Disclaimer: nada me pertenece
Fic en proceso de reedición
Canción: Florence + The Machine - Seven Devils
PRIMERA PARTE: EL VELO
1
Londres
La maldición asesina golpeó en el pecho de Sirius. Su varita se desprendió de sus dedos y, lentamente, con la imagen de su ahijado frente a él, cayó en el interior del Velo, sintiendo cómo se lo llevaban de allí.
Caía en lo que parecía un enorme vacío. Podía ver las mismas figuras de personas que vio cuando se encontraba enfrente del Velo, antes de caer. Tras una eternidad, salió a través del arco, por el lado contrario al que había entrado. La estancia, la misma que había dejado antes, estaba a oscuras. Hacía un frío terrible y no había rastro de Harry, de Remus o de ninguno de los otros. Pudo ver su propio aliento escapándose de su boca. El Velo permanecía igual que antes.
Sus ojos intentaron adaptarse a aquella oscuridad. Cuando pudo ver mejor, se dio cuenta de que la sala estaba en un deplorable estado, con las gradas semiderruidas y destrozadas. Tras asegurarse de que no había nadie, salió de allí.
El Departamento de Misterios estaba totalmente a oscuras. Ni siquiera la sala de recepción se encontraba iluminada, cuando recordaba que al llegar, pudo comprobar como las antorchas estaban totalmente encendidas. A duras penas consiguió salir del departamento. Los oscuros pasillos permanecían en silencio. Ni siquiera podía oír a los operarios de la limpieza.
Subió por uno de los ascensores hasta el Atrio, igualmente vacío. Sin embargo había algo extraño en aquel lugar. La gran estatua que presidía la entrada se encontraba derruida. Los ventanales que daban a los despachos estaban hechos añicos. Y en el ambiente había un fuerte olor que Sirius no podía aguantar. Aquel sitio estaba mejor iluminado, pudiendo comprobar cómo las paredes estaban llenas de manchas de sangre. Algunas tenían forma de manos, como si alguien, ensangrentado, se hubiese apoyado en una pared para descansar.
Caminó por la gran sala, viendo que además había muchas más manchas rojas, lo que a Sirius le pareció acertadamente que de nuevo era sangre. Escuchó un ruido, como algo que se caía.
―¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
De nuevo escuchó un ruido que se acercaba. A lo lejos, de un pasillo, salió una figura. Estaba encorvada y permanecía quieta.
―¿Hola? Eh, amigo, ¿sabes qué ha pasado?
Pero la figura permanecía quieta. Sirius prefirió marcharse de allí.
Llegó lo más rápido que pudo hasta las chimeneas, pero estaban selladas. No le quedaba más remedio que salir por la entrada de visitantes
Por fin pudo salir a la calle. Era de noche y no se oía ni un alma. Ni un coche, ni una persona que volviese a casa del trabajo o que saliese de fiesta. Todo estaba totalmente a oscuras, cuando lo normal sería que la calle estuviese plenamente iluminada. Las farolas estaban rotas y apagadas. Había cristales rotos por todas partes. Los escaparates de las tiendas se encontraban destrozados y, en un momento que pasó frente a una, Sirius pudo comprobar que la habían desvalijado.
Caminó hasta que finalmente la vio. Una figura baja, al final de la calle, que pareció sentirlo. Lentamente, ésta se dio la vuelta, pero estaba oscuro y Sirius no podía verlo bien. Caminaba lento, encorvado y Sirius juraría que emitía un extraño y gutural sonido.
―Eh, amigo. Menos mal que encuentro a alguien. ¿Sabe qué ha pasado aquí? No es normal que todo esté tan oscuro y…
La parpadeante luz de una farola permitió verlo. Del susto, Sirius se sobresaltó y cayó al suelo, golpeándose contra él. Se palpó la chaqueta con las dos manos, buscando su varita, pero no la tenía. Debió de caérsele antes de entrar en el arco, cuando Bellatrix le lanzó la maldición.
Era una figura horrenda. Caminaba con los brazos caídos, como si le pesasen. Emitía un sonido de escalofrío, pero lo peor era su cara. Estaba desgarrada, como si alguien se la hubiese mordido y arrancado parte de ella. La mandíbula era visible y sus ojos no mostraban vida alguna. Pero, sobretodo, emitía un olor similar al que sintió en el Ministerio, un olor a putrefacción. Parecía como si aquel ser estuviese muerto, pero sin embargo estaba ahí, de pie y pudiéndose mover.
