Renuncia: Todo a Kohske.

Notas: Hacía tiempo que no escribía a la OTP infravalorada (?). ¡Espero que la lectura se disfrute!


Llora, llora


«A mí sí que me gustan tus piernas mecerse

como si fueran olas. Por lo que se ve

me gustó tu mar y tu canoa.

Llora, llora, llora mi pena de amor»

Los Piojos.


Tocarla sería como rasparse con sus calles de cemento mojado.

Y a él le tienta de vez en vez pasar sus uñas carcomidas sobre la humedad que ella trae sobre la piel. Sabe que si la toca él hervirá y buscará desesperadamente la lluvia bajo sus párpados (besándolos, de manera torpemente suave). A veces se atreve a serle honesto a la oscuridad perpetua y admitir que jura que ve a la noche entera sobre su mirada de dama extraviada.

(le tienta besarle esos labios paspados).

Pero es sólo él con su cigarrillo gastado en una mano mientras que la otra le seca las lágrimas, una a una, que caen sobre sus mejillas tibias y su mandíbula que le tiembla exageradamente. «Alex-chan llora mucho», piensa, «y podría usar esos llantos amnésicos en sus canciones de cuna». Pero no hace más que mirarla con una leve indiferencia cruel, a pesar de que su cuerpo otoñal le tiente la vida. Y Worick es pésimo consolando las pesadillas ajenas (pues él trae las suyas muy bien guardadas).

–Llora, Alex-chan, llora.

Y ella le hace caso.

Es el silencio perpetuo de la noche bella, y ella con su vestido floreado todo torcido y las lágrimas asomadas entre las grietas de su piel, en el lamento eterno de no saber por qué se llora, de no saber qué pesadilla anda enredada entre sus huesos («amnésica, amnésica, eso soy, una maldita amnésica»). Son sus gritos melódicos sobre la luna tenebrosa alumbrando los pasos tranquilos de Worick, que la buscan hasta la habitación, y tiene el gran atrevimiento de pensar que ella es hermosa cuando trae los ojos de barro aguado.

–Llora, Alex-chan, llora–repite.

Y ella tiene el atrevimiento de abrazarlo.

El cigarrillo le cuelga de los dedos blancos y al tiempo no le interesa detenerse a sanar las heridas fúnebres de ambos. Pero Worick quiere sanarle (aunque torpemente lo intente) esas grietas que ella trae sobre sus armonías místicas pues él se ha declarado melómano hacia la humedad de su música. Y ella sin saberlo, en las penas nocturnas, se vuelve la noche de sueños dulces de él, sus favoritas (pues Worick tiene un temor secreto que son esas viejas pesadillas de monstruos sonrientes y ojos arrancados). Susurra: «Quiero tener insomnio sobre tu noche oscura». Pero ella no lo oye.

–Llora, Alex-chan, llora.

Y ella deja de hacerlo.

(y las manos de él la están rodeando, hirviendo).

Es Alex-chan suspirando con esa voz melódica que él tanto adora y escondiendo su rostro seco en el hombro de él, arrullándose con su calidez que él creyó perder bajo la lluvia.

(ah ah ah ah ah… esta chica de noches dulces).

Él recuerda, cuando ambos corresponden su abrazo mutuo, aquellos ojos grisáceos bajo la lluvia fría cuando ella le mostró su espanto. «Entonces», piensa de nuevo (esta vez no se atreve a hablar), «Alex-chan es como una calle desierta y lluviosa, y si yo la toco me extraviaré entre sus aceras y sus ventanas empañadas de la ciudad que anda en busca de alguna infancia. Si yo la toco…».

Y él la toca.

(a su alma).

Su alma es como un cielo gris donde uno anda en busca de algún sol.

Entonces es simplemente el mundo que se ha extinguido por sus monstruosidades andantes, él que es un sonámbulo que padece de insomnio sobre ella y esta chica que es una noche dulce y canta canciones de pena para arrullar a ambos mutuamente.

Hay cierto beso escondido bajo la noche.

Lloren, lloren.

.

.