Título: By caves where the Sun does not shine

Autor: Connor Redfield

[Universo de: Harry Potter & The Hobbit]

Parejas: Thorin Oakshield, Hermione Granger

Categoría: Acción, Drama, Muerte, Romántica

Clasificación: Fiction Rated M (18+)

—…— diálogos
cursivas – narración resaltante (khuzdul, sindarín, quenya), cartas, recuerdos, sueños, etc…
"…" pensamientos
[…] cambio de escena

Derechos Reservados a J. K. Rowling por el infinito universo mágico de Harry Potter & a J. R. R. Tolkien por la creación de la Tierra Media donde encontramos a The Hobbit y todo lo que le tenga que seguir… Bla, bla, bla.

Disclaimer: De acuerdo a Wikipedia y Warner Bros. Harry Potter & The Hobbit lamentablemente no me pertenecen. Esta novela es sólo una obra de ficción. Simplemente tomando prestados los personajes para un producto de mi ilógica imaginación. Cualquier parecido con otra historia, sucesos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es mera coincidencia.

Notas del autor: Muchas cosas por decir, casi nada por contar… No me preguntéis como he sacado este capítulo porque ni yo mismo tengo una respuesta a mi propia incógnita. Lo único que puedo brindar para satisfacer su curiosidad es que comencé a escribir esta historia mientras me metía un taco a la boca, después de eso me encontré con una loca mezcla de mundos fantasiosos.
Me dejaré llevar por la línea cronológica de la película pero como me he leído la novela mucho antes que saliera en cines… Respetaré ciertas escenas del libro. Eso y lo que mi ilógica imaginación maquine.
Pregunta: ¿Han sentido que caen mientras duermen y de repente se despiertan sobresaltados y con el corazón bombeándoles como loco?... Yo nunca lo he sentido.
Si no os gustan este tipo de crack: ¡JODANSE! Es mi historia y puedo escribir lo que guste. Simplemente retomen el camino perdido y busquen otro fic para leer.

Summary: Reclutar al Sr. Bolsón no era problema, recuperar Erebor del dragón Smaug tampoco, aceptar a la mestiza de un dragón…podría serlo. Pero algo era seguro: A Hermione definitivamente le desagrada Escudo de Roble, pero a Thorin le encanta la mestiza.


By caves where the Sun does not shine
por
Connor Redfield

Capitulo Uno: Una tertulia inesperada

"Al diablo con las circunstancias; yo creo oportunidades" Bruce Lee

. . .

Bree en los límites de La Comarca
Octubre 2940 T. A.

Se encontraba a un par de kilómetros de Bree cuando llegó la tormenta, y habiendo dejado su capa más gruesa en el fondo del bolso que cargaba en su espalda apresuró la caminata. No tenía más que sus pies para que le llevaran hasta la entrada de la ciudad y no iba a demorarse en cambiarse de capa para impedir un posible resfrío, bastante ya estaba con tiempo retrasado como para darse un lujo de comodidad. Ya lo tendría una vez que arribara con exitoso.

Llovía a cantaros y difícilmente se podía vislumbrar lo que se encontraba enfrente para caminar con soltura. Cuando llegó al arco de la entrada, tallado en madera, giró la cabeza hacia atrás observando la oscuridad que se cernía a sus espaldas y abrazaba al bosque que rodeaba al pueblo. No es que alguien o algo le estuviera siguiendo, aunque no sería la primera vez en que algo así le ocurriese. Sino más bien se trataba de un instinto, una maña que había adquirido con el paso de los años y que con el oficio que desempeñaba no le iba nada mal echar un vistazo de lo que se movía a su alrededor, sobre todo a la soledad de la noche, cuando la oscuridad es perfecta para convertir a un cazador en una presa.

Recorría los caminos del centro de la villa que se habían vuelto lodosos y escurridizos, agazapándose entre la oscuridad de los edificios con una facilidad que era casi imposible distinguirle entre una sombra errante o un cuerpo en movimiento. Estaba a doce metros de su punto destinado cuando percibió un movimiento por el rabillo del ojo, quedándose donde se encontraba, giró levemente la cabeza hacia la izquierda enfocándose en la misteriosa criatura a su costado. Lo que a simple vista parecía ser un montón de harapos apilados a orillas de la calle lodosa poco a poco se fue irguiendo hasta alcanzar una altura que no le rebasaba de la cintura. Ni harapos ni montículo de barro, era una niña de brazos y piernas. Sus ropas estaban mojadas y sucias por el fango, sus pies estaban desnudos hundiéndose en el lodo y su cabello negro goteaba lluvia enmarcándole el infantil rostro.

Dejando de lado por un momento a la chiquilla, observó a ambos lados de la calle antes de salir de su escudo de sombras. Con parsimonia se acercó, cuando estuvo a centímetros de ella hurgó en el interior del bolsillo de su abrigo y sacando unas cuantas monedas le tendió el brazo. La niña rápidamente juntó sus manos al frente colocándolas en forma de canasta para que dejara caer las monedas. Eran suficientes para que comiera pan y carne por al menos dos semanas.

Dándole un último vistazo notó que lo único que le cubría del torrencial de la lluvia era un pedazo de manta roída, vieja y probablemente maloliente. Apretando la mandíbula y calculando que la tormenta no terminaría hasta que el alba llegara, quitó el broche de su capa y pasándosela por encima, la dejó caer sobre los hombros húmedos de la niña, antes de dar un paso atrás y reemprender su marcha.

Justo estaba mirando el letrero de la taberna cuando volvió su vista hacia el punto donde se encontraba la pequeña. La observó sentaba en el taburete de un local bebiendo ávidamente de una jarra humeante, llevándose a la boca trozos enteros de pan remojados en el liquido de la taza. No pudo evitarlo y una leve sonrisa surcó por sus labios.

Volviendo su atención al letrero de la taberna, alzó una ceja de manera sarcástica y se burló internamente. Y es que en el encabezamiento rezaba la frase: El poni saltarín. Un nombre absurdo para un sitio absurdo, al menos concordaban en algo. Expulsando vaho a través de un cansado suspiro, aferró aún más el bolso en su espalada e ingreso al establecimiento.

[…]

Si en algo no se había equivocado, cosa que nunca ha pasado. Fue que el absurdo nombre, ubicado en el absurdo letrero daba crédito al absurdo local en el que se encontraba ahora.

Lleva cerca de una hora y media en el mismo asiento, con el mismo jarro entre las manos, llenándolo con líquido caliente cada vez que terminaba para quitar el frío impregnado en los huesos debido a la lluvia. No había probado alimento, el olor del último trabajo que realizó antes de llegar a la ciudad le seguía asqueando de tal manera que podía sentir la boca del estómago contraerse contra su espina dorsal. No podía evitarlo, cada vez que un plato lleno con carne de carnero le pasaba por enfrente las nauseas volvían. Sólo se limitó a tomar y seguir tomando, al menos tenía que llenar el estómago con algo.

Observó nuevamente la taberna, pero esta vez con mayor atención, el sujeto que le había citado en el absurdo local no había llegado aún y tenía que distraerse de alguna forma.

Escaneando de mesa en mesa, de ventana en ventana y la única puerta accesible, concluyó que no podría haber resultado un lugar de lo más aburrido. Las paredes mantenían un color pálido debido a la escasa luz que las velas y las lámparas llenas de alquitrán ofrecían. La barra estaba llena de hombres sucios, malolientes y probablemente demasiado ebrios como para recordar a la mañana siguiente en que habían gastado su pago del día. El suelo se mantenía húmedo, lleno de fango y agua de lluvia que se escurría de las botas de los comensales, podía llegar a apreciar restos de pan y gruesos trozos de carne que los perros devoraban con fascinante rapidez.

Las náuseas emergieron nuevamente desde el interior de su estómago al observar a un perro masticar con prisas la ración que había peleado y ganado con fervor. Desviando su atención del animal, se concentró en la mesa sucia y vieja en la que se había sentado. La más apartada del lugar, ubicada en una de las esquinas del local. Al menos tenía una ventana al lado pero con la lluvia sin cesar, de nada serviría abrirla para dejar pasar el aire fresco y húmedo.

Hecho nuevamente una hojeada al sitio, demasiado deprimente según su humilde opinión y pensó en las fiestas, canciones e historias que le divertían. En las reuniones donde la música no paraba y en los barriles, en los millones y millones de barriles. Todos llenos hasta el tope de dulce cerveza y vino.

"¡Ah, esas sí son fiestas!" no terminó de pensar la frase cuando una voz ronca y pastosa le interrumpió.

—Hola, preciosa—saludó—Dime, ¿qué hace alguien como tú, en un lugar como este?

No se molestó en alzar la mirada, tipos como esos en donde sea se encontraban y había aprendido que era más fácil ignorarlos que dedicarles un minuto de atención.

—¿Puedo sentarme? ¿Vienes sola?—preguntó balanceándose entre sus dos piernas, mirando alrededor de la mesa.

Sin embargo, no consiguió que la chica hablara. Al contrario, seguía manteniendo el mismo silencio huecoso sino es que más profundo.

—¿Estás sorda acaso? He dicho que-

—¡Largo!

De acuerdo, había abierto la boca cuando sabía perfectamente que lo mejor era seguir manteniéndola cerrada, pero en ese momento traía un humor del infierno y el sujeto sólo había llegado para terminar de empeorar la situación.

—¿Qué? ¿Acaso escuche bien? ¿Me estas mandado al infierno?—preguntó dejando caer pesadamente la jarra que traía en la mano sobre la mesa.

Soltó un largo suspiro interno. Había pensado que el hombre la dejaría tranquila, normalmente sólo eso le bastaba para echar a cualquiera que se le acercará a más de 2 metros de distancia, pero había otros que necesitaban mano dura para dejar los términos en claro.

Lentamente dejó la jarra sobre la mesa justo frente a la misma que el inoportuno ebrio había dejado caer con rudeza.

—Si lo has entendido, no comprendo cómo es que sigues aquí—le dijo clavando su vista duramente en la expresión del sujeto frente a ella.

El hombre tuvo que darse un minuto para lograr mantener el equilibrio luego de dar un paso involuntario hacia atrás. Cuando la mujer le miró fue como un instinto de supervivencia, salvaje y oculto que saltó al momento de observar sus ojos.

"¡Qué demonios…!" su mente trataba de procesar todo con la mayor rapidez que le permitía su alcohólico cerebro, por un momento culpó al exceso de bebida. Porque entre más lo pensaba más ridículo le parecía el hecho de haber creído ver que los ojos de la muchacha habían brillado con fuerza.

Pero ahora que la observaba nuevamente, no estaba ese brillo. Sus ojos seguían manteniéndose dorados pero no había rastro de lo que creía haber visualizado. Sacudiendo su cabeza, compuso una mueca de arrogancia que más parecía de estreñimiento, todavía no olvidaba que ella se atrevió a rechazarlo.

—Escucha, pequeña perra-

El aliento se le había quedado atorado nuevamente entre algún lugar de la garganta y la boca del estómago. Había tratado de intimidar a la mujerzuela azotando la mesa con el puño pero el único que salió con un susto fue él.

La palma de su mano se encontraba extendida boca abajo sobre la superficie de la mesa con un cuchillo enterrado entre su dedo índice y medio. Detalló el frío de la daga rozando su piel y la mirada de la chica que le observaba firmemente. ¿En qué momento había sacado la daga y clavado cerca de sus dedos?

Se apartó bruscamente, adoptando una actitud furiosa. Sea lo que fuera que la pequeña perra estaba haciendo no le iba a permitir seguir humillándolo. Irguiéndose todo lo que su altura le permitía su mano repto lentamente hasta la empuñadora de su espada, justo cuando una vara de madera le impidió sacarla por completo.

—Creo que la dama ha sido muy específica en no desear de su compañía—el sujeto volteó a mirar al extraño viejo que le interrumpía.

—¿Vienes con ella?—preguntó—¿Tan patética es que necesita protección de un viejo vagabundo?—se mofó airosamente.

Aunque claro, el alcohol llega a causar estragos en los procesos de raciocinio.

—¿Sugieres que necesito protección, humano?—lanzó mordazmente la mujer, levantándose del asiento.

Fue entonces cuando el brillo que minutos atrás había pensado fue un producto de su embriaguez, volvió. Las iris, doradas por naturaleza de nacimiento, comenzaron a brillar con fuerza, oscureciendo el contorno de sus ojos dándole un aspecto salvaje, aterrador… Sobrenatural.

Y ahí lo entendió todo.

—¡Mestiza!—exclamó perturbado. Jamás había estado cerca de un híbrido pero había oído hablar de ellos, como seres siniestros y oscuros, y su ira creció aún más—¡Una maldita mestiza!—bramó desencajado.

Estaba por hacer un escándalo pero el viejo vagabundo le interrumpió nuevamente, al parecer esa noche estaba llena de interrupciones hacia él.

—Yo lo pensaría dos veces antes de abrir la boca—dijo el anciano.

El hombre le miró despectivamente, furioso aún por la interrupción.

—No queremos causar ningún problema, somos gente de paz que sólo busca un poco de refugio contra el mal clima y abastecernos después de un largo día en los campos—volvió a comentar el anciano.

—¿Y crees que voy a confiar en tu palabra?—habló al fin el hombre ebrio, cansado de la bufonería del viejo ermitaño—¡Defiendes a una asquerosa mestiza! No se puede confiar en ti—soltó cargando con gran veneno las primeras palaras, aunque las ultimas no estaban libres de ello.