A duras penas, Sirius se levantó y corrió lejos de aquel ser. Sin embargo llegó a otra calle y pudo contemplar horrorizado como había más de esas criaturas, que se percataron de su presencia. Rápidamente se metió en un coche abierto y cerró la puerta, mientras aquellos horrendos seres trataban de cogerlo. Inmediatamente se dio cuenta de que eso había sido un error, porque cada vez más criaturas llegaban, rodeándolo. Afortunadamente, pudo salir por la otra parte del coche.
Corrió hasta un callejón, mientras aquellos seres lo seguían a lo lejos. Por suerte consiguió llegar hasta una escalera de incendios, por la que subió. Una vez en el tejado del edificio, se sentó a descansar.
¿Qué estaba pasando? ¿Qué eran esas cosas? De repente, oyó un ruido, como un chasquido. Alzó la vista y vio a dos personas, una de las cuales, un hombre, lo apuntaba con un artefacto que Sirius reconoció como una pistola.
―Diga algo ―le ordenó el hombre. Vestía una camisa blanca, con manchas de sangre y un pantalón vaquero. El pelo largo y sucio cubría parte de su frente. Tenía además una barba de hacía varios días y unas profundas ojeras surcaban sus ojos.
―Mark ―le llamaba la mujer, suplicante. Le tiraba del brazo, como queriendo marcharse de allí. Era una mujer de mediana estatura, más baja que el hombre. Llevaba también unos vaqueros y una camiseta negra. Tenía una venda en un brazo.
Sirius se levantó, pero el hombre, el tal Mark, lo seguía apuntando.
―Por favor… ayúdenme ―suplicó Sirius.
Mark bajó la pistola.
―¿Está herido?
―Sólo algunas magulladuras, pero…
―No me está entendiendo. ¿Lo han mordido?
Sirius parecía no comprender. La mujer le habló.
―Te muerden, eso es lo que ellos hacen. Lo único que quieren, su único objetivo, es comerte. Si te han mordido, serás uno de ellos.
Sirius negó con la cabeza.
―No, no me han mordido. He tenido a varios cerca, pero no me han mordido.
Mark se acercó hasta Sirius y miró hacia abajo. La calle estaba llena de esas cosas. Los miraban desde abajo, alzando los brazos para, en vano, intentar atraparlos.
―Los has atraído. Ahora será difícil que se vayan.
―Pero, ¿por qué? Es evidente que no pueden cogernos.
―Ellos pueden olernos. Se darán cuenta de que estamos aquí. Tenemos que darnos prisa. Lisa, avisa a los demás. Nos largamos.
Entraron por una puerta, pero Sirius parecía no poder moverse. Mark volvió.
―Eh, tú. Mejor que vengas con nosotros… si quieres vivir.
Por fin reaccionó. Pasó por la puerta y bajó por unas escaleras estrechas. Llegaron hasta una sala. Parecía una especie de oficina, pero todo estaba al retortero. Las mesas y sillas estaban volcadas y los ficheros estaban igualmente tumbados. Había miles de papeles que el viento, a través de una ventana abierta, se encargaba de volar. Se encontraron con dos hombres, una mujer y una niña. Todos miraban extrañados a Sirius. La tal Lisa iba con ellos.
―Mark… están ahí fuera. Lo siento, nos han visto.
―No importa, Heather, es hora de irnos.
Pero uno de los hombres parecía resistirse.
―¿Irnos a dónde, Mark? Aquí estamos seguros.
―Oliver, las puertas no resistirán. Iremos por las alcantarillas. No podrán alcanzarnos.
Bajaron por las escaleras hasta lo que Sirius supuso que era el sótano, pues había varios utensilios propios de un conserje, así como tuberías y una gran caldera. Tras eso, Mark abrió una especie de trampilla en el suelo y bajaron uno a uno. Cuando estuvieron todos, Mark cerró la trampilla. Una vez dentro, encendió una linterna.
