producciones dbml
en conjunto con
cultores del fanfic cítrico
presentan
un fanfic nan-da-fuck?
el problema de ritsuko
parte 1
basado en evangelion
escrito por DaR
versión castellana de miguel garcía
««««»»»»
Akagi Ritsuko despertó como lo hacía a menudo: mareada, confundida y
caliente a más no poder. Quitándose de encima las sábanas mojadas
de sudor, rodó hasta el borde de la cama. Sentándose, rezongó: "Otra
gente tiene terrores nocturnos inimaginables, pero no, yo tengo que
tener el sueño erótico del siglo".
Al menos dos o tres veces por semana contaba ella con la certeza de
ser despertada a la fuerza por una fantasía tan intensa que la hacía
literalmente empapar la cama en sudor y lubricación sexual. Pasándose
una mano por el intrincado enredo de su corto cabello rubio, trató
nuevamente de recordar cuanto detalle pudiera del sueño. No recordó
nada más que antes.
Por un tiempo, luego de que el sueño empezara a ser una contingencia
regular, había mantenido una libreta junto a la cama, para poder
anotar todo vestigio posible antes de que las briznas del sueño se
evaporaran. Luego de dos meses, el proyecto quedó abandonado. Cuales
fueran las imágenes que su subconsciente estaba desparramando, eran o
demasiado poderosas, o demasiado horrorizantes. Las había bloqueado
casi todas.
Solo los más tenues jirones de memoria no se disolvían con la bruma
de la mañana. El aliento tibio a un lado del cuello, labios suaves en el
lóbulo de la oreja, la firme sensación de un cuerpo contra la espalda,
y las manos. Ay, esas manos. De poder encontrar a alguien con manos
así de talentosas, ella lo hubiera secuestrado de inmediato y huido a
un lugar donde nadie pudiese encontrarlos. A esas manos que parecían
tocarlo todo al mismo tiempo, acariciando y masajeando, jugando y
provocando.
Con un suspiro profundo, se puso en pie, y sintió el sudor enfriarse y
secarse rápidamente en el aire frío. Dormía desnuda: otro legado del
sueño. Como una persona fundamentalmente perezosa, tener que lavar
un juego completo de prendas cada vez que dormía era más trabajo
del que podía tolerar. El lavado debía hacerse una sola vez, y bien a
la primera. El dormitorio olía, como siempre, a almizcle femenino
mezclado con olor a cigarrillo.
Con una imperceptible dificultad para caminar, llegó al baño y encendió
las luces. Recargada contra el mueble del lavabo, abrió la ducha. En
breves segundos, los tentáculos tenues del vapor salieron serpeando
desde el cubículo de la ducha. Entró a la cascada de agua.
Las ardientes agujas de calor chocaron contra ella, empapándole el
cabello, corriéndole por la cara y el cuerpo. En solemne ritual, veneró
al calor, haciendo correr las manos por su piel, lavando la suciedad. Se
asió los senos, y se los ofreció ceremoniosamente a la mirada impasible
de la ducha. Como siempre, se hallaba prácticamente atontada por la
lujuria que seguía al sueño.
Pellizcando los pezones ya duros, sonrió para sí.
—Alguien, en alguna parte, no sabe lo que se pierde —murmuró.
Con destrezas mentales bien practicadas, hizo el quite al sucesor normal
de esa idea. "No, carajo, una no es vieja a los treinta".
Apoyó la espalda en el cubículo ínfimo y echó hacia atrás la cabeza, hasta
apoyar la nuca en la cerámica fría. Sus manos, a la deriva, empezaron a
adquirir voluntad propia mientras ella contemplaba la crueldad del destino,
que le dejaba a la ducha como único amante. Bajando una mano, deslizándola
por el abdomen todavía firme, los dedos encontraron los bordes de su
todavía corto vello púbico.
Hacía casi dos meses se lo había afeitado por completo, en un rapto de
algo similar al atrevimiento sexual. El efecto había sido interesante y
erótico, pero no así el tener que rasurarse cada ciertos días. Luego de
dos semanas se había hartado, sólo para sufrir otros dos días de variable
incomodidad, conforme el vello volvía a crecer.
Sus uñas peinaban con facilidad por entre el manchón pardo, evitando
deliberadamente el tejido más sensible, hasta que la palma entera
cubrió livianamente su sexo. Encorvó la espalda y apartó un tanto los
pies, dando acceso más franco a la mano invasora.
La respiración se le fue haciendo más fuerte a medida que su excitación
mental y física empezaban a armonizar. Con la mano libre se sujetó un
seno, tiró y torció cruelmente el pezón. Diminutas chispas de placer la
llenaron, se le debilitaron las rodillas. Bajó más las caderas, deslizándolas
ligeramente por la pared, inclinándose un poco hacia adelante. Acariciándose
el monte completo, el dedo del medio doblado levemente, separadas
parcialmente las capas más exteriores de su sexo.
Las chispas crecieron hasta ser hebras de flama que bailaban a lo largo
de sus huesos, fundiendo cuanto tocaban. Ritsuko tenía mucha experiencia
con su propio cuerpo; lo que seguía al sueño era imposible de soslayar. Con
el canto de la palma se presionaba el monte, lo que trajo otra oleada de
placer entumecedor. Añadiendo un dedo índice a la acción, se fue abriendo
despacio.
Al irse elevando más y más, imágenes relampagueaban por dentro de sus
párpados cerrados. No había cara perteneciente a las manos que la
acariciaban en lugar de las suyas. En cierto modo, ella no quería que
hubiera una cara. Las uñas se clavaban en la firmeza de su seno, dejando
marcas rabiosas en la piel pálida.
El dedo medio y el índice se deslizaban hacia arriba, y luego hacia abajo,
preparándose para el asalto, arrastrados sobre la piel febril. Ella jadeaba
entre la inundación de sensaciones, entre inspiraciones cortas del aire
saturado de vapor que le llenaba los pulmones, mientras el agua le caía
en el cuello y el pecho. Adentro. Ya estaban dentro, y el talón de su mano
estaba ahora firme sobre su centro de placer.
Las uñas surcaban ahora sus tejidos sensibles, trazando una ruta hacia el
centro del seno. Unas cuantas estocadas con la otra mano casi la hicieron
irse, pero apretó los dientes, dándose un cabezazo leve contra la pared.
Aguantarlo hacía que el placer se incrementara, sumándose, multiplicándose,
creciendo exponencialmente.
Abandonó el pezón y llevó las dos manos juntas hasta la unión de los
muslos, una mano cubriendo la otra. Adentro y afuera. Abrió más las piernas,
hasta el límite permitido a cada lado del cubículo, bajándose un poco más
para tener aún más acceso. Sus muslos gritaban con el esfuerzo de
mantenerse en posición, las pantorrillas empezaban a agarrotársele.
La palma ya no bastaba; la otra mano se infiltró bajo ésta, a pellizcar
la protuberancia de carne entre las yemas de los dedos. A torcerla, a
estimularla más fuerte. La respiración se le salía del cuerpo en jadeos
explosivos, interrumpidos por los quejidos temblorosos.
Ya casi, ya casi llegaba. La idea se convirtió en una plegaria personal,
que ardía en su interior como una verdad sacrosanta. Los dedos seguían
su danza, y un tercero se unió a la ceremonia. Solamente... un...
poquito... más.
La respiración cesó por completo al empezar ella su ascensión final.
Se echó de súbito hacia adelante, solo para volver a chocar contra las
baldosas. Los arcos de las plantas se le acalambraron, al intentar los
dedos de los pies doblarse y atravesar el piso de piedra, acrecentando el
suplicio de sus rodillas.
Un embate final con la mano derecha, que embistió hasta las profundidades
de su sexo, un pellizco desesperado con la izquierda, retorciendo para dar
el máximo efecto.
Al fin. Llegó.
Su orgasmo rompió como las olas del mundo entero. El poco aliento que
le restaba salió afluyendo como la marea, cortando los gritos en resuellos
truncos. Los omóplatos volvieron a contactar las baldosas, con mayor
fuerza. La cabeza siguió un instante después. Ella fulguraba, en llamas.
La lluvia de agua no hacía nada para enfriar, la sensación no haciendo
sino añadirse al evento. Se quemaba viva desde adentro, cayendo del cielo.
Un corto momento después volvió a sus sentidos, sentada al fondo de la
ducha, abierta de piernas, los dedos todavía alojados en ella. Las gotas
caían en torno a ella, sobre ella, la ducha indiferente al acto recién hecho.
Con un empujón leve, abrió la puerta unos centímetros, permitiendo la
entrada de las frígidas volutas de aire exterior. La frialdad la revivió un
tanto, y retiró las manos con cuidado. El brazo le dolía por el esfuerzo,
sentía las piernas como de goma.
Como final de su rito, se llevó los dedos a la cara, inhalando la fragancia
de almizcle femenino y sudor. Los miró un momento, maravillada del
placer que podían brindar, del dolor que podían causar. Se metió despacio
el dedo índice en la boca, saboreando la sal entremezclada con el sabor de
sí misma. Un estremecimiento la recorrió, como punto final de su clímax.
Recogiendo sus extremidades cansadas y levantando la cara hacia la
lluvia, dejó que el agua le limpiara el alma.
««««»»»»
El café le quemó la garganta, bajando a entibiarle las entrañas. Siempre
le daba mucho frío después de aquellas sesiones, como si la vida misma
se le hubiera salido, para irse por las cañerías junto con la espuma del
champú. Le confortaba la sensación de la toalla que envolvía su cuerpo.
Algodón verdadero, extra mullido, de gran tamaño, y de un precio que era
una pequeña fortuna. Valía la pena, en momentos como estos.
Consideró prepararse, para variar, un desayuno de verdad, sólo para
percatarse de que en el apartamento no había nada que calificara ni
remotamente como ingrediente de cocina. El suspiro resultante era
depresión indisoluta. "Uno de estos días me voy a ordenar un poco. Ya
me estoy pareciendo a Misato".
La idea la alegró un tanto. Se llenó de nostalgia al recordar cómo había
sido su compañera de trabajo durante la universidad. Comparada con esa
cabeza hueca, Ritsuko era un emblema de eficiencia y previsión. Aunque
nunca tanto como su madre.
Los albores de un buen estado de ánimo se desmoronaron en torno a
ella. "Yo no soy mi madre, yo no soy mi madre". Aquellas palabras se
convirtieron en un cántico, como si la simple repetición pudiera obligar
al universo a obedecer su verdad.
Con el rabillo del ojo podía ver los mechones de pelo rubio. El pelo que
ella teñía con tanta diligencia para ayudarla a diferenciarse del monstruo
que había regido su infancia y primera adultez. Al final, esos empeños la
unían más fuertemente a aquella pesadilla, un constante recordatorio de
que nunca podría escapar de esa influencia.
Antes de darse cuenta, tenía un par de tijeras en las manos temblorosas,
tirándose los cabellos ofensores para su ejecución. Le arrebató el control
a cual fuese el demonio que la estaba dominando, y dejó caer las tijeras.
Con temblores en las piernas, se devolvió a su silla, para caer pesadamente
en ella.
Con la cara hundida en las manos, las lágrimas corriendo, trató de dilucidar
cuándo había perdido el control de su vida.
««««»»»»
Ritsuko estaba de pie en el Puente de Mando, observando las pruebas lo
más impasiblemente que podía. Su bata de laboratorio cubría la vestimenta
que se había convertido en su uniforme: blusa de seda azul de cuello alto
y cremallera con anillo, más una minifalda justo hasta arriba de la rodilla.
Normalmente el atuendo era cómodo, elegante sin aprisionarla. Hoy, era
la irritación misma. Hasta la ropa interior conspiraba en su contra,
friccionando y acalorando su piel hipersensible.
Los operadores parecían sentir su incomodidad, renunciando a los normales
jaleos y payasadas que perpetraban durante las comúnmente aburridas
operaciones diarias. Hasta Maya parecía afectada por su parquedad. Eso
le dolía, en cierto modo. Sabía que la muchacha de seguro la admiraba, a
veces casi al punto de idolatrarla.
Por último, se retiró a su oficina, reacia ya a escuchar los rápidos informes.
Se sentó al escritorio, y se fingió ocupada en la confección de informes de
avance. En realidad, soñaba despierta, imaginando un mundo mucho más
feliz que el que habitaba. El Sueño no la dejaba en paz, tironeando desde
la orilla de sus pensamientos, como cada vez.
—¿Por qué no lo puedo recordar?
—¿Recordar qué?
Ni un balazo la hubiera remecido tanto. Ritsuko abrió de golpe los ojos,
con la adrenalina corriéndole por las venas. El hechor de su emboscada
era Maya, que se aferraba una carpeta contra el pecho, a todas luces
sobresaltada por aquella reacción.
—Aaagghh —aulló la rubia—, no me vuelvas a hacer eso.
La alegre morena se recuperó rápidamente, con una mirada de
mansedumbre clavada al piso.
—Perdón, sempai.
Con una mano pegada al pecho, la aludida podía sentirse el corazón
martilleando.
—Casi me diste un infarto.
La voz de Maya se hundió como piedra, apenas más fuerte que un
suspiro:
—Perdón.
Se miraron durante varios segundos. Ritsuko contuvo la culpa que se
le alzaba por dentro. Hoy había sido hosca ya dos veces con Maya, que
no se merecía nada. Era como pegarle un latigazo a un perrito. Por último,
suspiró, enrabiada consigo misma.
—¿Para qué me querías, Maya? —El tono era mucho más suave que el
que pudiera haber usado con cualquier otra persona; su manera de
disculparse.
La mujer más joven extendió sin palabras el alto de hojas.
El tamaño de la oficina bastaba para que el silencio fuera de
camposanto al ser cruzada por la operaria de consola. Depositó con
sumo tiento la carpeta entera encima del cúmulo de papeles, que ya
crecía hasta proporciones mastodónticas, sobre el escritorio de Ritsuko.
Tan silenciosa como se había aproximado, se retiró, todavía con una
sombra de dolor en las facciones.
Mientras la teniente salía de la estancia, la directora del Equipo de
Desarrollo Evangelion de NERV se desparramó en la silla. Pellizcándose
el tabique de la nariz, tiró los anteojos encima de las evaluaciones
recién entregadas. Nunca sabía cómo alternar con la muchacha, y con
la certeza de que a ésta le gustaba su "sempai". "En fin, de todas
maneras no sé cómo relacionarme con nadie que se interese en mí".
Ante el universo indiferente, anunció:
—Me muero por un cigarro.
««««»»»»
En la tarde ya se hallaba más compuesta, con la ayuda de un número
verdaderamente excesivo de cigarrillos y una jarra entera de café
brutalmente cargado. Como siempre, había ensayos que ejecutar,
experimentos que efectuar, pruebas que realizar. No tenía tiempo para
una crisis mental.
La atmósfera del puente se había alivianado notablemente. Hyuuga y
Aoba incluso cuchicheaban comentarios ladinos que hacían a Maya
soltar risitas ocasionales. Ritsuko estaba de pie en medio de todo,
concentrada en los datos que fluían por las varias consolas, mientras los
números se anunciaban en voz alta. Por esta vez siquiera, todo parecía
estar procediendo exactamente según lo planeado.
—Makoto, sube la temperatura del núcleo en cinco grados. Maya, enlaza
las MAGI a la entrada de datos y empieza a descargar el análisis.
Afirmativas a coro le dibujaron una sonrisa diminuta en la cara. La
eficiencia era una cualidad que ella podía admirar en los demás.
—Y, Aoba, ese fa está mal hecho, sube el dedo.
El técnico de pelo largo quedó turulato, con las manos todavía a medio
rasgueo de la guitarra invisible.
—Pe... Pero —tartamudeó— era un sol.
Estalló la risa, extendiéndose por toda la tripulación del puente. Como
el aire tras una tormenta, la jovialidad despejó los pensamientos
opresivos del alma de Ritsuko. Por primera vez desde que había
despertado del sueño de aquella mañana, sintió una cierta medida de
paz.
—Ya, todos, apuremos la cosa para poder irnos temprano, para variar.
De pronto, había alguien detrás de ella, apretándosele contra la espalda.
Unos brazos la rodearon, unas manos la asieron, una respiración sedosa
le corrió por un costado del cuello. Se hallaba de regreso en el Sueño,
allí de pie en el Puente de Mando de NERV. La atravesó un flechazo de
negación; sencillamente no era posible.
La voz habló, baja pero llena de humor juguetón:
—Mira que estás de buenas hoy, Ritsuko-chan.
Reconocía esa voz. Girándose, se salió del apretón de Misato. Con los
ojos abiertos de par en par, miró a la muchacha con quien había ido a
la universidad.
—Uy, ¿estás bien? ¿Te asusté?
Le faltaron las palabras. ¿Cómo decir lo que quería decir, que por puro
accidente la mujer había recreado la situación que atormentaba sus
sueños sin cesar?
—Fue broma, nada más. Ya, cálmate. —Misato parecía hasta sentir
vergüenza, abochornada por el pasmo en la expresión de la escandalizada
científica y el mutismo repentino que descendió sobre el puente.
Por miedo a lo que podía decir si hablaba, Ritsuko huyó de la sala,
rozando al pasar a la consternada capitana.
««««»»»»
Ya era completamente de noche cuando llegó a casa, cansada de su
andar por la ciudad. Erróneamente, había creído que una caminata le
ayudaría a aclararse la mente. En la práctica, deambular por Tokio-3
incluso con tacos moderadamente altos era una manera perfecta de
producir ampollas en piel que hasta entonces ni conocía. El calzado
ofensor fue arrojado al otro lado del departamento, y la media arruinada
fue quitada y desechada.
Le dolía. Todo. Acurrucada en el minúsculo sofá, se sobó los pies,
tratando de devolver la sensación a los dedos y talones torturados.
Estaba cansada, extenuada incluso. Y no más cerca de una solución a
su problema.
Una sonrisa apretada le ondeó brevemente por la cara al recordar la
expresión de Misato con su huida. "Pobre Misato; a que la maté del
susto". En retrospectiva, era harto más gracioso de lo que había sido
en ese momento.
Una breve incursión a la cocina produjo una taza de chocolate caliente
instantáneo, uno de los pocos comestibles disponibles de manera
sostenida en la casa. Muy floja podía ser, pero no se iba a quedar sin
su chocolate caliente. Sobre todo en días como estos.
No tenía ganas de hacer nada, y se odió por eso. Estar de ociosa en
la casa no era productivo. Pero entre la fatiga física y la melaza que
le envolvía la mente, ni siquiera un hercúleo esfuerzo de voluntad surtía
efecto alguno. La taza fue devuelta a la cocina con la promesa férrea
de lavarla en la mañana. El sueño llamaba, y siguió de buen grado el
llamado de la sirena.
««««»»»»
Akagi Ritsuko despertó mareada, confundida, y caliente a más no poder.
Esta vez ni siquiera llegó a la ducha, como era habitual. Había amanecido
literalmente con las manos entre las piernas, masturbándose en sueños.
Era algo intensamente erótico, aunque perturbador. La bruma del deseo
amplificaba diez veces su desorientación matutina normal.
