Oc ye nechca

Hola a todos, bueno desde hace tiempo y debido a unas pequeñas discusiones por ahí nació la idea de que si se hablaba del abuelito Roma y demás antiguos porque no hacerlo del imperio azteca.

Quiero aclarar un par de cosas antes de que comiencen a leer, intente apegarme lo más que pude a la historia, claro que hay unos hechos puramente fantásticos (esta es la historia que más me ha costado de momento) Hay otros datos importantes pero la explicación de eso vendrá más adelante, lo único que si adelanto es que espero relatar de forma imparcial sin favoritismos históricos.

Después de tanta charla les dejo con el primer capitulo esperando llegar pronto incluso al periodo colonial. Por cierto el titulo esta en náhuatl y quiere decir "Érase una vez"

Capitulo 1: La palabra de un dios

La noche había cernido su manto sobre Aztlán (1) y el viento nocturno jugueteaba entre los juncos produciendo un ruidito musical que adormecía los sentidos. El campo adormecido con los sonidos de las cigarras y el viento hacia contraste con el silencio de la aldea, sus habitantes dormían tranquilamente sin imaginar lo especial que seria aquella noche.

Itzcoatl (2) levanto la mirada al cielo con una mueca de preocupación plasmada en el rostro, aun no podía sacar de su cabeza lo que el sumo sacerdote le había dicho cuando Tonatiuh (3) apenas y dibujaba los primeros rayos en el firmamento.

Las noticias nada favorables se cernían con preocupación sobre sus hombros, había esperado pacientemente escuchando al sumo sacerdote Quauhcóat, un hombre de mediana edad con todo rostro cubierto de cenizas, el cuerpo, el cabello y la ropa endurecida con óxitl. Ningún consuelo salía de los labios de sacerdote, los dios le habían murmurado a través de las estrellas del inminente cataclismo. Cuando hubo terminado sin esperar algo más le dio la espalda a Itzcoatl regresando a sus oraciones.

Metztli (4) dejaba caer sobre los hombros de la pequeña nación su manto de plata intentando reconfortarle. Levanto su mirada y solemnemente dejo el templo a su espalda corriendo lo más rápido que sus piernas le permitían saliendo de la aldea.

El muchacho que no aparentaba más de 13 años de edad había vivido ya varias eras, en el trascurso de su existencia había padecido y sufrido las inclemencias de los dioses junto con sus hermanos pero hace tiempo que ellos se fueron y él, el más joven de todos, tenia miedo de dejar su hogar.

Se recostó en la hierba húmeda usando su manto como almohada, los cabellos de obsidiana caía graciosamente a sus costados enmarcando la piel de color oro cervato que lucia maltratada en estos momentos, el cuerpo le dolía señal de que lo que había dicho Quauhcóat era verdad ese año en particular seria desastroso para todos ellos.

Cerró los ojos con fuerza intentando apartar sus pensamientos de aquella hambruna que se aproximaba de una forma alarmante, sin lograrlo del todo, en sus oidos el eco de futuras lamentaciones no hacia más que perforar su mente atormentándole insensatamente.

-Las garzas no volverán en este año- soltó de pronto con voz lánguida sintiendo como las lagrimas comenzaban a deslizarse por sus doradas mejillas. Tenia ganas de gritar, de dejar que su llanto fluyese sin importarle su orgullo guerrero.

El coro de las cigarras dejo de escucharse, era como si de pronto todas las criaturas de la noche hubieran pactado el silencio dejándole escuchar únicamente sonido de su respiración, Itzcoatl se enderezo rápidamente con la agilidad de un viejo guerrero presintiendo algo inusual en aquel silencio.

La metzli brillaba en el horizonte alumbrando con su aura lechosa el prado dejándole ver frente a él a un joven de la aldea, un noble al que conocía muy bien, era un buen guerrero y excelente cazador de aves. La mirada de Itzcoatl se ablando relajando sus músculos, seguramente Quauhcóat le había enviado para ver como se encontraba.

-Las garzas no volverán este año pero si tomas mi mano un futuro brillante te espera Itzcoatl.- El mencionado parpadeó varias veces sin entender a lo que se refería aquel chico, le miro directo a los ojos sintiendo un fuerte mareo que le hizo temblar las piernas. Sin poderse sostener cayo arrodillado jadeando con fuerza- ¿No deseas volverte una nación poderosa Itzcoatl? Convertirte en un imperio.

El universo y las criaturas que lo conforman, lo mismo los dioses que los humanos están compuestos por materia y esta está integrada por la una parte animada que es visible y otra que carga con dos fuerzas internas una luminosa, caliente y seca mientras que la otra es fría, húmeda y oscura. La parte luminosa es origen masculino mientras que la oscura es de origen femenino, cuando ambas partes se ponen en movimiento se engendra la vida un nuevo comienzo.