Caminaron por un corredor oscuro. Por suerte tenían la linterna. Accedieron por varios sitios, hasta que Mark decidió parar. Por suerte, Heather y Lisa tenían provisiones en mochilas que llevaban colgadas del hombro. Las dos juntas pasaron pequeñas cantidades de alimentos a los demás. Lisa le pasó una onza de chocolate a Sirius.
―Ten, seguramente necesites comer. No puedo darte más. La comida escasea, es difícil encontrarla y tenemos que racionarla.
―Muchísimas gracias ―le agradeció Sirius. No se había llevado nada a la boca desde hacía mucho tiempo.
Comieron durante un breve instante. Aunque el chocolate lo reconfortó, Sirius necesitaba más.
―¿Y bien? ―preguntó Mark ―. ¿Cuál es tu historia?
Sirius tomó aire. Necesitaba meditar sus palabras. Obviamente decir que eras un mago y que habías llegado allí por medio de un velo mágico no tenía mucho sentido en ese momento.
―Mi nombre es Sirius Black. Yo… estaba escondido con otras personas en un edificio cercano. Pero esas… cosas me encontraron.
Todos lo miraban como creyéndose su historia. Mark habló.
―Me llamo Mark Thomson. Yo trabajaba en el Ayuntamiento. En Obras Públicas. Por eso conozco bien las alcantarillas. Cuando esto empezó, estaba en ellas, debajo de Hyde Park. Sabían lo del Centro de Londres, pero tratábamos de seguir con nuestras vidas. Mis compañeros y yo subimos a la superficie, pero cuando vimos todo esto… Desde entonces lo dejé todo y me dediqué a buscar a mi mujer a mi hija. No sé nada de ellas… confío en que llegasen a un refugio. Nosotros intentamos llegar a uno, pero ellos nos lo impiden.
Sirius miró al resto. Lisa habló.
―Yo me llamo Lisa Dawson. Trabajaba como profesora en una escuela infantil. Durante un tiempo protegí a los niños de la escuela, atrincherándonos en ella, pero con el tiempo no pudimos más. Ella es Amy, una de mis alumnas. La única que queda.
La pequeña Amy se encontraba acurrucada y con la cabeza apoyada en las piernas de Lisa, pero Sirius podía ver cómo estaba totalmente despierta y con una expresión de alerta. Llevaba un vestido rosa muy sucio y unas ajadas zapatillas.
―Yo soy Joseph Winters y él es mi pareja, Oliver James. Estábamos en el supermercado cuando todo empezó. Los dueños cerraron las puertas y aguantamos unos meses allí, hasta que nos fuimos. A veces volvemos al no poder escapar, para recoger provisiones. Los que estaban allí… simplemente ya no están.
Joseph vestía una camiseta roja a rayas. Era más corpulento que Oliver, que parecía más pequeño. Este vestía una camiseta verde, con un grabado que decía Cambridge. Por último, Sirius miró a la última mujer. Era alta, de pelo moreno y llevaba un vestido azul oscuro.
―Me llamo Heather Griffin. Estaba con mi hija en el parque cuando nos atacaron. La mordieron y yo no tuve más remedio que huir.
―Con el tiempo, todos acabamos encontrándonos. Desde entonces nos protegemos mutuamente. Nos encontrábamos en aquel edificio, pero tu aparición ha cambiado las cosas ―dijo Mark.
Sirius quería preguntar qué era todo aquello, qué estaba pasando, pero un ruido los sobresaltó. Mark se levantó, sin encender la linterna. De inmediato cogió a Amy.
―Nos vamos, será mejor buscar un sitio donde pasar la noche.
Caminaron por las alcantarillas hasta que Mark dio con una por la que subió. Se encontraban en medio de un callejón. Mientras salían, Mark y Amy llegaron hasta una puerta que el hombre abrió. Una vez hecho, todos entraron.
―No lo creo posible, pero diría que nos seguían por las alcantarillas. Eso, o algunos quedaron atrapados allí cuando todo empezó.
Subieron por unas escaleras hasta una sala de recepción. Estaban en lo que parecía ser un hotel. Las plantas estaban completamente muertas, debido a que nunca habían sido regadas. Una pequeña lámpara titilaba.
―Registraremos esta planta y nos quedaremos aquí si vemos que todo está bien.