Había poco que pudiera hacer salvo cabalgar la tempestad, dejar que la
sensación cayera en torno a ella, sobre ella y a través de ella, y aferrarse
desesperadamente a la cordura. No tardó mucho, al combinarse los
efectos del sueño y su propia manipulación de forma prodigiosa. En
momentos chocó de cabeza contra la muralla de orgasmo, y todo el
cuerpo se le tensó en un arco de acero sobre la cama.
Yació aspirando el aire a bocanadas mientras su mente se reconstituía
despacio. Una cosa era clara: estaba muerta de miedo. Era la primera
vez que tenía el sueño dos noches consecutivas. Desde que se le había
hecho evidente la falta de cordura de su madre, una pequeña parte de
ella dudaba de la suya propia. Tal vez estaba perdiendo completamente
la chaveta, siguiendo el mismo camino que la mayor de las Akagi.
Visiones de sí misma, perpetrando los mismos actos de su madre,
danzaron ante ella, atormentándola con la noción de que también
sucumbiría a aquellas. La voz diminuta de su cabeza le cuchicheaba
insidiosas naderías. Su única defensa era el cántico de "Yo no soy mi
madre", pero jamás le habían sonado tan huecas en la mente esas
palabras.
Operando en piloto automático, logró encontrar la ducha, y esperó una
vez más que la lluvia artificial pudiera lavar las manchas de su psiquis.
««««»»»»
Palmoteando el hombro de la pelirroja, indicó la puerta.
—Bien, eso es todo por ahora.
—Por fin. Me sigue clavando con esas verdamnt agujas, y creo que me
habría vuelto loca de remate. Aunque juro que aquí nadie se daría ni
cuenta de qué es eso. Lo juro.
Y vaya si juraba, manteniendo un constante mascullar de maldiciones,
alternándolas en alemán y japonés mientras se vestía.
Ritsuko sintió una sonrisa tocarle las comisuras de la boca, contra su
voluntad. Asuka al fin salió andando a pisotones, en busca de un Shinji
de quien abusar, todavía profiriendo variados improperios por lo bajo.
Por lo visto a la muchacha no le gustaban para nada los doctores.
La puerta se abrió, y su próxima paciente ingresó en silencio a la sala.
Solo le dirigió una seña con la cabeza a Rei, que empezó a quitarse la
ropa sin mediar palabra. Era siempre algo fascinante de observar. Cada
prenda era quitada por separado, doblada con precisión y dispuesta con
cuidado en la silla. En contraste con Asuka y Shinji, que nunca se quitaban
la ropa interior más que cuando absolutamente necesario para algún
procedimiento, Rei simplemente se despojaba de todo, luego se paraba
desnuda delante de la doctora.
Se preguntó si Rei alguna vez había considerado no quitarse el sostén
y el calzón. Seguramente no. Tal vez ni siquiera consideraba por qué los
usaba, salvo porque alguien en algún momento le había dicho que lo hiciera.
—Examen y escaneo físico normal hoy, Rei.
—Sí, Akagi-sensei.
Hasta la voz de la niña era insípida y descolorida. Obediente, subió a la
mesa de examinación y extendió el brazo derecho fuera de ésta. Ritsuko
la esperaba con la pulsera sensora. Era cómoda esta rutina entre las dos.
Ella había examinado a la muchacha al menos una vez por semana desde
que era científica de NERV.
La pulsera empezó a destellar luces, emitiendo pitidos suaves mientras
desempeñaba sus funciones. El otro brazo fue ofrecido, y Ritsuko ya
esperaba con las jeringas del juego de muestreo de sangre. Con avezada
eficiencia, comenzó a extraer el líquido carmesí. El contraste con la palidez
de la piel era perturbador. Quizá debiera decirle a la muchacha que tomara
sol más seguido.
Mientras trabajaba, se cuestionó la extrema pasividad de Rei. A veces
creía ver una chispa de astucia en esos ojos casi siempre apagados.
¿Era esa vacuidad vidriosa parte de su naturaleza, algo que le había
sido inculcado, o una máscara personal de callada rebelión a ser una
herramienta humana? Poniéndole un parche pequeño sobre la herida,
sintió la tersura de aquella piel perfecta. Casi bastaba para darle envidia.
Ritsuko sacó el estetoscopio de la bandeja de instrumentos, y puso el
metal frío contra la tibieza del pecho de Rei. Oyó un raspar que no le
gustó.
—Date vuelta.
La muchacha recogió una pierna, la abrió hacia el lado, y dejó la otra
pierna colgando del mismo costado, ladeándose para exponer la espalda.
A cualquier otra joven, Ritsuko la hubiera reconvenido por la falta de pudor.
Con Rei habría sido una pérdida de tiempo, dado que parecía no poseer tal
concepto. Los muchachos de la escuela tal vez podrían darse la gran vida
con ella, de ser capaces de derretir esa gélida neutralidad.
Escuchándole el paso del aire en los pulmones, la científica confirmó sus
sospechas. Se irguió y rodeó el costado de la mesa. La muchacha la miró
a los ojos.
—Rei, ¿por qué te da esto cada dos o tres meses?
No hubo respuesta detrás de la sensación de profundidad inimaginable
en esa mirada.
—La receta de siempre, entonces. Dos dosis, una en la mañana y una en
la noche. Y trata de salir más seguido al aire libre.
Una corta señal de cabeza indicaba comprensión y cumplimiento. Ritsuko
podía quizá haberle ordenado asistir a la escuela desnuda y hubiera
obtenido la misma aceptación.
De súbito, el mundo en torno a ella empezó a ladearse, girando
lentamente. Las imágenes la bombardearon: Rei, desnuda y rodeada
de sus compañeros de clase. De rodillas ante ella, subiendo las manos
para acariciar y masajear. La visión se fundía con el Sueño, adquiriendo
vida propia, consumiendo la realidad. La voz estaba allí también, pero
sonaba neutra, insustancial. Las manos la recorrían entera, la rozaban e
incitaban.
De manera tan repentina como había empezado, todo terminó. El corazón
le martilleaba, pero su mundo había vuelto. Despavorida, trató de
determinar cuánto rato había pasado. No podían ser más de unos
segundos. Miró a Rei, que la miró a su vez, con sincera curiosidad
coloreándole la cara por primera vez que Ritsuko pudiera recordar.
Las sensaciones volvieron a embestirla, una tras otra. Alguna parte
de su cerebro, todavía recuperándose de aquel sueño diurno, miró esa
sumisión presente ante ella y le cuchicheó lo demás. Fácilmente podía
ordenarle a Rei actuar de esa manera, hacer esas cosas con ella, y
luego nunca decir una palabra a nadie. El resto de ella se sobrecogió
de horror, asqueada de poder pensarlo siquiera. Rei era una niña. Una
niña muy bonita, en vías de ser una mujer bellísima. ¡No! Una niña.
Arrancó la vista de la muchacha y se dio vuelta; tomó una libreta de
notas para ocultar el temblor de sus manos. Sacándose a tientas un
lápiz del delantal de laboratorio, garrapateó varias palabras en una
letra incluso menos legible que lo normal. Sin levantar la vista, le
ofreció el papel a la muchacha.
—Llévale esto a Tetsuo, en la sección Médica.
La parquedad le ayudaba a esconder el nerviosismo.
Luego cayó en la cuenta de lo exagerado de su reacción. Rei nunca diría
nada a menos que se le interrogara directamente al respecto. Un alivio
enfermizo la bañó entera, y una esquina de la boca se le torció en una
sonrisa exigua. Ni que hubiera sido la gran cosa. Nada más una ensoñación
muy corta, y una imagen inmoral a la que su ser racional había reaccionado
como era debido. Nada de que preocuparse.
Ritsuko ya tenía otro mantra que agregar a su creciente lista.
««««»»»»
Como colegiala reprendida por el director de la escuela, Ritsuko se
estremecía bajo la mirada impertérrita de Ikari Gendo.
—Explíquese, Akagi.
Con cualquier otra persona ella hubiera interpretado aquel tono como
la antesala a un consejo de guerra, o algo peor. Con el que a veces era
su mentor, ella sabía que se encontraba curioso, más que nada.
Varias veces abrió la boca, tratando de explicar los actos irracionales
de los últimos varios días. Rehuir a Misato, aunque su presencia debía
haber sido requerida durante las pruebas, tratar con brusquedad a los
operarios, y andar en las nubes con inquietante frecuencia eran solo el
comienzo de la lista.
Por último, después de un rato inmensurable, salieron las palabras:
—Me... Me he estado sintiendo un poco cansada. No estoy durmiendo bien.
Ahí estaba. La verdad. La omisión de detalles irrelevantes era simplemente
la manera en que uno debía relacionarse con Gendo. Sí. Eso.
Durante un rato igualmente inmensurable, él la contempló, la luz
reflejándose en formas extrañas contra sus anteojos.
—Tómese el día. Vuelva cuando pueda operar de manera eficiente.
Típico de él. La eficiencia y la productividad eran el núcleo de todo.
Hasta al hablar usaba el mínimo absoluto de palabras para comunicar
exigencias a su mundo.
Ella contestó en igual estilo, ya que cualquier cosa más hubiera sido
un desperdicio.
—Por supuesto.
««««»»»»
El vaho subía danzando desde la taza de chocolate caliente, elevándose
para llenar el aire con su aroma pecaminoso. Ella tenía la vista clavada
en sus profundidades, al considerarlo un lugar tan bueno como cualquiera
para encontrar la respuesta a sus problemas. Una punzada le subió por
las piernas y la espalda, recordatorio de su caminata del día previo.
Durante mucho rato la taza llenó el universo.
Al final, cobró consciencia de un sonido distante. Alguien golpeaba a la
puerta. La atravesó un relámpago de irritación. Quería estar sola, y si la
iban a interrumpir, ¿por qué no usaban el condenado timbre en vez de
estar tratando de echar la puerta abajo como bárbaros? Volvió a cerrarse
la bata camino a la puerta.
—¿Quién es?
—Yo.
Era que no. Misato. Tal vez la última persona del mundo viviente a quien
quería ver ahora. En su puerta. Perfecto.
Ritsuko puso duro empeño en sacarse el desagrado de la voz.
—Misato, ahora no quiero hablar con nadie. Por favor vete.
La respuesta fue alegre, demasiado alegre.
—Aaah, yaaa, Ritsuko. Déjame entrar. Traje comida, porque se me ocurrió
que nadie teniendo una crisis nerviosa se acordaría. Al menos yo no me
acordaría.
El desagrado se intensificó, luego dio paso a la estupefacción. Solo
Katsuragi podía mantener ese aire de ininterrumpida desubicación. No
había manera, tampoco, de deshacerse de ella, que no fuera llamar a
los agentes de seguridad de NERV para que se la llevaran a rastras.
Sin mediar palabra, abrió la puerta, quitando cerrojos y descorriendo
cadenas. Ni bien hubo terminado, la puerta casi se reventó hacia adentro,
obligándola a retroceder. Un cometa morado y rojo pasó por su lado,
surcando el apartamento como Pedro por su casa.
Aquella visión casi trajo una sonrisa al rostro de la científica. Misato era
una de las pocas personas en el mundo que ella podía llamar amigas.
Se habían conocido desde la universidad, llegando incluso a vivir juntas
el segundo año. La chiquilla parecía tener únicamente dos estados: en
movimiento o inconsciente, y alternaba entre ellos con velocidad en
ocasiones pasmosa.
Antes, casi, de que Ritsuko se alejara de la puerta, la Jefa de Operaciones
había tomado posesión de la mesa de la cocina, y sacaba prestamente
envases cuadrados desde una bolsa de papel.
—Traje comida china, me acordé que eres fanática y todo.
A Ritsuko no le gustaba mucho la comida china, a decir verdad, pero no
sintió ganas de indicarlo.
—Ehm —dijo—, siento mucho interrumpirte ahora que la estás pasando
tan bien, pero ¿qué haces acá?
Misato levantó la vista, con la culpa trepando por sus facciones.
—Bueno, me imaginé que te habías vuelto a enojar conmigo, así que
estaba tratando de ponerme en la buena contigo.
—¿Enojada contigo? ¿Y por qué?
—Bueno, ya sabes... Por el otro día.
Sentándose pesadamente, Ritsuko cerró los ojos.
—Ah. Eso. No estoy enojada.
—¿Entonces por qué me andas evitando?
En algún momento le pusieron en las manos un envase de algo hecho
con pollo y picante, así que probó un bocado.
—No te estoy evitando —balbuceó por entre la comida.
El silencio invadió la estancia.
—¿Entonces de qué andas escapándote?
Los ojos de Ritsuko se abrieron de golpe; los clavó en los de Misato.
—¿Quién dijo que ando escapándome?
La mirada que Misato devolvió era intensa pero era calmada:
—Yo lo digo.
—Estás mal, entonces.
—No, no estoy mal.
—Sí, lo estás.
—No.
—Sí.
—Yaaa.
Al fin, Ritsuko estalló y se puso repentinamente de pie, con
intempestividad suficiente para desparramar cajas por doquier.
—Mira, tú, yo no te pedí que vinieras para acá. Y por cierto que no te
pedí que me empieces a hacer un psicoanálisis. Si viniste a estarme
insultando, mejor te vas. Ya sabes donde está la puerta.
Misato se levantó y partió a grandes zancadas en ademán de dirigirse a
la puerta. En cambio, se dio media vuelta, con una sonrisa picarona y
un dedo acusador descansando casi en la punta misma de la nariz de
Ritsuko.
—Te pones linda cuando te enojas.
La furia y desesperación se evaporaron bajo una fuerte dosis de confusión.
El que su ex compañera de vivienda la hinchara hasta hacerla reventar y
después le dijera "linda" estaba bien fuera de su ámbito de experiencia.
Entonces, un recuerdo —el de la capitana manoseándola desde atrás—
llegó de la nada, desplazando la confusión con culpa teñida de miedo.
Ritsuko giró, dándole la espalda al dedo, y se precipitó hacia el refugio
de su dormitorio.
A medio trecho de cruzar la sala, una mano de hierro le aprisionó el brazo.
Durante una eternidad, el mundo se detuvo. Un universo entero nació,
envejeció y murió. Al final, la voz baja de Misato reinició la realidad.
—Creí que no estabas escapándote.
Ritsuko se liberó el brazo de un violento tirón, vociferando:
—¡No me toques!
Libre ya de su prisión momentánea, retomó su huida.
Pero, tal como había notado antes, Misato era de todo menos poco
persistente. Antes de poder huir ni dos pasos más, algo la embistió
desde atrás y la tumbó de lado, de bruces en el sofá. El cerebro se le
volvió a paralizar, con el peso de la otra mujer presionándole la espalda
una vez más. Empezó a patalear como animal atrapado, bramando
"Quítate", una y otra vez.
La capitana de NERV no sabía bien qué hacer, de modo que la apretó
fuerte, gritándole a su amiga que se tranquilizara. Ritsuko no estaba en
condición mental como para hacer caso de tales peticiones, y alternaba
entre sollozos y alaridos. Por último, cuando se quedó sin fuerzas, se
rindió sumida en débiles quejidos de aflicción.
««««»»»»
—¿Cómo está ella, está bien?
Misato levantó los ojos hacia Ibuki Maya, con varias expresiones
batallando por controlarle la cara.
—No sé si "bien" es la palabra. Ahora está durmiendo, así que no se está
comportando como niña aterrada.
Comparada con la cara de Misato, la técnico era de fácil lectura. Horror
y compasión tan fuertes, que casi dolía de solo contemplarla. No cabía
duda alguna de cuánto admiraba la muchacha a Akagi.
—¿Puedo verla?
Los asomos de un plan se formaron en la mente de Misato. Como muchos
de sus planes, no estaba extraordinariamente bien pensado, pero era un
plan, que era más de lo que tenía hacía unos momentos. A Ritsuko también
parecía agradarle la muchacha, lo bastante como para tratarla como a una
aprendiz. Quizá Ritsuko podría depositar su confianza en Maya. Sería
muchísimo más fácil sonsacarle detalles a la tímida operaria de consola que
a la a menudo gélida científica, que se hallaba en estos momentos al borde
de algo así como un ataque de nervios.
Indicó una afirmativa con la cabeza:
—Claro. Es más, creo que lo mejor sería que alguien se quedara con ella
un rato. No tengo idea qué va a hacer cuando se despierte.
Los emotivos e inocentes ojitos que la miraron de vuelta eran seña de que
esto iba a ser un éxito seguro. Sí o sí. A lo mejor. Ojalá.
««««»»»»
Ritsuko volvió paulatinamente a la vigilia. Al recobrar el raciocinio empezó
a desear no haberlo hecho. Como mínimo, le iba a costar un trabajo
titánico volver a mirar a Misato a la cara. No estaba muy segura de cómo
iba a mirar a nadie más a la cara. Pero ella no era su madre, no buscaba
la salida fácil. No todavía.
Los sonidos de alguien moviéndose por el departamento la hicieron abrir
por fin los ojos. ¿Todavía estaba Misato aquí? Deseó desesperadamente
que no fuera así. Tapándose con la manta hasta la cabeza, intentó aislarse
de casi todo el universo, sobre todo de las porciones que contuvieran a
Misato.
—Eeehm, ¿sempai?
Ritsuko pestañeó, aún bajo las mantas. Esa, indiscutiblemente, no era la
voz de Misato. No. Sin duda alguna. Y por estos días una sola persona le
decía sempai.
—¿Maya?
¿Qué hacía aquí la técnico de informática?
Hubo una pausa breve, luego la suave respuesta:
—Sí.
El silencio continuó varios segundos.
—Emm, ¿sempai?
—¿Qué?
—¿Podría bajar las sábanas?
Ritsuko lo pensó un momento, y lo siguió pensando otro momento.
—¿Por favor?
Carajo, Maya ya estaba poniendo esos ojitos de cachorro. No los podía
ver, pero, no obstante, ya casi le hacían un hoyo a la colcha. No lo pudo
resistir más. A regañadientes, bajó las mantas.
La teniente segunda estaba parada a los pies de la cama con una taza
grande en la mano. Algo humeaba al interior de esta. La taza fue
ofrecida y aceptada. Chocolate caliente. Ritsuko retiró todo lo malo que
alguna vez hubiera dicho de Maya. Aunque no podía acordarse de nada
que retirar.
Maya se instaló sentada al borde de la cama, esperando cualquier tarea
que se le encomendara para levantarse de un salto a efectuarla. Esto
irritó en un principio al objeto de su atención, que más que nada deseaba
ser dejada en paz. Tras unos momentos, Ritsuko se relajó. Era difícil
mantener el enojo con alguien que tan obviamente deseaba complacer.
Al terminar la taza, habló con suavidad:
—Gracias. Me hacía falta.
La respuesta fue una bonita sonrisilla, luego la joven tomó la taza y
desapareció, presumiblemente en la cocina. Ritsuko volvió a recostarse
en la cama, mirando el techo, con la esperanza de que alguien hubiera
entrado y escrito con lápiz labial las respuestas en el estuco manchado
de alquitrán. Nada de eso. La rabia le corrió por dentro, seguida de
desesperación. ¿Por qué no podía tener una vida feliz y normal, y punto?
Entonces cayó en la cuenta. No tenía puesta la bata, sólo el sostén y
calzones que llevaba debajo. De pronto, la intensa atención de Maya
cobró un cariz distinto.
