Momentos
A medida que pasaba el tiempo, los recuerdos iban volviéndose cada vez más borrosos; tampoco es como que tuviera muchos, pero cada día era un poco más difícil evocar la tan anhelada figura materna.
Cerró los ojos, porfiando por traer a su mente las imágenes felices de antaño.
—¡Inuyasha!
El pequeño hanyô escuchaba la voz de su madre buscándolo por el castillo; escondido tras una puerta, esperó hasta que ella estuviera lo suficientemente cerca para salir y ajustarla.
—¡Boo!
Izayoi se sorprendió tanto que casi cae al suelo, frunció el ceño, enfadada, pero el pequeño comenzó a reír tan fuertemente que la contagió, e incluso ella sonrió y soltó una breve risa.
—Shhh —tomó a su hijo en brazos y comenzó a caminar —venga, vamos a darte un baño.
—¡Atrápala mamá!
Madre e hijo jugaban a la pelota, como era la costumbre; la verdad es que Izayoi no era muy buena jugadora, la mayoría de las veces no interceptaba el pequeño balón, e InuYasha reía a carcajadas cuando ella no lo lograba, pero si enfadaba si lo mismo le ocurría a él.
La pelota volvió hasta el hanyô, y la atrapó fácilmente; pero un ruido lo distrajo e impidió que volviera a lanzarla; sus orejas se movieron, captando el sonido de los niños del pueblo que, alborotados, corrían persiguiéndose unos a otros.
InuYasha dejó el balón y trató de asomarse hacia afuera por la abertura del gran portón de madera, le causaba mucha curiosidad, en sus escasos dos años de vida nunca había salido de casa, y ansiaba poder ver lo que se hallaba fuera.
Izayoi se acercó a él, y lo cargó, aún cuando se negaba.
—Vamos, ya es hora de comer, InuYasha
—¡Pero mamá!
Y se marcharon al comedor, ella con la mirada preocupada, y él con el rostro triste.