—Es suficiente.

Alzando un poco la vara de madera que cargaba en su mano derecha, recitó en susurros unas palabras que el hombre no escuchó. Pero cuando observó como la corona de la inocente vara desprendía luz blanca, brillosa y propia entendió todo por segunda vez.

Gruñendo con furia lanzó miradas despectivas a la mujer y al hechicero a su lado. Con un brusco movimiento, se soltó del agarre del tan ya no pordiosero anciano.

—¡Malditos fenómenos!—maldijo y apretó los puños hasta volverse blancos.

Se marchó dando grandes zancadas mascullando a viva voz sobre las vergüenzas de procrear a un mestizo y la desconfianza hacia los hechiceros embaucadores y traicioneros.

Observándolo hasta que se vio perdido entre las masas de clientes de la taberna, el viejo mago volteó hacia la pequeña muchacha todavía parada con la espalda rígida.

—Veo que sigues siendo tan discreta como siempre—se burló cruzando la vara sobre su pecho.

—Igual que tú…—dijo mientras se volvía a tomar asiento y sacando la daga de la madera, guardándola—Gandalf.

El mayor se rió y tomó asiento frente a la muchacha.

—Llegas tarde—protestó sin dejar de verle.

—Tuve algunos contratiempos—dijo sacando de su túnica una pipa con una larga cola.

—Sí, siempre los hay—masculló mordazmente.

Gandalf le envió una mirada de advertencia, pero la chica prestaba más atención a la jarra pegada a sus labios.

—Me enteré que estuviste por las altas Montañas Azules—notó la reciente incomodidad de la mujer ante sus palabras y añadió—Y mi pregunta es: ¿Qué hacías en la cadena montañosa de Ered Luin?

La muchacha le miró inquisitivamente antes de abrir la boca y volver a cerrarla, para hacer lo mismo una segunda y una tercera vez. Finalmente, después de mucho silencio y movimientos incómodos sobre la silla, contestó:

—Estaba…buscando—Gandalf le miró, cuestionándole más a través de la mirada. Obligándola a que dijera todo de una vez—¿Crees que no sé lo que tratas de hacer?—masculló lentamente—Ya no soy una niña a la que puedes sacarle las palabras a través de miradas severas, Gandalf. Esto es todo lo que te diré.

El viejo mago permaneció en silencio, sin inmutarse, fumando de la boca de su pipa y soltando el aro de humo.

—Sí, es verdad, has crecido. Ya no eres la jovencita que solía disfrutar ver de mis fuegos artificiales durante los solsticios de verano—se interrumpió un momento dando una bocanada a la pipa—El tiempo ha pasado y el mismo se ha encargado de transformarte en una mujer fuerte y valerosa, incluso al grado de llegar a ser imprudente. Pero escúchame bien cuando te digo que ni con el pasar de cien años o quinientos más, yo dejaré de preocuparme por la niña que conocí en las praderas verdes.

La muchacha le miraba atentamente, tal vez, incluso o puede llegar a ser con un poco de vergüenza. Ella también recordaba esos veranos con las noches estrelladas y los fuegos mágicos de Gandalf, aquellos que le entretenían hasta que el alba acariciaba el horizonte.

—Es bueno verte, después de tanto tiempo—dijo regalándole una cálida sonrisa.

—Lo mismo digo, Hermione—y él hizo lo mismo.

Permanecieron así por un rato, en silencio, brindándose risas y acompañándose con los recuerdos de verdes praderas, noches estrelladas y cielos iluminados por magia ancestral. Hasta que Hermione, habló de nuevo:

—Bueno, ¿qué tienes que decir? No creo que me hayas hecho venir hasta aquí para hablar de otros tiempos.

Gandalf dejó soltar un suspiro. Había vuelto a adoptar la figura de mujer independiente que alegaba ser.

—Por segunda vez en la noche tienes toda la razón, mi querida niña—se mofó al ver la expresión molesta de Hermione por el mote utilizado—Te he llamado porque necesito que me devuelvas lo que años atrás te pedí que cuidarás por mí.

El ceño fruncido en la cara de Hermione desapareció casi al instante, volviéndose neutro casi cauteloso. Lanzando una fija mirada alrededor y centrándola en Gandalf, llevó su mano hacia el interior de su abrigo, hurgando entre las prendas de su pecho hasta sacar un paquete envuelto en piel y atado firmemente. Lo extendió, deslizándolo sobre la superficie de la mesa hasta las manos del mago.

Gandalf lo tomó con cuidado, casi temiendo romperlo y aunque la curiosidad le exigía que abriera el paquete para verlo, sabía que era más sensato seguir manteniéndolo oculto. Guardándolo dentro de su túnica, volvió su vista hacia Hermione y la encontró observándolo fijamente. Por un momento, se temió lo que la muchacha podría estar pensando pero al ver que sus ojos velados regresaban a ser los mismos con el tono dorado que la caracterizaba, soltó el aire que involuntariamente había estado reteniendo. Aunque, manteniendo un ojo precavido sobre la chica. Sólo por si acaso.

—Deberías de cambiar esa túnica, Gandalf. Ha de tener más hoyos que la madriguera de un topo—se burló Hermione.

—Si lo hago dejaría de ser Gandalf 'El Gris'—contestó consternado.

Hermione sólo soltó una carcajada antes de volver a llenar la jarra vacía, está bien podría ser su decimocuarta bebida de la noche y todavía no eran las doce.

El hombre la miró atentamente, debatiéndose entre dar el siguiente paso o bien continuar con el resto de la noche, despedirse y desear que los vientos del norte los volvieran a reunir en un futuro más próximo. Pero tenía un plan en la cabeza y esta muchachita era fundamental para llevarlo a cabo. Armándose de valor y espantándose las moscas de la barba, dijo:

—Te agradezco que mantuvieras este encargo por tanto tiempo, a pesar de ser el responsable de llevarlo, lo has guardado bien todos estos años—la miró negar con la cabeza, confirmándole que no había sido ningún problema, y continuó:—Sin embargo, requiero de tus servicios una vez más.

Si antes le estaba regalando una expresión alegre, ahora su mirada se había vuelto dura y retadora.

—Lo sabía—dijo apretando los dientes—Nada bueno puede venir de ti, ya se me hacia raro que no pidieras algo. Ahora, ¿qué es? ¡Habla!

—Necesito de tus servicios, Hermione.

—Eso ya lo mencionaste, el asunto es ¿para qué?

Gandalf se dio un momento para responder, sabía que sería difícil que la chica aceptará pero tenía sus cartas bien puestas, listo para ganar.

—Una misión de recuperación.

La muchacha tomó un minuto para meditarlo, analizando el por qué Gandalf haría una expedición de ese tipo.

—No—dijo tajantemente.

—¡Por las barbas de los enanos! ¿Al menos has pensado en ello?

—No tengo nada que pensar, Gandalf. ¿Recuerdas la última vez que hice una misión para ti? Yo sí la recuerdo y las marcas en mi espalda lo pueden respaldar.

Gandalf resopló molesto, la muchacha podía llegar a ser terca, necia y testaruda pero ya había puesto el dedo en el renglón y no estaba dispuesto a despegarlo.

—Aún te queda una promesa por cumplir, ¿recuerdas eso?

Hermione instintivamente se llevó una mano al pecho, encontrando la cadena que portaba el anillo de una promesa no cumplida. Pero no es porque no había deseado hacerlo, al contrario, todos los días cuando miraba el anillo en la cadena recordaba al anciano de las montañas.

—Eso es jugar sucio, Gandalf. Incluso para ti—bramó irritada—¿Qué te hace creer que esta promesa podría estar vinculada con lo que me estás pidiendo?

—Debes confiar en mis palabras, mi querida niña, porque son las únicas que podrán ayudarte.

Gruñó confusa, bastante impaciente con la situación del anillo y ahora con lo que la vieja cabra le hasta pidiendo.

—Gandalf…—le llamó después de un largo rato de silencio—Dime que todo esto, que esa ridícula misión de recuperación o como sea que la llames, no tiene nada que ver con la llave y el mapa que te acabo de entregar.

—Te diré lo mismo de hace unos instantes: Confía en mis palabras y todo saldrá bien.

Un nuevo gruñido salió del fondo de su garganta mientras se dejaba caer por completo sobre el respaldo de la silla y llevaba una mano a su rostro. El mago no le estaba diciendo nada, como siempre.

Gandalf no dejaba de mirarla, no quería meter más presión de la que ya había pero el tiempo se estaba acabando, al menos que valiera el intento.

—Hermione…—le llamó, haciendo que la muchacha inclinará la cabeza y le mirara a través de los dedos que cubrían su rostro—Puede que lo que te este pidiendo sea demasiado y estás en todo el derecho de declinar mi oferta—escuchó un resoplido de su parte—Algo que ya has hecho, pero te pido que lo reconsideres, realmente ocupo de ti.

—Gandalf, estás consciente de lo soy y de lo que hago, mi oficio no es exactamente del agrado de muchas personas. ¿Por qué me lo pides?

—Porque son exactamente tus habilidades Hermione, lo que te hace la indicada para pedir por tu ayuda—por un rato se mantuvo en silencio permitiéndole procesar todo, rogando porque sus palabras surgieran efecto—Además—continuó—puede que durante este viaje encuentres las respuestas a todas tus preguntas. Y que entregues el anillo que cuelga de tu cuello a su dueño.

Eso sí que había capturado su atención, y aunque deseaba preguntarle a que se refería con obtener todas las respuestas sabía que lo más probable fuera que Gandalf le respondería con otra de sus frases revoltosas. Pero algo no cuadraba, definitivamente no lo hacía.

—Conoces el nombre del enano que me entregó este anillo, ¿no es así?—preguntó observando al hombre respirar profundamente—Dímelo.

—Su nombre era Thráin.

Algo en el nombre le extrañaba, estaba segura que antes lo había escuchado. Pero, ¿dónde? Bueno, al menos ya contaba con más información del viejo enano.

—Lo sabías desde del inicio, ¿por qué no me lo habías dicho?

—No era el momento adecuado, querida niña—Hermione ahogó un replica por el uso del ridículo apodo.

—¿Y ahora es el momento?—preguntó sarcástica.

—La verdadera pregunta es: ¿puedo contar contigo en el momento que te mande llamar?

Tomando una profunda bocanada de aire y soltándola de poco en poco, afirmó con la cabeza. No tenía ganas de hablar, la vieja cabra frente a ella la estaba amarrando a sólo los Dioses sabrán qué cosa y sabía que comenzaría a lanzar maldiciones contra él.

—Bien, jamás dudé de ti—Hermione le fulminó con la mirada pero Gandalf ni se inmuto, sólo continuó sonriéndole con los ojos grises brillándole en victoria.

Tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no destrozar a la vieja urraca. Pero si creía que podría salir con la suya, estaba totalmente equivocado.

—Sólo pido saber algo y espero me des una respuesta, no uno de tus desagradables acertijos—Gandalf asintió—Lo que piensas hacer, no sólo tiene relación con el mapa y la llave ¿verdad? Sino también con esto—dijo mostrándole un pedazo de piel con letras grabadas en sangre oscura.

Gandalf le miró preocupado.

—¿Dónde lo conseguiste? ¿Qué hacías en tierras tan lejanas?

—No eres el único que busca respuestas, Gandalf—sé burló—Mis trabajos me llevan a distintos lugares y las tierras del norte no son la excepción. Estando allá, me encontré con desagradables personajes, uno en especial traía este mensaje—volvió a señalar la piel.

—Hermione no habrás pensado en aceptar esto, o ¿sí?—respondió tratando de desviar la pregunta de la chica.

Ella sonrió con un deje de malicia, sabía que Gandalf no le respondería.

—No he de negarte que la oferta me pareció realmente tentadora, y todo por el simple cuello de un rey—dijo con un nuevo brillo salvaje relampagueando en sus ojos—Pero descuida, no estoy interesa en perseguir a un enano por toda la Tierra Media. Aunque mi oficio se dedique a la eliminación, tengo cláusulas y soy muy celosa de cumplirlas.

Gandalf se estremeció aunque luchó por no demostrarlo. No mientras la observaba recargándose en el respaldo de la silla y cruzándose de brazos.

—Me alegra escuchar que la avaricia en tu corazón es nula.

Hermione río ante el cumplido, en verdad que la vieja urraca podía llegar a ser divertida en momentos de tensión.

—Te mandaré a Fawkes, te será más fácil contactarme a través de él.

Gandalf asintió—Será un placer contar con tu ayuda.

Enmarcando una ceja, desvió su atención del mago a un punto central de la taberna y su sonrisa se agrando aún más.

—El que va a necesitar ayuda, es él—dijo señalando hacia un enano.

"La noche está llena de sorpresas" pensó Gandalf.

Volviendo su vista hacia Hermione, descubrió que la chica se había marchado dejando sobre la mesa el pago por las bebidas y la piel tatuada en lengua negra.

"Sin duda, un regalo de buena fe" sonrió ante lo pensado.

—Buen viaje, Rogue.

[…]

—¿Puedo acompañarte?—dijo un anciano envuelto en una gran túnica gris y pidiendo a la muchacha de la taberna que le sirviera lo mismo que él.

Observó a los hombres que había visto en lados puestos de la taberna caminando hacia él, alejarse rumbo a la puerta sin apartar la mirada.