Al tiempo que la cara se le empezaba a enrojecer, se reprendió. No tenía
necesidad de sentir vergüenza de su cuerpo. Carecer de atractivo era una
de las pocas cosas de las que no tenía por qué preocuparse. Por otro
lado, no era muy típico de ella andarse mostrando, menos delante de
mujeres más jóvenes. Así y todo, era agradable contar con algún
reconocimiento, aunque fuera solo físico. Pero este provenía de otra
mujer, y Maya era prácticamente una hermana menor.
Mientras su debate interno continuaba arreciando, la instigadora de este
regresó, situándose silenciosa en el umbral de la puerta. Por fin, Ritsuko
volvió la cabeza y observó pausadamente a Maya.
Había inquietud y preocupación en esos ojos. Y algo más. ¿Respeto?
¿Admiración? ¿Amor? ¿Lujuria? En lugar de hacerle frente a aquella mirada,
Ritsuko se volvió en la cama, dándole la espalda, tapando con la colcha su
cuerpo casi desnudo.
Luego de un silencio prolongado, algo le tocó suavemente un hombro. Al
principio había creído que eran las sábanas, hasta que sintió la tibieza.
—Emm, ¿sempai?
Esos dedos eran demasiado suaves y tersos, muchísimo. Una técnica e
ingeniera de toda la vida debía de tener callos ásperos con el uso.
—¿Qué?
La distraían. Ya era lo bastante malo ser asaltada constantemente por
imágenes. El Sueño, Rei, Misato, y ahora esto. La mano se posó, ligera,
poniendo una palma en contacto con la piel de su brazo. Levemente
húmeda. Una porción clínica y desapasionada de su ser trató de discernir
si era por nerviosismo o por algo más.
La ansiedad casi chorreaba de la otra voz:
—¿Se siente bien?
Ritsuko lo consideró.
—No.
Le salió más brusco de lo que había pretendido, con una levísima traza de
histeria.
Con una expresión horrorizada, Maya retrajo la mano de un tirón. Ritsuko
hizo un gesto de lamentación bajo las mantas. Claro, dale de patadas al
cachorrito, qué sensible.
Otro silencio prolongado descendió sobre la habitación. Le pareció a
Ritsuko como si hubieran transcurrido horas, pero no se oía ni el más
mínimo sonido. Se volvió a dar vuelta, lista para encarar las consecuencias
de sus acciones.
La técnico estaba apoyada en el marco de la puerta, con la cara mojada de
transpiración. ¿Transpiración? Entonces cayó en la cuenta. No era sudor.
Lágrimas. Maya estaba llorando. Estaba llorando. Ritsuko sintió como si le
hubieran pegado un puñetazo en el estómago. Los ojos le ardían también.
Sentándose en la cama, empezó a estirar el brazo. Entonces se contuvo.
No podía hacerlo. Tocarla. Retrajo la mano.
Maya dio se dio media vuelta y huyó. Desafiando la física, una lágrima
pareció flotar hasta el suelo donde ella había estado.
Con un lamento a medio formar, Ritsuko se encogió hasta una posición
fetal, deseando que el mundo entero desapareciera.
««««»»»»
Aburrida.
Aburrida.
Aburrida.
Riiing.
—Diga.
—"Eeehm..."
Misato reconocía aquel titubeo en cualquier parte.
—¿Qué pasa, Maya? ¿Cómo está Ritsuko?
El auricular permaneció en silencio largo rato.
—¿Maya? ¿Hola?
La comandante de operaciones de NERV suspiró.
—¿Tan mal está?
Por fin, la joven habló, con voz quebradiza:
—"Le pregunté si estaba bien".
—¿Y?
—"Dijo que no".
Misato pestañeó y casi se cayó de la silla.
—¿Eso es todo? ¿Te dijo "no" y nada más?
Obviamente, algo más debía haber acontecido.
—Ya pues, niña, no te puedo ayudar si no me dices qué pasó.
—"Le toqué el hombro".
Esto era como sacarse los dientes con alicates.
—¿Y?
—"Me... Me..."
La pobre chica estaba obviamente al borde del llanto.
Luchando por quitarse la exasperación de la voz, Misato ofreció:
—¿Te...?
Por fin Maya recobró el control, respirando temblorosamente.
—"Me rechazó".
¡Ajá!
—¿Te rechazó? ¿Cómo?
La técnico tartamudeó, tratando de encontrar las palabras que su
sempai le había dirigido.
—"No me quiso".
Misato se quedó boquiabierta mirando el teléfono. Había sabido que
Ibuki admiraba a Ritsuko en lo profesional, y que eran buenas amigas,
pero nunca había llegado a sospechar que los sentimientos corrieran tan
por lo hondo. Blasfemias le burbujearon hasta los labios, las que acalló
para impedir que escaparan. Manerita de juzgar mal una situación. Una
imagen de las dos mujeres en apasionado abrazo le afloró en la cabeza,
cosa que acrecentó su distracción.
Maya y Ritsuko. Como pareja. De algún modo, podía imaginárselo
perfectamente. Encajaban bien así. Como pareja. La parte distractora
de su cerebro se preguntó de qué otra manera "encajaban".
Respirando profundamente ella también, trató de recuperar la suficiente
compostura para responder de modo apropiado.
—¿No te quiso? ¿Cómo estás tan segura?
El Remolino Katsuragi Controlador de Daños, al rescate. Fluyamos con
la situación, muñeca.
Por entre sollozos semiatragantados, Maya trató de entregar una
descripción de la expresión de desprecio que había visto en los ojos de
Ritsuko. Desdén.
Las ideas corrían furiosas por la cabeza de Misato. La cosa no sonaba
nada de bien.
Ritsuko a veces podía dar la impresión de ser pedante, incluso durante
la universidad, pero no era así. Y encima, ella de verdad parecía tenerle
una genuina simpatía a Maya. Ya había ahuyentado a varias asistentes
con sus intransigentes exigencias antes de que le hubieran asignado a
Maya. Pero, ¿Maya y Ritsuko como pareja?
—Maya.
Ninguna respuesta.
Pasándose a la voz de mando que usaba durante las crisis, Misato lo
intentó otra vez.
—¡Maya!
—"¿S... Sí?"
—Contrólate. No le haces ningún favor ni a Ritsuko ni a ti teniendo un
ataque por teléfono. Ella no te odia. Ahora está alterada, confundida, y
hecha un estropajo emocional. Devuélvete y ve a hablar con ella.
La voz de Maya se diluyó más todavía:
—"¿Segura?"
—Pues... No. Pero es obvio que está bajo mucha tensión. Ritsuko nunca
ha tratado mal así como así a nadie en todo el tiempo que la conozco. Y
yo sé que tú le caes muy bien. Por supuesto que no te odia.
—"¿De verdad?"
A Misato se le formó una sonrisa involuntaria.
—Claro que sí. Anda, vuelve y habla con ella de nuevo.
El silencio al otro lado del teléfono era de otro tipo esta vez, una
acumulación de decisión, en lugar de desesperación.
—"Bueno".
—Así me gusta. Llámame de nuevo si hace falta.
—"De acuerdo. Gracias, Misato-san".
Colgando el teléfono, la capitana se reclinó en su silla, equilibrándola
precariamente en dos patas mientras pensaba. Más que nada, se
preguntaba si Maya tendría alguna oportunidad. En los años de universidad,
habían existido rumores de que Ritsuko jugaba por el otro equipo, aunque
ella en su mayor parte se imaginaba que era porque la rubia estaba
siempre tan enfrascada en el estudio y el trabajo, que nunca salía con
ningún hombre. Misato había considerado una vez hasta preguntárselo
directo a la cara. La idea contenía una suerte de revulsión.
Su ex compañera de vivienda, una de las mejores y únicas amigas de su
vida adulta, podía ser lesbiana. Y para colmo, la linda Mayita lo era de
manera casi inequívoca. Una muchacha con la cual trabajaba todos los
días.
Misato ponderó las implicancias. ¿Le habría estado Ritsuko echando el
ojo a ella misma cuando vivían juntas? Le había entrado la sospecha en
aquel entonces, y le volvía ahora. ¿Acaso Maya se la comía con los ojos
cuando ella no se daba cuenta? ¿Cómo la hacía sentir esa idea? Su
reacción inicial era espanto y náusea. Eso era lo que debía dar, ¿no?
««««»»»»
El estuco del techo se acercaba lentamente a Ritsuko mientras ella se
cocinaba en un pantano de desprecio por sí misma y preguntas sin
resolver. Se le acercaba más y más, cerniéndose sobre ella con el
peso de todos sus pecados, verdaderos, aparentes e imaginados.
Atlas no era nada comparado con ella.
Consideró una vez más la salida que su madre había tomado, luego la
dejó de lado. No estaba tan desesperada; no todavía.
Durante mucho rato se quedó mirando el techo. Nada escrito con lápiz
labial. Ninguna letra dorada que la guiara. Ni siquiera una mancha de
alquitrán con la forma de Elvis.
Algún sexto sentido le hizo levantar la vista. Por la puerta pudo ver
a Maya. De pie en el centro de la sala, miraba el piso con la misma
expresión que Ritsuko había tenido para el estuco de arriba de su
cama. Al fin, la muchacha levantó los ojos, la cara decidida. Y luego
sus ojos se encontraron con los de Ritsuko y la fuerza se fue volando.
Habría sido fácil quedarse acostada allí mientras Maya huía. Dejarla
escapar, repelerla. En cambio, Akagi Ritsuko hizo una de las cosas más
difíciles que había realizado en su vida entera. Hizo una seña con la
mano, llamando a Maya al dormitorio.
La técnico de informática reaccionó como si le hubiese caído un rayo.
Con los ojos abiertos de par en par y la espalda rígida, avanzó, atraída
como contra su voluntad. Se detuvo en la puerta, con los ojos engrandecidos
de turbación y dudas, la boca llena de excusas y preguntas inexpresadas.
Una niña temerosa llamada a la presencia de sus mayores.
Ritsuko se incorporó, enderezándose, combatiendo el mareo. Las mantas
de la cama cayeron de alrededor de ella y revelaron la carencia de ropa
de la que tanto se había avergonzado antes. Ahora, era irrelevante.
—Siéntate —carraspeó, palmoteando el borde de la cama. La sequedad
de su boca y garganta era sorprendente.
La muchacha se acercó, moviéndose a espasmos y tiritones, reacia y
lista para saltar. Clavaron los ojos la una en la otra. Con gran esfuerzo,
Ritsuko reprimió brutalmente a la parte de ella que quería soltar risas
por lo trillado de toda la situación. Maya se sentaría y se verterían
mutuamente el alma y de alguna manera todo quedaría mágicamente
resuelto. Así funcionaba siempre en las películas.
Al parecer, el guionista de la vida de Ritsuko era un atorrante de tercera.
Al cruzar la muchacha el umbral de la puerta, el pie se le enredó en el
borde de la alfombra y tropezó, tambaleándose precariamente. Ritsuko
se lanzó hacia adelante, tratando de ofrecer una mano de apoyo. En
lugar de eso no le atinó y se cayó del borde de la cama, de culo al piso,
mientras Maya caía por su lado en dirección opuesta.
Impactaron simultáneamente, y por breves momentos un par de voces
profirieron chillidos de dolor y no pocos juramentos irreproducibles. Luego
Ritsuko se puso a reír. No la risa histérica que había amenazado con
aflorar de debajo de la aplastante presión nerviosa, sino una risa limpia
y sincera. Momentos después, Maya soltaba risitas débiles.
—¿Patéticas, cierto? —preguntó Ritsuko desde su posición en el piso.
La técnico de informática no hizo más que indicar su afirmativa con la
cabeza, haciendo una mueca de dolor y sujetándose una muñeca.
—¿Te lastimaste la mano?
Otra afirmativa con la cabeza.
Ritsuko se puso en pie, sobándose el coxis con cara de incomodidad al
levantarse.
—Hay que ponerte hielo, entonces. No me sirves de aprendiz si no puedes
tipear.
Varias emociones revolotearon por la cara de la muchacha en rápida
sucesión. La gratitud ganó la carrera, pero fue rápidamente superada por
una porción mayor de felicidad simple y básica. La sonrisita dolorida se
tornó una sonrisa despampanante. Ritsuko casi cae derribada al piso por
su fuerza.
Era la primera vez que veía esa sonrisa. No la sonrisa tímida que le veía
lucir normalmente cuando recibía algún elogio, ni la sonrisilla un tanto
presumida que salía después de que doblegaba a algún programa rebelde,
ni tampoco la risita divertida suscitada por las payasadas de sus compañeros
de trabajo. Era algo puro, elemental y asombroso. E hizo que a Ritsuko le
diera vueltas la cabeza. Era una sonrisa que de todas maneras quería
volver a ver. ¿Qué había dicho ella para causarla?
Rápidamente, cayó en la cuenta de que la estaba mirando desde hacía
un rato, y se dio la vuelta en dirección a la cocina, todavía sobándose
una nalga.
««««»»»»
La Central de Operaciones de NERV estaba oscura y deprimente, aunque
solo lo primero era una condición desacostumbrada para la tecnológica
sala de guerra. Las luces de arriba estaban apagadas y la mayoría de
las pantallas estaban opacadas, solo unas pocas, vitales, encendidas
derramando un arcoiris mortecino de estadísticas distorsionadas por
todo el salón. Y en aquella tétrica jungla cibernética, una fiera acechaba.
O tal vez se paseaba sería una descripción más certera.
Katsuragi Misato tenía un montón de cosas que pensar, y encontraba que
sus mejores pensadas las hacía en el piso de mando. Así que se paseaba.
Tratando de analizar la situación actual de su persona, no, de todo NERV,
de la misma manera en que manejaba un ataque de ángel. De manera
lógica y directa.
Primero, informe situacional.
Ritsuko estaba hecha un guiñapo. Un total manojo de nervios que se
disparaba como arma cargada. Maya no estaba mucho mejor, sumida
en un fangal de inseguridad. A Maya le gustaba Ritsuko. Mucho. Tal vez
más que como amiga y mentora. Habían existido, en la universidad,
rumores de que Ritsuko no sería muy contraria a esa clase de relaciones,
aunque sin confirmar. La imagen de las dos como pareja volvió a saltarle
en la cabeza, y apuró el paso en respuesta.
Análisis situacional.
En estos momentos la científica estaba sufriendo una crisis, y la técnico
de informática, un ataque de ineptitud. Y estaban solas, enclaustradas
en el departamento de la primera, tratando de arreglar las cosas. Otra
imagen le apareció en la cabeza. Se paseó más rápido, casi maniática
en su marcha de ida y vuelta por la sala.
Posibles impactos.
Hasta ahora, solo las dos. Los Niños estaban a salvo fuera de la línea de
fuego. Asuka había ido donde Hikari, Shinji estaba en la casa leyendo o
haciendo el aseo o algo así, y Rei estaba... donde fuera que Rei iba
cuando no estaba ocupada. Los mandamases se hallaban más o menos
ignorantes de los detalles. Gendo le había dado a Ritsuko tiempo libre
para descansar, Fuyutsuki parecía dichosamente al margen de los
problemas. ¿Los demás técnicos y personal científico?
Una voz intervino en su monólogo interno.
—Por favor, por favorcito, Misato, ¿podemos encender las luces?
Se dio vuelta de un sólo giro y espetó:
—¡Todavía... no! Y cállense, que estoy pensando.
Los demás técnicos de las consolas estaban inquietos.
¿Plan de acción?
Misato no tenía idea. Le desagradaba profundamente no tener idea.
Para empezar, obligarlas a estar juntas había sido obra suya. Era obvio
que Maya esperaba un suceso algo más específico que lo que la capitana
había estado pensando. ¿Cómo hacer que la relación funcionara, o al
menos evitar que se convirtiera en desastre?
Otra área en la que Misato no era tremendamente habilidosa. Su única
relación a largo plazo había terminado en... Ahí estaba. Le preguntaría
a Kaji, tal vez él sabría qué hacer. ¿Y que acaso él no había hecho el
empeño de salir con Ritsuko antes de que ella se comprometiera con él?
Incluso antes de completada la idea, Misato ya iba saliendo por la puerta,
corriendo al paso máximo que le permitía el vestido más bien apretado
que llevaba.
—¿Pasará algo si encendemos las luces? —cuchicheó Aoba.
Hyuuga ponderó aquello un momento, luego murmuró:
—Mejor las dejamos apagadas un rato.
—Sí. Podría devolverse a revisar.
—Las mujeres me dan miedo.
—Te entiendo.
««««»»»»
Maya gimió; gotas de sudor le brillaban en la frente, y se retorcía
débilmente.
Ritsuko la tranquilizó.
—Chsst, quietecita.
La muchacha emitió un quejido en respuesta, arqueando un poco más
la espalda.
—Te va a doler un poquito al principio.
Ritsuko movió la mano.
El quejido se intensificó un tanto, luego se estabilizó en un jadeo irregular.
—No dolió tanto, ¿cierto?
El asombro llenó los ojos ojos de Maya, que estiró la mano y asió la de
Ritsuko.
—No. Ahora me duele mucho menos.
—¿Ves? Vas a tener que cuidártela más o menos una semana, pero estará
bien si no haces fuerza con ella. Ahora ponte encima la bolsa de hielo.
—Aaah, qué helado.
Ritsuko sonrió con soltura, cómoda en aquel rol clínico, pese a sus
problemas.
—Bueno, esa es la idea, ¿no?
La sonrisa no llegó a ser la misma que aquella tan brillante que la había
debilitado tanto un rato antes, pero fue de todos modos grata de ver.
—Ven, sentémonos mientras te enfrías la muñeca. —Señaló hacia la
sala principal.
Maya se instaló en el borde de un sillón, sosteniéndose diligentemente
la bolsa de hielo contra el brazo. Como de costumbre, daba la impresión
de estar lista para salir volando a la menor provocación. La única ocasión
en que Ritsuko la había visto relajarse de verdad era cuando se plantaba
delante de alguna máquina en alguna parte, o cuando tenía la mitad del
cuerpo metido en una. Alguna parte de su cerebro le ofrendó la idea de
que ella tampoco era muy distinta. Con súbito azoramiento, se dejó caer
en el sofá, reclinándose con estudiada desenvoltura.
Se quedaron así sentadas un rato. Varias veces pareció como si Maya
fuera a decir algo, solo para interrumpirse. Al final, Ritsuko la instó,
haciendo eco de manera no muy precisa a otra de sus compañeras de
trabajo.
—¿Sí, Maya?
Maya pareció atónita un instante, pero, antes de poder detenerse, la
pregunta le salió a tropezones:
—¿Le puedo hacer una pregunta? No quiero molestar ni entrometerme
ni nada, y es como personal, así que yo entiendo si no quiere contestar,
y bueno...
Ritsuko la cortó a medio parloteo.
—Sí. Sí puedes. Pero solo si te puedo preguntar algo yo antes.
Ante la afirmativa, los ojos de la muchacha se agrandaron hasta casi el
diámetro de una taza, y asintió con la cabeza sin ninguna palabra.
—¿Segura?
—Se... Segura —tartamudeó la joven.
Se volvieron a clavar la mirada.
