Título: Un cuento más
Protagonistas: Rukia Kuchiki & Ichigo Kurosaki
Disclaimer: Bleach no pertenece, ni sus personajes tampoco, todo es obra del maestro Kubo Tite, que me asombra cada día más.
Resumen: Un cuento más es eso, es sólo un cuento más sobre nuestros queridos personajes de Bleach. Una historia cualquiera, en un universo distinto al original, donde sus vidas se entrelazan y se arman de acuerdo a lo que mi loca mente quiere.
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El Rey era una persona extraña. Era inteligente, generoso y serio, pero a la vez era frío y distante, hasta con sus seres queridos. La única que realmente lograba sacarlo de su figura helada y traerlo al mundo real era su querida esposa, Hisana. Ella no era de la realeza, ni tenía buena familia, ni siquiera un apellido. Ella era solo Hisana, la esposa del rey.
A corta edad se había convertido en princesa, jamás habiéndolo soñado. Pero su condición previa no le quitó la posibilidad de convertirse, con el paso del tiempo, en una excelente compañera del futuro rey, y más aún, en una sabia y espléndida reina. Sólo había un conflicto entre ellos, y con la corte, no habían dado descendencia a la dinastía Kuchiki y eso les traía cada vez más inconvenientes.
Los rostros de todos eran impasibles. Los observaban día y noche, sin escrúpulos ni vergüenza, incluso a pesar de ser los reyes, todos cargaban en sus espaldas que no hubiesen tenido hijos después de veinte años de casados.
Ese día primaveral, Byakuya caminaba lentamente por el corredor exageradamente largo, espacioso y vidriado que llevaba de los aposentos reales a la biblioteca personal del rey, que como todas las mañanas visitaba desde muy temprano. Llevaba un libro en la mano derecha, era pequeño, y se notaba antiguo. Oyó pasos veloces acercarse, pero no detuvo su paso. Con el correr de los años podía identificar esos pasos desde kilómetros. Sonrió, pero su mueca se desvaneció instantáneamente cuando sintió las manos de su esposa tomarle el brazo con el que sostenía su libro. La miró. Ella estaba llorando, agitada y temblorosa.
Su tiempo se detuvo un instante, pero no pudo preguntar nada, ya que sus labios fueron sellados por los de ella, allí en medio del corredor. La tomó por la cintura, suavemente, sin soltar el libro, intentando no ser descortés con su reina, pero muy alarmado por su conducta anormal. Mas fue su sorpresa encontrarse con sus enormes ojos abiertos, enrojecidos y brillantes. Parecían querer contarle algo que tenían atragantado en su pupila.
− ¡Estoy embarazada! – gritó efusivamente ante los ojos inexpresivos de su marido. − ¡Seremos padres en enero!
− ¿Enero? – fue lo único que se le vino a la boca. No podía expresar nada de todo lo que sentía, estaba atónito con las palabras de su mujer. ¿Embarazada? ¿Qué debía sentir después de tantos años esperando algo así? ¿Qué podría decirle? Hisana se aferró al pecho de Byakuya, apretándola contra sí.
Los meses pasaron rápido, y el embarazo no había sido para nada fácil. Hisana ya era una mujer madura para tener su primer bebé y las parteras del reino no podían manejar algunas situaciones ya que en ese lugar las mujeres de más de treinta años eran experimentadas, o al menos habían tenido ya un hijo. Todo parecía marchar normalmente, salvo los dolores normales, exagerados por la corte imperial.
Nació una niña, Rukia. Rukia Kuchiki.
El reino entero quedó paralizado tras la noticia. Más de veinte años esperando un heredero, y había nacido una mujer. Nada podría haber sido peor que una heredera en lugar de un hombre fuerte y de corazón puro. ¿Qué podían esperar de una débil y escuálida mujer? Nada, sólo una larga fila de hombres de largos apellidos esperando la aprobación real para contraer matrimonio. Ya el día del festejo del nacimiento, seis meses después, en verano, había fila para comprometerse con la pequeña princesa.
Rukia era idéntica a su madre. Sus ojos violáceos y su cabello negro contrastaban con su piel blanca como la leche. Había crecido normalmente durante sus primeros meses de vida, rodeada de lujos, sirvientes y amor. Sus padres amaban a Rukia más que a nada en el mundo y hacían oídos sordos a los rumores que llegaban al palacio sobre lo que en todos lados era el vox pópuli: una mujer no era digna de heredar el trono real.
El día de la fiesta se había dispuesto una cuna de oro junto al trono de los reyes. La reina en persona atendería a su hija durante aquella noche y nadie podría acercarse a más de veinte pasos de ellos. No querían que nada estuviera fuera de lugar, porque era sabido que unas cuantas familias asistirían, presurosas, a presentar a sus pequeños varones para comprometerlos con la futura reina.
El rey Byakuya estaba cansado. Sus ojeras eran marcadas y sus ojos estaban perdidos en algún punto en la pared cuando Hisana entró en la habitación, cargando a la pequeña Rukia que sostenía un sonajero en sus manos. Ella sonrió al ver a su padre.
− Es larga la lista de familias – comentó Byakuya con desánimo. – No quisiera tener que comprometerla esta noche, diré que debo analizar la situación y que anunciaré al candidato cuando Rukia cumpla tres años
− Pero eso no es lo que la ley dice – aclaró Hisana. Byakuya se puso de pie violentamente.
− ¡Yo soy el Rey! – gritó.
Más tarde, el baile había comenzado cuando se acerca a los reyes un hombre alto, de anteojos, cabello castaño y ojos amables. Byakuya conocía al hombre de algún lugar, pero no podía identificar de dónde, detrás de él, había dos pequeños, uno de cabellos grises y otro de piel oscura y cabello negro, que se notaba era ciego. Los niños permanecieron detrás del hombre, que reverenció respetuosamente a los reyes.
− Usted dirá – dijo secamente Byakuya.
− Quisiera presentarle a mis hijos – los tomó a ambos por los hombros, casi arrastrándolos frente a él. Los dos niños, que no aparentaban tener más de cinco años, miraban fieramente al rey. – He tenido el honor de inscribirlos en la lista de aspirantes a la mano de la princesa – sonrió. – Mi nombre es
− Sosuke Aizen – replicó el rey, recordando de pronto de dónde conocía a aquel hombre. Había sido miembro de la corte en tiempos de su padre y ahora se dedicaba al comercio. La familia Aizen no tenía peso dentro de los nobles, pero se destacaban por sus conocimientos en ciencia, y por eso eran famosos en sus negocios.
− Agradezco que Su Majestad me recuerde – hizo una reverencia.
− Tendré en cuenta a sus hijos, puede retirarse – casi ordenó. Hisana miró a su marido, sabía que estaba perdiendo la paciencia y eso era muy poco común en él. Rogaba a los dioses que nadie más se presentara.
Cuando el último de los invitados se retiró y las puertas del gran salón se cerraron, la reina tomó a Rukia en brazos, que dormía plácidamente. Pero, notó algo extraño dentro de la cuna. Tomó el sobre y se lo entregó al marido, que frunció el seño. Estaba seguro que nadie se había acercado a ellos en toda la velada, era imposible que eso hubiera aparecido allí de pronto.
"Cuando Rukia Kuchiki cumpla los quince años, una maldición caerá sobre su dinastía. Todos desaparecerán y la princesa caerá en un sueño eterno."
− Aizen – murmuró el rey, arrugando el papel.
