Descargo de responsabilidad: ni los personajes ni el argumento original me pertenecen. Yo solo juego con ellos porque el final del manga estuvo a puntito de provocarme una úlcera :D

Además, hay un link en mi perfil de la imagen que he utilizado como portada.

Advertencia: para basarme en los personajes me he fijado más en el manga que en el anime. Pero también es cierto que han pasado años desde que me lo leí y aunque he vuelto a él para pescar algunos detalles necesarios para este fic no me puedo considerar una experta. Así que habrán errores, claro que sí, y si me los señaláis puede que los corrija o puede que no. Depende de si contribuyen en algo a la hora de contar este relato.


◤El Interacambio◢

«"1. tr. Hacer cambio recíproco de una cosa o persona por otra u otras". Ukyo y Akane no saben qué ha ocurrido, pero están más que dispuestas a desvelar el misterio por el que se hallan tan lejos de sus propios cuerpos. Y mientras se enfrentan a diversos desafíos, quizás encuentren respuestas que no sabían que buscaban. »


◉○ PARTE 1 ○◉


UKYO I

«En el que Ukyo se despierta en una cama que no es suya, en una habitación que no le pertenece y en el cuerpo de una extraña que le resulta sospechosamente familiar.»


Cuando Ukyo Kuonji se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre una cama que no era la suya convertida en alguien que no era ella.

Pero no nos adelantemos a la historia. En cuanto Ukyo abrió los ojos, lo primero que le vino a la mente era lo mucho que le apetecía cerrarlos de nuevo y acurrucarse entre las finas sábanas que la cubrían, como cualquier adolescente que se precie. Evidentemente. No se fijó en el techo desconocido en el que se clavó su mirada, ni tampoco cayó en cuenta en que las sábanas ahora le parecían mucho más suaves que la noche anterior.

Se giró sobre su costado, todavía con la mente entumecida por Morfeo. Ay, si tan solo no tuviese que levantarse a hacer la compra para reponer todo lo que se le había acabado en el último turno de la cena… podría dormir hasta tarde, sí, pero también podría dormir al sol, como los turistas que visitaban su restaurante a diario desde hacía ya cinco días. O podría salir a las calles de Okinawa. Al fin y al cabo, Ukyo era una madrugadora por tradición: a quien madruga, Dios le ayuda, le decía siempre su padre, y a Ukyo le gustaba seguir los consejos de su padre, porque hasta ahora no le habían fallado.

Bueno, no todos. Aquel que le había confiado en su lecho de muerte no había tenido mucho éxito, aunque tenía que admitir que el resultado no había sido tan horrible.

Como siempre que sus pensamientos comenzaban a dirigirse hacia Ranma, Ukyo sintió que una sonrisa amenazaba con tirarle de los labios. Ay, Ranma. Su Ran-chan. ¿Pensaría él también en ella al despertarse? Ukyo sabía cuál respuesta era la que quería, pero también sabía que Ranma era la persona menos romántica del universo. Su entrenamiento para convertirse en un hombre entre los hombres lo había dotado de un físico perfecto y unas habilidades con las artes marciales que cualquiera envidiaría, pero también le había dejado una cicatriz emocional que le impedía expresar sus sentimientos como una persona normal.

Suspiró. Le dolía reconocerlo, pero, en ese sentido, Ranma todavía tenía un largo camino por recorrer. En cierto sentido, necesitaba crecer. Madurar, por así decirlo.

Quizás, se dijo, aquella era la razón por la que parecía que se interesase más por su comida que por ella. Quizás, lo que necesitaba era tiempo…

Tiempo del que disponía cada vez menos. Con el último año de instituto había llegado la presión de los exámenes de ingreso a la universidad. O, en su caso, la presión de encontrar una alternativa que no la privara de todas las ventajas de un título universitario.

Aunque primero tendré que aprobarlo todo, pensó mientras se incorporaba. Las sábanas satinadas resbalaron sobre su cuerpo y cayeron como un charco a sus pies. Ukyo se agachó a recogerlas… y contuvo un grito horrorizado.

Rojo. Sus uñas estaban pintadas de rojo. Sus uñas no habían estado pintadas de rojo cuando se había metido en la cama. A menos que a Konatsu se le hubiese vuelto a ocurrir que era una buena idea realizarle un cambio de imagen mientras estaba durmiendo…

—Espera un momento…

¿Dónde estaba Konatsu? Ukyo ignoró el extraño timbre de su voz y miró a su alrededor. No, no veía a su ayudante por ninguna parte, aunque lo más alarmante de todo era que no veía nada de lo que se suponía que tenía que estar viendo.

Se puso de pie de un salto. ¿Dónde estaban las paredes sucias de la posada? ¿Y el almanaque chino del año anterior con el que había cubierto un agujero de aspecto sospechoso?