—¿Qué te hizo sonreírme así?
Una vez más Ritsuko fue testigo de un fogonazo de emociones, que
surcó la cara de la muchacha. Pasmo y vergüenza y miedo pasaron
relampagueando en tupida formación. Maya arrancó la mirada, pegándola
como imán al piso entre las dos.
Un viejo convidado de piedra, el silencio, cayó en la estancia. Negándose
a cejar, Ritsuko esperaba una respuesta. Luego de varios y largos minutos,
Maya le musitó algo a la alfombra.
—¿Cómo dices?
Después de solo unos diez segundos la mujer más joven lo volvió a decir.
Un bombazo detonó en el estómago de Ritsuko. No hubiera quedado más
atónita ni aunque Shinji se hubiera afirmado bien los pantalones y Asuka
se hubiese metido a monja consagrada a una vida de humildad. Ni aunque
Gendo se hubiese puesto un vestido floreado ante el Alto Consejo de SEELE
para anunciar que él era el Ángel Rosa, destinado a salvar a la humanidad
con una explosión de amor.
Todo porque era la primera vez que ella reconocía en voz alta el haber
elegido a Maya como aprendiz. Por algo tan simple. Algo que, había
supuesto ella, era de la comprensión de todos, incluida Maya. En un
enceguecedor chispazo de claridad, adquirió consciencia de que nunca
antes había llegado a decirlo explícitamente. ¿De verdad era tan...? ¿Tan...?
Las palabras le faltaban para expresar el pasmo que sentía.
Lágrimas empezaron a formársele al borde de los ojos, pero no pudo
entender bien por qué. Entonces Maya estuvo arrodillada ante ella, con
la cabeza hundida contra su pierna, sollozando una disculpa tras otra.
En piloto automático, empezó a acariciar el pelo de Maya, murmurando
suave consuelo. ¿Qué podía haber hecho, dicho, para engendrar
semejante devoción? ¿Cómo era posible que la mereciera?
Puso un dedo bajo la barbilla de la muchacha y aplicó una presión
delicada. Cuando Maya alzó la cara, volvieron a trabar una mirada mutua.
No cabía la menor duda: Maya haría cualquier cosa que Ritsuko pidiera,
salvo marcharse.
—Ibuki-san, ¿puedes perdonarme?
La mujer más joven se limitó a evidenciar una levísima negativa con la
cabeza, renuente a romper el contacto visual:
—No hay nada que perdonar.
Una sola lágrima logró al fin liberarse de la doctora, para correr por su
mejilla. Al verla, Maya se le apartó llena de alarma, con gesto de
consternación.
—¡No! —dijo Ritsuko, presa de un miedo que la hizo asir a la mujer más
pequeña por los hombros, para levantarla de su postura arrodillada y
envolverla en un abrazo desesperado.
—¡No! —volvió a decir, esta vez con un murmullo, directamente en el
oído de Maya.
Durante mucho rato se quedaron inmóviles, Ritsuko sentada en el sofá,
aferrando a Maya contra sí.
««««»»»»
Kaji atendía sus sandías. Pese a toda su imagen de aventurero recio y
curtido, le gustaba bastante ser doméstico. En el jardín lo encontró ella,
manguera en una mano, cigarrillo en la otra.
—¿Kaji-kun?
—Ah, hola, Misato-chan. ¿Qué cuentas?
Misato titubeó. —Eeeh, no mucho.
Él la miró con extrañeza un momento, y luego volvió a su riego. Sin
saber cómo abordar el delicado tema, Misato no atinó más que a mirarle
la espalda durante algún rato. Oye y, ¿te acuerdas de Ritsuko, la chica
con la que trataste de salir en la universidad y que trabaja contigo ahora?,
¿qué crees tú, será lesbiana? Ella era directa, pero no tan directa. Al final
abrió la boca.
—¿Dime, Misato?
Lo maldijo mentalmente; él siempre le hacía eso, saber que iba a hablar
antes de que lo hiciera.
—Este, bueno...
Kaji suspiró, estiró la mano para cerrar el agua y dejó la manguera en el
suelo.
—Ven. —Señaló en dirección a la casa—. Tomemos algo y me lo puedes
contar todo.
Lo siguió, y se dirigieron a la cocina. Como siempre, ella se estremeció
con la decoración interior. Ryoji tenía excelente gusto, para ser hombre,
pero no tenía absolutamente ningún sentido de la continuidad. La sala
de estar era de un modernismo escueto y funcional, negro y blanco y
cromo en líneas limpias, pero el comedor junto a este estaba hecho en
paneles de roble claro con ribetes pastel y muebles de madera tallada.
Los dos ambientes estaban ejecutados con gran destreza, pero juntos el
efecto era... un chillonísimo contraste.
Por fortuna, antes de tener tiempo de ponderarlo más extensamente,
una lata fría le fue puesta en la mano. Instintivamente, quitó la lengüeta
y procedió a tragar el brebaje. Algo andaba mal. Tardó un segundo en
identificar qué. Esto no era cerveza. Bajando la lata, la miró. Roja, raya
blanca. Coca-Cola.
—Emm, ¿Kaji-kun?
Él se encogió de hombros en señal de disculpa:
—Sí, ya lo sé. No tengo ninguna en este momento. Habrá que conformarse
con esto.
Misato lo quedó mirando un instante. Kaji, sin cerveza en la casa. Algo
andaba gravemente mal. Lo miró de arriba abajo. No parecía más barbón
o greñudo de lo normal. Le preguntó:
—¿Oye...?
—No, no ando metido en drogas ni nada de eso. Se me acabó la cerveza,
eso es todo.
—Demonios, déjate de hacer eso.
Ahora él la quedaba mirando a ella. —¿Hacer qué?
Completamente descolocada, ella restalló:
—¡Responderme las preguntas antes que te las haga!
Dicho aquello, se le salió un hipo.
Kaji pestañeó. A ella le vino otro hipo. Hip. Ahora se estaba empezando
a sonrojar. Hip.
—¿Estás bien, Misato?
Hip. Se estaban haciendo más fuertes además, sacudiéndole el torso
completo. El efecto no pasó en ningún momento desapercibido para Kaji,
que al menos trató de hacerse el hidalgo e ignorarlo. Hip.
—Me dio hipo.
—Este, así veo.
Era muy difícil de ignorar.
Hip. —¡No te quedes ahí como tonto! —Hip—. ¡Tráeme agua!
—Eh, sí. Agua.
Rápidamente él localizó un vaso y lo llenó con agua de la llave. Hip.
Se lo ofreció, casi derramándolo cuando los ojos se le desviaron hacia
el escote. Hip.
Con una bocanada gigante de aire, ella apuró el agua y contuvo la
respiración lo más posible. La cara se le empezó a poner roja, de ahí
morada, luego finalmente azul, y la dejó salir explosivamente.
Kaji mostró un asomo de sonrisa. —¿Ya estás bien?
Ella empezó a indicar que sí con la cabeza, luego se detuvo. Hip.
Reprimiendo una carcajada, él volvió a señalar el vaso. Una vez más
ella trató de librarse del hipo, inspirando, tragando y en resumidas
cuentas haciendo la imitación de pez sacado del agua.
El silencio reinó en la cocina durante un momento. Hip.
Kaji empezó abiertamente a soltar risitas.
—¿Y con azúcar? —sugirió.
Misato asintió con la cabeza, sin tenerse la confianza para hablar. Kaji
tardó un minuto en localizar la bolsa de azúcar, mientras cada tantos
segundos se retorcía y emitía ruiditos como de ahogado. Para cuando
estaba en busca de una cuchara, ya casi lloraba de la risa. Ensartándolo
con una mirada de amenaza, ella le quitó la bolsa y se la vació en la
boca. Y recibió una segunda sorpresa. Tosió explosivamente, desparramando
cristales blancos por todas partes.
—¡Kaji...! —Ptúo, escupió—. ¡Tarado! —Ptúo. Hip—. ¡Es sal! —Hip. Ptúo. Hip.
El blanco de su ira se estaba literalmente revolcando en el piso, agarrándose
las costillas.
Tres vasos de agua y media docena de hipos después, ella ya se había
enjuagado la sal de la boca, y empezó a buscar azúcar desesperadamente
por los anaqueles. Detrás de ella, Kaji tragaba aire, rendido. Ella se dio
vuelta para gruñirle, pero fue interrumpida por otro hipo. Él no podía sino
carcajearse más fuerte, suplicando que alguien detuviera esto.
Ella por fin encontró el azúcar. Más sabia por su anterior experiencia, la
probó con un dedo en vez de ingerirla ciegamente. Sí, definitivamente
azúcar. Se vació un pequeño montón en la lengua y empezó a chupar.
La respiración se le calmó paulatinamente. Esperó. Kaji recuperó poco
a poco el control. Ella esperó un poco más. Por fin, había terminado.
Hip. Empezó en su garganta, trepando como un animal, un bramido
capaz de despertar a los muertos.
Kaji se levantó con dificultad, con gesto de infortunio.
—¡Ya, Misato, por favor! —exclamó.
Y con eso, la sujetó del brazo con una mano, y de la cintura con la otra.
Arrastrándola hacia él, le plantó un beso de lleno en los sorprendidos
labios.
««««»»»»
—Ehm... ¿Sempai?
La respuesta de Ritsuko fue lejana y balbuceante.
—¿Qué?
—Me tengo que mover un poquito nada más.
—Ah —murmuró ella, y dejó los brazos laxos.
Maya no se fue lejos, solo puso el cuerpo de lado para aliviar la tensión
de su espalda. Recogiendo las piernas, se acurrucó en el sofá al lado
de Ritsuko, como una niña. Con la cabeza en el hombro de su mentora,
pasándole un brazo por el abdomen, soltó un suspiro de contento.
—Ahora sí.
««««»»»»
La conmoción revolvió los sentidos de Misato; por un instante se
resistió, luego se fundió instintivamente en el beso. Entonces se dio
cuenta de qué estaba pasando y quién le estaba tratando de tragar
las amígdalas. Le dio un empellón en el pecho con la mano libre.
—Kaji, basta. Descarado.
El insulto carecía en cierta manera de la potencia que ella había
pretendido.
Él se le apartó despacio, soltándole la muñeca, pero dejando un
momento más la mano en su cadera. Ella se le alejó girando y trató
de mirarlo con furia. La sonrisa de él era apaciguadora.
—Se te quitó.
—¿Eh?
—El hipo. Ya se te quitó. El susto siempre funciona.
Ella se detuvo, sorprendida nuevamente.
—Tienes razón. Se me quitó.
Una comisura de la sonrisa subió más todavía.
—Estoy esperando.
—Emm. —Ella pareció avergonzada—. Este... Gracias, Kaji-kun.
Todavía con la sonrisa, él practicó una reverencia en dirección a ella.
La mirada de odio que ella trató de propinarle no resultó.
—Bueno y, ¿qué te trae por aquí? Obviamente no el excelente surtido
de bebidas.
Misato puso cara de cabreo y tomó la lata del mostrador, echándose
otro desafiante trago.
—Ven, sentémonos —le dijo él, luego de soltar un suspiro.
Pasando a la sala de estar, Kaji se dejó caer en una tumbona de gran
tamaño, estirándose en esta con gran holgura. Misato lo siguió, y tomó
asiento más cautamente a un extremo del sofá. Intercambiaron miradas
durante un par de segundos.
—Acéptalo, me tienes ganas.
—Hmf, por favor. —El gesto de exasperación y la mano en la frente
hicieron adecuado trabajo de exhibir el desdén de ella.
—Bueno y, ¿qué querías? Tú no te dejas caer por aquí sin alguna razón.
De nuevo, ella consideró en su mente cómo abordar el tema.
—En realidad, no se trata de mí. Vine a hacerte... algo así como... una
pregunta.
Él la miró expectante.
—Bueno, ¿ya conoces a Ritsuko, no?
Ahora le tocó a él poner cara de exasperado.
—Trataste de salir con ella cuando estábamos en la universidad, ¿cierto?
—Sí, aunque no llegué muy lejos. Un poquito tiesa, diría yo.
Misato exhibió una sonrisa débil. —Bueno, ella se ha estado portando
media...
—Extraña. Rara. —Cuando ella le lanzó una mirada inquisitiva, él
hizo una relajada seña con la mano—. Ya lo sé todo. Además, no
esperarás que yo no me entere de lo que pasa con todas las mujeres
bonitas.
Le tocó a Misato, nuevamente.
—En todo caso... —continuó, y se lanzó en una relato de los varios días
anteriores. Cuando hubo terminado, él no dijo nada, mirando el techo.
—¿Y bien? —instó ella.
—En realidad, explica muchas cosas.
—¿Ah?
Él se pasó los dedos por el mechón de pelo que le colgaba por encima de
la cara:
—No hay mujer normal que resista mis encantos.
Misato le tiró uno de los cojines del sofá.
—Ponte serio —exigió.
—Tú y yo oímos los rumores en la universidad, ¿no? —dijo él, moviéndose
con gesto incómodo y sentándose más derecho.
—Sí, pero siempre me imaginé que era porque se dedicaba mucho al
estudio. Así era ella, tú sabes. Un poquito...
—Tiesa.
Ella suspiró. —Sí.
Kaji se encogió de hombros. —Como dije, sí explica muchas cosas. Pero
aparte de eso, ¿qué tiene?
Ella lo miró boquiabierta. —¿Que qué tiene?
—Sí. ¿Cuál es la diferencia?
—Pues, este... Digo... —tartamudeó Misato—. Fuimos a clases con ella, y
ahora trabajamos con ella todos los días.
—Sí, cierto. ¿Y?
—Bueno, digo, ¿no deberíamos al menos haber... sabido?
—¿Por qué? ¿Le quieres hacer empeño, acaso?
Misato se puso roja como carro de bomberos.
—¡Por supuesto que no! —sentenció, tirándole otro cojín del sillón—.
Guárdate tus fantasías de adolescente.
Kaji le dio otra mirada extraña, luego le lanzó de vuelta, sin fuerza, uno
de los cojines.
—No hay problema, entonces. Ella es la misma persona que conoces
desde hace años.
—Pero... Pero... —Misato se rindió al fin; se levantó con un fuerte bufido
y enfiló rabiosamente hacia la puerta—. ¡Olvídalo, debí saber que no me
ibas a ayudar en nada!
Él la miró irse, sin ninguna palabra, dejándose descansar livianamente
el otro cojín sobre las piernas.
A la estancia vacía salvo por él, declaró:
—Interesante.
La sala concordó en silencio.
««««»»»»
Tras un lapso indeterminado, Maya se dio cuenta de que Ritsuko le
estaba acariciando el pelo. En algún momento la mujer exhausta se
había quedado dormida, y la muchacha menor se había contentado
con permanecer a su lado, trazándole perezosamente la piel del vientre
con un dedo. Escuchando los regulares sonidos de su respiración y el
latir pausado de su corazón. Tal vez ella misma había sido arrullada
también, hasta dormirse.
Tenía todo algo de surrealista. Hacía una semana, apenas se hubiera
atrevido a soñar con algo como esto. Incluso aquella mañana, estaba
segura de haber arruinado cualquier oportunidad que hubiera tenido. Y
ahora aquí estaba, acurrucada al lado de su sempai, que seguía vestida
únicamente de sostén y calzón.
—Nunca hiciste tu pregunta.
—¿Eh?
—Me querías hacer una pregunta personal. Pero yo pregunté primero.
Nunca preguntaste lo tuyo.
—Ah. —Ya podía sentirse las mejillas ardiendo.
—Estás colorada.
La voz de Ritsuko era templada y controlada. Sonaba como la calmada
científica que tenía que ser, no como el hato de puros nervios que había
sido hacía un rato.
—... y todavía no preguntas.
Maya se movió un poquito, encubriendo su incomodidad con el acto de
acurrucarse más a ella:
—No, no era nada.
Nunca había sido fácil hacerle el quite a su sempai. Ahora había
juguetona provocación en la voz de la doctora:
—Pero yo quiero saberlo. Tú me respondiste mi pregunta, y lo más justo
es que yo te responda la tuya.
Una vez más, la tímida muchacha cambió un poco la posición, hundiendo
la cara en la carne de Ritsuko.
—No, en serio, no era nada —murmuró.
Percibiendo haber presionado demasiado, la rubia cedió.
—Bueno, está bien, no es necesario que me lo digas.
La relación entre ellas había cambiado, estaba cambiando, pasaría un
tiempo antes de que encontraran el equilibrio adecuado. El estómago de
Maya gruñó, bochornoso recordatorio de que no había comido en todo
el día.
—Mmm... Parece que alguien tiene hambre. Es más, yo creo que hay dos
que están con hambre.
Alegre por el cambio de tema, Maya asintió, soltándose despacio de
Ritsuko, para que pudieran levantarse.
—¿Quieres que prepare algo?
Levantándose, Ritsuko indicó una negativa con la cabeza.
—No hay nada con qué cocinar. Podríamos calentar la comida que trajo
Misato hace rato. Conociéndola, debe haber traído como para una
semana. La chiquilla esa nunca ha sabido lo que es la moderación.
Maya contuvo una risita de concordancia y enfiló a la cocina, caminando
delicadamente mientras se le relajaban poco a poco los músculos
agarrotados. La primera vez que su sempai se había dormido, había
limpiado el desorden, poniendo los envases de cartón en el refrigerador
para evitar que se echaran a perder. Los transfirió ahora al microondas,
cuidadosa de quitar primero las asas de metal, tarareando alegramente
mientras lo hacía. No había nada más para beber, de modo que empezó
a preparar más chocolate caliente.
Habiendo hecho una visita al dormitorio para ponerse la bata, Ritsuko
entró. Notó la tetera en el quemador y dijo:
—Chapsui de pollo con chocolate caliente. No es la mejor combinación.
Voy a tener que ir de compras bien pronto.
—Yo puedo ayudar —asintió Maya, llevando la comida en su último
viaje hacia la mesa. Retiró la tetera, que empezaba a silbar, y vertió
agua hirviendo en las tazas ya preparadas.
Hubo poca conversación mientras atacaban la comida, pero el silencio
era cómodo en vez de tenso. Solo dos amigas, recobrando fuerzas tras
una larga odisea.
««««»»»»
Ritsuko seguía a Maya por el pasillo del supermercado con una sonrisa
divertida. Era una cosa especial verla comprar, una mixtura sin división
clara entre entusiasmo infantil y calculada mesura. Las verduras eran
seleccionadas con experto ojo crítico, pero pasar por la sección de cereales
para el desayuno constituía una etapa de diez minutos, ya que la variedad
de formas y sabores en las cajas de colores debía ser explorada, con
especial predilección por las que incluían juguetes plásticos de regalo.
Normalmente, la científica paraba en tiendas rápidas camino a su casa,
para comprar comidas preparadas, que luego calentaba en el microondas.
Luego de terminada la improvisada cena, Maya había más o menos
insistido que fueran a una tienda de verdad a comprar alimentos de
verdad. Había estado tan ansiosa que Ritsuko había tenido que recordarle
cordialmente que una bata y ropa interior no eran indumentaria correcta
para salir de compras. Maya se había sonrojado ante aquello, pero en los
ojos tenía un tenue brillo indicativo de que no le hubiera molestado mucho
que Ritsuko fuera así.
