Harry Potter y la Guerra de los Universos


Épica novena entrega oficial de la saga original de Harry Potter. Dos años después de los eventos de Las Reliquias de la Muerte, algo extraño ocurre con las vidas de Harry, Ron y Hermione. Los protagonistas de la saga existen en diferentes universos donde cada uno ha terminado de una forma distinta de acuerdo a los eventos ocurridos en cada uno de ellos: Harry se convierte en un egocéntrico adicto a la fama en uno, en un jugador de Quidditch profesional en otro, Ron en un alcohólico mujeriego en otro, y Hermione en una rockstar en otro. Sin embargo, los personajes tal como los conocíamos aún existen en sus universos principales, viviendo sus vidas de siempre; donde Harry estudia para ser auror en uno, está muerto en otro, y Ron y Hermione viajan juntos por el mundo en otro.

Luego de que estos distintos universos empiezan a tener conexiones entre sí por misteriosos motivos, los personajes consiguen viajar entre ellos y conocen a sus otras realidades existentes en los universos alternativos. Pero no todo es diversión en el multiverso mágico, ya que las fuerzas oscuras encuentran también la forma de pasar a través de ellos y amenazan con la destrucción de todos los universos y de la realidad tal como la conocemos.

Únete a esta nueva entrega en el año 9 del mundo de Harry Potter, retomando la saga y la historia de los jóvenes magos; donde descubrirás los más profundos secretos de la magia, nuevas sorpresas sobre los personajes principales, respuestas a preguntas que habían quedado abiertas en entregas anteriores, y el destino de los protagonistas de la saga en un mundo mágico que se expande más allá de todos los límites conocidos hasta ahora.


Capítulo 1. Verano de 1999

Era un radiante día soleado del mes de julio. Los pájaros cantaban con entusiasmo sobre los árboles, saltando de sus ramas y planeando en lo alto contra el brillante cielo azul. El césped era verde intenso, y el calor inundaba los terrenos de los campos ingleses. Las lechuzas revoloteaban en el suelo, picaban lombrices de la tierra y se las llevaban en el pico. Algunos niños pasaban corriendo y riendo, jugando.

-Oigan todas, miren eso –dijo Emmily Law, señalando hacia el otro lado de la piscina, donde un grupito de magos y brujas se estaban agolpando en torno a algo, cotilleando de forma indisimulable-. Creo que es él.

-¡Oh, sí! –dijo su amiga, Jane Fieldman, llevándose una mano al pecho de la emoción-. ¡Es él, chicas!

Aquel no sería un verano como cualquier otro, sabía Emmily. Luego de varios días yendo a la piscina del club de magos más grande de los alrededores de Hogsmeade, esperando con ansias, algo en su interior le había dicho que llegaría la hora. Y ahora, finalmente, todo parecía indicar que el muchacho que la volvía loca de una vez por todas había hecho su tan ansiada aparición allí.

-Voy a morir –dijo Gwen, que estaba junto a ellas, abanicándose con la mano y con los ojos desorbitados, a punto de desmayarse-. No puedo creerlo, de verdad es él.

El verano de 1999 no iba a ser, definitivamente, como ningún otro. Estaban convencidas de que ese año, alguna de ellas tendría una oportunidad con él.

Entonces, entre medio del tumulto de gente, pasando caminando con elegancia con la cabeza en alto y con perfecta y absoluta ignorancia hacia todos los chicos y chicas que le seguían el rastro impresionados por su aparición, mirándolo con admiración y hasta adoración, hizo su paso por el costado de la piscina nada más y nada menos que Harry Potter.

Con una sonrisa triunfadora, una barba incipiente recortada mediante magia, unos lentes para el sol que combinaban de forma perfecta con su nuevo corte de pelo mucho más elegante, rapado en los costados y con el flequillo cayendo en un rulo sobre su frente; Harry caminaba a pasos lentos y casi en cámara lenta, pasándose una mano por la barbilla. Iba en traje de baño, exhibiendo sus nuevos e impresionantes músculos, que estaban compuestos por unos abdominales totalmente marcados en forma cuadrangular, casi como si los hubieran tallado los mismos ángeles; unos bíceps gigantes del tamaño de un balde de palomitas de maíz; pectorales casi tan grandes como dos pelotas de baloncesto y unas piernas que parecían tener la capacidad de saltar a veinte metros de altura.