Poco a poco se dispersaron, registrando aquella planta. Amy, sin darse cuenta, se quedó sola. Llegó hasta una puerta, la cual abrió, viendo asustada a una de aquellas criaturas. Gritó con todas sus fuerzas.
―¡Amy!
Oliver consiguió agarrar a la niña y apartarla de aquel ser, que se abalanzó sobre ella. Corrió con todas sus fuerzas hasta que llegó con los otros. Mark tenía su pistola en la mano. Cuando la criatura llegó, Mark le voló los sesos. Sirius no pudo soportarlo, y cayó al suelo.
―Lo has… lo has…
Pero no podía articular palabra alguna.
―Sí, lo he hecho. Es el mejor método. Dispararlo en el corazón habría sido una pérdida de tiempo y de munición. Por desgracia no podemos quedarnos aquí. Los demás lo habrán oído. Será mejor irnos.
Salieron por donde entraron y se metieron por unos callejones. Sirius no podía articular palabra. Mark había matado a aquella cosa sin mostrar un leve atisbo de clemencia.
―Es el cerebro. Hay que destruirlo cuanto antes. Ya oíste a Mark, da igual si los disparas en cualquier otra parte del cuerpo. Ellos siguen avanzando. El cerebro es lo que les permite estar en pie. Si se destruye, se acaba con ellos ―le contó Lisa, que apareció a su lado.
―Pero él lo mató.
Lisa parecía no comprender lo que Sirius decía.
―Pero Sirius… ellos ya están muertos.
Avanzó un poco más rápido para estar al lado de Amy. Sirius se quedó sólo, aterrado.
Caminaban por las vías del tren mientras veían como el Sol se iba poniendo.
―Será mejor buscar un sitio donde pasar la noche. Es entonces cuando son más numerosos ―anunció Mark.
―Por aquí hay un centro comercial. Conozco la zona, vamos ―dijo Joseph.
Bajaron por unas grandes escaleras mecánicas hasta llegar a una gran sala.
―Mirad, allí ―señaló Oliver.
Llegaron hasta una pequeña tienda en la que Sirius pudo ver que ponía 24 horas. Entraron todos. Mark echó la verja abajo. Era la típica tienda de ultramarinos, con cantidad de alimentos para comer en un momento, tales como chocolatinas o refrescos.
―Esto servirá. Al menos evitará que entren, pero tendremos que hacer guardias. De momento no he oído nada. Procurad no hacer ruidos fuertes.
―Mirad, chocolate ―dijo Amy, contenta.
Cogieron varias chocolatinas y dulces. Lisa le pasó a Sirius una bolsa de patatas y unas bebidas.
―Necesitas comer otras cosas. Tanto chocolate te sentará mal. Y te necesitamos en tus plenas capacidades.
Se sentó en el suelo y engulló la comida. Oliver se sentó a su lado.
―Sé que estás asustado. Yo tampoco podía creerlo cuando vi como un poli le disparaba en la cabeza a mi madre ―Sirius le miró. Oliver tenía la mirada perdida ―. Nos encontrábamos de compras en un supermercado. Mi madre era la única que aceptaba mi homosexualidad. Estábamos en las cajas, y en los televisores daban las noticias. Hablaban de una enfermedad en el Centro de Londres, la cual se propagaba rápidamente.
―Pero no era así.
Oliver negó con la cabeza.
―El Centro era prácticamente inaccesible. Y sin embargo podías verlo. Gente moribunda, que atacaba a otras personas por la calle… ―bebió un poco ―. Un día mi madre vino a casa. Vivía a dos calles. Tenía la muñeca ensangrentada. Decía no sé qué de un loco que la había mordido. Minutos después, murió.
―Lo siento.
Oliver lo miró, agradeciéndoselo.
―Yo lloraba. Pero algo ocurrió. En Internet había páginas que decían que te convertías en uno de ellos, que morías… y después te levantabas. Yo no me lo creía, pero Joseph leía mucho sobre eso. Entonces pasó. Abrió los ojos y se levantó. Me miró y trató de morderme. Por suerte escapamos. Cuando salimos a la calle, había varios policías. Uno de ellos vio a mi madre… y le voló los sesos. ¿Y sabes lo que me dijo cuándo me vio? "Con el tiempo me lo agradecerás" ―Oliver bufó ―. Capullo. Supongo que se lo comerían con el tiempo. O… bueno… No quise decir eso.