Ya era tarde cuando habían salido, y la mayoría de las tiendas de Tokio-3
había cerrado hacía mucho. Por suerte, Maya conocía un supermercado
que abría las 24 horas, así que allá fueron. Y al poco rato, Ritsuko se
encontró caminando parsimoniosamente detrás de la mujer menor,
deteniéndose para coger artículos fortuitos que Maya hubiera olvidado en
sus ataques de distracción. La canastilla que llevaba estaba empezando a
llenarse y, por lo visto, la de Maya tenía aun más cosas.
—Ve más despacio. No hay prisa. No van a cerrar, y no tenemos que ir a
ninguna otra parte.
Una sonrisa cruzó la cara de Maya, una picaresca, casi fiera. Una vez más,
Ritsuko sintió algo en su interior responder a ella; una sonrisa distinta,
una faceta distinta, una reacción distinta.
—No podemos estar toda la noche comprando —aseveró Maya encogiéndose
de hombros, la sonrisa desvaneciéndose.
Ritsuko se encogió de hombros a su vez, dejando para después el
pensamiento acerca de las sonrisas de Maya.
—Ya tengo todo lo que necesito que tú no hayas echado.
Se encaminaron hacia la entrada del local, apilando los contenidos de las
canastillas en el mostrador de la caja. El dependiente, un muchacho
aburrido de no más de 18 años, se acercó perezosamente, empezando
a registrar los artículos. No se molestó en buscar conversación mientras
trabajaba, pero resultaba obvio que prestaba atención a algo más que
los víveres. Cuando hubo terminado, Ritsuko se adelantó y pasó su
tarjeta personal de NERV por el sensor, mientras Maya todavía hurgaba
en su respectivo bolso. Unos ojos relampaguearon brevemente desde debajo
del flequillo castaño, pero Ritsuko mantuvo su mirada controlada e impasible.
—Mis cosas, yo pago.
Por último Maya se dio vuelta, derrotada, y tomó varias de las bolsas
plásticas. Reuniendo el resto, Ritsuko la siguió, hasta salir de la tienda.
Maya se fue en un enfurruñamiento silencioso durante varios minutos en
el viaje de regreso a la casa. El lento ardor del desagrado empezó en el
estómago de Ritsuko.
De pronto la muchacha se dio vuelta, con una expresión insinuante.
—¿Te fijaste en cómo nos miraba?
Ritsuko pareció estupefacta un momento, tratando de dilucidar a quién
se refería Maya. Cayó por fin, y se puso a reír.
—¿Cómo lo haces? —dijo
—¿Qué cosa? —preguntó Maya, tan extrañada como Ritsuko lo había
estado hacía apenas un momento.
—Saber exactamente qué decir.
La sonrisa fue un poco insegura esta vez, e hizo que Ritsuko iniciara
otra ronda de risa suave.
—No importa —tranquilizó—. Vamos a la casa.
««««»»»»
La técnico de informática estaba sentada de nuevo, esta vez en el brazo
del sofá. Ritsuko la observaba desde el otro extremo de éste, como
esperando que la joven saliera volando cual pájaro asustado. Solo habían
tardado unos momentos en guardar los víveres y otro lapso más para
convencer a Maya de que no era necesario ponerse a cocinar de inmediato.
Sin pensarlo, se palpó los pies todavía adoloridos. Su apartamento era
de estilo occidental, pero las dos se habían quitado los zapatos al entrar.
Maya advirtió su incomodidad y se sentó completamente en el sofá.
—¿Me permites?
Ella titubeó solo una fracción de segundo antes de estirar las piernas.
Maya se puso a trabajar de inmediato, hundiendo los pulgares en la planta
del pie derecho de la rubia.
La exclamación de Ritsuko fue baja y llena de asombro:
—¡Dios del cielo!
Deteniéndose, Maya levantó una ceja.
—¿Qué...?
—No pares —la interrumpió Ritsuko—. Pero ¿dónde aprendiste a hacer eso?
Maya dejó ver una semisonrisa y empezó de nuevo.
—Se siente increíble.
—Qué bueno. Esa es la idea.
—En serio, ¿dónde aprendiste?
—De una amiga de la universidad.
—Acuérdame de hincarme ante ella si alguna vez la conozco.
Ritsuko tenía los ojos ya casi en blanco, vueltos hacia atrás en las
órbitas.
Unas risitas. —Bueno.
Después de darle un tratamiento completo al pie derecho, la mujer más
joven se pasó al izquierdo.
—Esto es casi irreal.
Maya volvió a mostrar la semisonrisa y empezó a prodigar sus atenciones.
Varios minutos pasaron, con sólo el ocasional "mm" de placer por parte
de Ritsuko.
—Date vuelta y te masajeo las piernas también.
—Claro. ¿Cabemos así?
—Ningún problema.
Ritsuko se reacomodó en el sofá, poniéndose boca abajo, apoyando
la cabeza en un brazo mientras el otro colgaba hasta el piso. Sobre
ella, Maya flectó los dedos y abordó las pantorrillas de Ritsuko.
Apretando y moviendo los músculos doloridos, trabajaba ahora más
con las yemas del pulgar que con las puntas.
Los siguientes minutos estuvieron puntuados sólo por más "mm".
El "mm" final fue de decepción cuando Maya apartó las manos de las
piernas de Ritsuko. Si la mujer mayor no hubiera tenido la cabeza
hundida en el brazo, podría haber notado la sonrisita ladina que se
formaba en la cara de su aprendiz. En cambio, las manos que cayeron
en su espalda fueron una completa, aunque grata sorpresa.
Si Akagi Ritsuko había creído que el masaje de pies era el pináculo de
los talentos de Maya, descubrió rápidamente su error. Los masajes de
espalda eran inequívocamente la especialidad de la muchacha. Ritsuko
se derritió bajo aquel tacto, convirtiéndose en una pequeña charca que
amenazaba con escurrirse del sofá.
Todo lo que logró decir fue un débil "Ah".
—¿Te gusta?
—Gusta. —Una pausa—. Gusta.
Maya rió, trabajando despacio desde los hombros hasta la cintura,
hundiendo dedos y sobando la tensión acumulada, hasta sacarla. Su
víctima se encontraba más allá de los "mm" y de los jadeos, emitiendo
ocasionales suspiros de aprobación.
—Ya, suficiente. No te puedes quedar dormida en el sofá.
—Mmmmm... ¿Por qué no?
Pestañeando, Maya trató de pensar una buena razón.
—Ehh, porque no.
Ritsuko se rió suavemente contra la manga. —Bueno.
—Ya, arriba —dijo Maya, asiendo el brazo libre y tirando.
Tambaleándose inestablemente y tratando de recordar cómo hacer que
los pies se le movieran, la Científica en Jefe de NERV bostezó. Había sido
un día largo, emocionalmente, pese a las varias siestas. La mujer más
pequeña la asió del codo, guiándola con cuidado al dormitorio.
Con voz desfalleciente, la rubia balbuceó:
—Si no t'queres ir camnando a tu casa, pued drmir en el futón
desocupao. Almohadas y sábanas en el armario. —Lo señaló al pasar.
Maya enrojeció al pasarle por la mente varias ideas poco recatadas.
—Bueno, gracias, sempai.
—D'ná.
Al llegar al dormitorio, Ritsuko empezó a quitarse la ropa torpemente,
todavía caminando hasta la cama. Maya la miró desde el umbral,
todavía sutilmente sonrojada.
—B'has noshes, Maya.
—Buenas noches, sempai.
««««»»»»
Akagi Ritsuko se agitaba, presa de un sueño. No cualquier sueño, sino
el Sueño. El más temible de sus demonios personales, el veneno contra
su mismísima cordura.
Pero algo era sutilmente distinto.
—¡Ritsuko!
Esas manos mágicas la acariciaban, asiendo firmemente su brazo.
—¡Ritsuko!
La voz era baja y suave, aunque fuerte y preocupada en su oído.
—¡Sempai!
¿Sempai? Eso nunca antes había sido parte del Sueño. Una sola persona...
—¡Sempai, despierta!
¡Despierta! ¡Era el Sueño! Alguien quería que despertara. Alguien que
le decía "sempai".
Con un estremecimiento tan fuerte que se aproximaba a una convulsión,
Ritsuko despertó del todo. Sacó el brazo de las manos de Maya, quitándolo
de un tirón.
—¿Sempai, estás despierta? ¿Estás bien? —La voz de su aprendiz estaba
espesa de preocupación.
—La ducha.
Aquella palabra paró en seco la siguiente pregunta, que quedó inexpresada.
—¡La ducha! —gruñó, con la garganta seca y rasposa.
Maya no hizo sino quedarla mirando.
Súbitamente consciente su desnudez, trató de reunir las sábanas en torno
a su cuerpo cubierto de sudor.
—Anda. ¡Abre el agua! —exigió.
La comprensión encendió la cara de Maya; giró y se precipitó al baño.
Tras una breve pausa y una grosería que Ritsuko no se hubiera
imaginado que la muchacha sabía, el agua empezó a correr. Casi de
inmediato ella había vuelto, la preocupación y la confusión luchando por
controlarle el rostro.
Ritsuko estaba avergonzada más allá de toda palabra, de haber sido
sorprendida como estaba, tan sin control. Sobre todo en su estado
posterior al Sueño. Con una seña de la mano hacia el resto del
apartamento, ordenó:
—Fuera.
—Pero...
—Fuera —exigió, interrumpiendo.
Maya se dirigió hacia la puerta, con una expresión de dolor y ofensa
claramente escritas en la cara. Sabiendo que Maya lo había interpretado
mal, Ritsuko añadió:
—Después.
La puerta se cerró, dejándola misericordiosamente sola. Desenredándose
de las sábanas, se levantó. Trató de moverse con seguridad, con decisión.
En vez de eso sintió su cuerpo reaccionar como borracho, tambaleando
bajo ella como gelatina. La ducha ya se había calentado, el vapor manaba
del cubículo. Entró con un tropezón, y se cargó contra la pared. Se deslizó
despacio hasta el piso, dejando que el líquido caliente corriera sobre ella.
««««»»»»
Con un breve llameo de irritación, Gendo notó que la mayoría de su
línea de mando superior no estaba. En ninguna parte del Manual de
Operaciones de NERV se estipulaban expresamente los horarios de
trabajo, pero a esta hora normalmente ya todos habían llegado y debían
estar ocupados en sus actividades diarias. En cambio, todo estaba
silencioso. Solo había unos pocos técnicos apostados ante las consolas
monitoras, manteniendo la vigilancia en busca de signos de ataque por
parte de algún ángel.
Ningún Niño, pero a esa hora debían estar en el colegio. Ni Katsuragi
ni Akagi. La Teniente Ibuki tampoco parecía estar. Kaji Ryoji no se veía,
pero eso no era particularmente inusitado. Incluso su otrora mentor
convertido en brazo derecho, Fuyutsuki, no había aparecido. Con un
irritado movimiento, se reacomodó los anteojos.
Peor, había relativamente poco que él pudiera hacer al respecto. Le
había dado, explícitamente, tiempo libre a Akagi. Katsuragi era un tiro
al aire, pero demasiado efectiva durante una crisis como para arriesgarse
a disciplinarla por un asunto tan menor. Kaji estaba fuera de su
jurisdicción. Escarmentar a los técnicos era posible, pero sería mal visto
si no castigaba también al personal de mando. Y una moral baja era
perjudicial para la eficiencia.
La única actividad preprogramada era la normal serie de pruebas de
baja prioridad a las unidades Eva. Ciertamente nada que él pudiera
catalogar como crítico. Con un suspiro inaudible, casi deseó un ataque
de ángel, con el solo fin de tener justificación para reprochar.
Deambuló hasta su oficina, componiendo mentalmente los comienzos
de su próximo informe a SEELE, buscando la combinación exacta de
petulancia, promesas imprecisas y sarcasmo tenuemente disimulado.
¿Por qué iba a ser él el único irritado?
««««»»»»
Maya, lenta y deliberadamente, adulteraba su café, mezclándolo
mecánicamente con grandes porciones de crema y azúcar. Era la cuarta
vez que lo hacía. A la misma taza. Probó un sorbo y arrugó la cara con
desagrado. Luego, con igual inercia, se levantó, se desplazó hasta el
fregadero y echó el brebaje por el desagüe. Luego de servirse otra taza,
volvió a sentarse a la mesa.
Un momento después, estiró la mano hacia la crema y el azúcar.
Trataba de dilucidar qué era lo que sentía. No era fácil. Todo en su
interior era una maraña emocional. Más que nada, era preocupación,
inquietud por el estado mental de Ritsuko. El dolor de haber sido
repelida, más aún con tanta brusquedad, todavía duraba. Otra parte
de ella estaba muy consciente de que su mentora había presentado una
imagen muy atractiva, desnuda y con un suave brillo de sudor. Y cabían
muy pocas dudas de cuál era el aroma que llenaba el dormitorio.
¿Esa reacción había sido por causa suya? Eso esperaba, y luego se
reprendió por la lasciva frivolidad de la idea. Ausentemente, añadió una
cucharada de azúcar al café.
Sobre todo, seguía tratando de catalogar los eventos de la noche previa.
El dolor aplastante del rechazo imaginado, la abrumadora alegría de la
aceptación, como amiga y como colega. Su enojo baladí por que ella le
hubiera llevado la contra en la tienda, y la subsecuente vergüenza por
lo infantil de este. Un poco más de crema. El hambre que había
amenazado con engullir su racionalidad durante un masaje de pies y
espalda, en apariencia inocente.
Cayó en la obnubilada cuenta de que las cañerías todavía cantaban,
transportando el agua hacia la ducha. Ya iba más de media hora desde
que Ritsuko la había expulsado. De hecho, ya se empinaba hacia una
hora. El primer albor del pánico se le instaló en el estómago, acechante
como ave carroñera.
Trató de convencerse de que todo estaba bien. Ritsuko era una mujer
adulta, capaz de cuidarse sola. Le gustaban las duchas largas, eso
era todo. Cinco, no, diez minutos más. Entonces se preocuparía. Más
azúcar.
Los segundos se estiraron como horas.
Diez minutos. "No me tengo que preocupar".
Las horas se volvieron semanas.
El zumbido del agua corriendo por las cañerías la atormentaba. Ritsuko
se ha caído en la ducha, le susurraba, y se hirió terriblemente.
—No.
Lo dijo en voz alta, con la esperanza de que el sonido cementara la
verdad de aquello. Crema.
Las semanas se hicieron años.
No lo pudo soportar más. La cuchara cayó de sus dedos inmóviles,
desparramando cristales blancos en la mesa. Se precipitó al dormitorio y
abrió la puerta hasta atrás. El baño quedaba a solo unos pasos, pero los
salvó corriendo en su apuro. La empañada puerta de vidrio de la ducha
estaba cerrada, el vapor rebalsaba espeso por la parte de arriba, como
una cascada de niebla.
Dos zancadas largas y sus dedos tocaron la manija, asiéndola mientras
el espanto le hervía por dentro. Quería tirar la manija y abrir de un
desaforado jalón la puerta, pero se obligó a hacerlo despacio. Aire húmedo
cayó desde el interior y le envolvió las piernas, gotas diminutas se formaron
en cada superficie. Al fondo del cubículo estaba sentada Ritsuko, con las
piernas recogidas, abrazándose las rodillas, con la cabeza agachada. El
frío repentino le hizo levantar la vista. El cabello normalmente rubio
estaba oscuro de humedad, colgándole en mechones goteantes sobre los
ojos soñolientos.
Fue otro momento interminable, infinitamente largo, indefinidamente
corto.
Maya estiró una mano veloz y sacó una toalla de la repisa que había
en la pared. Avanzó hasta la ducha, con una mirada firme clavada en el
confundido semblante de Ritsuko.
—Arriba. Levántate. Sal de ahí. Ahora.
El tono de su voz hacía eco a aquel con que su mentora le había
mandado retirarse hacía un rato. No se aceptaría discusión, no se
permitiría demora.
Por desgracia, Ritsuko no estaba en condiciones idóneas para cumplir
su parte. Se desdobló de su posición fetal, luego trató de ponerse en
pie a duras penas. Pero eso fue todo cuanto logró. No podía conseguir
que las piernas la sostuvieran. Lentamente volvió a deslizarse hasta
las baldosas mojadas. Maya metió la toalla en la repisa con un movimiento
rabioso, y marchó a buscarla entrando directamente en la ducha.
Haciendo una increíble imitación de sargento de caballería, o tal vez de
Misato, Maya ladró:
—A ver. ¿Lista? Arriba.
Tomó a la sumisa Ritsuko por debajo de los brazos y la levantó. Esta
vez su carga se mantuvo erguida, aunque un breve resbalón casi las
manda a ambas al piso. Maniobró uno de los brazos de Ritsuko hasta
ponérselo sobre el hombro. Con brutal delicadeza, que hubiera sido el
orgullo de un oficial antimotines de la ONU, sacó a Ritsuko a rastras de
la ducha.
—¿Te puedes tener en pie ahora?
Casi sin esperar la temblorosa afirmativa con la cabeza, Maya extrajo
la toalla y se dio a la faena de secar a Ritsuko. Las primeras pasadas
eran largas, casi bruscas, tratando de quitar rápidamente de la
desorientada mujer la mayor cantidad de agua posible. A medida que la
gruesa tela de algodón se empapaba de agua, los movimientos de Maya
se hicieron más suaves, más acariciantes. Pese a lo mucho que costaba,
mantuvo el trance enteramente impersonal, tratando de no prestarle
atención al cuerpo desnudo ante ella. Tratando de no permitir que los
movimientos se convirtieran en la especie de preámbulo sensual que
ella quería.
Terminó con las rodillas, y secó con golpecitos suaves las bien torneadas
pantorrillas. Mirando hacia arriba, advirtió que la cara de Ritsuko seguía
mojada, cosa que la extrañó, ya que se la había secado delicadamente
después de secar el rubio cabello. La certeza le cayó como una tonelada
de plomo. Ritsuko estaba llorando. Volvió a erguirse instantáneamente,
con las manos sobre los hombros de su mentora.
—¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?
Lo que había empezado como hilillos húmedos se había convertido en
verdaderos torrentes, y pedazos de sollozos rotos se arrancaban de los
labios de Ritsuko.
Se acercó un cuarto de paso.
—Ya, dime qué pasa.
Luego de varios inicios tartamudeados, y entre jadeos atragantados,
Ritsuko consiguió sollozar:
—Te mojé toda la ropa.
Maya quedó alelada. Los impulsos de reírse y llorar la golpearon
simultáneamente, y avanzó otro medio paso, para echar los brazos
completamente en torno a Ritsuko, hundiendo la cara contra la base del
cuello de la sufriente mujer. Sus propios ojos se anegaban también, y
reprimió una risita interrumpida por una serie de hipos.
—No importa. No importa.
Después de varios minutos cayó en la cuenta de que el aire del baño
se había enfriado rápidamente. Un diminuto escalofrío la atravesó.
Alzándose en puntillas, besó delicadamente la mejilla de Ritsuko. Le
había apuntado a los labios, pero en el último minuto el valor la había
abandonado. Echándose un poco hacia atrás, intentó volver a convertir
la cara en una máscara severa:
—Ya. A ponerse ropa. Ahora.