—Aún no me presento—continuó el hombre—Mi nombre es Gandalf. Gandalf 'El Gris'.

—Yo sé quién eres—interrumpió toscamente.

—Bueno, esta es una buena ocasión—sonrío, aunque en realidad estaba pensando en cierta muchachita que le había abandonado. Volvió a ver al enano y dijo:—¿A qué viene Escudo de Roble a Bree?

—Recibí noticias de que mi padre fue visto vagando en las cercanías de Dunland.

—Thorin, han pasado años sin que haya había rumores respecto a Thráin.

—Se que aún vive, lo puedo asegurar.

Gandalf se mantuvo callado, observándole mientras la muchacha le entregaba una jarra y un plato con comida, pensando en el peso de las palabras que podrían destruir a Thorin al saber la verdad. Pero no era la persona indicada para decírselo, quien debía hacerlo se había esfumado dejándole un pedazo de piel marcada.

—Mi padre fue a verte antes de desaparecer, ¿qué le dijiste esa vez?—cuestionó ferviente.

—Le aconsejé que marchara rumbo a Erebor a reunir las siete tropas de enanos, a destruir al dragón y recuperar la Montana Solitaria—señalándolo, añadió—Y te diré lo mismo a ti.

Thorin le miró inquisitivamente.

—No es casual esta plática, o ¿sí?

Si algo había aprendido de los magos, es que esconden secretos y sus acciones siempre van acompañadas con segundas intenciones.

—No, no lo es—afirmó—La Montaña Solitaria me preocupa Thorin, ese dragón lleva allí demasiado tiempo, tarde o temprano mentes oscuras voltearán hacia Erebor. Y esta es la prueba—dijo mostrándole el mensaje que Hermione le había entregado.

Thorin lo observó con atención, aunque no podía leerlo. La lengua era extraña.

—¿Qué dice?—demandó saber.

—Un conocido me lo mostró después de regresar de un viaje al norte, es un mensaje escrito en lengua negra—explicó Gandalf—Una promesa de pago.

—¿Por qué?

—Tu cuello—el enano le miró expectante, incluso sorprendido e inquieto—Alguien te quiere muerto.

—¿Quién te lo dio?—volvió a preguntar, ahora con la noticia rondando en su cabeza que deseaban asesinarle.

—Eso no tiene importancia en este momento, pero te aseguro que es de completa confianza.

Frunció el ceño, no creía del todo en sus palabras.

—Thorin eres el heredero al trono de Durin, debes hablar con las siete familias de enanos, has que cumplan su juramento. Sólo así tendrán la fuerza y poder para recuperar Erebor—dijo Gandalf.

—Las siete tropas juraron lealtad al que tuviera la Piedra del Arca y por si lo olvidaste la joya está sepultada bajo los pies de un peligroso dragón—masculló Thorin al ver que comenzaban a llamar la atención.

Gandalf le miró con detenimiento, esta plática le parcia un deja vú, no era muy distinta de la que había tenido con Hermione.

—¿Y si te ofrezco apoyo para reclamarla?—los ojos del enano se iluminaron por unos segundos.

—¿Cómo?—preguntó escéptico—Esa joya está a medio mundo de aquí, sin olvidar a la enorme serpiente de fuego que duerme Bajo la Montaña.

—Sí, así es…—dijo recargándose en la mesa de madera—Por ello, tengo un plan.

[…]

Una mañana de verano y por alguna curiosa coincidencia, se encontraba Bilbo Bolsón sentado al pie de la puerta de su agujero de hobbit, después del desayuno, fumando una enorme y larga pipa de madera lanzando hermosos anillos de humo gris que navegaban en el aire sin romperse, alejándose flotando sobre la colina.

Fue entonces, que disfrutando de la quietud del mundo, de la hora cuando había menos ruido y se miraba más verdor en las numerosas colinas que surcaban La Comarca, que miró a un anciano con un bastón parado frente a la cerca de su agujero. Tenía un sombrero azul, alto y puntiagudo, una larga capa gris y una barba que le colgaba larga y blanca hasta más debajo de la cintura.

—¡Buenos días!—saludó educadamente Bilbo.

Y no estaba equivocado, el sol brillaba y la hierba se encontraba muy verde. Pero el anciano sólo le miró desde debajo de las largas y espesas cejas.

—¿Qué quieres decir?—preguntó—¿Me deseas un buen día, o me quieres decir que es un buen día, lo quiera yo o no? ¿Tal vez quisiste decir que te sientes bien en este día en particular? ¿O simplemente dices que este es un buen día para que uno se sienta bien?

Bilbo le miró intrigado después de escuchar todo el trabalenguas del hombre, y sólo atinó a responder:—Supongo que todo eso a la vez, sí—pero el hombre se mantuvo en el mismo lugar, sin dejar de verle y con la misma expresión en el rostro.

—Disculpa, pero ¿te puedo ayudar en algo?—preguntó algo incómodo por la presencia del extraño hombre.

—Eso es lo que vamos a averiguar—dijo—Verás, estoy buscando a alguien con quien compartir una aventura que estoy planeando y me resulta difícil dar con él.

—Pienso lo mismo… —rió con desgana—No se me ocurre nadie al oeste de Bree o dentro de La Comarca con mucho interés en aventuras. En estos lugares somos gente sencilla y tranquila y no estamos acostumbrados a las aventuras. Son cosas temibles, incomodas y feas que retrasan la cena—dijo el hobbit colocando la pipa en su boca, sacando el correo matutino y se poniéndose a leerlo, fingiendo ignorar al viejo.

Pero el hombre no se movió. Permaneció apoyado en el bastón observando al hobbit sin decir nada, hasta que Bilbo se comenzó a sentir bastante incomodo (más que hace un momento) y hasta un poco enfadado.

—¡Buen día!—dijo al fin y comenzó a caminar hacia la puerta redonda del agujero.

—¡Por todos los cielos! ¿Para cuántas cosas empleas los buenos días?—dijo Gandalf, pero Bilbo siguió ignorándole—¡Quién iba a pensar que un hijo de Belladona Tuk me daría los buenos días como si yo fuese un simple vendedor de botones!

Bilbo detuvo su marcha, mirándolo anonadado. El hombre había mencionado a su madre. Y no es que su madre fuera una completa extraña, es más en la villa de los hobbits se le conocía por haber tenido el agujero de hobbit más lujoso que pudiera encontrarse bajo La Comarca o sobre La Comarca o al otro lado del río, pero que un completo extraño viniera a hablarle sobre aventuras y mencionar el nombre de su madre, no ocurría todos los días.

—Perdona, ¿qué has dicho?—le preguntó, ofuscado.

—Has cambiado, pero no del todo para bien Bilbo Bolsón.

—Disculpa, ¿te conozco?—preguntó más extrañado.

—Puede que recuerdes mi nombre, porque yo sí recuerdo el tuyo—dijo—¡Yo soy Gandalf, y Gandalf soy yo!

Bilbo se quedó un momento pensando, hasta que recordó los mágicos fuegos artificiales que solía ver de niño, cuando su madre le acompañaba.

—¡Gandalf! ¡Gandalf! ¡Válgame el cielo!—exclamó Bilbo—Eres tú el mago errante, quien contaba en las reuniones del Viejo Tuk aquellas historias maravillosas de dragones y trasgos y gigantes y rescates de princesas. Y fabricaba aquellos increíbles fuegos artificiales—continuó—En verdad, pido perdón, pero no tenía idea de que todavía trabajaras.

Y la sonrisa que había empezado a formarse en la cara de Gandalf por los elogios de Bilbo Bolsón, desapareció.

—¿Y qué otra cosa iba hacer?—preguntó mirándolo fijamente.

—¿Qué otra cosa? Pues… eh… bueno… yo…—Bilbo optó por seguir fumando de su pipa, sin duda, ese último comentario no había sido educado.

—Bueno, al menos me complace descubrir que aún recuerdas algo de mí—dijo el mago—Aunque sólo sean mis fuegos artificiales. ¡Sí, está decidido! Te concederé lo que has pedido. Iré a informarles a los otros.

—Perdón, ¡yo no he pedido nada!

—¡Sí, sí, lo has hecho! Tal vez no te hayas dado cuenta pero lo hiciste. Dos veces—dijo Gandalf comenzando a irse.

—¿Informar a quién? ¡No, no, aguarda!—lo detuvo Bilbo—Nosotros no queremos ninguna aventura aquí. Gracias pero ahora te sugiero que busque más allá de La Comarca o al otro lado del río. Pero si gustas puedes venir a tomar el té… ¡Cuando quieras! ¿Por qué no mañana? ¡Si, ven mañana! Pero las aventuras no entran en este agujero. Buen día y adiós—con esto el pequeño hobbit entró por la redonda puerta verde y la cerró lo más rápido que pudo sin llegar a parecer grosero.

"¡¿Para qué diablos lo habré invitado al té?!" se dijo Bilbo.

Mientras tanto, Gandalf había subido y con la punta del bastón dibujó un signo extraño en la hermosa puerta verde del hobbit. Bilbo escuchó el sonido de estar tallando la madera y observando a través de la ventana al lado de la puerta miró al mago alejarse a grandes zancadas.

Para el día siguiente, casi se había olvidado por completo de la visita que el mago errante denominado como Gandalf le ofreció. Y se dice casi porque durante su recorrido por el mercado de La Comarca, esa mañana, había estado bastante aturdido y creía verlo en todos lados. Por ejemplo, ataviado en un elegante saco azul y pantalones verdes cortos, sujetando la canasta que siempre utiliza para las compras, caminó a paso precavido y vigilante entre los puestos de quesos, vino, pan y verduras mientras recibía los saludos de sus vecinos, pero cada tanto alzaba la cabeza y revoloteaba los ojos entre las innumerables cabezas llenas de rizos rubios, castaños, pelirrojos y oscuros del bullicio como si tratara de encontrar al mago antes de que él anciano lo pillará a él con la guardia baja.

Justo cuando terminó de pagar por el pescado que compró para su merienda de esa tarde, fue que una voz conocida lo detuvo con sólo haber dado doce pasos en dirección al puente de piedra que separaba al mercado del resto de las viviendas.

—Buenos días, Señor Bilbo.

El hobbit sonrió, aunque algo inquieto.

—Buen día, Señor Worrywort—trató de sonar educado.

El viejo hombrecillo detuvo su carreta.

—Toqué mis tubérculos, Señor Bilbo. Se encuentra muy firmes—le indicó, alzando uno y mostrándoselo a detalle—Recién llegados de la Cuaderna del Oeste.

—Muy impresionante, Señor Worrywort.

—¡Por supuesto que lo son! ¡No encontrará mejores verduras que las mías!—Bilbo evitó rodar los ojos, era un conocimiento bien sabido de la presunción que el Señor Doggie Worrywort tenía a la hora de vender sus vegetales.

Sin embargo, eso era lo que menos le preocupaba o importaba en ese instante.

—De acuerdo, de acuerdo—le dijo—Pero dígame, de casualidad no habrá visto a un mago merodeando por aquí, ¿o sí?

Al instante, una figura casi conocida llamó su atención, tanto que no prestó atención a las palabras que el viejo Worrywort le decía. Para él era más aterrador el hecho de creer estar mirando la punta del sombrero gris del mago.

—Veamos—se dijo, apoyando un dedo sobre su barbilla y adoptando una pose pensativa—Un hombre alto, de barba larga y canosa. Con un sombrero puntiagudo… No, definitivamente no lo he visto.

Pero cuando miró al Señor Bolsón, este ya no se encontraba. Echando un vistazo hacia atrás, lo observó escabulléndose entre el gentío que cruzaba el puente, colocándose delante de una carreta y desaparecer por completo.

Después de ello, Bilbo había sido bastante receloso de los lugares que visitaba y constantemente se encontraba mirando por todos lados como si el mago fuera aparecerse de un momento a otro. No quería volver a tener una equivocación como la que tuvo esa mañana en el mercado, donde en su estado de nerviosismo terminó confundiendo un costal gris con el sombrero del mago.

Ya para la hora del té, lo había olvidado por completo. De hecho, justo estaba por comenzar a merendar que se oyó un tremendo campanillazo en la puerta principal. Extrañado de que alguien tocará a su puerta, Bilbo se levantó y cuando abrió la puerta vio a un enano hosco y fornido, con la cabeza rapada y lleno de tatuajes.

—Dwalin, a su servicio—se inclinó el enano.

Recordando sus modales, Bilbo se alisó los pliegues de su saco y contestó:

—Bilbo Bolsón, al suyo—y tan pronto lo dijo, el enano entró deprisa como si le estuvieran esperando—Disculpe pero, ¿nos hemos visto antes?

Mirándolo como si se tratara de un extraño bicho, el rudo hombrecillo negó con la cabeza.

—No—Bilbo demasiado sorprendido por la sinceridad del sujeto, le dejó entrar sin interrumpirlo.

Colgando la capa en la percha más cercana, el enano comenzó a lanzar preguntas una tras de otra, y a ninguna de ellas, Bilbo les encontraba sentido:—¿Por dónde joven? ¿Va hacer aquí?

—Disculpe, ¿qué cosa va a ser dónde?—inquirió, curioso y demasiado confundido.

—La comida—contestó el enano llamado Dwalin—Dijo que habría comida y mucha.

"¿Qué?" pensó alarmado, y eso sólo sirvió para que Bilbo se exaltara aún más.

—¿Él dijo? ¿Quién lo dijo?—preguntó sin encontrar respuesta, observando al enano caminar hacia la cocina.

