Comprendía perfectamente su miedo a las matemáticas, del temor de que todo un proceso saliera mal por poner un número... o un signo de forma errónea, dando como resultado una respuesta incorrecta.

No importaba cuántas veces le dijera que hacía un buen trabajo... tampoco si le decía que era algo fantástico el cómo respondía las incógnitas ese pequeño niño, cada que tenía la oportunidad, escapaba de él, huía y lloraba...

Nunca escuchó de una fobia a las matemáticas en su vida. Un día investigó qué ocasionaba tanto terror en su alumno que se dispuso a conocerlo un poco mejor, desde otra perspectiva.

Puso su cabeza contra sus manos luego de ver la causa.

—¿Aritmofobia?... ¿Numerofobia? —Y finalmente encontró aquello que aquejaba al pobre niño. Padecía una fobia a niveles inimaginables a los números. Por eso siempre huía de Baldi como profesor... creía que lo molería a golpes con su regla, que lo castigaría y le diría cosas terribles.

Todo ese tiempo estuvo mal, nunca lo trató de cierta forma que el chico se sintiera cómodo, tal vez incluso empeoraba su condición cuando alzaba la voz para obtener una respuesta. Baldi llegaba a desesperarse, razón por la cual sin saberlo lo hacía llorar o tratar de escaparse.

No era psicólogo, era un profesor de matemáticas y, su trabajo era ése, introducirlo al mundo de los números mediante pequeños ejercicios y escalar, poco a poco. Le comentaría eso y, le diría que lo iba a tratar mejor.

Pero aún así... no comprendía con exactitud qué veía aquella criatura a través de sus ojos, ¿Acaso sería un auténtico infierno con pasillos de color rojo, con todas las salidas siendo bloqueadas mágicamente por una pared y, de gente imaginaria que trataría de incrementar el dolor? ¿Su alumno pensaba que Baldi lo golpearía e incluso llegaba a mentirse a sí mismo imaginando que el profesor azotaba repetidas veces la regla contra su mano, en señal de que fuese preparándose porque sería el siguiente?

Pronto tendría miedo a otras cosas...

Temía pensar que su joven alumno se suicidara si veía que no había escapatoria.

Simplemente no entendía bien qué había generado dicho terror hacia las matemáticas, llegó también a la conclusión que quizás no sólo era esa materia, sino que también pudo ser él mismo, como profesor causara esa condición sin siquiera saberlo.

A Playtime parecía no importarle mucho, ella vivía feliz andando por los pasillos y haciendo las tareas, teniendo como recompensa su cuerda y estar en búsqueda de un compañero para jugar con éste.

Pero ella no era el caso.

Pensaba que quizás como recompensa y, motivación, sería genial llevarlo a un campamento, a comer malvaviscos alrededor de una fogata, tratar de mejorar sus ánimos a pasos pequeños. No matemáticas, no Profesor Baldi, sólo Baldi, la naturaleza, almohadas de dulce y un par de ramas de árbol.