Pero lo más increíble y matador en el nuevo aspecto de Harry era su sonrisa ganadora, esa sonrisa que parecía indicar que nadie era tan galán como él en toda la faz de la Tierra.

El muchacho pasó caminando hasta llegar a unas reposeras, se quitó con lentitud y elegancia los lentes y reveló sus dos audaces ojos verdes, que no dirigió a nadie en particular.

El calor acababa de derretir a dos docenas de muchachas que miraban al chico desde todas partes de la piscina, en traje de baño, algunas mordiéndose el labio y otras abrazándose entre sí para no colapsar ante el avistamiento de semejante hombre.

-Harry me calienta tanto –dijo Neville, con un tono de voz totalmente afeminado, chupando del sorbete de un vaso de refresco de cola en una reposera a diez pasos de distancia de Harry. Llevaba puesta una camisa color rosa floreada y unos shorts de baño especialmente cortos celestes muy apretados. Pasó la lengua por el sorbete mientras miraba a Harry provocativamente.

-Ay, Neville, cálmate un poco –dijo Seamus, a su lado, quitándose sus lentes para el sol para poder ver mejor a Harry y la revuelta que su aparición había ocasionado, frunciendo el entrecejo. –Estás muy raro desde que te hiciste abiertamente gay.

-Esta es la nueva Neville, amigo –dijo él, guiñándole un ojo a Seamus y recostándose más para recibir el calor del fuerte sol-. Acostúmbrate, mundo. El closet ya no es lugar para esta belleza.

-Debo admitir que se puso en forma muy rápidamente, ¿no crees? –retomó Seamus, examinando a Harry, que en ese momento se recostaba con total sensualidad en una reposera-. El entrenamiento de auror debe ser muy duro.

-Oí que estuvo meses internado en un gimnasio para poder terminar el primer año de la carrera de auror –dijo Parvati Patil, apareciendo junto a ellos en un bikini púrpura y exhibiendo una panza de embarazada de más o menos cinco meses.

-Es un entrenamiento totalmente duro –estuvo de acuerdo su hermana, Padma, que apareció también y se dejó caer en una reposera junto a Neville-. Ron no estuvo a la altura, por lo que oí. Pero Harry se excedió en todo y acabó el año rompiendo todos los récords en su entrenamiento como auror. Según Corazón de Bruja, incrementó su masa muscular en un 420%.

En ese momento, Harry colocaba sus manos detrás de la cabeza, cerrando los ojos para descansar bajo el sol, y de entre medio de un grupito de brujas que merodeaban a su alrededor inseguras de si acercarse más o examinarlo a cierta distancia, apareció nada más y nada menos que la novia actual del chico, Ginny Weasley.

La expresión de Ginny no era para nada como la de Harry. Más que contenta y disfrutando del verano, la chica parecía estar odiando cada segundo de su vida. Empujó a Emmily Law en su camino hacia Harry, para que la deje pasar, y avanzó a pasos largos hasta llegar junto al chico y tomar asiento a su lado.

-Amor, estas chicas no dejan de mirarte –dijo Ginny a su novio, con fastidio.

-Tranquila, Ginny –dijo Harry, sin cambiar la sonrisa de su rostro ni abrir los ojos, dorando sus impresionantes músculos bajo los rayos del sol veraniego. -¿Me pones bronceador?

Lanzando un suspiro de fastidio, Ginny se aplicó crema bronceadora en la mano, se acercó al chico y empezó a pasársela por sus pectorales y abdomen. Los músculos del muchacho eran tan duros como una roca. Era como aplicar bronceador a un bloque de concreto sólido.

-Me pone incómoda esto –se quejó Ginny, pasando el bronceador sobre el cuerpo del chico tan rápido como podía, para terminar lo antes posible. -¿Por qué tengo que hacer esto? ¿No puedes aplicártelo tú?

-Tranquila –repitió Harry, inmutable-. Solo relájate. Disfruta la tarde.

Ginny acabó de aplicar el bronceador tan rápido y descuidadamente que prácticamente acabó dándole cachetazos al abdomen del chico para terminar, pero este ni pareció darse cuenta. Era como si ni siquiera tuviera sensibilidad en toda esa masa de músculos. La chica lanzó la botella en su bolso con desgano, se recostó en su propia reposera y cerró los ojos, tratando de disfrutar la tarde y tomar sol, como había dicho su novio.