Cuando Itzcoatl le había mirado a los ojos vio el universo, aquella materia masculina tibia y fuerte que entro en contacto con su propio ser femenino. La fuerza creadora había sido tan grande que no había soportado por mucho aquel contacto tan íntimo y peligroso. Sabía que se encontraba frente a frente a un dios envestido en carne.

Levanto la mirada evitando el contacto con los ojos del menor, tenia las mejillas sonrojadas y aun jadeaba ligeramente, su piel lucia perlada por el sudor las pequeñas gotas le otorgaban una apariencia casi infantil mientras que su cabello se veía desordenado y con restos de hierba seca.

-Mi señor perdóneme por no reconocerle- Incluso en el tono de su voz se delataba la excitación que aun le recorría el cuerpo haciendo vibrar cada molécula de su ser en armonía con el dios. Dejo escapar un pequeño jadeo respirando con fuerza en un vago intento de apaciguar el fuego que le consumía por dentro quemando el aire en sus pulmones.

La deidad se arrodillo frente a él acariciándole las mejillas con el pulgar buscando el ansiado contacto de sus ojos con la nación, repaso sus labios entreabiertos y jadeantes sin cambiar la expresión de su rostro.

-Yo soy Huitzilopochtli (5) tu señor- Comenzó a hablar con una voz cargada de sensualidad y fuerza que estremeció a Itzcoatl haciéndole hervir la sangre- y te tomo a ti por mi predilecto. Escucha bien lo que te voy a decir.

En un parpadeo la nación ya no veía al dios sino que se veía a si mismo recostado en la hierba, la voz de Huitzilopochtli resonaba en su cabeza como si se tratara de una caracola marina. El cielo, la tierra y la luna desaparecieron en un brillante esplendor que cubría con una tibieza materna a Itzcoatl

Frente a sus ojos corrieron imágenes de una larga peregrinación hacia el sur llena de problemas, su pueblo se asentaba en diferentes lugares de los cuales se les echaba tan pronto como arribaban. Apretó los puños con fuerza sin entender porque el dios tutelar de su gente le mostraba eso.

Su pueblo se había convertido en poco menos que pedigüeños lamiendo el trasto de las sobras del amo como un perro fiel. Poderosos señoríos les ocupaban como mercenarios de bajo costo, la ira lentamente le carcomía y cuando se volvió insoportable la dejo salir en un potente grito que hizo eco en aquel capullo de luz.

Aquella luz que lo rodeaba se torno de pronto espesa cambiando aun color rojo intenso como la sangre, su cuerpo parecía absorber aquel liquido extraño entes de que la burbuja estallara. Itzcoatl, estaba aturdido, levanto sus manos tratando de enfocar la vista de nuevo en aquella claridad.

Abrió los ojos desmesuradamente al ver frente así una ciudad de plata brillando orgullosa bajo los rayos del sol y quedo maravillado, en cima de los techos de las casas se ondeaban al viento largos estandartes de vivos colores hechos con la parte suave de las plumas de las aves, el blanco de la garza, los variados rojos de las guacamayas y muchos más calores que no podía reconocer a que aves pertenecía.

-Este eres tú Itzcoatl- murmuro quedamente en dios en su cabeza.- El imperio Azteca, aquel que domina toda la meseta del Anahuac.

Surcando por los cielos de aquella fastuosa ciudad-estado cruzaron las calzadas y el lago llegando al mercado Tlateloco con sus pirámides flamantes y el barullo de los compradores resonando como el canto de la cigarra.

Poco a poco se volvió a elevar hasta que lo único que vio fueron las nubes y después solo el cielo cuajado de estrellas. Se encontraba de vuelta en Aztlan, conocía demasiado bien como lucia el cielo sobre su casa como para distinguirlo aun con los sentidos tan embotados como los tenía en esos momentos.

-Yo soy Huitzilopochtli, tu señor- volvió a recitar el dios ayudando a Itzcoatl a ponerse en pie- Y este es mi mandato. Realizaras un viaje hacia el sur buscando en tierras lejanas un islote en medio de un enorme lago, sobre el islote encontraras un nopal sobre el nopal estará una águila devorando una serpiente.- murmurando sobre sus labios- En este lugar fundaras Tenochtitlan y el imperio más grande que jamás nadie haya soñado.

Los ojos oscuros de la nación brillaron con orgullo ante semejante revelación, los dioses no les habían abandonado, aunque la carrera fuera larga y llena de piedras el premio era demasiado tentador. Huitzilopochtli había fecundado su ser con su divinidad, la semilla estaba puesta, podía sentir como las tierras de su ser se removían brindándole cobijo

-Escucho y atiendo mi señor- Hablo claramente. La divinidad materializo en sus manos una cuchilla de obsidiana, los ojos del joven se tornaron opacos casi sin vida como si la materia divina que había entrado en él se estuviera trasmutando en algo más.