Permaneció en silencio. Finalmente se levantó, sin decir nada, y se sentó junto a Joseph, que lo abrazó. Por su parte, Heather se acercó a él.
―¿Cómo estás?
―Bien, gracias.
Heather cogió una chocolatina.
―Joder, antes me encantaban estas cosas. Mi hija y yo las comíamos mucho. Yo era doctora. Trabajaba en casa, pasando consulta. Cuando mordieron a mi hija, la socorrí, pero pude ver cómo su vida se escapaba de mis manos. Los primeros días ayudaba en los hospitales de campaña, en especial en el del Centro de Londres. Llegaban militares con mordeduras. Podía ver con mis propios ojos cómo morían y se volvían a levantar, tratando de comerse a los médicos. Uno de ellos fue mordido. Los militares que estaban con nosotros los mataban de un tiro en la cabeza. De repente, un buen día, nos fuimos. Cuando la situación se hizo insostenible.
Terminó su relato. Sirius no decía nada. Todas aquellas personas parecían tener mucho que contar. Se cruzó de brazos e intentó dormir, pero no pudo. Estaba seguro de que nadie podía. Mark hacía la guardia, pero esa noche todos permanecieron despiertos.
En lo que le pareció un instante, estaban de nuevo en pie. La noche había sido tranquila, y por suerte fuera no había de aquellas criaturas. Sirius llegó hasta Mark.
―¿A dónde vamos?
―Heather me dijo que al norte hay un refugio, con gente que busca a supervivientes. Pero la ciudad parece haberse vuelto prácticamente infranqueable.
Sirius parecía tener muchas preguntas.
―¿Lo habías hecho antes?
―¿El qué?
―Disparar a alguien.
Mark le miró.
―Sí. Esa pistola era de mi padre. Siempre la tuvo. Dijo que era para protegerse, pero a mí nunca me gustaron. Mi mejor amigo se pegó un tiro delante de mí hace diez años. Sin embargo, él tenía razón. La primera vez que la utilicé fue para volarle la cabeza, porque uno de ellos lo mordió. Me suplicó que lo disparase.
Siguieron andando, rumbo al norte.
―¿Y tú? ¿Has matado a alguno de ellos?
Sirius negó.
―No, nunca.
―Llegará el día en que lo hagas. Eres muy extraño, ¿sabes? Perdona, pero nunca me creí tu historia. Es como si tratases de ocultarnos algo ―lo miró de arriba abajo ―. Cuando esto empezó, decían que del Centro de Londres sacaban a gente realmente extraña, con ropas estrafalarias y antiguas… como la tuya.
Sirius sabía que no podría ocultarse por mucho tiempo.
―Si te lo dijese, no me creerías. Cuando llegue el momento... lo sabrás.
Llegaron hasta una zona de edificios. Por desgracia, estaba plagada de monstruos.
―Vamos, por aquí.
Corrieron por unas calles, metiéndose entre ellas. Sin embargo dieron con un callejón sin salida, y las criaturas los habían encerrado.
―Estamos atrapados ―dijo Heather.
―Sirius… ―Mark le imploró.
Sirius se apartó del grupo, hacia los monstruos. No tenía una varita, y no podía hacer suficiente magia como para que pudiese dispersarlos. Pero algo tenía que hacer.
Cuando creía que todo estaba perdido, de repente una cegadora luz iluminó todo el callejón. Se oyó como unos disparos, y las criaturas cayeron al suelo.
―Sirius, ¿lo estás haciendo tú? ―preguntaba Mark.
Protegiéndose los ojos, Sirius miró hacia la luz.
―No se muevan. Vamos para allá ―decía una voz amplificada.
De repente, unas manos lo apresaron y lo llevaron hasta el interior de lo que Sirius intuyó que era un camión. Una vez dentro, pudo ver que estaba lleno de hombres y mujeres vestidos de igual manera, con lo que parecía un uniforme militar.
―¿Se encuentra bien? ―le preguntaba una mujer.
Sirius intentó articular palabra, pero se desmayó.