Una sonrisa débil y cansada dobló una minúscula fracción hacia arriba
la boca de Ritsuko. Los ojos todavía húmedos se le alegraron un poco,
brillando sutilmente.
—Bueno, jefa —contestó, con la voz ronca pero calma.
Separándosele de mala gana, Maya tomó una de las muñecas de Ritsuko
y la condujo hasta el dormitorio.
Miró el entorno unos segundos.
—¿Dónde? —consultó.
Ritsuko indicó con la cabeza y hombro una cómoda pequeña. Mientras
Maya empezaba a escudriñar los cajones en busca de algo apropiado, la
mujer desnuda se sentó en el borde de la cama.
—¡Ajá!
—¿Ajá?
—Ajá.
—Ya veo.
—Esto. Perfecto.
Maya se dio vuelta, sosteniendo un par de pantalones deportivos de
algodón color verde y una camiseta blanca un tanto percudida.
—Los brazos —solicitó.
Ritsuko ofreció obedientemente los brazos. Todavía esforzándose en no
sucumbir al fruto prohibido presente ante ella, Maya pasó las mangas de
la camiseta por los brazos de Ritsuko.
—Levanta.
Con un rápido tirón hacia abajo y un acomodo, el proceso quedó completo,
aunque parte de Maya deseaba que no lo estuviera.
—Las piernas.
Como se había pedido, sus pies subieron, dejando a Ritsuko con aspecto
de colegiala sentada en un columpio. Las piernas de los pantalones fueron
colocadas.
—De pie.
Maya sujetó el elástico de los pantalones mientras Ritsuko bajaba los
pies y se levantaba de la cama. Con un tirón más y otra punzada de
arrepentimiento, Maya completó la tarea.
—Mejor, ¿cierto? —preguntó.
Ritsuko sonrió con dulzura.
—Sí —dijo—. Mejor. Gracias, Maya.
Envolvió a Maya en un abrazo, luego dio un gritito y se apartó de un salto.
—Usted, señorita, sigue mojada —acusó.
Bajando rápidamente la vista, una sonrisa tímida se dibujó en la cara de
Maya:
—Sí.
Poniendo cuidadosamente la cara en una versión distorsionada de la previa
severidad de Maya, Ritsuko ordenó:
—Fuera esa ropa.
Maya sintió el rubor treparle rápidamente por el cuello.
—Vamos, a quitarse esas cosas mojadas.
Titubeante, empezó a desabotonarse y quitarse la ropa. La falda cayó
hecha una pequeña charca en el piso, seguida pronto por la blusa. Se
sintió indeciblemente aliviada por haberse tomado la molestia de ponerse
ropa interior bonita, en vez de llevar las desabridas prendas blancas que
usaba a menudo.
—Toda. Te van a salir ampollas si no te la quitas.
El rubor subió aún más, poniendo la cara de Maya como tomate de roja.
Pero hizo según se le indicaba; se llevó las manos detrás de la espalda
para desabrocharse el sostén, luego lo dejó caer en el montón. Segura
de tener las mejillas ardiendo en llamas, enganchó un pulgar en el
elástico del calzón y bajó el nylon empapado por sus piernas. Al llegarle
la tela a los talones, sacó los pies de esta y la lanzó delicadamente con
el pie hasta el montón. Tuvo que apelar a su máxima fuerza de voluntad
para contener el impulso de cubrir su desnudez como una colegiala. En
cambio, se limitó a mirar a su mentora.
Ritsuko por fin sonreía, ante el hecho de que los papeles hubieran
cambiado otra vez. No obstante, la vergüenza que Maya trataba de
ocultar derritió la sonrisa convirtiéndola en algo más tierno. Cuando
habló, su voz fue casi un susurro:
—Debe haber otro pantalón de estos allí dentro, y un par más de
camisetas.
Volviéndose con toda la dignidad que pudo reunir, Maya empezó a hurgar
en busca de dicha ropa, todavía resistiendo el instinto de usar una mano
para taparse. Unos momentos después se hallaba habitando unos
pantalones de algodón gris y una camiseta azul con un emblema
deportivo estampado. Su cara ya volvía a sus tonos de piel normales.
Se volvió nuevamente hacia Ritsuko, con una expresión de "¿Y ahora
qué?" en la cara.
Se encontró con una perpleja mirada de "No sé, creí que tú sabías".
Así que continuaron mirándose. A poco andar, Maya estaba roja de
nuevo y Ritsuko se le había unido.
—¿Hambre?
—Sí.
Por fin rompieron el contacto visual, abandonando el dormitorio. Maya
cerró la puerta detrás de ambas. Olvidada en el trasfondo, la ducha
seguía corriendo, y el agua caía en el cubículo vacío.
««««»»»»
La escuela concluyó, y cauces de estudiantes manaron del edificio. Los
grupos sociales se reformaban en el caos, cúmulos que alcanzaban
masa crítica y se escindían del flujo principal, para alejarse despacio.
El chismorreo y la conversación llenaban el aire, puntuados por gritos
amistosos.
Ikari Shinji se deslizaba entre todo aquello, un espectro invisible, al
margen la enloquecedora normalidad. A su paso, ésta se dispersaba
en torno a él, la gente separándose en cada esquina, entrando a
tiendas y parques. Dos calles más y se vio casi libre. Suspiró.
Siguiendo su andar, adquirió consciencia de que alguien caminaba a
su lado. ¿Con él? Arriesgó una pequeña mirada hacia el lado. Asuka.
Claro. Consideró preguntarle por qué iba caminando al lado de él.
Pero era demasiado esfuerzo y de todos modos lo más probable era
que la respuesta no fuese agradable.
Otra calle. En el vidrio de la panadería advirtió que Ayanami los seguía,
cuatro o cinco metros más atrás, pero manteniendo esa distancia.
Aquello lo intrigó, mucho más que la pelirroja. Asuka era caótica e
impredecible, una bola bullente de emoción y neurosis capaz de hacer
explosión por el más mínimo motivo, real o no. Rei era lo opuesto, pero
igualmente inescrutable, completamente contenida en sí misma, con
rostro como de piedra y un poquito como de ultratumba.
Shinji aminoró el paso, permitiendo que la distancia entre ellos
menguara. Cuando Rei estuvo a un par de pasos más atrás, el muchacho
volvió a su paso normal. Deseó tener la seguridad para hablarle de manera
normal y natural. Se sentía extrañamente cómodo junto a la niña de
cabello pálido.
Con un leve gesto de infortunio, se aprontó para lo peor. Asuka había
inspirado aire para hablar.
—¿Oye, Shinji?
Su tono era pensativo, no beligerante. Eso podía cambiar, pero era un
buen comienzo.
—¿Qué?
—¿Qué crees que está pasando?
—¿Eh?
—Ya sabes. Ritsuko. Y Misato. Las dos andan muy raras.
—¿Misato?
—Bueno, ella no tanto, pero Ritsuko lleva una semana absolutamente
chalada.
—Sí, supongo. No sé.
—Tú llevas más tiempo que yo acá. ¿Ella hace eso normalmente?
—Ehh. —Shinji pensó un poco. Esta era tal vez la conversación más
larga que había tenido con la Segunda Niña, sin que degenerara a
insultos o apodos—. No creo. Al menos no que yo me haya dado cuenta.
—Qué raro. ¿Qué problema tendrá?
—Todos estamos solos, pero Akagi-sensei está más sola que muchos.
Repentinamente, Asuka se detuvo. Shinji titubeó a medio paso y luego
paró. La bola de fuego se había quedado boquiabierta, mirando. La
lengua de la muchacha funcionó por fin, humedeciéndole los labios.
—Así que también habla —dijo.
Solo en ese momento Shinji se dio cuenta de que había sido Rei la que
había hablado, no Asuka. Giró un poco la cabeza, mirando a Rei, que
también se había detenido. Tenía la cara tan impasible como siempre,
sin mostrar signo alguno de haber ofrecido una opinión no solicitada.
Tras una pausa incómoda, Asuka aguijoneó verbalmente:
—¿Qué quieres decir con eso?
La mirada de Rei se desplazó una fracción hacia Asuka y se mantuvo
allí un momento. Luego ladeó imperceptiblemente la cabeza y ofreció
una sutilísima encogida de hombros. Luego de otro segundo, empezó a
caminar de nuevo, y pasó entre el aún anonadado Shinji y la estupefacta
Asuka.
—¿Tú sabes de qué estaba hablando, Shinji?
Él indicó una vaga negativa con la cabeza. —No.
Al final, Asuka se acogió detrás de su defensa normal contra el mundo.
Con un gran gesto de exasperación, bufó explosivamente y se fue a
grandes zancadas, mascullando algo acerca de estar "rodeada de
lunáticos".
Parado en la esquina, Shinji movía despacio la cabeza de ida y vuelta
entre ellas, mirándolas irse a las dos. Por un súbito y breve momento,
creyó entender muy bien eso de estar "más solo que muchos". Suspiró.
««««»»»»
El almuerzo fue pasable, pero insípido. Ninguna de las dos había puesto
mucha atención a la preparación de la comida. Sutiles miradas eléctricas
llenaban el aire, rodeándolas de una curiosa tensión. Al principio habían
sido llenas de vergüenza, pero poco a poco se habían vuelto diversión
mutua y, luego, empezó la provocación.
Para su propia sorpresa, Maya fue la primera en empezar los juegos.
Con un suspiro de placer, Ritsuko había terminado un gajo de naranja,
haciendo luego un comentario de lo raro que era para ella comer fruta
fresca. Con una sonrisa traviesa, la teniente segunda Ibuki Maya estiró
la mano, sacó un gajo de naranja del plato de su mentora, y se lo llevó
rápidamente a la boca. Luego, con movimientos ampulosos, lo devoró
muy despacio, dándole pequeñas mordiditas y lamiéndose los labios
para recoger todo el jugo.
Ritsuko la miraba, conmocionada, con los ojos abiertos de par en par y
los labios levemente separados por el estupor.
Tratando desesperadamente de quitarse la sonrisa idiota de la cara,
Maya se limpió los dedos, chupando de ellos los restos de jugo de
naranja. Clavó la mirada en lo profundo de los ojos de Ritsuko.
Con un leve estremecimiento y un pestañeo, Ritsuko arrancó la vista.
Miró su plato un momento, luego un relampagueo de decisión le tocó
el rostro. Con la mano, sacó del plato otro gajo de naranja. Despacio,
titubeante al principio, intentó duplicar los actos de Maya. Pronto
descubrió que comerse una naranja de esa manera era más difícil de
lo que parecía. Pequeños pedazos de pulpa se le pegaban a los labios
y las gotas de jugo pegajoso le corrían por la barbilla y la mano.
Era ahora el turno de Maya de quedarse atónita. Nunca, ni en sus más
desenfrenadas fantasías, se le había ocurrido que vería a Ritsuko,
según toda apariencia la quintaescencia del estereotipo de rubia frígida,
chupetear así una naranja. Lo que había empezado como un jueguito
bien intencionado se estaba saliendo rápidamente de control. El destino,
no obstante, decidió intervenir.
Biip. Biip.
El sonido no era fuerte, pero atravesó la cocina como un trueno,
vaporizando el ambiente. Ritsuko miró de un lado a otro, tratando de
identificar el sonido.
—¡Carajo! —Maya no necesitaba mirar; ya sabía exactamente qué era.
—¿Ah?
El cambio de ritmo fue demasiado para Ritsuko, que parecía aturdida.
—Mi celular. Es mi celular.
La comprensión inundó el rostro de Ritsuko.
—Ah —dijo.
Maya no contestó; fue en cambio a grandes pasos hasta la sala y cogió
su bolso. Escarbó hasta sacar la unidad, abriéndola diestramente. El
gesto de desagrado se le profundizó al mirar el mensaje mostrado.
Punceteando brutalmente las teclas, digitó un número y se sujetó la
unidad contra la oreja. Ritsuko apartó la silla de la mesa y se desplazó
hasta el borde de la cocina.
—Aquí Ibuki. ¿Qué pasa? —No había modo de no distinguir la irritación
en su voz.
Hubo una pausa mientras alguien del otro lado se apresuraba en dar
explicaciones.
El tono de voz de Maya pasó de molesto a incrédulo. Golpeado, le dijo
a la unidad:
—¿Eso es todo? ¿Para eso me mandaste un mensaje?
Otra pausa.
—No te molestes. Voy para allá.
Ahora estaba nuevamente irritada, pero era una irritación más controlada.
De espaldas a Ritsuko, no vio la cara de ésta derrumbarse ante esa
última afirmación. Con un movimiento seco, Maya volvió a plegar la
unidad comunicadora y la metió de regreso al bolso.
—¿Problemas? —Ritsuko rápidamente había puesto la máscara de
desapego impasible sobre su dolor. El trabajo era importante. El trabajo
venía antes que las pequeñeces, que los jueguitos emocionales.
—Sí. A esos operarios de mierda los tenemos contratados solo para
vigilar las putas máquinas, no para pensar.
La vulgaridad parecía incongruente, viniendo de una jovencita tan
menuda.
—¿Sí? ¿Qué pasó?
—El tarado —Hizo un pausa, luego casi escupió con violencia la siguiente
palabra— pensó que podía arreglar un problema menor, y terminó
dejando el tremendo despelote con todo.
Ritsuko elevó los ojos en gesto de conmiseración. Ya había lidiado con
bastantes asistentes incompetentes como para saber exactamente lo
que la técnico sentía.
—¿Vas, entonces? —consultó.
Un martillazo no podría haber detenido más rápido la ira de Maya.
—Sí, no queda otra, hay que ir a dejar el sistema funcionando de nuevo.
La emoción era casi tangible:
—Te entiendo. Tienes que ir.
—¿Vienes tú también?
Ritsuko lo pensó un momento.
—No, no creo estar en condiciones todavía.
Maya asintió con la cabeza, avanzó un paso. Subió las manos, las pasó
por la cintura de Ritsuko y acercó a su amiga, que no opuso resistencia.
Frunciendo los labios, se aproximó para un beso. En la boca, esta vez lo
haría, sí o sí. Pero una vez más, la seguridad le abandonó en el instante
crucial, y sus labios se desviaron a la mejilla de Ritsuko. Esta vez, sin
ropa húmeda que se interpusiera, sus cuerpos se presionaban uno
contra el otro. Tibieza y suavidad, dos personas fundidas.
Al oído, Ritsuko le susurró:
—¿Vuelves?
En respuesta, ella puso un beso en la unión del cuello y clavícula de
Ritsuko.
—Por supuesto. Lo antes que pueda —murmuró.
Solo con gran renuencia pudo apartarse; dio media vuelta y se fue casi
corriendo del apartamento.
Algo aturdida, Ritsuko se arrojó sobre el sofá.
—¿Qué diablos me pasa?
La estancia se reservó la opinión.
««««»»»»
Misato se hallaba contemplando hacia la expansión del Geofront,
mirando sin ver. No sabía qué hacer. Se suponía que Ryoji le iba a
proporcionar un plan, o que por lo menos la inspiraría para idear uno
propio. En vez de ayudar, se había portado con una soltura insoportable.
Absolutamente nada nuevo con eso. Y sugerir algo semejante. ¿Ella,
teniendo algo con Ritsuko? Ridículo.
Se preguntó por qué la idea le causaba tanta indignación. Esta era
una época liberal, ¿no? La gente podía ser lo que quisiera, y no había
alharacas. ¿O sí? Con un leve estremecimiento, trató de imaginarse a
Ritsuko insinuándosele. No podía tolerar ni la sola idea.
Con una patada sin ganas, mandó una piedra rodando cerro abajo.
Al final, ¿cuál era tanto el escándalo? Deseó que hubiera alguien con
quien poder hablar. Ritsuko era lo más parecido que había tenido a una
amiga, cuando estaban en la universidad. Ahora, en realidad, no había
nadie. La breve idea de intentar hablar el asunto con Shinji le revoloteó
por la cabeza. Le trajo una sonrisa a los labios. Al chiquillo tal vez le
saldría sangre de narices y se desmayaría. Los varones de su edad
eran así.
Pasó la lista de la gente con quien podía hablar. Gendo quedaba fuera;
se limitaría a levantar una ceja y luego ignorarla. A Fuyutsuki seguramente
le daría un infarto allí mismo. Los demás técnicos... lo más probable era
que reaccionaran igual que Shinji, y peor, el chismorreo cubriría la base
entera en cosa de segundos. El resto de la lista era corto. Maya. Ritsuko.
Las causas mismas del problema, y últimas dos personas a quienes
desearía consultar.
Pero no parecía haber más opción. El concepto de dejar que las cosas
se resolvieran solas nunca se le asomó por la mente.
Pateó otra piedra y la envió a unirse con su hermana cuesta abajo, luego
se trepó al asiento del chofer. A como diese lugar, iba a finiquitar esta
situación.
««««»»»»
Ibuki Maya avanzaba enardecida por los pasillos hacia la Central de
Operaciones de NERV. Su furia era un aura palpable en torno a ella,
que apartaba a la gente de su camino como un bulldozer. Hasta los
hombres y mujeres de rostro pétreo que conformaban los equipos de
seguridad de NERV le cedían el paso, con toda deferencia. Sabían qué
batallas podían librar.
Pisotón. Pisotón. Deslizar tarjeta. Pisotón. Pisotón. Pisotón. Deslizar
tarjeta. Casi se le cayó la credencial. Pisotón, pisotón, pisotón.
Sacó de un tirón la silla de debajo de su consola y se sentó firmemente
en ella. Escasos segundos después, no sabía del mundo. Sus dedos eran
un borrón en el teclado mientras trabajaba para deshacer el daño hecho
a su precioso sistema.
Aoba y Hyuuga intercambiaron preocupadas miradas de reojo, cada uno
asintiendo con la cabeza en silenciosa concordancia.
««««»»»»
Indecisa, Misato estiró la mano hacia la puerta, aprontándose a golpear.
Su mano quedó suspendida, a un centímetro de la superficie, antes de
recogerla de un tirón y darse media vuelta sobre un talón. Se alejó tres
pasos de la puerta y luego se detuvo. Iba a hacerlo. Tenía que hacerlo.
Tenía que saber. Volviendo a la puerta, volvió a estirar la mano. Y luego
se dio media vuelta.
Mientras estaba de espaldas, la puerta se abrió sola.
—Ah, Misato. Eras tú.
De todas las cosas con las que Misato había esperado ser saludada, esa
no era una.
Se dio una lastimosa media vuelta, una sonrisa tímida:
—Sí, soy yo.
La expresión en la cara de Ritsuko era de clara desilusión. ¿A quién
esperaba? ¿A Maya?
Tras varios segundos, se le instó a hablar.
—Bueno, ¿te vas a estar paseando aquí fuera todo el día o vas a entrar?
Misato estaba ahora totalmente descolocada. Mansamente, siguió a la
otra mujer y entró al departamento. Ritsuko se echó sobre el sofá, con
un brazo descansando sobre la cara, las piernas colgando por el borde
de los cojines. Las cosas no iban a ser así. Se suponía que ella iba a decir
"Ritsuko, ¿qué pasa entre tú y Maya?", y luego Ritsuko contestaría "¿Eh?