Itzcoatl sujeto con fuerza el mango de la daga sabía perfectamente que tenia que hacer en este caso. Enterró la hoja del arma en el pecho, justo sobre el corazón, de su compañero, la sangre broto a borbotones manchando la hierba y el pecho de la nación. Ningún sonido salio de la boca del sacrificado, su acompañante le sujeto de la cintura para que no cayese al piso abrazándolo contra si manchando de rojo su manto y el máxtlatl (6)

-Haz cumplido bien hermano- murmuro sobre la mejilla sudorosa del otro, su voz denotaba la descarga sexual que lo abatía.

Le recostó en el pasto levantando en alto la cuchilla volviendo a clavársela en el mismo lugar donde antes había abierto ya la herida, doblo la muñeca a modo de palanca rompiendo las vértebras que resonaron secamente.

La daga se escurrió entre sus finos dedos chocando contra el suelo, al momento todos los sonidos nocturnos que se habían silenciado se volvieron a escuchar incluso con más ímpetu de lo habitual.

Itzcoatl coloco sus manos a ambos lados de la herida tirando con fuerza terminando de romper el hueso y separar la carne. Podría ser que su cuerpo se encontrara débil con los últimos eventos pero aquella semillita que comenzaba a germinar en su interior le daba fuerzas para seguir. Tomo el corazón sintiendo los últimos espasmos vitales entre sus manos, tironeo de él con la fuerza propia de sus iguales y ayudado con el cuchillo de obsidiana termino por desprenderlo.

Prendió una fogata entonando los cantos propios de Huitzilopochtli arrojo el corazón al fuego mirando atentamente como se consumía. Las llamas bailoteaban en sus ojos que lucían justamente como los de un poderoso jaguar, cada músculo de su cuerpo se perfilaba con los claros oscuros dándole una imagen de poderío y masculinidad. Se había trasformado en una bestia lista para atacar.

Con el cuerpo manchado de sangre cargo con los restos de su acompañante rumbo a la aldea, aun faltaba la ultima ofrenda. Su mirada serena se encontró con una escena un tanto particular.

Por lo visto no había sido el único al que el dios había manifestado su designio, la aldea entera había salido a recibirle. Solemnemente dejo a los pies de su padre y del sumo sacerdote el cuerpo sin vida, un coro de oraciones y gritillos de júbilo resonó a media noche en todo el lugar.

-Entregar la ofrenda correspondiente- Indico Quauhcóat a los demás sacerdotes, entre todos tomaron el cuerpo llevándolo al interior del templo donde ya el fuego sangrado ardía con todo su esplendor- Hermanos míos los dioses han hablado, id y cumplir con su mandato.

-Mi tonali (7) es ser grande entre los grandes y ustedes mi pueblo han de tener por guía al todo poderoso Huitzilopochtli, el señor de la guerra dirigirá nuestros actos desde este momento- hablo a todo volumen la nación haciendo eco parado sobre el montículo de piedra labrada. La presencia y el poder que ejercía sobre los aldeanos y guerreros era mucho mayor el fuego refulgiendo a su alderredor y la sangre fresca bañando su cuerpo, una gota de sangre resbaló desde sus cabellos hasta sus hombros bajando por su espalda de forma provocativa.

Los tambores se unieron a los cánticos, el ruido era ensordecedor, las bailarinas desplegaron sus mejores pasos alimentando el ambiente para deleite de los dioses, el cuerpo del pili (8) fue diseccionado los muslos y los brazos fueron asados en las brazas, a cada uno de los guerreros se les dio una pequeña porción de esta carne. La carne del pecho se rebano en finas lonjas que alimentaron al resto de la población y los genitales fueron para los sacerdotes y el líder de la aldea.

A la mañana siguiente cuando el Tonatiuh despuntaba al alba flameando sus lanzan vigorosamente las barcas en las que viajaba toda la aldea dejaron puerto rumbo a tierra firme donde se encaminaría hacia la tierra prometida.

Encabezando la peregrinación ataviados de forma sencilla con mantos de viaje se encontraba Itzcoatl, Quauhcóat, Apanécatl, Tezcacoácatl y Chimalma, esta ultima era la madre del pili que había sido bendecido con la posesión del colibrí del sur Huitzilopochtli.

Notas:

Aztlán: La tierra de origen que de acuerdo a la leyenda provenían los aztecas, significa lugar de las garzas. No se ha encontrado su ubicación por lo que se dice que es una representación futura de lo que es Tenochtitlan, otras teorías dicen que se encuentra en el estado de Nayarit en un pequeño islote.

Itzcoatl: La representación del imperio azteca, su nombre quiere decir serpiente de obsidiana.

Tonatiuh: Dios del sol de los aztecas.

Metztli: Luna en náhuatl

Huitzilopochtli: Dios principal de los aztecas, en Tenochtitlan en la pirámide mayor se encuentran los templos gemelos uno rojo y otro azul, el rojo es para esta deidad. Es el dios de la guerra

Máxtlatl: Prenda hecha de algodón que cubre las regiones genitales y la cadera.

Tonali: Destino en náhuatl