Estaba claro que aquella no era la misma habitación que había alquilado a principios de semana. Los primeros rayos del sol bañaban las paredes, pintadas de un color claro, otorgándoles un brillo dorado. Una alarma se disparó en su mente: el lugar le resultaba ligeramente familiar, aunque no sabía de qué.

Un golpe proveniente de la puerta la hizo dar un respingo. ¿Sería Konatsu? ¿El culpable de su nueva ubicación? ¿El canalla que la había raptado mientras dormía y le había pintado las uñas de los pies?

Sus miedos y su indignación dieron paso al desconcierto menos de un segundo después.

—¿Akane? Kasumi dice que el desayuno estará listo en cualquier momento —dijo la voz de Ranma.

Ukyo parpadeó.

—¿Ranma? Pero ¿qué está haciendo él aquí? ¿Será algún truco…?

Se detuvo para aclararse la garganta. Por alguna razón, su voz sonaba extraña, mucho más aguda de lo que acostumbraba.

El golpe se repitió, seguido de otra pregunta. Esta vez, en lugar de fijarse solo en la voz que las pronunciaba, Ukyo prestó atención a las palabras que llegaban amortiguadas desde el otro lado de la puerta.

—Sé que estás despierta. ¿Por qué no me contestas? Como entre y vea algo que no quieras que vea…

Ukyo creyó oír un suspiro. En honor a la verdad, su cerebro estaba demasiado concentrado en lo que acababan de enviarle sus oídos que apenas percibía los demás sonidos. No tenía ni idea de qué estaba hablando, pero si de algo estaba segura era que aquel era Ranma. Con el tiempo, había aprendido a distinguir su voz a la perfección.

—¿Akane?

Ukyo frunció el ceño. Abrió la boca para señalarle a Ranma que se había equivocado de nombre (dos veces), pero, al final, no pudo vocalizar su queja.

Porque Ranma había abierto la puerta.

Y Ukyo se quedó sin respiración.

Perder la capacidad de respirar inconscientemente era uno de los efectos secundarios que ocasionaba la presencia de Ranma en gran parte de la población femenina. Y puede que también en la masculina. Ukyo sospechaba que la culpa era de aquellos ojos azules: aquel pigmento era muy difícil de encontrar en Japón, por lo que resultaba exótico y único a partes iguales. Además, la fiereza y el poder que albergaban eran casi palpables.

Sintió que su pecho se constreñía con un cosquilleo inusual en cuanto sus ojos hicieron contacto.

¿Por qué tenía la sensación de que aquella era la primera vez se veían? Quizás fuera porque Ranma nunca la había mirado de aquella forma: con los labios separados y los ojos tan abiertos que no fue difícil apreciar el momento exacto en el que se le dilataban las pupilas.

Ukyo había leído una vez en algún libro de la escuela que el dicho «los ojos son los espejos del alma» no era una expresión tan romántica como uno pudiese llegar a creer. Los ojos, a menudo, traicionan los verdaderos sentimientos de las personas. Se tuercen hacia los lados cuando mentimos, buscan las respuestas que desconocemos en el cielo y rehúyen la mirada de quien nos conoce para que no nos descubran en el engaño.

Las pupilas, decía aquel texto largo tiempo olvidado, eran el delator más común, aunque a veces el menos perceptible. Ukyo había tenido suerte de que Ranma tuviese los ojos claros, porque, de lo contrario, habría sido casi imposible distinguir aquella minúscula expansión sobre sus irises.

Un extraño orgullo la invadió. Recordaba que, junto a aquella aclaración, había escrita una lista de posibles motivos por los que las pupilas reaccionaban.

Recordaba aún mejor que «interés» y «atracción» la encabezaban.

Ukyo sabía que era bella. Había recibido demasiadas atenciones a lo largo de su vida como para siquiera considerar que carecía de cualquier tipo de encanto. Su altura y sus rasgos marcados la hacían atractiva a ojos femeninos, pero eran sus curvas las que captaban las miradas de los hombres. Con frecuencia, sucedía al revés. Aunque Ukyo no sabía ni quería saber por qué.

Sin embargo, hasta ahora nunca había tenido la certeza de que Ranma la considerase bella. Siempre la había tratado con educación y afecto, llegando a llamarla «linda» en más de una ocasión, sobre todo cuando quería dejar claro que Akane no lo era.

Hasta ahora, nunca había despertado en él ninguna reacción tan… tan…

«Visceral» era la palabra. Una reacción emocional tan intensa y profunda que hizo que se sonrojara.

Ranma se humedeció los labios antes de mirar rápidamente al suelo. Ukyo habría jurado que él también se ponía rojo, pero, claro, aquello no casaba con lo que sabía de Ranma. Ranma era demasiado varonil como para sonrojarse como una colegiala.

