—Por favor, no te vayas.
Él la miró, sobresaltado. ¿Era posible que esas palabras hubieran salido de sus labios?
—¿Qué? —soltó él, con un hilo de voz.
La joven hizo ademán de aproximarse hasta él, pero en medio del movimiento lo miró, con aquella mirada que tanto le recordaba a un cervatillo asustado, y decidió quedarse quieta donde se encontraba. Se mordió el labio inferior, seguramente planteándose si había hecho lo correcto expresando aquello en voz alta.
Él la miró a los ojos una vez más, esperando a que volviera a hablar. Sin embargo, la chica no dijo nada más, así que él se dio la vuelta y agarró el pomo de la puerta, dispuesto a marcharse.
—No quiero que te vayas, no quiero que me dejes otra vez —al pronunciar esta última palabra, la voz suave de la chica se quebró. Lo siguiente lo dijo en un tono de voz tan bajo que se preguntó si él la habría escuchado—. Quédate.
Un escalofrío recorrió la espalda del chico, y notó como el vello de sus brazos se erizaba.
¿Lo necesitaba? ¿Era eso lo que estaba diciéndole?
Lentamente se giró, sin tan siquiera haber abierto la puerta. La chica se encontraba en el mismo lugar que antes, en la misma posición. Sin embargo, una lágrima corría por su mejilla, formando un húmedo surco hasta sus rosados labios.
«Me necesita», comprendió. «Está pidiéndome que me quede porque me necesita».
Sin pensarlo ni un instante, dejó caer su maleta y su chaqueta, que golpearon sonoramente el suelo, y de tres zancadas recorrió la distancia que los separaba. Antes de que la chica pudiera apartarse, la rodeó con los brazos, primero con cuidado, y luego con fuerza, apretándola contra sí mismo como si la que estuviera a punto de marcharse fuese ella.
Pero la joven no se apartó. En cambio, sin dejar de temblar, lo rodeó a él también. Era la primera vez que lograba abrazarla sin que ella tratara de zafarse.
—Te quiero —susurró la chica.
Él sintió cómo las mejillas comenzaban a arderle. Sobresaltado, se apartó ligeramente para poder mirarla a los ojos, para poder asegurarse de que lo que acababa de decir era verdad.
Ella le devolvió la mirada con cautela, esperando su reacción. No podía imaginarse que aquellas dos palabras que había pronunciado eran lo que el joven llevaba esperando desde hacía muchos años.
Entonces, rompiendo la minúscula distancia que los separaba, él apartó un mechón de pelo de la frente de la chica con delicadeza y, rozando aún su cuello con los dedos, se inclinó para depositar un dulce beso sobre sus labios.
Fue solo un instante, un leve roce, pero bastó para llenar de un cálido sentimiento a la chica. La sensación se extendió por todo su cuerpo, provocando que su corazón latiera muy rápido, como si fuera a salírsele del pecho.
—Yo también te quiero —fue lo que respondió él, aún junto a sus labios, su aliento cálido sobre su rostro—. Siempre lo he hecho.
Sin embargo, nada más decir aquello, se giró para recoger sus cosas del suelo y abrió la puerta con decisión.
—Y por eso debo marcharme. Adiós, Zelda.
Salió por la puerta sin decir ni una palabra más, cerrándola suavemente a su espalda. La princesa, que se había quedado paralizada, observó el lugar donde Link había estado apenas un segundo atrás con impotencia.
Acto seguido, un sollozo hizo que sus hombros se agitaran y rompió a llorar, sin hacer nada por evitar el llanto.
Lo había perdido. Para siempre.
