Era como verse en el espejo en vida, uno era la contra parte exacta del otro, día y noche, luz y oscuridad, bien y mal.

Entonces como era posible, que en esos momentos, estuvieran en esa situación tan delicada.

Butters era a toda vista un ángel, el hijo perfecto, reservado, responsable, atento, fiable, manipulable y sobre todo apegado a la estricta disciplina paternal.

En cambio el, era su antítesis, seductor, arriesgado, aventurado, un completo rebelde, en pocas palabras Kenny era el demonio de la lujuria encarnado en vida.

¿Podía acaso un demonio amar a un ángel? Esa era la pregunta que se realizaba cada vez, que se veían de atrás de la escuela al terminar las clases, debía admitir que a pesar de sus primeras reservas, el chico de ojos azul grisáceo, había superado a todos los demás con el que antes hubiera tenido relación de ese tipo, el chico de la sudadera naranja.

Su primer beso, fue casi un simple rose de alientos, nada más ni nada menos, pero lentamente con el tiempo los dos chicos empezaron a conocer el cuerpo de su compañero, sus delicadas zonas erógenas, sus justos sus fascinaciones, entonces habían descubierto que había algo mas allá de lo que ellos aseguraban conocer.

- ¡KENNY! – repuso Butters, al momento de aferrarse más fuerte a la espalda de su pareja.

- ¿Qué sucede gatito? – pregunto el chico al instante de dejar de besar uno de sus delicados pezones, que tanto placer le proporcionaban a su pareja al momento de levemente bajar la velocidad de sus envestidas.

- Te amo – susurro el chico, al momento de esconder delicadamente su cara en el cuello, de su amado y sin mas empezar a darle delicados besos, sabiendo de ante mano que esa acción pondría al máximo a su amado.

El sexo era tan diferente a su lado, está bien había gozado anterior mente, pero no a este nivel, a este nivel de compenetración y pertenencia, era casi como si los dos formaran un solo ser, partido en dos por asares del destino.

Por su lado Butters, no podía decir si era diferente, Kenny era el único a quien se había entregado, el único chico que había interrumpido en su casto cuerpo, el único que había profanado su virginidad, pero de algo estaba completamente seguro, y ese algo era que nunca podría disfrutar de la misma manera con otra persona.

Su relación era como la luna y el mar, estirar y aflojar, el yin y yang, pero al fin y al cabo habían logrado encontrar un equilibrio entre la luz y la oscuridad.

Fin