No supo cómo, pero entre preguntas confusas, faltas de respuestas o miradas penetrantes del rudo enano, Bilbo se encontró sentando a la mesa con un enano que estaba disfrutando de lo que debería haber sido su merienda. Incluso su sorpresa fue mayor cuando le miró engullir de un solo mordisco la cabeza entera del pescado que cocinó.

—Está delicioso—escuchó las felicitaciones de Dwalin, mientras el enano se recargaba en la silla y se pasaba las manos por el bigote y la barba—¿Hay más?

—¿Qué?—preguntó sobresaltado—Oh, sí, claro que sí—caminando hacia la despensa, tomó un pequeño plato con pastelillos y se lo ofreció.

Dwalin estaba empezando el tercer pastelillo, cuando resonó un nuevo campanillazo. Bilbo miró en dirección hacia la puerta y escuchó al enano decirle que fuera a abrir. Intimidado por el tono de voz y la severa mirada, no le quedó de otra que hacer lo que el rudo hombrecillo le dictó. Cuando lo hizo se encontró con otro enano, pero al contrario del que estaba sentado en su mesa, esté era muy viejo, con una larga barba blanca, y al igual que lo hubo hecho Dwalin, este también se inclinó cuando dijo su nombre.

—Balin, a su servicio—y entró por la puerta.

—Gracias—dijo Bilbo casi sin voz.

El viejo enano arrugó el entrecejo por la actitud del hobbit, así que volvió a hablar:—¿Llegué tarde acaso?

Ahora fue Bilbo quien lo miró confundido.

—¿Tarde para qué?—pero no obtuvo respuesta, en su lugar, el enano de larga barba blanca lanzó un gritó y se internó en la casa.

Cerrando la puerta, Bilbo observó desde atrás como Dwalin saqueaba un frasco de galletas, pero que volvía a ponerlas en su lugar para encarar al segundo enano.

—Buenas noches, hermano—el mediano abrió los ojos.

"¿Hermano?" pensó aturdido. ¿Acaso esos dos eran hermanos?

—¡Por mis barbas! Mírate—señaló el otro—Estás bajo y más ancho que la última vez que te miré.

—Más ancho sí, pero no más bajo—recalcó el anciano—Todavía puedo pensar por los dos.

Riendo ante el comentario del mayor, los hermanos se tomaron de los hombros y azotaron sus cabezas. Bilbo se alarmó, preguntándose a viva voz en su mente qué tipo de saludo era ese. Pero después de haber presenciado un caluroso, y para él doloroso saludo entre enanos, se encontró observando a ambos dentro de su alacena llenando las jarras con cerveza y pellizcando los platillos llenos de comida. Comenzando a sentir irritación, se animó a interrogarlos.

—Disculpen, pero creo que no han venido a la casa correcta—le dijo, pero los enanos parecían no escucharle. Aun así, siguió tratando—No es que no me gusten las visitas. Adoro las vistas, tanto como cualquier hobbit, pero prefiero conocerlas antes de que vengan a mi hogar—Bilbo sintió un tic en el ojo al ver que los hermanos prestaban más atención a descubrir si lo que Dwalin tenía en la mano era un queso o un pedazo de pan—El asunto es que no conozco a ninguno de los dos, no los he visto nunca. No quiero sonar grosero, pero quiero ser sincero con lo que pienso. Perdonen.

Al instante, ambos enanos le miraron, guardando silencio.

—Le perdonamos, claro—sonrió Balin—No seas tacaño, sírveme un poco más—continuó hablando el anciano, reprendiendo a su hermano por darle tan poco vino.

Bilbo estuvo a punto de volver a protestar pero entonces escuchó por tercera vez el campanillazo en la puerta. Y su decepción fue mayor, al abrir y descubrir que se trata de otros dos enanos. Sólo que más jóvenes, uno rubio y el otro moreno. Tuvo que ahogar un gemido/chillido de angustia.

—Fili—dijo el rubio.

—Y Kili—dijo el moreno.

—A su servicio—dijeron ambos e hicieron una reverencia.

El mediano aguantó las ganas de borrarles las sonrisitas de sus caras.

—Usted debe ser el Señor Balsas—habló el moreno.

—No, no es así, es la casa equivocada—intervino rápido, tratando de cerrar la puerta y evitar que más enanos ingresaran a su casa. Pero una mano fuerte detuvo su acción.

—¿Qué? ¿La comida fue cancelada?—inquirió al que recordaba haber presentado como Kili.

—Nadie nos dijo nada—añadió el otro.

Bilbo puso los ojos en blanco.

—¿Cancelar? No, nadie canceló nada.

—¡Pero qué alivio¡—exclamó el moreno, y sin pedir más permiso entró bonachonamente hacia el interior. Seguido del otro enano.

Evitando cerrar la puerta con fuerza, trató de tranquilizarse, contando de 1 a 10 y viceversa. Pero ya llevaba más de 100 números contados. Acaba de cerrar la puerta, cuando al dar la vuelta se encontró con el enano rubio lanzándole lo que parecían ser unas espadas envueltas en fundas de cuero.

—Cuidado con estás, están recién afilas—indicó, sacando unas cuantas más de su abrigo y pantalones.

—Qué casa tan bonita—elogió Kili—¿Usted la construyó?

Bilbo, que ya tenía las manos demasiado cargas, apenas le daba cierta libertad para girarse un poco.

—No hace años que es de mi familia—respondió, pero cuando miró al joven enano limpiarse las botas con el filo de un cofre, el restante buen humor que aún conservaba, se esfumó—Ese baúl contiene cosas de mi madre, no es para limpiarse la suciedad de las botas. Te agradecería que dejaras de hacerlo.

A los pocos segundos, escuchó la gruesa voz de Dwalin saludando a los jóvenes enanos, además de indicarles algo sobre mover algo. Y no lo tuvo claro hasta que parado en medio de la sala de estar con las capas de los enanos y sus armas, observó cómo es que sacaban los muebles de comer al pasillo alegando que si no lo hacía no habría espacio suficiente para los demás. Bilbo casi siente el alma salirse de cuerpo al detallar en la palabra que implicaba que todavía faltaban más enanos. Fue entonces cuando la campana sonó de nuevo por cuarta vez en la tarde.

Fastidiado y creyendo que se trataba de algún tipo de broma, caminó hasta la puerta maldiciendo a diestra y siniestra sobre la calamidad que caería sobre el responsable de tan desagradable situación. Cuando giró la manija de la puerta vio caer a ocho enanos a su felpudo con Gandalf asomando la cabeza ensombrerada por la puerta abierta. Y ahí, Bilbo Bolsón lo entendió enseguida, Gandalf era el responsable de la llegada de los enanos a su agujero.

—Gandalf…

El pobre Bilbo sólo se limitó a observar como los doce enanos saqueaban furtivamente su despensa llevándolo todo hasta el comedor, porque de sus intentos por impedirlo, todos se vieron nulos.

—Disculpa, esa es mi gallina—trató de detener a un gordo enano, pero este pasó de largo—Hey, esos son mis…—quiso arrebatarle unos vegetales a otro enano, pero al observar que cargaban sus botellas, la ofensa lo embargó—¡Disculpa, pero mi vino no!

Aunque toda replica se quedó atorada cuando el enano volteó a mirarlo, pero no porque le hubiera hablado en una lengua extraña, para después alejarse. No, sino por el enorme pedazo de metal que el sujeto llevaba clavado en la frente.

—Tiene una herida—casi se sobresalta al escuchar la voz a su espalda.

—¿Se refiere al pedazo de hacha que lleva en la cabeza?—inquirió.

—¿Muerto? No, sólo entre las orejas—habló el enano, sacando una especie de trompeta para oírle mejor—Pero las piernas le funcionan bien—y habiéndolo dicho, se alejó. Sólo entonces Bilbo se dio cuenta que ese enano llevaba tres platos de pollo frito en sus manos.

Pero antes de que decidiera ir tras él, observó al mismo enano gordo del inicio volver para llevarse tres grandes quesos hacia el comedor.

—Disculpa, ¿no crees que es demasiado? ¿Al menos tienes un cuchillo para queso?

—¿Cuchillo? ¿Quién necesita un cuchillo?—se escuchó una burla—Él se los come a mordidas.

"¡¿Mordidas?!" pensó totalmente al borde de la histeria.

Ningún enano le prestaba atención, estaban más ocupados cargando con la comida y empezaba a preguntarse si la más lamentable aventura había ido a caer justo sobre su propio agujero. Dándose un momento para respirar escuchó a Gandalf comenzar a contar a los enanos:

—Fili, Kili, Oin, Gloi, Dwalin, Balin, Bifur, Bofur, Bombur, Dori, Nori…Ori—dijo, aunque su tono comenzó a sonar pensativo—Mmm… Al parecer falta que llegue otro enano.

—Se atrasó es todo—intervino Dwalin—Él viajo al norte a una reunión familiar, no tardará en llegar—y siguió tomando fervientemente de su jarra con cerveza.

"También falta que llegué ella" pensó nerviosamente.

La reunión entre los enanos era caótica, la comida volaba en todas las direcciones ocasionando desastre y suciedad. Y Bilbo Bolsón miraba con triste resignación hacia su alacena vacía. Incluso tuvo que observar impotente como el enano Fili subía a la mesa y caminaba sobre ella como si se tratara de una simple tabla de madera y no de una reliquia familiar. Y su auto-control comenzó a resquebrajarse al mirar a Gandalf sentando alegremente junto a ellos, compartiendo los alimentos que habían saqueado de su cocina. Pero lo que terminó por colmar su paciencia fue escuchar la horrible competencia de eructos que tuvieron. Estaba a punto de estallar cuando un sonido seco y cargado provino de la puerta principal.

Bilbo volteó a ver a los enanos con confusión, quienes ya se habían levantado de sus asientos y estaban atendiendo al llamado. Con cautela, se deslizó entre los enanos hasta quedar detrás de Gandalf quien estaba abriendo la puerta.

Con asombro, miró a un enano enorme de rasgos duros y grabados, cubierto por una capa color celeste con una gran borla de plata. Había algo en él que le decía a Bilbo a gritos que ese enano en su puerta principal no era un simple invitado más a la reunión.

Por el rabillo del ojo notó que los demás enanos se reverenciaban ante él, algo que el enano recién llegado no correspondía.

—Bilbo Bolsón—le llamó Gandalf—Permíteme presentarte al líder la compañía: Thorin 'Escudo de Roble'.

Si antes pensaba que era un enano importante ahora lo daba por hecho.

—Así que, este es el hobbit—dijo Thorin, parándose frente a él y evaluándolo como lo hubo hecho su difunta madre cada vez que le colocaba el traje para los domingos—Señor Bolsón, ¿qué arma prefiere usted? ¿Hacha o espada?

—¿Disculpe?—preguntó Bilbo anonadado.

—Elija—algo en el tono de voz del enano le dio a entender a Bilbo que espera una respuesta a sus preguntas. No, más bien que exigía una contestación.

"Al parecer no se trata de alguien amable" señaló en su mente.

—Bueno, pues tengo mucha experiencia en ajedrez—contestó orgulloso— Aunque todavía no entiendo por qué lo está preguntando—añadió Bilbo confuso.

—Lo que imaginé—rió el enano—Parece más un tendero que un saqueador.

Y dicho esto los ahora trece enanos entraron al comedor, riendo y retomando pláticas de minas, trasgos y huargos. Bilbo miró a Gandalf buscando respuestas pero el mago sólo le brindó una sonrisa dándole palmaditas en la espalda como si hubiera hecho algo maravillosamente. El pobre señor Bolsón se encontraba mas confundido que nunca.

No tardó mucho tiempo para que la algarabía de los enanos volviera a reinar y mayor que la primera vez, al parecer la llegada del líder había intensificado el festejo. Los pedazos de comida comenzaban a volar nuevamente terminando de ensuciar todo a su alrededor. Los enanos comieron, charlaron y gritaron, y el tiempo pasó hasta que el ultimo plato se observó vació.

Se encontraba mascullando entre dientes sobre lo desagradables y sucios que eran sus inesperados visitantes cuando Gandalf se acercó.

—¡Ya no puedo soportar a estos enanos!

—Mi querido Bilbo, y ahora ¿qué te pasa?

—¿Qué me pasa?—chilló Bilbo—Los enanos me tiene rodeado. Mira como esta mi cocina, hay fango en todo el tapete, vaciaron mi despensa y no quiero hablar de lo que casi le hacen al baño, por poco destruyen la tubería. No los quiero en mi casa.

—Son un grupo lleno de alegría, Bilbo—dijo Gandalf—Una vez que te acostumbras.

Bilbo puso los ojos blanco y gruñó:—¡Yo no me quiero acostumbrar!

—Disculpe, lamento mucho la interrupción pero, ¿qué debo hacer con mi plato?—preguntó Ori.

—Haber Ori, dámelo.

Y antes de que Bilbo pudiera responder, el enano Fili lo había lanzado. Al pobre señor Bolsón casi le daba un ataque cuando observó a todos los enanos, menos a Thorin, comenzando a lanzar lo cubiertos, platos y vasos.

—Disculpen, tengan cuidado, por favor—suplicaba—Esa vajilla pertenecía a mi madre, proveniente de la Cuaderna del Oeste de más de 100 años—pero hubo otra acción que llamó su atención. Los enanos se encontraban utilizando los cubiertos como mini espadas, cruzándolas y haciéndolas chirriar cada vez que rozaban ¿Podrían no hacer eso? Les quitan el filo.