Luego de unos segundos, la chica entreabrió los ojos levemente, y casi lanza un grito de indignación: un grupo de chicas de sexto se habían acercado junto a la reposera de Harry y, lanzando silenciosas risitas, se turnaban para presionar un dedo contra sus abdominales.

-¡Oigan! –chilló Ginny, explotando de una vez y saltando de su reposera. Las chicas saltaron y salieron corriendo lejos de allí, sin dejar de reír. -¡Es mi novio, estúpidas!

Hecha una furia, Ginny se dio cuenta de que Harry ni siquiera había abierto los ojos. Seguía allí recostado con su estúpida sonrisa.

-¡Y tú! –protestó, dirigiéndose a él-. ¿No haces nada? ¡Esas chicas te estaban tocando! ¡¿Ni te importa?!

Entonces, finalmente, Harry entreabrió levente los ojos. Pero seguía teniendo la sonrisita.

-¿Cómo dices?

-¡Te estaban tocando! ¿No te diste cuenta?

-No, no sentí nada –dijo él, como restándole toda la importancia que ella había querido transmitir, y entonces cerró los ojos nuevamente y continuó dormitando.

Indignada y enfurecida, Ginny se quedó mirándolo, de pie junto a su reposera. Esperó algunos segundos allí, con la boca y los ojos abiertos, como esperando alguna clase de reacción del muchacho. Cuando vio que no había reacción alguna, su indignación creció al punto que agarró sus cosas y se marchó de allí sin decir nada, hecha una furia y empujando a Jane Fieldman dentro de la piscina con odio al pasar a su lado, antes de abandonar el lugar y aparecerse lejos de allí.

-Vaya, Harry, tu novia se volvió loca –dijo Seamus, acercándose con Neville y sentándose en la reposera que minutos atrás era de Ginny.

-Ya se le pasará –dijo Harry, relajado y disfrutando del sol-. Siempre se le pasa.

Seamus le lanzó una mirada a Neville, que tenía los ojos perdidos en los bíceps de Harry mientras pasaba su lengua por el borde del vaso de su refresco.

Harry gozaba de los calurosos rayos del sol en su piel, de la hermosa tarde veraniega, y no había ninguna preocupación en su mente. Tan despejada como el cielo, su cabeza solo tenía lugar para el disfrute del calor, del sol y de ese radiante verano.

Había pasado un año ya de la Segunda Guerra Mágica. El verano anterior, el verano de 1998, el mundo mágico aún había estado en shock por lo inminente de la batalla con Voldemort, que acababa de terminar. Pero luego Harry había asistido a la Academia de Aurores de Sheffield, donde había tenido que entrenar duro; había empezado a trabajar en la oficina de aurores del Ministerio de la Magia, empleo que había conseguido por ofrecimiento de Kingsley; se había comprado una casita pequeña en Hogsmeade y la vida había ido bajando de ritmo lentamente hasta llevarlo a un estado de plácido relax.

Nada en todo el universo lo preocupaba ahora.

Harry sonrió aún más. Ni siquiera le importaba no hablarse más con Ron y Hermione. Ni que Ginny cada vez estuviera más harta de él. Lo único que le importaba era ese hermoso sol que brillaba en lo alto.

La risa de unas niñas cerca suyo y el ruido del agua chapoteando en la piscina pronto trajo algo fresco y nuevo a sus pensamientos: una brisa de mar, en su imaginación. ¿Estaría soñando despierto? Se sentía tan maravilloso, el pensamiento de una playa calurosa en ese verano tan perfecto.

Nada se lo impedía. No tenía ataduras de ningún tipo. ¿Y si hacía un viaje a la playa? Podía ir y pasar el resto del verano allí, solo, disfrutando de la arena, el calor y las olas. Sería perfecto. Sería grandioso. Sería…

De pronto, Harry abrió los ojos de par en par y la sonrisa se borró de su rostro.

Un dolor horrible acababa de atravesarle el cráneo como si le hubieran clavado una afilada cuchilla.

