Diversión

Cuando llegó con la piel de su padre, le regaló una enorme piña, que ella tomó en sus apetitosas manos y agradeció, permitiéndole ocasión de acariciarle la cabeza de cabellos largos y suaves. No le gustaban las niñas. Le parecían desabridas (al morderlas, al menos, a pesar de que olían muy bien y lucían mejor y eran suaves y tanto mejor si vírgenes), así que hundió las garras en el pecho del joven, que emanaba el sudor del trabajo forzado. Mientras que ella dormía. La sangre de gusto picante le salpicó, pero él no prestó atención y cuando acabó de saciarse, arrojó el cuerpo sobre ella. Como había visto antes al hermano mayor, dejándose caer en la cama de la niña, apoyando el hacha en la alfombra, sin importarle la suciedad que manchara el aroma dulzón de esa piel inmaculada. Porque al yoma no le gustaba comérselas. Quería verlas gritar y llorar al contemplar a sus seres queridos, masacrados. Quería lamer sus lágrimas y llenarla de besos afilados, de esos que a los ojos de esa raza deliciosa pero insípida de mente, podían pasar por sabrosas mordidas. Tal vez tomarla de mascota luego. ¡Era tan divertido verlas arrastrarse entre las rocas, llamando a los que ahora él tenía en el estómago! Si, definitivamente era la mejor idea que tuvo en largo tiempo.