—¿Ya escucharon Señores? Dice que les quitaremos el filo—habló Bofur, contagiando de risa a los demás.

Dando chillidos de miedo mientras corría detrás de todos ellos, Bilbo continuó pidiendo que tuvieran cuidado, pero los enanos, como ya era de esperarse, no le hicieron caso y en lugar de parar se pusieron a cantar:

El cubierto arruinó
Moler botellas, quemar corchos
Triza vasos y rompe ollas
¡Lo que Bilbo Bolsón más odia!
El mesón, casa voltear
Los huesos sobre la alfombra
Al suelo leche derramar
Y la puerta salpicar
Vierte todo en un gran tazón
Usa un palo para moler
Y si una entera al fin quedó
Va rodando al corredor
¡Lo que Bilbo Bolsón más odia!

Y aunque no hicieron ninguna de esas cosas horribles y todo quedó limpio y ordenado el susto no se lo iba a quitar nadie. Al entrar en la pequeña sala encontraron a Thorin sentado con los pies sobre el guardafuego fumando de su pipa junto a Gandalf, lanzando aros de humo.

—¡Ahora un poco de música!—exclamó Thorin—¡Saquen los instrumentos!

En un rápido parpadeo Bilbo observó a Fili y Kili con unos pequeños violines; a Dori, Nori y Ori con flautas; a Bifur y Bofur con clarinetes; a Bombur lo oyó tamborilear desde el vestíbulo. A Dwalin y Balin con unas violas tan grandes como ellos mismo, por último miró a Thorin con una hermosa arpa dorada, y cuando la rasgueó, los otros enanos comenzaron a tocar una música tan súbita y dulce que Bilbo olvidó todo los demás, llegando a disfrutar de la alegría de los enanos.

No dejaron de tocar hasta que la noche se hizo presente y la oscuridad cubriera toda la habitación. Se retiraron de nuevo al comedor y cuando hubieron estado todos en sus asientos con Thorin a la cabeza.

—Bilbo, mi querido amigo, ¿serías tan amable de traer una vela?—pidió Gandalf con gentileza y el mediano asintió.

Cuando el Señor Bolsón regresó con la luz, el mago extendió un mapa sobre la mesa.

—La Montaña Solitaria—leyó Bilbo. Aunque era lo único que pudo leer, el resto se encontraba escrito en runas, la lengua escrita de los enanos.

—Oin ha interpretado las señales y todo indica de que ha llegado el momento—habló el enano pelirrojo llamado Gloin.

—Como la profecía dice: Cuando las aves ancestrales regresen a Erebor, el reinado de la bestia terminará—continuó Oin recitando las palabras.

—Ah, ¿cuál bestia?—preguntó Bilbo exaltado.

—Es una referencia a Smaug 'El Terrible'—contestó Bofur y sin prestar atención a las miradas de Gandalf, continuó:—La principal y mayor calamidad de nuestra Era. Vuela y escupe fuego, dientes como navajas, garras como garfios, aficionado a metales preciosos.

—Sí, sé lo que es un dragón, gracias—interrumpió Bilbo asustado por el rumbo que llevaba la conversación.

De repente, la voz de Ori se escuchó, levantándose entre las demás.

—No tengo miedo, estoy listo. Le haré probar el frío acero de los enanos directo por su narizota—una sarta de maldiciones fueron despedidas hacia el joven enano, indicándole que era mejor que cerrara la boca y se mantuviera sobre su asiento en completo silencio.

—Sería una misión muy peligrosa, aún con un ejército—dijo Balin—Pero sólo somos trece y no los trece mejores ni los más listos.

Bilbo notó como los enanos se indignaron con el comentario de Balin, enfurecidos por la falta de fe hacia ellos. Y entre reclamos y gritos, Bilbo se percató que Gandalf resguardaba celosamente un plato con comida y una jarra de vino, algo que tampoco pasó desapercibido por Bombur que le echaba miradas brillantes seguidamente. Salió de sus pensamientos cuando escuchó la pregunta que Dori hacía a Gandalf sobre su número de dragones cazados, pero el mago se quedó callado y pretendió estarse ahogando con el humo de su pipa. Eso sólo provocó que los berridos comenzaran de nuevo, más fuertes que los últimos, tanto que Bilbo tuvo que taparse los oídos.

Entonces unos fuertes golpes sonaron en todo el salón, trayendo la quietud y silencio al comedor. Los enanos se callaron de inmediato, mirándose unos a otros tratando de averiguar quién los había producido. Bilbo también se encontraba observando atentamente alrededor del comedor cuando Gandalf le habló:

—Bilbo, muchacho ¿no has oído acaso?—preguntó con una extraña sonrisa en la cara—Ha sido en la puerta que están llamando.

El hobbit se asombró, pensaba que todos los enanos habían llegado pero al parecer faltaba uno más. Sin embargo, jamás escuchó que hablaran de un faltante, solamente lo habían hecho de Thorin y él ya estaba aquí. Aún con la duda carcomiéndole la curiosidad, corrió hacia la puerta y la abrió lentamente.

Sí alguien le hubiera dicho a Bilbo Bolsón que se asustaría con lo que vería al otro lado de la puerta más que cuando miró a Dwalin, Balin, Fili, Kili, Thorin y el resto de los enanos en el marco de su entrada esa tarde, sin duda, le habría apostado la vajilla de bodas de su madre con que algo así no ocurriría. Gracias Eru que no hizo, porque al parecer habría perdido.

En el marco había una alta figura (considérese la estatura de un hobbit para clasificar la altura) oculta por una capa con capuchón de un azul oscuro, realmente oscuro. Delgada por lo que podía observar a través de la gruesa tela y con un bolso aferrado a su mano derecha descansando sobre su hombro. Pero lo que más llamó su atención fueron los ojos del enano/hobbit/o lo que sea que fuese. Los ojos se veían dorados y relampagueantes como si tuvieran vida propia, un mar de oro derretido en constante movimiento y la oscura tela del capuchón sólo ayudaba a que resaltarán aún más.

—¿Va a invitarme a entrar, Señor Bolsón?—preguntó el extraño.

—¿Qué? Oh, sí, perdone—dijo Bilbo presuroso y totalmente avergonzado.

Se había quedado mirando fijamente a un extraño sin disimulo, sus padres de seguro se estarían retorciendo bajo tierra al ver que había olvidado sus modales.

El enano/hobbit/o lo que sea que fuese entró despacio, callado y educadamente. Muy al contrario de como lo habían hecho el sequito de enanos. Y cuando Bilbo cerró la redonda puerta le vio quitarse el capuchón dejando ver una inmensa cabellera castaña y rizada. Se volvió hacia el Señor Bolsón que se había mantenido estático en el mismo lugar como si hubiera visto un fantasma.

"¡Una mujer!" exclamó internamente Bilbo al mismo tiempo que ahogaba un jadeo.

Miró detenidamente a la chica frente así y tuvo que ahogar otro jadeo al comprobar que sus ojos seguían igual de brillosos y relampagueantes como cuando los visualizó en la oscuridad de su pórtico. Involuntariamente surcó con la vista las facciones de la muchacha. Era hermosa, eso no podía negarse, llevaba el cabello suelto con el toque de algunas trenzas en la base de la nuca, a lo largo y en la corona pero hubo una en especial que llamó su atención, una trenza un poco más gruesa que las demás que tomaba gran parte del cabello del lado derecho que dejaba a la vista más porción de su rostro. Lo interesante de esa trenza en particular era la cuenta que llevaba al final del acabado: un broche cilíndrico, mientras que los demás parecían ser de bronce, este era de plata y unos centímetros más abajo colgaba una pequeña piedra preciosa. De un tamaño aún más pequeño que un knuts. Y dorada como el color de sus ojos pero no hecha de oro, de eso estaba seguro.

Fue entonces que se volvió consciente que se había vuelto a quedársele mirando con fascinada fijeza y lo peor de todo era que ella también lo miraba. Se ruborizó violentamente, podía sentir el calor y la sangre acumulada en sus mejillas, en ese momento quería que pasara algo, lo que fuera, con tal de librarle de tan penosa situación. Y he allí cuando llegó Gandalf.

—Mi querida niña, has llegado al fin. Por unos instantes llegué a pensar que mi mensaje se había perdido, me da mucho gusto volver a verte—saludó con evidente afecto el mago a la joven.

—Gandalf—habló la chica sonriendo hacia él—Tu dijiste que la casa sería fácil de encontrar. Me extravié, dos veces—dijo mientras le entregaba la capa—Jamás la hubiera encontrado de no ser por esa marca en la puerta.

—¿Marca?—preguntó exaltado Bilbo, olvidando por completo la vergüenza y timidez—No hay marcas en esa puerta yo la pinté hace una semana.

—Si hay una marca—dijo Gandalf—Yo mismo la dibuje.

Bilbo le miró entrecerrando los ojos, no sólo invitaba enanos a su casa para que saquearan su cocina o a una extraña mujer con ojos dorados, sino también se ponía dejar marcas sobre puertas ajenas recién pintadas.

—¿Quién es ella?

Los tres voltearon hacía la dirección de la voz, sólo para ver que los trece enanos estaban allí; mirándolos despectivamente, sobre todo a ella, con Thorin al frente de la compañía.

—Caballeros—habló Gandalf—Permítanme presentarles a la decimoquinta integrante de la compañía.

Los enanos ahogaron un jadeo de sorpresa, los ojos se les habían agrandado y no dejaban de enviar miradas furtivas hacia Gandalf y la mujer.

—¿Es esto una broma?—gritó Gloin—Una mujer no puede pertenecer a la Compañía, esto es un trabajo que sólo los hombres pueden realizar.

Bilbo observó como la mirada de Gandalf se endurecía y cuando miró a la muchacha ella no perecía inmutarse, al contrario, permanecía con la misma expresión en su rostro mientras escuchaba los bramidos e insultos de Gloin y el resto de los enanos hasta que Thorin les calló.

—Gandalf, explica esta locura—exigió Escudo de Roble.

—Ninguna locura, han escuchado todos muy bien lo que he dicho.

—¿Qué habilidades puede tener para que nos sea de utilidad?—preguntó Dori.

—Se sorprenderías si te lo dijera—dijo mirando de reojo la expresión de la joven ante los comentarios pero parecía calmada, al menos exteriormente.

Nuevos cuchicheos y murmullos llenaron el vestíbulo, entre los cuales se escuchaba la rotunda negación a permitir que una mujer viaje con ellos, otros que sólo sería un peso extra y algunos como Thorin que se mantenían en silencio, examinando la situación.

—¿Cuál es tu nombre?—preguntó al fin Balin.

Todos voltearon a verla y Bilbo se percató que ella lo había llamado por su nombre cuando le abrió la puerta pero él no conocía el suyo. La misma situación que Gandalf, era frustrante.

—En Tierras Salvajes me llaman Rogue, pero ustedes pueden decirme Hermione—dijo con un acento levemente marcado.

Una nueva ola de murmullos y siseos sacudió el lugar hasta que la voz de Ori se alzó en un grito.

—¡Rogue!—exclamó señalándola—¡Rogue, El Cazador!

—¡¿Cazador?!—gritaron varios enanos poniéndose a la defensiva.

Gandalf suspiro pesadamente.

—¡Has traído a un mercenario hasta nosotros!—escupió Dwalin hacia el mago.

Bilbo volteó inmediatamente hacia Rogue o Hermione, cualquiera que fuera su nombre. No podía dar crédito a lo que había gritado Ori.

—Sugiero que todos se calmen, no hay razón para iniciar una guerra caballeros—razonó Gandalf.

—¿Qué no hay motivos? Tenemos los suficientes para desconfiar de esa mujer, todo el mundo conoce lo oscuro y traicionero que puede llegar a ser un mercenario, en especial ella—dijo Dwalin señalándola—Eres la peor cazadora de la que he oído hablar.

Hermione alzó un dedo, como si estuviera por puntualizar algo.

—Pero has escuchado de mí—sonrió maliciosamente.

En un instantáneo ataque de ira, Dwalin se lanzó contra Hermione con el hacha de doble filo de Gloin aferrada en su mano izquierda, pero justo cuando estaba por atacar observó que los ojos de la chica brillaron con más fuerza, volviéndolos salvajes.

Retrocedió perturbado y enfurecido.

—¡Una mestiza!—gritó colérico—¡No sólo ha traído a un mercenario sino que también resultó ser una maldita mestiza!

Los enanos y Bilbo voltearon a verla nuevamente jadeantes de sorpresa, observando el sobrenatural brillo dorado en sus ojos. Y aunque los enanos sabían perfectamente lo que Dwalin dijo, para Bilbo era la cosa más extraña y no le hallaba sentido a la palabra.

Gandalf sólo negó con la cabeza, estaba cansado de todo esto.

—Ya decía que tenías algo diferente, muchacha—dijo Balin—Es demasiado obvio.

Hermione compuso una mueca burlesca ante lo dicho.

—¿Les parece si volvemos al comedor? Mi edad no es la antes—propuso Balin. Pero los enanos no se movieron—Oh, vamos ¿le temen a una simple muchacha?

Varios gruñeron ante la idea tan ridícula, pero aún así te mantuvieron en el mismo lugar.

—Crean en lo que dice el anciano, no he venido aquí a pelear—dijo Hermione ligeramente enfadada con la situación—Pero si aún no confían lo suficiente tomen mis armas—ofreció estirando los brazos.