Harry se incorporó de un salto y quedó sentado en la reposera. Su corazón latía a toda velocidad, porque aquel dolor que había subido de súbito a su cabeza no solo no había acabado, sino que empeoraba.

Se sujetó el pecho, asustado. ¿Qué le estaba pasando?

-Oye, Harry, ¿estás bien? –le llegó la voz de Seamus, pero Harry no tuvo tiempo de responderle siquiera, porque todo empezó a oscurecerse de pronto.

Entonces, lo más extraño del mundo ocurrió: De la nada y a toda velocidad, miles de imágenes invadieron la cabeza de Harry como un torrente imparable que brotaba y se expandía en su cabeza ocupándolo todo en un segundo.

Pudo ver, en flashes rápidos y confusos, imágenes de él mismo besándose con Hermione en una playa, corriendo por las calles de Hogsmeade hacia un mago que reía de forma macabra mientras miraba a alguien que lucía exactamente igual a él, Harry, suicidándose y haciendo que la sangre salpicara fuera de su cuerpo; luego imágenes de ese mismo mago, que llevaba una máscara, clavando una varita en el suelo y haciendo que un pueblo entero explotara en mil pedazos, lanzando a Harry por el aire a cientos de metros de altura; y luego imágenes de una cruenta batalla de miles de magos contra Voldemort, el mago enmascarado y otros más…

Las imágenes terminaron tan de golpe como habían empezado. El dolor de cabeza desapareció lentamente, como si la gran burbuja que había explotado en su cerebro pronto se desinflara y retrajera hasta desaparecer, volviendo todo a la normalidad.

¿Qué diablos había sido eso?

Harry miró a su alrededor, asustado. Todas las caras estaban puestas en él. Algunos lo observaban con preocupación, pero muchos simplemente reían de la cara que había puesto el chico.

-¿Estás bien, Harry? –preguntó Seamus nuevamente, con preocupación.

Harry asintió con la cabeza, y entonces se acomodó los lentes, colocándoselos nuevamente y recostándose para que los demás dejaran de mirarlo, haciendo de cuenta que no había pasado nada.

Aquello había sido realmente muy extraño. ¿De dónde habían salido todas esas imágenes? No había sido un sueño, porque estaba seguro de que no se había quedado dormido en ningún momento. Tampoco había sido una alucinación. Más bien había sido como si su mente de pronto hubiera sido transportada lejos de allí, hacia otro lugar muy, muy lejano con un tono totalmente distinto a aquel. Como si su mente de pronto se hubiera conectado de alguna forma con alguna otra mente, compartiendo toda esa información por un segundo, un instante, compartiendo esas terribles imágenes.

Trató de calmarse, mientras los demás a su alrededor volvían a concentrarse en la piscina y en sus conversaciones normales. Pensarían que Harry simplemente había sido picado por un insecto, o se había incorporado por un repentino calambre muscular o algo así. Pero Harry sabría, por el resto de esa soleada tarde, que algo muchísimo más extraño que eso había ocurrido.

-¿Cuánto por la ensalada de criaturas marinas? –preguntó Hermione, en un lugar totalmente distinto a aquel, señalando a una persona asiática que atendía un puesto de comida callejera unas bandejas con distintos tipos de comidas para magos.

-三千金币 –dijo ella, rápida e incomprensiblemente. Hermione observó un aparato que llevaba en la mano, por encima de una raída y sucia túnica de viaje en la que caía su también sucio y enmarañado cabello castaño. Hacía días que no se daba un baño o dormía en una cama. El aparato en su mano, de forma circular, emitió una luz mientras traducía las palabras a inglés para que la muchacha las entendiera: "tres mil monedas de oro". La moneda de magos de oro en aquel país no era el Galleon, sino que se llamaba 加仑. Hermione sacó una moneda que equivalía a mil de ellas, y otras cuatro que equivalían a quinientas, y se las pasó a la bruja. Esta le indicó que tomara la bandeja, y la muchacha obedeció.

La chica se puso a comer con la mano de forma famélica. Era la primera comida que comía en todo el día, a pesar de que ya estaba por anochecer. Se alejó de esa calle, saliendo por detrás de unas telas de colores del callejón de magos, ingresando a la zona muggle de la ciudad.

