esconde, por décima vez, tras la tela rojiza de su bufanda y busca el apoyo de su mejor amigo.
—Gracias ―se limita a contestar Ackerman algo cohibida.
Por sorpresa, Rivaille aparta a Eren del lado de su hermana y la abraza levemente. Su mano derecha se coloca detrás de su cabeza y la atrae a su pecho. Su otra mano, a diferencia de la primera, se coloca detrás de su espalda y, como la anterior, la atrae hacia él. Eren observa la escena impresionado por la pasividad de su hermana. Armin, por su lado, siente que ése abrazo esconde algo que sólo saben sus protagonistas.
Entre sus brazos, Mikasa abre los ojos sorprendida y, antes de empezar a forcejear con el pelinegro, los labios de Rivaille se acercan hasta su oreja izquierda y empiezan a hablar en voz baja. Un tono de voz que, íntimamente, sólo pueden escuchar Rivaille y ella. La pelinegra aprieta los dientes y apoya su frente contra los pectorales masculinos. Sus ojos se cierran y su cuerpo empieza a temblar por la impotencia que, de repente, ha envuelto su figura.
—¿Aún pensando que quiero reemplazar a tu padre? ―pregunta con aires de superioridad y con su típica voz fría, helada y sin sentimiento.
Mikasa, al escucharle, abre los ojos sorprendida y decide no elevar la mirada. La muchacha no quiere encontrarse con su rostro, mucho menos con los inquisidores ojos azulados del antiguo soldado. Entre sus brazos, la juvenil Ackerman se siente inquieta.
—¿Qué más da ahora? ―gruñe entre dientes. Rivaille ríe―. Usted va a casarse y va a vivir bajo el mismo techo que yo ―prosigue encogiéndose de hombros, intentando darle la menor importancia posible―, sólo espero que su baja estatura no sea infecciosa.
Ante tal comentario, Rivaille la aprieta entre sus brazos. Eren sonríe y Armin se siente extrañado al observar el pequeño apretón que el hombre le ha dado a su nueva hija. No obstante, y sin percatarse de ello, Mikasa sabe que no es un inocente apretón, si no, una advertencia. Rivaille odiaba que le recordaran su baja estatura y, que una Mikasa lo recordara constantemente, no era plato de buen gusto para él.
—A partir de ahora seré tu padre ―murmura con un atisbo de fastidio y desagrado―, así que lo mínimo que podrías hacer es intentar llevarte bien conmigo.
—Usted no es ni será mi padre y si quiere llevarse bien conmigo, manténgase alejado de mí.
Con delicadeza, Mikasa se separa del novio y él la observa sin emoción en su rostro. Hannes, el tío de sus hijastros, se acerca hasta el cuarteto con una sonrisa de oreja a oreja y una copa de alcohol en su mano. Eren, molesto, bufa llevándose las manos a sus caderas. Su tío, parece ser, no ha escuchado las advertencias de su madre días atrás sobre no beber en la boda antes del banquete. Enfadado, el moreno le dedica una mirada furiosa que pasa desapercibida para su tío quien, algo inquieto, les habla sin importarle su borracho estado.
—Señoras y señores ―anuncia entre carcajadas en un intento de imitación de alguno de sus superiores―, olviden las conversaciones y siéntense en sus lugares ―pide señalando los bancos con su copa de vino―. La novia ya viene ―comenta nervioso y mirando directamente hacia la puerta.
Antes de poder partir hacia los bancos y sentarse entre Eren y Armin, Mikasa siente, por segunda vez, los labios de Levi contra su oreja. Éste, sin tapujos, sonríe suavemente y le pide, de manera inocente, su único deseo a ser cumplido solamente por ella.
—Espero que me des una buena bienvenida, hija.