Dwalin le miró receloso por un momento hasta que Thorin le indicó que lo hiciera. Una vez limpia, todos pasaron al comedor ocupando sus mismos asientos. Hermione había sido la última en entrar y cuando buscaba un sitio donde sentarse miró a dos jóvenes enanos, uno rubio y el otro moreno, recorrerse para darle un lugar en medio de ambos. Enarcó una ceja divertida ante la acción y notó un asiento vacío entre Gandalf y el señor Bolsón donde finalmente se acomodó. Bilbo pudo ver las muecas de disgusto que hicieron los hermanos ante el rechazo de Hermione pero permaneció callado.

Gandalf le pasó el plato con comida y la jarra rebosante, Hermione lo tomó dando un asentimiento. Al principio todos se quedaron quietos observándola comer, hasta que no estuvieron lo suficientemente cómodos con la presencia de la muchacha que retomaron la plática interrumpida.

—¿Qué sucedió en la reunión de Ered Luin? ¿Fueron todos?—retomó la palabra Balin.

—Así es—afirmó Escudo de Roble—Enviados de los Siete Reinos.

Las palabras causaron revuelo entre los enanos, menos para el líder que se mantuvo callado y con expresión neutra. Algo que la muchacha y Gandalf detallaron bastante bien.

—¿Qué dijeron los enanos de las Colinas de Hierro?—preguntó Dwalin a Thorin—¿Dáin nos ayudará?

Hermione que ya había terminado, prestó especial atención a la pregunta del enano gruñón. ¿Qué tenía que ver Pie de Hierro en esta reunión?

—Dicen que esta misión es nuestra y sólo nuestra—dijo Thorin soltando un largo suspiro.

Bilbo observó como los ánimos de los enanos decaían evidentemente y no pudo evitar sentir un poco de lastima.

—Temen que la furia de la bestia recaiga sobre ellos si la misión fracasa—dijo Balin—No los culpo por tener miedo, después de todo, la ira de un dragón no se puede tomar a la ligera.

Ahora fue el turno de Hermione de recibir un golpe de sorpresa. Sí es que había escuchado bien, cosa que no dudaba, los enanos se encontraban hablando de formar un ataque contra una bestia escupe fuego. Clavando la vista en la mesa, algo llamó su atención, era el mapa, el mapa que meses atrás había entregado a Gandalf y sobre el encabezado recitaba el nombre de La Montaña Solitaria. No es que antes no lo hubiera visto, lo había hojeado cientos de veces mientras estuvo bajo su cuidado pero ahora las piezas encajaban perfectamente y lo comprendió.

Furiosa, se dirigió hacia el mago.

—¡Vieja urraca, mentirosa y traicionera!—bramó rabiosa, asustando a los enanos con su repentino ataque—¡Lo tenías planeado desde el inicio, jamás debí contártelo!

Bilbo se había quedado inmóvil en su asiento, demasiado asustado como para hacer algo.

—Hermione cálmate, todo tiene una razón—dijo Gandalf en tono pasible.

—Planean atacar Erebor, Gandalf—interrumpió—No me creas estúpida, hasta yo sé lo que hay bajo esa montaña.

—¿Tienes miedo, mestiza?—se jactó Dwalin.

Hermione sólo le miró por el rabillo del ojo con el iris brillando peligrosamente.

—¿Miedo? ¿Por qué habría de tenerlo?—cuestionó Gandalf—Después de pelear contra dos dragones en los desiertos de Uhr, enfrentar al viejo dragón de la montaña será demasiado fácil.

El silencio se hizo presente, nadie daba crédito a lo que Gandalf proclamaba, sobre todo Dwalin que miraba a la chica como si fuera la peor de las pestes.

—¿Eso es cierto?—preguntó Kili desde un extremo de la mesa.

Gandalf miró a Hermione que no había dejado de mandarle miradas asesinas, ella gruñó, volteó hacia Kili y asintió lentamente. Un nuevo barullo se inicio lleno de gemidos y exclamaciones con preguntas hacia la muchacha: ¿Los mataste? ¿Cómo fue? ¿Qué tanto pude alcanzar el fuego? ¿Es verdad que su sangre es negra y espesa? Continuaron con su bombardeo hasta que Thorin se cansó.

¡Shazara!—los silenció a todos emitiendo una orden en lengua enana.

Bilbo suspiró aliviado, incuso Hermione que empezaba a sentirse incómoda.

—Dime muchacha, ¿de qué eres mestiza?—preguntó Balin.

—No lo sé—todos miraron confusos a la mujer.

—¿Qué quieres decir?—volvió a cuestionar el enano anciano.

—Cierta parte de mis memoria están perdidas—dijo—No puedo recordar de dónde vengo o quienes fueron mis padres. Lo único que sé, es que uno de ellos era humano, la otra mitad la desconozco por completo.

Se escuchó un leve suspiro de resignación en la mesa.

—Eso no importa, lo que destaca aquí es que Hermione tiene experiencia en peleas contra dragones, algo que sería de mucha utilidad para esta misión—dijo Gandalf dejando caer el peso de su vista sobre Thorin.

El aludido frunció el ceño.

—Entonces esta hecho—dijo Dori—La Cazadora nos acompañará, con su ayuda nos será más fácil eliminar a Smaug.

Varias cabezas asintieron enseguida.

—Aunque—interrumpió Dwalin—No esperes que confiemos en ti.

Hermione le miró con una sonrisa traviesa.

—¿Qué pasa, temes de una mestiza, enano?

—Podría partirte la cara con una mano atada tras mi espalda—afirmó apoyando los puños sobre la mesa.

—Entonces salgamos a fuera y veamos quien golpea más duro.

Dwalin gruñó pero Gloin le retuvo en su asiento. Carcajada resonaron en toda la habitación ante la osadía de la muchacha por enfrentarse a Dwalin, no había quedado duda entre los enanos de que la chica tenía carácter. Y para ellos, eso era bueno.

—No olviden que quien toma la decisión final, no es ninguno de nosotros—habló nuevamente Dwalin.

Los presentes observaron a Thorin que miraba la situación en silencio.

—¿Qué decides?—preguntó Balin.

Aunque a todos les agradaba la idea de que la mestiza los acompañará, sí Thorin decía que no lo aceptarían aunque no estuvieran de acuerdo.

—De acuerdo, aunque te advierto que no deseo distracciones—sentenció.

Hermione soltó un bufido ante la amenaza.

—¿Cómo te atreves?—dijo Dwalin molesto, aunque era extraño cuando no lo estaba—¿No sabes quién es él?

—Thorin 'Escudo de Roble'—interrumpió Hermione harta de la palabrería del enano—Eres tú por quien ofrecían un muy buen pago a quien lograra cortar tu cuello—dijo mirándole.

Thorin se tensó al instante, aferrando lo primero que encontró a la mano.

—Atrévete siquiera a-

—Tranquilo—señaló ella hacia el enano pelirrojo—Si quisiera matarle ya tendría su cabeza en una lanza—y se marchó del comedor rumbo a la cocina. Gandalf le indicó a Bilbo que la acompañara.

Cuando estuvieron fuera Dori murmuró:—Curiosa la muchachita—y los demás asintieron. Pero Thorin se le quedó mirando aun cuando desapareció de su vista.

En la cocina, Hermione detalló en el hobbit tras de ella y le encontró mirándola como cuando entró a su casa. Le sonrió y miró que el hombrecito se ruborizaba.

—¿Cómo sabe mi nombre?—preguntó cauteloso.

—Gandalf me lo dijo.

—Veo que él dice muchas cosas, menos a mí.

Ella soltó una risa.

—No es el único a mí también me ha ocultado información, ya ve lo que acaba de suceder—se tomó un respiro—Sólo debe tenerle paciencia.

Bilbo la miró indeciso por un momento.

—Disculpe, Señorita Hermione, ¿en verdad ha hecho todo lo que dijo Gandalf?—preguntó.

Hermione asintió y Bilbo tragó saliva. Ella rió ante la expresión pálida del hobbit y trató de calmarlo.

—¿Puedo pedirle un favor?—preguntó Hermione.

—Por supuesto.

—No me diga Señorita Hermione, no poseo ningún título de nobleza para que me llame de esa forma. Sólo dime Hermione, así yo podré llamarte sólo Bilbo y no Señor Bolsón.

Ahora el hobbit sonrió y accedió al pedido de la chica. Sería más agradable de esa manera.

Al regresar, Hermione y Bilbo escucharon que Gandalf explicaba algo sobre las runas escritas sobre el mapa que indicaban la existencia de una puerta oculta entre las laderas de la Montaña. Ella se quedó recargada en el marco redondo de la puerta mientras Bilbo caminaba hasta pararse detrás de Thorin.

—La tarea que yo tengo en mente requiere permanecer ocultos y una buena suma de valentía pero si somos precavidos y hábiles yo pienso que podremos lograrlo—y a Hermione no le pasó desapercibido que en la parte de suma valentía Gandalf había visto fijamente a Bilbo.

—Por eso necesitamos un saqueador—dijo Ori.

Hermione no necesito de más palabras para entender qué posición jugaba Bilbo en todo eso.

—Y muy bueno. Un experto supongo yo—habló el hobbit, y Hermione negó con la cabeza, el pobre no sabía en que lo estaban metiendo.

—¿Y usted lo es?—preguntó Gloin.

—¿Que soy qué?

—El dijo que es un experto—dijo Oin, elevando las participaciones de los demás.

Bilbo reaccionó asustado.

—¿Qué? No, no, no… Yo no soy un saqueador—afirmó con desesperación—¡Jamás he robado nada en toda mi vida!

—Creo que concuerdo con el Señor Bolsón, el saqueo no parece lo suyo—habló Balin y Bilbo asintió.

—Sí, las tierras más allá de La Comarca no fueron hechas para campesinos débiles que no saben luchar o defenderse.

Y Bilbo volvió a asentir.

—Él tiene razón.

Desde que la nueva batalla de palabras comenzó con los enanos aludiendo que Bilbo no tenía facha de saqueador, las palabras que más le enojaron fueron las de Dwalin, pero ver al pobre Bilbo asentir ante todos los insultos le frustró en exceso. Todo continuó así hasta que Gandalf les calló defendiendo al hobbit.

—Les he dicho que Bilbo Bolsón es un saqueador y por lo tanto lo es. Todos los hobbits tienen los pies muy ágiles, pueden pasar inadvertidos cuando quieren.

—¿Y por qué hemos de ocupar al señor Bolsón cuando tenemos a la mestiza?—preguntó un enano. Hermione arrugo el entrecejo, no le gustaba esa palabra.

—Porque el aroma de un mestizo es muy obvio para cualquier criatura con un sentido del olfato muy desarrollado, Smaug la detectaría nada más cruzara la puerta. Y mientras el dragón también conoce el aroma de los enanos, el olor de un hobbit será prácticamente desconocido para él—miró a Thorin—Me pediste buscar al decimo cuarto miembro de la compañía y elegí al Señor bolsón, tiene mucho más que ofrecer de lo que ustedes se imaginan o hasta él mismo.

Thorin lo miró severamente.

—Pero no sólo has traído a un hobbit—dijo mirando por el rabillo del ojo hacia donde se encontraba Hermione observando la plática.

—Debes confiar en mí esta vez.

Hermione bufó, Gandalf le decía lo mismo a todo el mundo.

—Dale el contrato—dijo Thorin a Balin, sin apartar la vista del mago. Como si con esa acción le diera a entender que aunque accedía, no dejaría de ser él quien tomara las decisiones y diera las órdenes. La Compañía era de él, no de Gandalf.

—Es lo de costumbre, gastos, viáticos, tiempo requerido, remuneración, arreglos funerarios…—le dijo, extendiéndole un pedazo de papel doblado.

—¿Arreglos funerarios?—esa parte no le había gustado. Tomandolo, se dio cuenta que a pesar de haber aceptado a la chica, era a él a quien sólo daban un contrato—¿Por qué a ella no se le está dando uno por igual?

Los enanos se sorprendieron ante las palabras. Incluso Hermione que se encontraba hasta atrás.

—No es necesario, el contrato sólo funciona para la persona que fungirá como saqueador—explicaba Balin.

—Además, no es que me encuentre aquí esperando trabajar por una paga—se escuchó la voz de la mujer desde el marco de la puerta—Mi motivación se debe a otros asuntos. Aunque tampoco rechazaré la oferta de llevarme algunas monedas de oro en mis bolsillos al final de esta contienda.

Sonriendo con malicia, dejó al descubierto sus afilados colmillos. Y más de una mirada se quedaron fijas en la forma en que su lengua se deslizaba por ellos.

—No tientes a tu suerte, mestiza—Hermione dejó salir un gruñido.

—Cierra la boca, si no quieres que te la cierre yo—y en esta ocasión fue Dwalin quien gruñó. Pero los alegatos quedaron abajo cuando la risa de la Compañía se escuchó. Claramente divertidos por las interacciones que la muchacha ofrecía.

Ignorando la escena. Bilbo frunció el ceño mientras pasaba su mirada entre el contrato en su mano al enano frente a él, hasta que miró hacia atrás encontrando a Hermione quien le indicó que lo leyera y mientras Bilbo se alejaba un poco, ella clavó sus ojos sobre Gandalf recriminándole sus acciones. Hasta que observó a Escudo de Roble inclinarse hacia el hechicero. Aun cuando las palabras que salieron de su boca fueron susurros, ella las escuchó a la perfección.