Ahora que los magos ya no se escondían, las zonas de magos y muggles no estaban divididas como antes en las ciudades del mundo. Se ingresaba libremente de un lado a otro, los magos compartían sus objetos y comidas con los muggles, y estos con los magos. Todo el mundo había sufrido un gran cambio.

Hermione metió los dedos en la bandeja para agarrar el último pedazo de mooncalf con salsa césar, y se sintió algo culpable por comer una criatura mágica mientras se lo llevaba a la boca, pero no pudo negar que se le hizo delicioso. Tiró la bandeja vacía a un cesto de basura muggle y caminó por la calle. Con sus raídas zapatillas negras de la cantidad de tierra que tenían encima, tenía aspecto de indigente.

Se alejó por las calles que, sabía, la conducirían a otra zona de magos donde podía alquilarse un alojamiento barato para pasar la noche. No podía volver a dormir en la calle esa noche, necesitaba urgentemente un baño y una cama.

Mientras caminaba, su mente estaba en Ron. Había pasado los últimos dos meses buscándolo, y esto había demostrado ser muchísimo más difícil de lo que había pensado en un comienzo. Sabía que el chico estaba con Ginny en alguna parte del mundo, tratando de encontrarse a sí mismos, tratando de que el viaje por distintos países los ayudara a reencontrarse con algo dentro suyo que les abriera la posibilidad de una nueva vida.

Una nueva vida sin Harry, ahora que había muerto.

Hermione se limpió una lágrima de la cara mientras el recuerdo de Harry volvía a ella. Si tan solo pudiera verlo una vez más, aunque sea, una sola vez, para decirle tantas cosas que había estado pensando y que necesitaba que él oyera.

Pero era imposible. Harry se había ido para siempre.

Entonces, de pronto, un fuerte dolor de cabeza hizo que la chica cayera de rodillas sobra la acera. Un grupo de muggles asiáticos que venía tras ella casi tropiezan con ella, la esquivaron a último momento y siguieron como si nada de largo.

Hermione se llevó la mano a la cabeza. Sentía que se le partía por la mitad. Todo empezó a oscurecerse a su alrededor, y de pronto una serie de imágenes pasaron por sus ojos cerrados como flashes a toda velocidad, mostrando cosas totalmente inesperadas: imágenes de Harry y ella de la mano, ella con un vestido de bodas y él con una túnica de gala, parados en un altar, besándose; otras de ella dando a luz a un bebé; otras de ella amamantando al bebé, un único bebé con los ojos de la chica y el cabello de Harry; otras de ella y un pequeño niño riendo en un parque, de la mano, con un Harry mucho más adulto junto a ellos.

Las imágenes desaparecieron tan rápido como habían empezado, dejándola de rodillas en la acera de esa atiborrada calle totalmente sola y aterrada.

¿Qué había sido aquello?

Hermione volvió a ponerse de pie, se sujetó el pecho y miró alrededor.

Acababa de vivir una experiencia totalmente extraña, y de súbito. Con los ojos abiertos de par en par, se dio cuenta, lenta y aterradoramente, de que lo que acababa de pasarle era como si su cerebro hubiera viajado lejos de allí hacia otro mundo.

Se dejó caer contra una pared, aun sujetándose el pecho. Su cerebro había vuelto a la normalidad, pero ahora pensaba a toda velocidad.

¿Era eso lo que ella creía que había sido? ¿Acababa de echar un vistazo a una especie de realidad alternativa donde ella se había casado con Harry y habían vivido felices con un bebé suyo?

Se tapó la boca, para reprimir un sollozo.

-¿Hermione? –dijo entonces una voz.

Hermione se dio vuelta, asustada, y se encontró sorpresivamente cara a cara con un rostro familiar, que estaba lleno de preocupación.

-Ron –dijo la chica, sin poder creer lo que veían sus ojos. Se lanzó sobre el chico y lo abrazó.

Ron le devolvió el abrazo, sin poder cambiar la consternada expresión de su rostro.

-Dios mío, Hermione, ¿qué haces aquí? –dijo el chico.

-Ron, algo muy extraño acaba de pasarme.

-¿A ti también? –entonces, ambos se separaron y quedaron mirándose fijamente a los ojos. Ron comprendió que él no había sido el único al que le había pasado aquello.

-Hermione, no tienes idea de lo que acabo de ver en mi mente –dijo entonces, aterrado.