—Si no estabas decente podrías haber dicho algo, ¿no? —murmuró, cerrando con fuerza la mano alrededor del picaporte.

Ukyo tuvo que mirar hacia abajo para comprender a qué se refería con eso de la decencia.

—¡Argh! —mientras se agachaba y cruzaba los brazos sobre su pecho, ideó unas mil formas de torturar al pervertido que la había metido en aquella aberración.

Porque aquella obscena pieza de tela no podía considerarse ropa, no señor, y menos con la cantidad de piel que dejaba al descubierto.

—Lo siento, ¿vale? No quería… —Ranma tropezó con sus propias palabras buscando una excusa adecuada. Al final, optó por resoplar y pasarse una mano por el pelo—. Esto es culpa tuya, maldita sea. No te atrevas a sacar esa maza del infierno o… o…

—¿De qué estás hablando?

—… Kasumi quiere que bajes a desayunar. Además, ¿no habías quedado con Yuka y Sayuri para ir a la piscina o algo así? Vas a llegar tarde como no te pongas las pilas.

—Ranma…

—¡Ya te he dicho que ha sido sin querer!

—Pero ¿qué estás…?

—A estas alturas ya deberías saber que nuestras familias intentarán casarnos con cualquier pretexto. No creo que nuestros padres (sobre todo el tuyo, con eso de que eres «su niñita» y todas esas tonterías) estén por encima de utilizar tu supuesto honor como excusa…

Ranma se detuvo para tomar una bocanada de aire. Había dicho todo aquello de carrerilla, casi sin respirar, como si estuviese acostumbrado a no acabar nunca sus explicaciones.

Aunque, reflexionó Ukyo, teniendo en cuenta el genio que se gastaba la chica con la que vivía…

No obstante, al comprobar que el golpe no llegaba, que los insultos que normalmente lo acompañaban seguían sin decirse, se atrevió a alzar la vista. Ukyo no sabía qué era lo que estaba viendo, pero en menos de un segundo la pasión que emanaba de su mirada se disolvió en preocupación e inquietud.

Hacia ella.

—¿Akane? —la llamó, preocupado, otra vez por un nombre que no era el suyo. Ukyo quería gritar por la injusticia, por la confusión, por el extraño presentimiento de que algo iba muy, pero que muy mal—. No he visto nada —intentó tranquilizarla. Al no recibir respuesta, siguió diciendo—: Porque, ya sabes, no tienes nada que enseñar. Si hasta yo estoy más desarrollado en mi forma femenina que un marimacho como tú…

Ukyo se puso de pie de un salto. ¿Por qué estaba Ranma tan empeñado en tratarla como si fuese Akane? El nombre, la descripción que hacía de ella, todo lo que le había dicho hasta ahora… era como si, en lugar de estar hablando con ella, estuviese hablando con Akane.

Entonces, por el rabillo del ojo, Ukyo vio la respuesta a sus preguntas.

Y gritó.

Mientras Ranma se escabullía a la velocidad de un rayo y cerraba con fuerza la puerta tras de sí, Ukyo corrió hacia el espejo que había resuelto sus dudas.

Se llevó una mano al rostro. No tan sorprendentemente, la chica que le devolvía la mirada se llevó una mano al rostro. Luego, como ella, se acarició los párpados, se estiró de las orejas y se dio una fuerte bofetada en la mejilla izquierda.

Ukyo parpadeó.

La chica parpadeó.

Comprendió en aquel instante que lo que estaba viendo solo podía ser su reflejo. La posición y la distancia del espejo hacían imposible que se tratase de algún truco de perspectiva de bajo presupuesto.

Solo había un pequeñísimo problema con ese hecho: que, al mismo tiempo, era imposible que aquella imagen le perteneciese.

Porque Ukyo no media uno sesenta y no tenía el pelo azul y cortado a la altura de las orejas. Tampoco tenía los ojos marrones, ni dormía con camisones de encaje.

Y, definitivamente, no acostumbraba a pintarse las uñas de los pies.

En cambio, Akane Tendo, cuya descripción correspondía exactamente con lo que estaba viendo, sí.


N/A: Buenas! Es la primera vez que me atrevo a escribir algo de este fandom y estoy muy emocionada ^^. Espero que el primer capítulo os haya gustado, la verdad, y que me ayudéis a continuar con vuestras críticas y comentarios. Como os habréis dado cuenta, y si no, pues ya os lo digo yo, esta historia estará dividida en dos partes. La primera se contará desde el punto de vista de Ukyo, mientras que la segunda corresponde al de Akane. El fic no tendrá muchos capítulos, preveo que como mucho 10 por cada parte. Y estoy abierta a sugerencias!