—No te garantizo que este a salvo—Gandalf asintió—Y no voy a ser responsable por su vida—y Gandalf volvió a asentir.

Irguiéndose, Thorin miró sobre su hombro, cruzando su mirada con la de Hermione, quien se la estaba sosteniendo con fuerza. Y la mujer le dio a entender con la mirada lo desagradable que le parecía ahora, porque justo cuando escuchó las palabras donde no se haría responsable de la vida del hobbit terminó por darle una opinión del enano. Volviendo su atención hacia Bilbo cuando leía las cláusulas donde la compañía se libraba de las heridas obtenidas durante el trayecto.

—La Compañía no se hace responsable por las heridas sufridas o recibidas como consecuencia de, incluyendo pero no limitadas a… ¿Lacerarse? ¿Despanzurrase? ¿Incinerarse?—preguntó dudoso el hobbit.

—Oh, sí podría fundirle toda la carne en un parpadeo—habló Bofur.

Hermione miró como el color desaparecía del rostro de Bilbo.

—¿Está bien?—preguntó Balin.

—Sí, sólo… Necesito algo de aire, es todo.

Bilbo tomaba grandes bocanadas de aire y el sudor comenzaba a notarse en su frente.

—Es como un horno pero con alas, un resplandor, dolor intenso y ¡puf!—continúo Bofur pasando por alto los pedidos de Bilbo por callarse—Se convierte en un montón de cenizas.

—¿Bilbo?—le preguntó Hermione mirando cómo se balanceaba entre sus pies peludos.

—No.

Lo último que miró fue a Bilbo caer pesadamente a la alfombra del suelo, y escuchar a Gandalf reprender a Bofur por su falta de tacto.

—No ayudes tanto Bofur, por favor—soltando un suspiro, miró a la chica—Hermione, ¿podrías?

Ella se pasó una mano por la cara antes de avanzar y elevar sin esfuerzo el cuerpo inconsciente del mediano. Entrando a la pequeña sala que Gandalf le indicó, acomodó al pequeño hombrecillo sobre un enorme sillón acolchado. Pasó un tiempo sin que el hobbit respondiera, tal vez 15 o 20 minutos. Un lapso que le hizo hartarse de tener que esperar. Inclinando un poco la cabeza le dijo a Gandalf que preparara una taza de té para tranquilizar los nervios del mediano. Para cuando el mago volvió, Bilbo ya había despertado aunque se sujetaba una mejilla con la mano. Al parecer Hermione tuvo que abofetearlo para conseguir regresarlo al mundo de los vivos.

Unos minutos después y con Hermione fuera de la pequeña sala a petición del mediano, Bilbo se encontraba sentado, totalmente consiente con una manta sobre los hombros y una taza con té de manzanilla entre las manos. El resto de los enanos se había dispersado por la casa mientras Hermione se quedaba cerca para escuchar lo que Gandalf le diría al Señor Bolsón.

—Estoy bien, sólo déjame sentarme en paz un momento—dijo, sorbiendo de su taza. Aunque se retractó de haberlo hecho, el té se encontraba más frío que un tempano de hielo.

—Ya estuviste sentado en paz demasiado—Bilbo trató de alegar, pero Gandalf se lo impidió—Dime, ¿desde cuándo los manteles y la vajilla de tu madre se volvieron tan importantes para ti? Yo recuerdo a un joven hobbit que siempre corría buscando elfos en el bosque. Que regresaba tarde, que volvía muy noche y lleno de fango, ramitas y luciérnagas—Bilbo hizo un mohín con los labios—Un joven hobbit que se hubiera muerto por averiguar qué es lo que se encontraba más allá de las fronteras de La Comarca. El mundo no está en tus libros y en tus mapas. Está allá afuera.

—No puedo irme así nada más y desaparecer. Yo soy un Bolsón, de Bolsón Cerrado—afirmó, elevando y puntualizando su lugar. Como si con eso la plática se diera por terminada.

—Y también eres un Tuk—Bilbo soltó un suspiro—¿Sabías que tu tátara tátara tío abuelo Toro Bramador Tuk era tan grande que montaba un caballo de verdad?

—Sí.

—Pues así era—volvió a refirmarlo Gandalf—En la batalla de los Campos Verdes él cargó contra los trasgos. Golpeó tan fuerte con su porra que le arrancó la cabeza al Rey de los Trasgos. Voló 100 metros y cayó en una madriguera de conejos. Así ganó esa batalla y también inventó el golf al mismo tiempo.

—Yo pienso que lo inventaste.

Gandalf negó con la cabeza.

—Las buenas historias merecen un buen final—le dijo—Tú tendrás una o dos historias que contar cuando vuelvas.

Y aunque trató de llenarlo de esperanzas respecto al viaje, no pudo evitar decirle la verdad cuando preguntó:

—¿Puedes prometerme que volveré?

—No—dijo Gandalf—Y si lo haces, no vas a ser el mismo.

—Eso es lo que creo. Lo siento Gandalf, no hay contrato. Yo no soy tu hobbit—y se marchó a su habitación.

Gandalf soltó un cansado suspiro y miró a Hermione pidiendo su ayuda, pero ella no iba a hacer nada, bastante ya había accedido a las peticiones del mago como para ayudarlo a involucrar a una noble criatura en un viaje tan peligroso. Se recargó en el respaldo de la silla mirando el fuego hasta que escuchó la voz de Balin.

—Al parecer perdimos a nuestro saqueador, tal vez sea lo mejor, nosotros llevamos las de perder—dijo—Después de todo, ¿qué somos? Mercaderes, mineros, herreros, jugueteros. No somos héroes de leyenda.

—Entre nosotros hay varios guerreros—dijo Thorin.

—Guerreros viejos—contraatacó Balin.

—Prefiero a estos enanos antes que a un ejército de las Colinas de Hierro—Hermione prestó más atención a estas palabras de Thorin—Porque cuando yo los llamé respondieron con lealtad, honor y un corazón dispuesto. No puedo pedirles más que eso.

Ella se quedó pensando, puede que Escudo de Roble no le agradará pero era un líder humilde aunque arrogante en ocasiones. Una balanza que en ocasiones se inclinaba, pero que a la vez trataba de mantenérselo más alineado posible.

—No tienes que hacer esto—continuó la voz de Balin—Nos encontraste una vida nueva en las Montanas Azules, una vida de paz y abundancia, una vida que vale más que todo el oro de Erebor.

—Desde mi abuelo y mi padre, esto llegó hasta mí—Hermione no supo con exactitud a qué se refería Thorin—Soñaban con el día en que los enanos de Erebor recuperarían su patria. No pienso dar marcha atrás.

—Vamos contigo—dijo Balin.

Hermione los miró alejarse rumbo a la sala, y se quedó sola, en silencio meditando en la conversación que acababa de escuchar. Se repetía constantemente que ciertas cosas debían pasar, así era la vida; pierdes y ganas, y en ocasiones debes perder para siempre. La misión que los enanos deseaban hacer era demasiado peligrosa para involucrar a un hobbit como Bilbo, pero ella conocía de primera mano la pérdida de un hogar y no poder hacer nada para recuperarlo, y los enanos se miraban tan abatidos por todo ello. Se preguntaba cuántos de ellos tenían familia, esposa e hijos que les esperaban en casa, ansiosos porque volvieran con vida. Maldiciéndose interiormente se levantó y caminó hasta la puerta del dormitorio de Bilbo, tratando de convencerse a sí misma que no lo hacía por las palabras que dijo Escudo de Roble sino por las de Balin que en cuestión vendrían siendo lo mismo.

Tomó un respiro y tocó. Desde el otro lado, escuchó el giro de la perilla y Bilbo apareció todavía con su ropa de la tarde.

—¿Podemos hablar? —preguntó.

Bilbo vaciló un momento pero se sorprendió al permitirle entrar. Caminó hasta un lado de su cama y le ofreció asiento pero Hermione prefirió quedarse como estaba, él al contrario reposo tranquilamente.

—Es una buena noche la de hoy—comenzó Hermione—Aunque creo que pronto comenzará a llover, tal vez en dos o tres días.

—Hermione no quiero sonar grosero, pero si has venido a convencerme para que firme ese contrato, pierdes tu tiempo—dijo Bilbo con vergüenza.

—¿Quién ha venido a hablar de contratos o enanos? —Fingió indignación—Mañana parto junto a la compañía señor Bolsón y pensé que al menos podría tener una conversación junto a usted, ya que parece ser la única criatura con quien se puede razonar, pero no le molesto más. Buenas noches—y caminó hacia la puerta.

—¡Espera! —Bilbo la detuvo—Por favor, discúlpame no era mi intención…

Hermione regresó al dormitorio pero esta vez se sentó junto a Bilbo.

—Es sólo que todo esto… La reunión, los enanos, Gandalf, y un dragón…—hiperventiló recordando las palabras de Bofur—Jamás lo hubiera esperado.

Lo miró tan pequeño e inocente que decidió tomar otro tema para lograr su objetivo.

—Hermosas, ¿no? —dijo ella con una pequeña sonrisa.

Bilbo la miró extrañado, ¿de qué demonios estaba hablando? Hermione debió notar su confusión porque la sonrisa en su rostro se agrandó.

—Las azucenas—señaló las flores en un jarro junto a la ventana—Son muy hermosas.

Tardó un minuto en procesarlo.

—Oh, sí, las azucenas—dijo Bilbo—Son magníficas, no hay mejor flor que se le compare.

—Deben de ser tus favoritas—rió ella.

—Por supuesto—afirmó regodeándose de que alguien apreciara la belleza de las azucenas, la última persona que había mostrado un interés por la flor ya no se encontraba este mundo.

—A tu madre también le gustaban.

—Si hubieras visto como, en una ocasión obligó a mi padre a llenarle la casa con cientos de ellas. Parecía un jardín, más cuando-

Se calló de golpe, y la miró con la cara más desencajada que había tenido en su vida.

—Disculpa, ¿qué has dicho? —preguntó con falta de aire.

—Que a Belladona le encantaban, siempre iba a cortarlas al otro lado del río—dijo sin voltear a verlo.

—¿Cómo sabes su nombre? ¿Quién te lo dijo?—preguntó Bilbo exaltado, pero un solo hombre vino a su mente en ese instante, más bien un mago—¡Gandalf! Gandalf te lo dijo.

—Gandalf no me ha dicho nada.

—¿Entonces? —preguntó consternado.

—Conocí a tu madre, Bilbo.

La miró sin saber qué hacer, si reír o llorar, eso era prácticamente imposible. En primer lugar porque su madre había muerto hace muchos años, y en segundo porque ella jamás le habló de haber conocido o por lo menos, haber congeniado con una mestiza.

—Estas mintiendo—dijo Bilbo con una sonrisa de incrédulo.

Hermione arqueó una ceja ante la sonrisa tonta de Bilbo pero no se molestó, sabía que sería difícil para él aceptar una confesión de ese tipo.

—Sí es verdad, lo hice mucho antes de que se casara con Bungo Bolsón, tu padre.

—No, no te creo—dijo comenzando a desesperarse—¿Sabes que es lo que creo? Que todo esto lo has inventado, igual que Gandalf.

Hermione le miró con una sonrisa bailando en los labios.

—Bueno, creo que no me dejas otra alternativa.

—Espera, ¿qué crees que estás haciendo? —preguntó Bilbo alarmado.

La muchacha frente a él comenzó acercarse, tomando entre sus manos su rostro y con movimientos suaves apartó los rizos de cabello que descansaban en su frente, se quedó inmóvil cuando la miró cerrar el espacio entre ambos. Su cara estaba ardiendo, y estaba seguro que se encontraba completamente sonrojado, Hermione terminó de apoyar su frente con la de Bilbo y la escuchó soltar un leve suspiró que le erizó los bellos de la nuca. Tenía los ojos abiertos y a pesar de la poca iluminación que la chimenea brindaba a la habitación, notó que Hermione había cerrado los ojos; pronto el también tuvo que cerrarlos dejando escapar un fuerte jadeo.

Comenzó a sentir un constante dolor de cabeza, como si algo tratara de entrar en ella, de un momento a otro un horrible mareo que lo dejó atontado por unos segundos. Justo cuando creía que todo había pasado se sintió caer dentro de un vórtice nubloso y distorsionado, como si estuviera siendo absorbido; supo que había estado cayendo en realidad cuando su espalda chocó bruscamente con el suelo dejándolo inconsciente por segundos.

Cuando despertó tuvo que llevarse una mano a los ojos, una luz lo encandilaba horriblemente y hacia que la cabeza le doliera. Trató de incorporarse, lo hizo lentamente procurando que el contenido de su estómago no escapara, podía sentirlo subiendo por su garganta. Tardó unos segundos en que tanto su cabeza como su estómago volvieran a la normalidad, después de ello comenzó a echar un vistazo a su alrededor y lo que miró le dejó con la palabra en la boca. Se encontraba en La Comarca, del otro lado del río para ser exactos, pero ¿qué hacía aquí? Sí hace un instante se encontraba en su habitación hablando con Hermione.

"¡Hermione!"