¿De qué me estás hablando?", o tal vez "Qué te importa". En vez de eso,
se había quedado parada a la entrada del apartamento, abandonada.
—Ehhm...
Ninguna respuesta.
—Este...
Al fin, Ritsuko cambió de posición y se sentó derecha. Miró brevemente
a Misato, luego volvió a reclinarse en el sofá.
—¿Sí? —inquirió.
El tren de ideas de Misato se perseguía la cola. Algo tenía que preguntarle
a Ritsuko. Ahora no se acordaba de qué era.
Con una encogida de hombros, la rubia se levantó y entró a la cocina.
Misato quedó mirando el piso delante de sus pies. Agua corría. En la
cocina.
Ritsuko volvió y se plantó delante de ella. Misato trató de decir algo,
pero se le olvidó antes de que su boca pudiera seguir el impulso. Con
un leve meneo de cabeza, Ritsuko extendió una mano. Cuando pasó un
segundo sin que Misato hiciera movimiento alguno hacia ella, la doctora
estiró la mano, tomó una de las de Misato, y le puso en ella algo frío.
Operando en piloto automático, Misato levantó el brazo. Una lata. Le
dirigió una mirada de desconfianza al frío aluminio. No era Coca-Cola.
Todavía en trance, quitó la lengüeta y empezó a deglutir. Cerveza.
Cerveza fría. Un momento después la lata estaba vacía. La bajó.
—Hola. Tierra a Misato, responda, capitana. ¿Me escucha? —Ritsuko
sonaba a todas luces divertida.
—Ehhm, ¿qué pasa?
Pasó un largo segundo. Luego alguien empezó a reírse. Ritsuko. Se
estaba riendo. Eso era bueno, ¿no?
—Misato, ven y siéntate, antes que se te olvide cómo.
La aludida se sintió siendo tironeada, luego empujada hasta quedar
sentada en un sillón.
—¿Quieres otra cerveza?
Por fin se sacó unas cuantas palabras:
—Sí. Por favor.
Varios minutos y una lata de Yebisu después, había recuperado la
compostura. Casi toda.
Dejando en la mesa su vaso de agua, Ritsuko preguntó:
—¿Te sientes mejor, Misato?
—Sí, yo creo. No sé qué me pasó.
—Bueno, no dejó de ser interesante. —El humor era obvio en la voz de
Ritsuko.
Misato le lanzó una sonrisita floja.
—Qué bueno —afirmó.
Ritsuko se rió suavemente.
Continuando, Misato preguntó:
—¿Y tú? ¿Estás bien?
—¿Yo? —Ritsuko pareció pensativa—. ¿Por lo del otro día? Sí, creo que
sí. No sé qué me pasó.
—Oye, ya me parece haber...
—¿... oído eso?
Compartieron una carcajada breve. Despacio, la cara de Misato se volvió
seria.
—No, en serio, ¿qué pasa?
La cara de Ritsuko adquirió sobriedad para igualar la de Misato.
—Nada —contestó—. Un par de noches malas, sin dormir. Ya sabes
cómo es.
Era obvio que no era "nada".
—Por favor, Ritsuko, hace años que te conozco. Yo pensé que eramos...
—¿... amigas?
Misato asintió.
—Bueno, de amiga a amiga, te digo que no fue nada. Olvídate de eso,
estoy bien.
Inexplicablemente, Misato se sintió dolida. Una de las pocas personas
a quien ella llamaba amiga no quería confiar en ella.
—Si tú lo dices. ¿Y Maya?
La pregunta pareció pegar como un martillazo. Ritsuko pareció aturdida,
casi asustada, por un instante breve. Después todo pasó.
—¿Maya? ¿Qué hay con ella?
Pero Misato había olido la sangre. Se hizo más adelante en el asiento:
—Sí, Maya, ya la conoces. ¿Como de metro sesenta, pelo castaño, como
botoncito de linda? ¿Tu asistente?
Por alguna razón, eso último ganó un gesto atribulado en la otra mujer.
Interesante.
Ritsuko resopló. —Ya sé de quien hablas. ¿Qué pasa con ella?
Misato se encontró a la deriva por un momento, no podía llegar y
preguntarle "¿Te estás acostando con ella?". Trató una táctica diferente.
—Nada, quería saber si ella estaba bien también.
Dos ojos azul grisáceo bajaron los párpados a la mitad:
—¿Insinúas algo?
Caramba, golpe directo, pero no la reacción que ella había estado
esperando.
—No, no. Claro que no. Pero cuando me fui de aquí ella se iba a
quedar para ver que estuvieras bien. ¿Llegó bien a su casa?
Para mérito suyo, Ritsuko solo titubeó un instante, bebiendo un sorbo
de su vaso para ocultar la reacción.
—Al final fuimos de compras —concluyó.
Muy interesante. Ella sabía parte de la historia, dado que Maya la
había llamado para pedir consejo. Pero esto era una confirmación más
o menos directa de que la muchacha había pasado la noche allí.
—Ah, qué bien —dijo la capitana, fingiendo desinterés.
Ansiosa por cambiar el tema, Ritsuko extendió una mano.
—¿Otra cerveza?
—Claro.
Le pasó la lata vacía y se reclinó en el asiento, mientras Ritsuko iba
a la cocina.
««««»»»»
Con un suspiro profundo y sentido, Maya volvió a saber del mundo. Los
dedos le dolían, y sus ojos parecían no poder enfocarse adecuadamente.
Alguien le puso una taza de té en las manos, y bebió de él.
—¿Todo listo y terminado?
Abrió un párpado una rayita. Era Aoba.
—Sí, creo yo —contestó.
—Tardaste menos de lo que pensé, por como te vi llegar corriendo.
—Qué te puedo decir, tengo talento.
Su comentario produjo una risilla. Con la mayoría de la gente, era
dolorosamente tímida, pero Aoba y Hyuuga eran como sus hermanos.
—¿Y qué había pasado? —preguntó Hyuuga.
Maya se lanzó en una andanada de cháchara tecnológica, compendiando
los problemas y el trabajo que había tenido que hacer para resolverlos.
Cuando terminó, los dos hombres emitieron un silbido.
—No está mal. Aunque me extraña que los seguros no hayan detectado
nada.
Ella asintió:
—A mí también, hasta que me di cuenta de que como el operador empezó
toda la cosa, los programas de seguridad no se iban a activar.
Aoba parecía confundido. —¿Eh?
Con una sonrisilla, Maya se pasó al tono de cátedra.
—Los programas de seguridad están diseñados para encontrar anomalías
en el sistema, producidas por sobretensiones, ataques externos, fallas de
hardware y demases. Como esto lo empezó un humano, el sistema supuso
que este sabía lo que hacía y desactivó los chequeos normales. Así que los
sistemas de protección no se activaron.
—Ah. Lógico.
—Sí. Lógico —se burló ella, y le dio un palmazo suave en el hombro.
—Oye, ahora que me acuerdo, anoche no llegaste al póker.
—Ah, ¿íbamos a...? Ah, sí. Ah. Uy, disculpen.
—No hay problema. Nada más nos entró la duda de dónde andabas.
Maya se sonrojó, cayendo en la cuenta de qué dirían ellos si supieran la
verdad.
—Estuve ocupada haciendo otra cosa, y quedé agotada, por favor
perdónenme.
Aoba y Hyuuga se miraron, interpretando el rubor por lo que era. O lo
que ellos creían que era.
—¿Haciendo otra cosa? ¿Y quedaste agotada...? Cochina.
—Oooh, ¡Maya encontró novio!
—¡Mentira! —exclamó, tornándose más roja aún.
Los otros dos ejecutaron un baile improvisado en torno a ella, cantando
al unísono.
—¡Maya tiene novio! ¡Maya tiene novio!
Esta permanecía sentada en su silla con la cara en llamas, espurreando
negativas.
Por fin sus compañeros se sosegaron y volvieron a sus asientos.
—Pero cuéntanos...
—...¿Y cómo es él?
—Yo... —empezó ella, levantándose. Al girar sobre un tobillo, terminó su
aseveración—: ¡no tengo novio!
—Aaah, ya, Maya, no te enojes, nada más te estamos molestando.
Maya alzó la nariz hacia los cielos, adoptando un aire de sufriente nobleza.
—Ustedes los hombres son todos iguales —declaró, y con eso salió rauda
del Centro de Operaciones.
Los dos técnicos la miraron irse, luego se volvieron el uno al otro.
—¿Los hombres?
—No creerás que...
Compartieron otra fugaz mirada.
—Nooo.
««««»»»»
Ritsuko extrajo a la fuerza una lata de cerveza, parcialmente molida, de
los dedos de Misato.
—Suficiente por hoy, señorita. La compré para cocinar y no te la puedes
beber toda.
La otra mujer emitió un desarticulado sonido de desilusión, pero entregó
la lata.
Mirándola, Ritsuko se rió una o dos veces.
—Casi me sorprende —dijo—, normalmente hace falta el doble para que
te emborraches.
Misato apenas había secado unas cinco o seis latas y ya estaba, si no
borracha, al menos bastante entonada.
—No he comío —balbuceó.
Asintiendo, Ritsuko volvió a dirigirse hacia la cocina.
—Bueno, para variar, eso es algo que puedo arreglar. Espera.
La Capitana Katsuragi no era capaz de moverse, así que, sí, esperaría.
Varios minutos después, la científica regresó, portando un cuchillo en
una mano y una manzana en la otra. Misato le dirigió una mirada de
incredulidad, con los ojos a medio cerrar.
—¿Fruta? —inquirió.
—Dale las gracias a Maya. Te dije que habíamos ido a comprar.
—Gracias, Maya —entonó obedientemente la capitana.
La rutina era muy antigua, bien establecida durante la época de
universidad en que ambas habían vivido juntas. Ritsuko no pocas veces
había atendido a Misato durante una resaca, o acostado a la muchacha.
En honor a la verdad, lo contrario también había ocurrido al menos
unas cuantas veces. Moviendo la cabeza, empezó a rebanar la manzana,
pasándole las rodajas a Misato.
—Caramba, está rica. Ya casi me había olvidado qué gusto tenían.
La afirmación de Misato hizo a Ritsuko recordar una conversación
anterior que había tenido ese mismo día. Con tremendo esfuerzo se
abstuvo de sonrojarse. En vez de eso, le pasó otra rodaja.
—Sí —contestó.
Al poco rato la manzana ya no existía. Pero no bastaba para hacer mella
al apetito de Misato, por lo que Ritsuko volvió una vez más a la cocina. Al
regresar, con un sándwich en la mano, descubrió que la mujer de pelo
oscuro se había quedado dormida en el sillón. Durante un momento, la
estudió. Había algo distinto en Misato cuando dormía, una especie de
tensión subyacente que parecía al fin relajarse.
Ritsuko se preguntó qué clase de sueños tenía la mujer.
««««»»»»
Kaji hizo su entrada al El Más Allá. Le asombraba lo cómodo que allí se
sentía. La atmósfera le proporcionaba gran confort: el dejo de olor a
cigarro, cerveza derramada y comida grasienta. Casi cualquier bar le
bastaba, pero en especial aquellos con mesas de billar y una buena
rocola. Y meseras bonitas nunca venían mal.
El Más Allá era, en Tokio-3, popular entre el personal de NERV y de la
ONU, por lo que no era sorpresa que reconociese a muchas de las caras.
Con una seña de la cabeza contestaba saludos y llamados, pasando por
entre las mesas, en dirección a la barra.
—¿Qué te sirves esta noche, Juanito? ¿Lo de siempre?
—Pero claro, ¿por qué no?
El barman era un hombre de baja estatura, una cruza desconocida de
orígenes étnicos, de pelo castaño oscuro y un leve acento. Todos le
decían "Pepe", y él llamaba a todos "Juanito".
—Muy bien, Juanito. Dos rubias, una morena, un Tom Collins doble, y
el del estribo.
Kaji esbozó un sonrisilla. La Sonrisilla Número Siete. Libertina, aunque
desenvuelta y con un pequeñísimo toque de inmodestia.
Con deliberado dramatismo, Pepe hizo la pantomima de buscar por los
anaqueles bajo el mostrador.
—Ah, lo siento mucho, Juanito. Se me acaban de terminar las mujeres...
Era una rutina conocida.
—Muero de pesar, ¿qué será de mí? —siguió Kaji, llevándose un brazo
a la frente, con la palma hacia afuera, suspirando—. Creo que voy a
tener que ahogar mis penas en alcohol.
—Tú lo has dicho.
El primer trago deslizó por la barra y llegó a un centímetro de la mano
de Kaji. Cliché, pero bonito detalle de todos modos. De verdad le
fascinaba este local. Tomó el vaso y lo apuró en un solo movimiento, lo
volvió a poner en el mostrador, apenas un poquito más allá del camino
de la cerveza que venía llegando. Sacudiendo la cabeza, emitió un breve
"Ahhhh".
—Te estás juntando mucho con la novia, Juanito.
Sonrisilla Número Once. —Yo le enseñé todo lo que sabe.
—Me lo imaginaba —afirmó Pepe con una levísima encogida de hombros.
Kaji se limitó a reír,y se llevó consigo el brebaje en dirección a las mesas
de billar. Según costumbre, tomó el desvío hacia la rocola. Era un modelo
anticuado, con discos verdaderos en lugar de un sistema de almacenamiento
computarizado. Echó en el aparato los contenidos de su bolsillo y seleccionó
temas al azar. La divina providencia parecía obedecer bien a sus gustos
musicales. Eso, y el hecho de que Pepe mantuviera la máquina aprovisionada
de buen material. Nada de ese moderno tecno-jazz, o peor, retro-country.
Colgó la chaqueta de una silla y seleccionó un taco para el billar. Hora
de carambolear en serio. Mientras ordenaba las bolas con el triángulo, notó
a un dúo desacostumbrado en una de las mesas. Shigeru Aoba y Hyuuga
Makoto no eran visitantes normales de El Más Allá. Sobre todo sin Maya.
Con paso relajado, se aproximó a ellos.
—¿Qué se cuenta, chicos?
Hyuuga estaba achispado, pero las palabras le salían lo bastante claras.
—No mucho —aseguró.
Por su parte, Aoba estaba en ruta directa a su Nirvana personal.
—Con miedo —farfulló.
Kaji pareció no ponerle atención. Cualquier parroquiano asiduo aprendía
a filtrar, deliberadamente o no, los balbuceos de alguien con unos cuantos
litros en el cuerpo.
—¿Nos jugamos una mesita? —propuso. Esos dos representaban una
oportunidad espléndida de satisfacer cierta curiosidad.
—Claro —contestó Hyuuga, levantándose. Aoba no se movió, con la
vista pegada a su cerveza.
Mientras volvían a la mesa de billar, Kaji señaló a Aoba con un pulgar
por sobre el hombro.
—¿Qué le pasa?
—Hace un par de días que el trabajo está bien pesado.
Le costó un gran esfuerzo alejar de su cara una sonrisa de tiburón al
acecho. En cambio, usó una Sonrisa Número Cuatro, inocente, aunque
compasiva.
—¿En serio? —invitó.
-Si te lo contara no me creerías.
—¿Tanto así?
Por toda respuesta Hyuuga hizo una especie de tiritón.
—¿Bola ocho? —consultó.
—Claro, parte tú.
Jugaron en silencio unos minutos. Kaji jugueteaba, tratando de hacer
carambolas e intentando meter múltiples bolas de un sólo tiro. De nada
servía terminar antes de obtener lo que estaba buscando.
—Buena.
—Gracias. ¿Así que Misato todavía anda de malas pulgas?
—¿Ah, supiste? —le llegó en respuesta a eso, con una mirada de soslayo.
—Rumores, nada más. Pero bueno, tú sabes...
No le hacía falta terminar. Todos sabían de su relación con Misato.
—Sí —concordó Hyuuga—. Entre ella y Maya, tenemos que andar en
puntillas.
—¿La linda de Ibuki?
Eso le ganó un cansado proyecto de sonrisa.
—Que no te oiga decir eso, te va a dejar sordo a gritos.
Pasar a la Sonrisa Número Dos. La "¿Quién, yo?", edición especial.
««««»»»»
Ibuki Maya estaba en el infierno. O al menos algo bastante aproximado.
Se había pasado cuatro horas esa tarde arreglando el desastre
resultante de la idiotez del operario del cuarto de máquinas. Debía
haber vuelto con Ritsuko después de eso. Sin lugar a dudas.
En vez de eso había decidido revisar un par de cosas más, instalar
unos cuantos programas de protección adicionales, luego modificar el
sistema de seguridad para que fuese un poco más inteligente. Tareas
simples. Nada que llevara más de veinte minutos, normalmente.
Después de dos horas, seguía sentada delante de su consola, tecleando
fatigosamente. Las nuevas rutinas todavía hacían conflicto con las
anteriores, suscitando pánicos infundados en el sistema, y en general
provocando canas verdes.
—Carajo, me quiero ir a mi casa —plañió.
Se estaba ahogando en desdicha. En cualquier momento iba a prorrumpir
en llanto, no le cabía duda.
No había nadie que escuchara sus quejas. Gendo, en un ataque de
tino inusitado, o generosidad aun más inusitada, había declarado el día
terminado y había mandado a todos a sus casas. Solo permanecía el
mínimo esqueleto de personal de mantenimiento y aseo.
Tardó dos horas más, pero al final logró tener todo más o menos estable.
Los programas de protección adicional habían sido guardados, dejados
para alguna futura sesión de depuración de código. La corrupción había
sido contenida y marcada para que el sistema automatizado de respaldo
no tratara de accederla. Le dolían los dedos. Le dolía la espalda. Le
dolían las piernas.
—¡Me quiero ir a mi casa!
La estancia pareció suspirar en concordancia.
««««»»»»
—La seis, buchaca de la esquina, rebote en la banda izquierda, de ahí
la siete en la otra esquina, al fondo.
—Ooooh, arriesgado.
Sonrisa Número Tres. De confianza, y no poca soberbia. Kaji subió el
taco a la mesa, alineándolo cuidadosamente. Era el tercer juego que
llevaban. Poco a poco, estaba obteniendo lo que quería. Misato le había
explicado las cosas desde el punto de vista de ella, pero sin duda este
estaba sesgado. No se podían tomar decisiones críticas basadas en eso.
—¿Y Maya se fue a su casa? —Golpe, bola bien encaminada.
—No creo.
La seis adentro.
—Seguía trabajando cuando nos fuimos de allá.
Falló con la otra. Kaji miró descontento la bola siete, que quedó
girando al borde de la tronera, luego hizo un gesto de exasperación.
Aoba emitió un quejido desde su silla, y Kaji pudo oír las palabras "las
mujeres dan miedo". El pobre muchacho estaba traumatizado.
—Ojalá esté bien la pobre Maya —ofreció.
—Lo mismo digo. Se lleva todo el trabajo pesado —afirmó Hyuuga.
Luego dejó sus labios torcerse en una rudimentaria, aunque reconocible,
Sonrisa Número Siete.
Kaji se rió.
—Me caes bien, Makoto. Ahora déjate de hacer tiempo y juega.
