Disclaimer: Digimon no me pertenece, bla bla bla, esto se escribió por mero entretenimiento y sin ánimo de lucro.

Nota: Esta maldita idea no me dejaba en paz. Simplemente escribí lo que la inspiración dictó, ni lo pensé. ¿La edad de los chicos? Supongamos que unos veinte, veintitantos.


Aparentar.

Takuya.

Adoraba contemplarla mientras dormía, aunque apenas podía distinguir su rostro bajo aquel deslumbrante cabello rubio. Su respiración era tan suave como su piel. Ocasionalmente sonreía de forma imperceptible y Takuya no podía dejar de preguntarse quién, en la intimidad de sus sueños, sería el responsable de aquella sonrisa.

Sabía que, cuando el día los encontrara a ambos descansando bajo las sábanas blancas, ella lo despertaría con besos y caricias, fingiendo estar molesta. Y ese sería el broche de oro, la mejor forma de cerrar esos momentos que habían atravesado juntos desde la noche anterior. Sonreía, pero con una incipiente tristeza velada en el alma. El sol del mediodía anunciaría finalmente el adiós, doblemente doloroso, porque si bien a los pocos días se volverían a ver, Takuya se estremecía al pensar en lo que sucedía entre cada despedida y cada reencuentro.

Kouji.

Después de yacer agitados uno junto al otro, él esperaba a que ella se quedara dormida. La miraba unos instantes, pero sólo para comprobar que se hubiera realmente rendido ante el sueño. Entonces se incorporaba con delicadeza y buscaba sus prendas en el caos que la pasión había dejado la noche anterior. Era un ritual silencioso, siempre el mismo orden, siempre con esa excitante culpa sobre sus hombros. El paso final era colocarse su campera de cuero y mirar por última vez cómo el cabello dorado de Izumi se confundía con su piel desnuda.

Más de una vez había tenido la inquietante sensación de que ella simplemente fingía el sueño, que sus ojos estaban cerrados voluntariamente y que atentamente percibía cada movimiento que él realizaba, con el resto de sus sentidos. Pero sabía que ella nunca intentaría detenerlo. Ambos habían aprendido a mantener esa íntima distancia, para que cuando el momento llegara, fuera menos doloroso.

Izumi.

Takuya la dejaba sin aliento. Sus besos impetuosos la embriagaban repentinamente y solo bastaba un instante para que los cuerpos de ambos se pegaran como polos opuestos.

Con Kouji, en cambio, todo empezaba con miradas. Los besos y las caricias primero se gestaban en el encuentro con sus ojos azules, y luego se iban materializando con una tensa timidez, lentamente.

Takuya despertaba un torbellino de emociones en su pecho, Kouji los hacía nacer paulatinamente con una gélida ternura. Y mientras tanto, Izumi se debatía entre dos personalidades, dos placeres, dos formas de amar.

Y un día tras otro ella deseaba poder fusionar sus esencias, suprimir la necesidad de elegir, retrasar por siempre el momento de tomar la decisión y compartirse con ambos, eternamente sumidos en esa ignorancia teatral que los tres encontraban deliciosamente conveniente.