Diclaimer: Los derechos de Akagami no Shirayuki-hime le pertenecer a Sorata Akizuki. Yo solo me divierto un poco con sus personajes.

Nota: «Este fic participa en el Segundo Reto del Foro 'El Reino de Clarines': 'Cómo me imagino tu infancia'». El final está escrito un poco apresurado porque no tenía mucho tiempo para escribirlo y no me convence mucho, pero es lo único que me ha salido.


Un sitio para soñar


A Zen le gusta el bosque. Le gusta subirse a los árboles y ver el paisaje desde esa altura. Le gusta hacer que la guardia dé vueltas durante horas y horas hasta que se deja ver y suspiran aliviados. Le gusta coger comida a escondidas de la cocina y comer allí mientras se le acerca alguna temerosa ardilla para coger las migas que se le caen, sin apenas apartar la mirada de él por si hace algo que no le agrada. Pero, sobre todo, le gusta mirar el cielo y observar a los pájaros volar. Ver cómo extienden sus alas y cómo vuelan libremente por el cielo, siendo libres.

A menudo, sueña que él también vuela. Que es un pájaro y escapa de las garras del castillo. Que conoce nuevos países, nuevos paisajes; librándose de las cuerdas que le atan. Y solo es Zen. Únicamente Zen. Nada más.

Sin embargo, la realidad es otra. Ser príncipe de Clarines implica tener una agenda; tener que conocer todos y cada uno de los reyes que reinaron el país. Ir a compromisos sociales, hacer que una persona ponga su vida en peligro por si tratan de envenenarle. Pero, lo más importante, es que implica estar solo. Una vida solitaria en el que tienes que mirar desde lejos cómo los niños de su edad se divierten mientras está practicando esgrima y contenerse para no correr hacia ellos. Desconfiar de todos, porque nunca sabe qué hay realmente detrás de esa sonrisa y saber que lo más probable lo único que le importe es su título. No saber si en realidad le importa al niño que le manda su hermano de vez en cuando está triste.

Cuando no puede aguantar más, se encierra en su cuarto y llora sobre su cama para desahogarse, porque es lo único que puede hacer.

Hace cuatro años solía escabullirse al despacho de su padre en esos momentos. Él fingía no haberle visto cuando entraba a escondidas porque a Zen le gustaba sorprenderle, e intentaba que una sonrisa no se le escapase de sus labios. Entonces Zen le abrazaba (o más bien abrazaba su pierna, ya que era todo lo que su pequeño cuerpo podía abrazar), y su padre, fingiendo asombro, comentaba un "Me has asustado, Zen". Y sonreía con un brillo de emoción en sus ojos.

Algunas veces le contaba historias sobre fiestas y sitios a los que visitaba, y otras simplemente charlaban sobre sus estudios. Se animaba, reía. Era feliz al saber que podía contar con él. Pero no pudo volver a hacerlo desde el día en que se fue a visitar el país vecino para no volver.

Desde ese día, su madre tuvo demasiado trabajo para poder prestarle suficiente atención. Solamente le preguntaba cómo estaba a la hora de las comidas y le aconsejaba empezar a estudiar sobre algo. Izana empezó a obsesionarse con el trabajo y el deber de su poder para poder ayudar a su madre. Y le dejaron en el olvido.

Ese bosque es uno de los pocos lugares que le proporcionaba lo que necesitaba: paz y tranquilidad. Un sitio para soñar.

Y mientras contempla el cielo imaginando una vez más que escapa de allí, desea que en un futuro encuentre a alguien que en verdad le quiera tal y como es.