««««»»»»
Asuka hizo su entrada al departamento, se quitó los zapatos y tiró por
el piso su bolsón de la escuela. Algo olía bien. Muy bien.
—¡Oi! ¿Misato? ¿Shinji?
—Aquí adentro —llamó desde la cocina la voz soprano de Shinji.
Ella siguió a su nariz. Era un aroma hermoso, rico y como a pasta, a
pan horneado con un maticillo de carne asada. Olía a... olía a...
—¿Shinji, qué estás cocinando? —demandó.
—Un plato alemán. Ehh, bu... ¿bulkaseltzer?
La muchacha quedó momentáneamente perpleja:
—¿No será bubenspitzen?
—Ah, sí, eso. Saqué la receta de un libro. Cuesta mucho aprenderse esas
palabras alemanas.
El muchacho parecía hasta satisfecho consigo mismo.
Ella trataba de contener la risa que amenazaba con consumirla.
—¿Pero por qué bubenspitzen?
Él la miró y se encogió de hombros.
—Porque me dieron ganas de hacer algo distinto. Misato ha hecho ramen
cuatro veces esta semana. Me gusta el ramen, pero ya es como mucho,
incluso para mí.
Obviamente, él no sabía qué estaba preparando. Por un momento, ella
consideró indicarle a qué hacía mención la jerga popular con el nombre
de ese platillo. Al chiquillo tal vez le hubiera venido una hemorragia
nasal y se hubiera desmayado. La imagen la hizo sonreír. Qué
perfectamente apropiado que fuese él quien que lo estaba cocinando.
Todavía estaba algo sorprendida de que a él le hubiera dado por
cocinar. Claro, Shinji nunca protestaba cuando se le obligaba a hacer
labores domésticas, pero ahora parecía sinceramente contento de estar
cocinando. Hasta tenía puesto un delantal. ¿De dónde diablos lo había
sacado? ¿Y dónde había aprendido a cocinar bubenspitzen? No era uno
de los platos favoritos de ella, pero después de una dieta constante de
pescado y arroz y esos anémicos fideos japoneses, se le hacía agua la
boca ante la idea de cualquier cosa proveniente de su país.
Quería decir algo mordaz, sarcástico, quizá hasta cruel. Pero su deseo de
volver a saborear comida verdadera era abrumador. En cambio, consiguió
sacar un educado "¿Cuándo va a estar listo?" de detrás de su sonrisilla.
—Como en diez minutos —contestó él, volviéndose hacia ella y sonriendo—.
Ojalá Misato llegue a tiempo, a esta hora por lo general ya está acá.
Misato todavía sin llegar. Asuka archivó aquello para consideración
futura. La sonrisa de Shinji era también inquietante. Alguien una vez le
había mostrado a Asuka una foto de Ikari Yui, la esposa de Gendo y madre
de Shinji. Con el delantal y esa sonrisa, Shinji era casi idéntico a ella. La
única diferencia hubiera sido el color de pelo.
No era la primera vez que pensaba en que el muchacho parecía mujer.
Bastaba con ponerle un vestido con vuelitos y uno nunca hubiera
adivinado que era un él, no una ella. Sobre todo si se dejaba crecer un
poco el pelo. Asuka entretuvo la noción durante un instante, riéndose
mentalmente de la imagen de Shinji convertido en una de esas azucaradas
cantantes ídolo que tanto parecían gustarle a todos los japoneses. El
chiquillo ni siquiera habría tenido que agudizar mucho la voz.
—¿Cuál es el chiste?
Uy. Cayó en la cuenta de que se había estado riendo en voz alta.
—Nada. Voy a lavarme.
Mientras se cambiaba de ropa y se lavaba las manos, meditó un poco
más acerca de Misato. Ritsuko se había estado portando muy extraña.
Hasta Shinji el Mollera Dura y Rei la Muñeca Maravilla lo habían notado.
Pero la tutora de ambos se había estado comportando rara también.
¿Qué ocurría? Asuka detestaba no estar al tanto de las cosas. Algo
grande pasaba y ella no tenía ni idea. Hora de empezar a escarbar.
La cena estuvo superlativa. El bubenspitzen era sólo de calidad media,
y el rindfleischsuppe estaba un poco débil para su gusto, pero la comida
valía para al menos dos semanas de ramen instantáneo y arroz con
gusto a nada. Había sentido especial deleite en morder medio a medio
la masa con forma cilíndrica mientras le sonreía a Shinji. Él le devolvía
la sonrisa, dichoso en su ignorancia. Hasta la había servido con albóndigas
a cada lado, y la tradicional salsa blanca. Varias veces ella había tenido
que dejar de comer para reprimir la risa. El pobre chico únicamente
había supuesto que era porque ella disfrutaba la comida.
—Te quedó decente, Shinji. Me lo vas a tener que preparar alguna otra
vez.
Ahora, si sólo pudiera conseguir una buena salchicha bratwurst en
Tokio-3. Tal vez le consultaría a Kaji.
««««»»»»
—Ordénalas y empecemos de nuevo —balbuceó como pudo Hyuuga.
Ya iban como en el vigésimo juego, y como en la quinta jarra de
cerveza. Hyuuga iba directo a quedar como estropajo. Kaji estaba
definitivamente encumbrado, pero no borracho aún. Aoba estaba de
bruces sobre la mesa, tal como había estado desde las últimas tres
jarras.
Había demorado su buen tiempo en sonsacarle a Hyuuga los detalles
de los arrebatos de Misato y Maya sin que éste advirtiera el sutil
sondeo. Pero al final quedaba bastante obvio que Misato estaba casi
tan alterada como Ritsuko y Maya con todo el asunto. Sencillamente,
ella era más hábil para ocultarlo, incluso de sí misma. Eso era algo
en lo que ella había sobresalido todo el tiempo que él la conocía.
Ahora él estaba frente a un dilemilla. ¿Qué hacer? Podía fácilmente
torcer el resultado de la situación en casi cualquier dirección que él
quisiese, con sólo revelar lo que sabía a la gente indicada. U ofrecer
unas palabras de apoyo o negación en el lugar correcto en el momento
correcto.
No era trabajo suyo meterse en las vidas de ellas, causarles felicidad
o tristeza o cualquier otra cosa. Tampoco sentía compunción moral
alguna de hacerlo. Pero eran personas, personas que él conocía desde
hacía mucho. Los años de universidad estaban entre sus recuerdos más
vívidos, y muchos de esos recuerdos los incluían a los tres. Hizo una
pausa para meter la bola cuatro en una tronera lateral.
Al mismo tiempo, el inmiscuirse podía facilitar muchísimo su trabajo.
Cualquier final posible de este cuento podía servir para ventaja suya,
pero algunos más fácilmente que otros. Pero eso entrañaba el
omnipresente potencial de desastres, sobre todo si no tenía la
sutileza suficiente en sus manipulaciones. Eso haría su trabajo casi
imposible. La confianza y simpatías de la amistad se evaporarían para
dar paso a la hostilidad hacia el entrometido.
Falló en un tiro con rebote particularmente difícil y se gruñó él mismo,
habiéndole dejado una seguidilla muy fácil a Hyuuga. El hombre estaba,
lo más probable, demasiado borracho como para ejecutarla, pero el
error lo irritó de todos modos.
—Ahh, mala suerte, viejo.
Kaji se puso una Sonrisa Número Nueve falsa.
—Te toca, socio —indicó.
Tendría que ser muy sutil.
««««»»»»
Creciente preocupación empezó a corroer el estómago de Ritsuko.
Maya seguía sin volver. No había llamado. Nada. Se hacía tarde.
Estaba sentada en el sofá, con una taza de chocolate caliente en las
manos. Consideró llamar a Maya. No, no tenía derecho. Maya solo
había dicho que volvería, no cuándo.
Una hora antes, el teléfono había sonado, pero resultó ser un vendedor.
Se preguntó cuánto tiempo estaría el hombre sordo de ese oído. La
mayor parte del día lo había pasado limpiando. No sabía cómo la ducha
había quedado abierta, y el piso del baño estaba hecho un desastre.
Amén de que sus hábitos de limpieza normales eran menos que
perfectamente diligentes. Estaba cansada de nuevo, pese a haber
dormido hasta tarde. Sus ojos montaban resistencia, cayendo poco a
poco mientras trataba de mantenerse despierta.
Al fin, llegó. El golpe callado y tímido a la puerta. Ritsuko casi saltó
del asiento, el agotamiento sublimándose, convertido en trepidante
expectación. Intentó componer la cara mientras abría la puerta. Fue
un empeño inútil. En el instante en que vio a la persona del otro lado,
la cara se le trocó a una expresión de completo horror.
Ibuki Maya le sonreía, extenuada. Tenía el pelo desgreñado y la blusa
manchada y arrugada, el cuello desabrochado. Mirando hacia el piso,
murmuró:
—Debo estar hecha un espanto.
—Ay, Maya... —Se interrumpió, sintiendo lágrimas en el borde de los
ojos—. ¿Qué pasó? ¿Estás bien?
Las palabras no hacían sino caerle de la boca. Asió a la morena de un
hombro, mitad arrastrándola, mitad guiándola al interior del apartamento.
—Sí, estoy bien.
—Siéntate, siéntate. Antes de que te caigas. Ten. —Ritsuko puso en las
manos de Maya la taza que antes había sostenido ella.
Maya tomó un sorbo, luego trató de sonreír al saborear la dulzura. Le
salió más como un gesto de fatiga. Con cuidado, dejó la taza en la mesa
de centro y luego se dejó caer contra los cojines del sofá.
—Estás hecha una tragedia.
Un quejido impreciso fue la única respuesta que Maya pudo emitir.
—Ven, siéntate derecha.
La joven no hizo más que estirar una mano. Ritsuko la tomó, tiró de
ella, y enderezó casi por completo a Maya. Con delicadeza, la puso de
lado sentada en el sofá, y hundió los dedos en los hombros de Maya.
En realidad nunca le había hecho un masaje o friega a nadie, pero,
habiendo sido la receptora de los talentos de Maya, se las rebuscaría.
—Qué rico —balbuceó la masajeada, descansando contra las manos
de la rubia.
Un alud de orgullo y afecto corrió por dentro de Ritsuko.
Estuvieron en casi completo silencio por cerca de diez minutos antes
de que sucumbieran a la mutua fatiga. Tras una retahíla de bostezos,
Ritsuko dejó caer las manos.
—Tienes que acostarte a dormir, te puedes volver a quedar acá. Si tú
quieres, digo.
Maya hizo un sonido afirmativo en respuesta.
Levantándose, Ritsuko volvió a ofrecer la mano y levantó a Maya del
sofá. Estuvieron de pie muy juntas durante un momento, los brazos de
Ritsuko cómodamente en torno a la cintura de la mujer más pequeña.
—Buenas noches, Maya.
—Bhs'noshes, sempai.
Cediendo al instinto, Ritsuko se inclinó hacia adelante y le dio a Maya
un beso delicado en la mejilla. Una sonrisa soñolienta se extendió en
la cara de Maya, y Ritsuko sintió algo cálido por dentro. Otra nueva
sonrisa. Se preguntó cuántas habría por descubrir. Con un suave
empujón, envió a Maya al cuarto de invitados. La muchacha tal vez
ya estaría durmiendo antes de caer en la cama. Retrocediendo, se dio
media vuelta en dirección a su respectiva habitación.
Sin tomarse el trabajo de desnudarse, se metió en la cama. Yéndose en
el sopor, tuvo la apremiantísima sensación de que algo importante se
le olvidaba. Pero antes de poder acordarse, los largos brazos del sueño
la abrazaron y se la llevaron consigo.
««««»»»»
Con la chaqueta al hombro, Ryoji Kaji deambulaba por la calle, silbando.
Acababa de ir a dejar a Hyuuga, luego de que ambos lograran llevar a
su casa al completamente cañoneado Aoba. Se compadecía de la resaca
que esos dos tendrían en la mañana.
El aire nocturno se sentía fantástico, fresco en los pulmones, fuerte en
la cara. Apenas una pizca de humedad, precursora de algún aguacero
de medianoche. No se oía sonido alguno, más que sus pasos. La ciudad
entera parecía estar conteniendo la respiración.
Ja, ése era uno de los únicos problemas de Tokio-3. No pasaba ni una
hora de la medianoche y ya cerraban todo. Faltaba que arremangaran
las aceras. En realidad, así lo hacían con algunas, literalmente. La idea
le hizo aflorar una cuasi sonrisa.
Eso, y lo otro era que no había dónde encontrar unas salchichas bratwurst
decentes. Una de las pocas comidas alemanas por la que había adquirido
gusto en su tiempo allá. Tal vez le preguntaría a Asuka.
Así, caminaba. Y silbaba. Y planeaba.
Planes gloriosos. Todo saldría perfecto. Sí: perfecto.
««««»»»»
Ikari Gendo hacía sus propios planes. No parecía haber nunca un
momento en que dejara de hacerlos. Cuando se quedaba sin más cosas
cosas que planear, planeaba cómo hacer que sus planes se realizaran.
O planes para cuando algún otro plan fallara. Planes dentro de planes
que sustentaban otros planes. Un fractal floreciente de intrincados
planes, cada uno distinto, pero todos conformando un hermoso e
íntegro todo.
El plan perfecto era aquel que funcionaba con ideal infalibilidad, en que
cada pieza interactuaba con las demás, construyendo un fin preciso e
inexorable. Pero los planes perfectos eran tan infrecuentes. Los planes
de cualquier magnitud por lo general dependían de otras personas. Y
ese era un elemento complejísimo de planear.
Se sirvió otro vaso de coñac; el líquido ámbar afluyó a la copa.
Llevándosela a los labios, saboreó el bouquet sutilmente complejo que
se deslizaba por su lengua.
Una o dos copas más, y el rugido de los planes en su cabeza se
acallaría lo suficiente para permitirle dormir unas horas.
««««»»»»
Lentamente, Misato retornó al mundo de los vivos. Estaba oscuro, y
un trueno distante hizo eco en el dormitorio. No, esa no era sino la
resaca que le martilleaba el cráneo. Era una sensación con la cual
tenía la desgracia de estar íntimamente familiarizada. Cada latido de
su corazón era un bombo entre las sienes.
Rodó en la cama, yaciendo de espaldas. Era un techo desconocido.
¿Dónde estaba? Devanándose la memoria, trató de recordar. Ah, sí.
El apartamento de Ritsuko. Se había emborrachado. De nuevo.
No obstante, algo no andaba bien. Aparte del infernal dolor palpitante
y la boca como llena de algodón. Escudriñó el entorno. Al mover la
cabeza hacia la izquierda, reconoció el cuarto de invitados del
apartamento de Ritsuko. Ritsuko debía haberla acostado después de
que se emborrachara. La embistió una oleada de nostalgia; era igual
que en la universidad.
Pero eso no explicaba la sensación de "algo no anda" que percibía.
Tenía la ropa levemente torcida en torno al cuerpo, hundiéndosele
incómodamente en la entrepierna y los hombros. Tampoco era eso,
aunque temía casi con total seguridad que tendría que plancharla. Tal
vez podía convencer a Shinji de que lo hiciese por ella.
Se sentía abrigada, acalorada casi. No había mantas, pero sentía
calidez. El aire del dormitorio no estaba tan tibio, cómodamente fresco,
en realidad. Eso era más cercano al problema.
Los brillantes dígitos rojos del despertador pulsaron frente a sus ojos,
bailando en la penumbra. 3:27. Tarde, pero no tan tarde. No, ese
tampoco era el problema.
Al fin lo identificó. Otra sensación que había olvidado de sus días de
universitaria. Había alguien más en la cama. Y no sabía quién.
Con suma lentitud volvió la cabeza para el otro lado. Un millón de
pensamientos le corrieron por la mente mientras el techo avanzaba por
su campo visual. ¿Sería que Ritsuko la había acostado y luego se le había
unido? ¿Para aprovecharse de ella? Reprimió la idea. Además, todavía
tenía la ropa puesta, ¿no?
¿Sería un hombre? Era algo que ella había hecho en la universidad. Cada
vez se juraba que sería la última, pero, sin saber ella cómo, siempre
volvía a pasar. No. Un hombre no era, no en la casa de Ritsuko.
La respuesta centelleó en su mente casi en el mismo instante en que sus
ojos aterrizaron en la cara durmiente junto a ella. Maya. Por supuesto.
La muchacha del pelo castaño estaba acurrucada en el futón, a su lado,
con los brazos apretados contra el pecho y la barbilla recogida. La parte
de Misato que reaccionaba a los perritos, gatitos y niños pequeños entró
en funcionamiento, a toda máquina. Le daban ganas de estirar la mano
y acariciar la cabeza de la mujer que dormía. El aura de inocencia era
casi tangible.
En un momento de cegadora claridad, cayó en la cuenta de por qué
Ritsuko había saltado con tanta agresividad al preguntarle ella si Maya
se encontraba bien. Ritsuko había interpretado la pregunta como una
acusación de haberle hecho daño a Maya. Y entonces había reaccionado
como una loba cuyo cachorro era amenazado. En este momento, admitió
Misato, si alguien le hubiera dicho lo mismo a ella, habría reaccionado
de igual manera.
Manteniendo sus movimientos lentos y seguros, se incorporó. La resaca
se le había disipado tan repentinamente como había golpeado. Lanzándole
una mirada fugaz a Maya, se preguntó si sería posible embotellar aquello.
Cura Milagrosa de Lindura, para la mañana después. Una sonrisa de
afecto le tocó los labios.
La muchacha durmiente estaba aún vestida con su uniforme de NERV,
lo que secretamente aliviaba a cierta parte de Misato. El traje gris se
encontraba más arrugado de lo que pudiera explicar el dormir con él.
Manchas de grasa en las mangas y en el cuello eran indicio de que Maya
había estado metida dentro de sus máquinas. Debió de haber ido a
trabajar y luego venido hasta acá a dormir.
El entrecejo de Misato se arrugó. ¿Y por qué había ido a trabajar? Se
suponía que ella se iba a quedar aquí ayudando a Ritsuko a aclararse
la cabeza. O a lo mejor... clausuró la imagen antes de que se formara
completamente. Las palabras de Kaji le hicieron eco en la cabeza: "¿Y
cuál es la diferencia?" ¿Cuál era la diferencia? Ella no tenía ninguna
respuesta satisfactoria. Obviamente, para ella sí hacía alguna diferencia.
¿Pero por qué?
Con un sonido quedo, casi un quejido, Maya empezó a moverse.
Ausentemente, Misato bajó una mano, y usó el pulgar para limpiar un
manchón de la mejilla tersa de la muchacha. Esta se volvió hacia aquel
contacto, casi acariciando con la nariz la mano de Misato, luego se quedó
quieta, y se durmió más profundamente.
Llevándose la mano delante de la cara, Misato se la quedó mirando en la
oscuridad. La mancha estaba ahora extendida por la yema de su pulgar.
La tocó con el dedo índice, extendiéndola un tanto, pero sin borrarla. Un
espanto indescriptible se le percoló desde las profundidades del alma.
Se salió de la cama casi de un salto, y se movió hacia la puerta lo más
rápido que pudo en la oscuridad. Un solo pensamiento le llenaba la mente.
Tenía que salir de ahí.
««««»»»»