Miró por todos lados tratando de localizarla, comenzó a caminar y caminar pero no lograba encontrarla, llegó hasta la orilla del río y se quedó un momento ahí pensando cómo le haría para encontrarla. Entonces escuchó una risa, era una risa infantil que provenía del otro lado del río, del lado de La Comarca; pronto comenzó a vislumbrar a una pequeña figura que se acercaba corriendo hacia el río y lo cruzaba con tremenda rapidez y agilidad, Bilbo la estudió y se dio cuenta que se trataba de un niña Hobbit con su vestido marrón, los cabellos rizos y oscuros sueltos por su espalda y los peludos pies corriendo hasta la pradera de flores que se encontraba a unos metros más allá del agua. Sin embargo, algo en la pequeña le resultaba extrañamente familiar.

Siguiéndola, procurando que nada le pasará y preguntándose qué haría un hobbit tan lejos de La Comarca, no tardaron en llegar hasta la pradera donde la miró caminar entre las cientos de flores detenerse justamente donde le lote de azucenas florecían entre las otras. Una sonrisa surcó sus labios, la imagen era realmente conmovedora.

De repente, miró como la niña no dejaba de observar hacia el gran roble que yacía sobre la pradera, el único árbol de hecho que había en esa vasta colina verde. Siguiendo su mirada se encontró con la persona que minutos atrás había estado buscando, recostada a la sombra contra el tronco del roble y girando entre los dedos una cadena de plata con un anillo en ella.

¡Hermione! —exclamó Bilbo, y se acercó—Te he estado buscando por horas—aunque más bien era una exageración—¿Quieres decirme dónde estamos?

Pero ella no le respondió, más bien continuó jugando con la cadena y el anillo.

Hermione te estoy hablando, esto no es muy educado de tu parte muchacha—dijo Bilbo molesto por la grosería. —¿Hermione? —preguntó contrariado.

Se acercó hasta quedar frente a ella en cuclillas con el ceño fuertemente fruncido, pero cuando trato de tocar su hombro se sorprendió cuando su mano traspasó el cuerpo de la muchacha. Se reincorporó de golpe, hiperventilando por el horrible susto, tan sumergido estaba que apenas notó a la pequeña hobbit acercarse y quedar a un par de metros de ambos.

Disculpe, pero eso que trae en la cadena, ¿qué es? —Bilbo volvió a la realidad cuando escuchó la infantil voz a su espalda, se separó un poco de ambas mujeres y miró la escena alternando la mirada de una a otra.

Es un talismán—dijo sin dejar de girar la cadena en su dedo, y la curiosidad de la niña aumentó—Un poderoso embrujo lo protege, si alguien que no sea yo lo toca tendrá una maldición eterna… —y le mostró de golpe el objeto, la pequeña lanzó un grito y se tapó la cara con sus manos.

Bilbo frunció el ceño ante la falto de tacto de Hermione.

O puede que no, —dijo comenzando a sonreír—sólo es un anillo colgando de una cadena. —la pequeña la miró por entre los dedos, aún con precaución— Un enano me lo dio para no olvidar mi promesa.

¿Qué promesa? —preguntó recuperando de golpe la curiosidad.

Que buscaría a su hijo y le devolvería el anillo. Un mago al que conozco se angustió cuando se lo conté, cree que soy imprudente y que no lograré encontrar al dueño del anillo.

¿Lo es? —volvió a preguntar

Nah—negó Hermione con una sonrisa.

La pequeña también sonrió.

¿Cuál es su nombre? —preguntó la niña.

El hobbit notó como es que Hermione se encontraba debatiéndose internamente entre sí decírselo o no.

Hermione—dijo al final.

Es un nombre muy bonito.

La mayor asintió con la cabeza y dijo: —¿Cuál es el tuyo?

Belladona.

Bilbo dejó escapar un grito de sorpresa que fue ahogado por sus propias manos cuando taparon su boca. Ahora sabía porque la pequeña le resultaba tan conocida, era su madre: Belladona Tuk a la tierna edad de 12 años.

"Hermione dijo la verdad" se dijo, sin dejar de mirar a su madre.

Tú también tienes un nombre muy bonito.

Gracias— y le regaló una enorme sonrisa.

De pronto, la escena cambió. Donde antes se encontraban Hermione sentada contra el gran roble y su madre parada a un par de metros de ella, ahora era un campo abierto cubierto de flores; flores, flores muchísimas flores. No tardó en escuchar la risa de su madre y se sorprendió cuando ella pasó corriendo a través de él, todavía no se acostumbraba a la sensación de ser invisible y traspasable, detrás de ella venía Hermione sonriendo.

Vamos Mione, deprisa, deprisa. —jadeaba la chiquilla.

Espera Bella, no corras tanto.

Cuando la alcanzó, encontró a la pequeña rodeada de azucenas.

Amo estas flores, son tan hermosas—suspiró Belladona sin dejar de mirar las azucenas y acariciando los pétalos con delicadeza.

Sí, puede que tengas razón—dijo Hermione quedándose mirando a la pequeña.

Claro que tengo razón—se defendió.

Hermione soltó una leve carcajada.

¿Sabes lo que significan? —preguntó.

La pequeña negó con la cabeza.

Inocencia. —dijo—Es el símbolo de un corazón y un espíritu inocente, tal como tú.

Belladona agrandó los ojos ante las palabras de Hermione, jamás se hubiera esperado que una flor tan bonita tuviera un significado tan importante.

Lo siguiente que Bilbo miró fueron diferentes escenarios en donde su madre y Hermione participan, en todos ellos se encontraban al otro lado del río, mirando las flores, escalando árboles, pescando en el río, recostadas en el suelo tratando de encontrar figuras en las nubes del cielo, pero siempre en el mismo prado, y se dio cuenta que conforme pasaban las imágenes, el tiempo también lo hacía. Comenzó a mirar a Bella creciendo ante sus ojos, dejando atrás a una pequeña traviesa niña de 12 años

Sintiendo el tirón que indicaba que la escena iba a cambiar, algo que contra su voluntad se había visto obligado a acostumbrarse, se encontró nuevamente en el conocido prado. Sólo que esta vez no estaba su madre en él, la única que estaba ahí era Hermione recargada con las piernas cruzadas contra el gran roble. Se sintió confundido y comenzó a preguntarse dónde podría estar su madre y por que Hermione tenía esa expresión de cansancio y tristeza en su rostro, hasta que escuchó una suave voz femenina que gritaba el nombre de la muchacha que descansaba contra el árbol.

Cuando se giró, miró a una jovencita que tal vez acaba de pasar los 21 años corriendo hacia ellos o hacia Hermione que era lo más lógico. Detalló a su madre por completo, siempre supo que había sido hermosa pero jamás imaginó hasta que punto. El cabello, rizado y oscuro, le caía con gracia sobre los hombros y la espalda, las facciones en su rostro se habían afinado marcando sus pómulos y la figura de su cuerpo se había en curvado con elegancia, sin duda era una joven muy bonita.

Mione—jadeó cuando llegó hasta ella—Perdona la tardanza, mi madre no me dejaba salir, dice que no es correcto de una señorita estar tanto tiempo en los campos—se burló—Cada día es más difícil que me permita salir de casa, pero bueno no importa ya estoy aquí, ¿qué haremos hoy? —preguntó mientras comenzaba a caminar.

Bella—le llamó Hermione.

¿Qué? —le respondió sin detenerse.

Hoy no iremos a ningún lado.

La muchacha se detuvo se golpe y volteó a mirarla.

¿Por qué? —preguntó, pero Hermione se mantuvo callada—¿Es porque la última vez me raspé las rodillas y mi madre me regañó? ¿Es por eso?

Hermione negó con la cabeza.

No.

¿Entonces? —exigió Bella contrariada.

Dejando escapar un largo suspiro Hermione caminó hasta el lado de Bella y con la mirada le pidió que la siguiera, Bilbo hizo lo mismo prestando más atención que en los anteriores recuerdos.

Voy a irme, Bella.

¿Qué? —pregunto alarmada—¿A dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué?

Hermione rió ante el río de preguntas.

A las tierras salvajes.

Bella ahogó un jadeo de terror.

Pero eso es muy peligroso.

No para mí y lo sabes—río Hermione.

Se mantuvieron calladas por un largo tiempo, hasta que Bella volvió a hablar.

¿Volverás? —preguntó esperanzada.

Tal vez—fue lo único que pudo responder, aunque Bella sabía que no era verdad.

Eres una pésima mentirosa.

Hermione se río, era cierto.

Te voy a extrañar mucho, ¿lo sabes?

Igual yo, pequeña hobbit—dijo revolviéndole el cabello rizado.

Bella río ante la acción pero la miró angustiada, no quería que se fuera pero sabía que algún día lo haría, sólo que constaba mucho despedirse y aún más cuando sabes que podría sería la última vez que miras a esa persona.

¿Puedes quedarte un rato al menos?

Hermione negó con la cabeza.

Debo irme ahora—Bella luchó porque las lágrimas no escaparan de sus ojos—Aunque quisiera, no puedo acompañarte al río esta vez.

Lo entiendo—dijo la chica tristemente.

Entonces Hermione se detuvo y poniendo cierta distancia entre ambas se inclinó ante Bella, esto sólo provocó que a la chica se le hiciera más difícil no romperse a llorar.

Buen viaje Bella.

Buen viaje Hermione.

Y con una última sonrisa, Hermione comenzó a caminar hasta perderse en la colina, sólo hasta que llegó el atardecer fue que Bella regresó a La Comarca.

De pronto, se vio de regresó en su habitación con la chimenea encendida, la noche presente y a Hermione sentada a su lado.

—¿Cómo…? ¿Cómo hiciste eso?—preguntó rememorando lo que acababa de ver.

Hermione se encogió se hombros.

—Es algo que aprendí con el tiempo.

—¿Eres algún tipo de bruja, así como lo es Gandalf?

—Algo así—fue todo lo que dijo.

El hobbit se dedicó a tomar grandes bocanadas de aire, necesitaba tiempo para poder procesar todo lo que acababa de pasar.

—Bilbo, ¿sabes qué es lo que hacía más feliz a Bella después de las tardes que compartía conmigo?—él negó con la cabeza, demasiado turbado como para hablar—Que tenía un lugar al cual regresar, un hogar que la esperaba.

Bilbo la miró sin entender lo que decía.

—Si piensas que la aventura es peligrosa, dentro de veinte años estarás más decepcionado por lo que no hiciste que por lo que hiciste. ¡Arriésgate! No te quedes con las ganas de saber que pasaría, lánzate, vive, atrévete, que si de los éxitos se disfruta de los errores se aprende. Sí tu madre hubiera hecho caso de las palabras dichas por los demás jamás hubiera cruzado el río, y tampoco me habría conocido, tal vez no te des cuenta ahora pero tienes mucho de ella sin que lo sepas.

—¿En verdad piensas todo eso?—preguntó.

Hermione asintió con la cabeza.

—Ella una vez me contó que su parte favorita del día era volver a casa por las tardes, y recordar al fuego de la chimenea los caminos que hizo durante la mañana, los grandes árboles que escaló en el bosque o las fascinantes criaturas que conocía fuera de La Comarca, pero aún más tener personas que escuchaban con atención y curiosidad esas pequeñas aventuras. Personas que la esperaban con los brazos abiertos, una comida caliente y el refugio de un hogar. Ahí afuera hay aventuras Bilbo, sólo tú decides cuando sales a descubrirlas.

Se quedó callado, y Hermione decidió que era todo lo que podía hacer, no iba a intervenir más sí Bilbo deseaba aceptar la misión sería por cuenta propia, ya bastante había intervenido ella.

—Buenas noches Bilbo.

Y sin esperar respuesta salió de la habitación.

Al llegar al pasillo se encontró con Gandalf, sentado en la misma silla que antes había estado ocupando el hobbit fumando de su larga pipa de barro.

—Excitable el compañerito—dijo al llegar a su lado—Si me hubieras dicho que el hijo de Bella sería más parecido a su padre que a ella, jamás te hubiera creído.

Gandalf río, él también lo había encontrado muy improbable hasta que lo confirmó.

—¿Qué ha pasado?—preguntó lanzando un aro de humo que revoló por la habitación.

—Pasará lo que tenga que pasar, eso es todo, el resultado lo veremos por la mañana—dijo poniendo punto final a la situación, Gandalf asintió sin más—¿Dónde están los enanos?

—Se han reunido en la sala principal.

Hermione le lanzó una última mirada al mago antes de caminar hasta la otra habitación. Cuando entró los encontró sentados muy cerca del fuego, ella se sentó en el alfeizar de una ventana, mirando hacia el exterior hasta que escuchó como de uno en uno entonaron un canto grave que antaño cantaban los enanos, en lo más hondo de las viejas moradas.

Más allá de las frías montañas
Calabozos y cavernas
Debemos ir y madrugar
Para encontrar, oro al final
Los pinos gimen en las alturas
Y el viento llora en la noche
Y el fuego al fin, todo encendió
Tal como antorchas al arder

Esa noche, mientras los enanos cantaban Bilbo durmió soñando con las riquezas escondidas en los fondos de las cavernas oscuras. En el crepitar del viento al pasar por entre las ramas de los altos pinos. En el calor del fuego y el ajetreo de los martillos al labrar. Se durmió con el sueño de un niño saliendo a perseguir aventuras, rescatar princesas y derribar dragones.

Pero Hermione que se había quedado en el alfeizar de la ventana no soñó con todo lo que los enanos cantaron o el señor Bolsón imaginó hasta caer dormido, más bien, entre sueños vinieron pesadillas de humo y fuego, de una enorme bestia escupe fuego, de una destrucción que significaba muerte.