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Compañeros

El hombre dejó la pluma descansar en el tintero, y entregó el certificado médico a los padres de la niña.

—Se pondrá bien —afirmó con una sonrisa, y era cierto.

Acompañó a la familia fuera de la oficina. Se frotó las sienes una vez cerrada la puerta. Amaba su trabajo, pero eso no quitaba que fuera agotador.

Se acomodó nuevamente en la butaca de su escritorio, mientras esperaba al próximo paciente. Abrió el cajón a su derecha, contando. Debería hablar con su compañero, se les estaban agotando las botellas de jarabe de pimienta y el tónico para la viruela de dragón.

Le preocupaba el ritmo en el que este último estaba desapareciendo. La enfermedad ya no era tan común como antes, y temía que el brote se transformara en epidemia.

Suspiró. Dos golpes en su puerta le borraron las preocupaciones y se preparó para recibir a su siguiente paciente.

—Adelante.

Al terminar su turno, el joven medimago se dirigió al salón de té para el personal, en el subsuelo. No era muy confortable, pero él había aprendido a adoptarlo como su segundo hogar. Se sorprendió al descubrir que su compañero ya estaba allí, a pesar de que aún faltaba una hora para que comenzara su turno.

El hombre se hallaba sentado en una mesa, enfrascado a unos papeles y no se percató de que él había entrado.

Tomando dos tazas de té bien cargadas, se acercó y ocupó el asiento frente a él. El otro sanador levantó la mirada de inmediato y asintió con la cabeza en su dirección, en forma de saludo.

—Lady Smethwick tomará el puesto vacante en Hogwarts —comentó tras dar un sorbo.

El té en aquella cafetería era más caliente de lo necesario, pero con el tiempo había logrado familiarizarse. Conocía todas las costumbres del lugar, y los hábitos del personal. Después de tantos años, no le había quedado otra opción que adaptarse.

—Me enteré —le contestó su compañero, aún revisando sus notas—. Tu niña entrará este año, ¿no es así?

—Así es, Blair. Jean está un poco celosa, pero ya le tocará a ella.

El otro asintió con la cabeza, comprensivo.

—La hija de Greg también, Temperance. Según escuché está muy ansiosa.

Dean sonrió de lado. Él también recordaba haberse sentido así. La diferencia radicaba en que él no había tenido ni idea de todo el asunto de la magia hasta el día en que llegó su carta. Sacudió levemente la cabeza y apoyó su taza en la destartalada mesa. Se dispuso a informar a su compañero sobre los faltantes y el papeleo pendiente.

El sanador lo escuchó atento y compartió sus temores. El hospital debía comenzar una campaña de prevención lo antes posible.

El señor Thomas se frotó un ojo con el dorso de la mano. Suspiró lánguidamente. Bebió el último sorbo de su té.

—La semana entrante tomaré una sala. Mordeduras. Es una suplencia nada más —le aclaró—. El sanador a cargo solicitó una licencia. Serán cinco días.

—Eso quiere decir que tendré que trabajar el doble.

No fue una pregunta. Su compañero lo miró fijo. Dean le sonrió con soltura, hasta que el otro rodó los ojos.

—Bien. Pero que no se haga permanente. Detesto tener a tus pacientes preguntándome todo el tiempo cuándo regresarás.

—No te preocupes. No te librarás así de fácil de mí.

Él rió en dos notas sarcásticas, bastante más graves de lo habitual. Dean se puso de pie, manteniendo la sonrisa.

—Debo ir a casa y tu turno empezará pronto —dijo mientras se colocaba el abrigo—. Nos veremos mañana, compañero.

Estiró su mano derecha. El otro sonrió y se la estrechó.

—Hasta mañana, compañero.

El sanador Thomas se dispuso a salir a la lluvia que lo esperaba fuera del hospital. Y mientras abría su paragüas, rió para sus adentros. ¿Quién hubiera adivinado que terminaría trabajando codo a codo con Draco Malfoy? Y que ambos disfrutarían de ello.