Hola, hola! Aquí Kiku! Bueno, quería comentaros que es la primera vez que voy a hacer un fic de más de 2 capítulos, así que no sé qué tal me saldrá. Pero bueno, espero que os guste ^^.

Girl lay your shame to rest
and hold the lies close to your breast

-Mark Lanegan, Kingdoms of rain

El despertador sonó con cuatro molestos pitidos antes de que la mano de John Watson lo apagase perezosamente. El doctor entreabrió los ojos y bostezó ruidosamente dirigiendo su mirada al vacío que había a su lado en la cama. Inmediatamente percibió el suave sonido del violín escaleras abajo. Sonrió cariñosamente y se dirigió a la ducha, dispuesto a irse al trabajo. Como todos los días de semana a las 7:30 en el 221B de Baker Street.

A las 8:35 salía por la puerta, en dirección al hospital de St. Barts, dejando al detective refunfuñando que estaba aburrido, con el violín en la mano y un beso en la frente. Una pesada lluvia no dejaba de caer desde hacía una semana. Abrió el paraguas, bajó las escaleras del metro y se dispuso a pasar una monótona mañana en el trabajo.

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Eran las 9:47 de la mañana cuando el detective inspector Lestrade se inclinó para revisar el cuerpo de Anne McNeil, una joven de 23 años, natural de Glasgow. Había sido abandonada en un descampado, en el centro mismo. Boca arriba, y totalmente empapada. Tal vez eso fuese a causa de la pesada lluvia, tal vez la causa de la muerte.

Llevaban una semana de fuerte e incesante lluvia y dos ahogados hallados demasiado lejos del río. Al practicar la autopsia, los pulmones revelaban estar llenos de agua de lluvia. El análisis lo diría, pero Lestrade estaba seguro de que Anne era la tercera.

El inspector se encontraba perdido… Nada tenía sentido en aquel caso. Parecía un asesino en serie, pero ninguna de las tres víctimas tenía nada en común…

La primera había sido Danielle Atkins, londinense de nacimiento, 31 años, rubia, complexión fuerte. Trabajaba como maestra en una escuela infantil, vivía sola. Hallada muerta a los dos días del comienzo de las lluvias.

El segundo, Richard Hall, nacido en Brighton, 18 años, moreno, muy delgado. Adicto al crack, vivía con sus padres. Fue hallado tres días más tarde que la señorita Atkins.

Y ahora, Anne McNeil. Tres perfiles completamente diferentes, mismo modus operandi. Desaparecían un buen día y reaparecían dos más tarde, ahogados en agua de lluvia.

Lestrade no lo entendía todo, pero sí comprendía que tenían dos días antes de que otra persona apareciese en las mismas circunstancias. Le necesitaba para el caso… Sacó el móvil, dispuesto a contactar con la única persona capaz de llevarlo a buen puerto.

-¿No estará llamando al rarito, no? –preguntó Donovan entre incómoda e indignada.

-¿Tienes alguna sugerencia mejor? –preguntó mirándola directamente. La sargento bajó la mirada –Pues no discutas mis órdenes.

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Sherlock Holmes, calado de agua hasta los huesos examinaba cuidadosamente los orificios nasales de la muchacha muerta. Había restos de tierra, al igual que debajo de las uñas. Los recogió cuidadosamente para llevarlos a analizar. Eran su única pista, la lluvia se había encargado de limpiar el cuerpo y los rojizos cabellos de Anne McNeil. Se incorporó y observó a Lestrade, que le miraba con ansiedad y a Donovan, cuyos ojos reflejaban una mezcla de culpabilidad y su habitual escepticismo.

-¿Y bien? ¿Hay algo? –preguntó el inspector.

-No mucho, la verdad… -comentó Sherlock en su habitual tono neutro –Recién entrada en la veintena, asmática. Residía desde hace muy poco en Londres, sola. Va muy arreglada: vestido, joyas, zapatos de tacón… Probablemente tenía una cita. Tal vez quieras buscar a su acompañante… –Lestrade asintió -En cuanto a pruebas físicas, tierra en la nariz y bajo las uñas. Llévale el cuerpo a Molly, hablaré con ella en cuanto salgan los resultados de la autopsia. –el detective comenzó a caminar dejando atrás a los dos policías –Te enfrentas a un asesino en serie, Lestrade, toma las medidas que consideres oportunas.

-¿Y a dónde se supone que vas tú? –le gritó la sargento. Sherlock se giró mirándola.

-A analizar los restos de tierra, queridísima Donovan… Te agradecería que esta vez, por muy milagrosos que parezcan mis resultados, intentes no culparme del crimen. –respondió con una sonrisa cargada de sarcasmo y resentimiento que hizo a la sargento bajar la cabeza avergonzada –Buenos días.

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La puerta del laboratorio de St. Barts se abrió dando paso a Molly y John, ambos con sus batas blancas, Sherlock saludó alzando la mano sin levantar la vista del microscopio.

-Te traigo el informe de la autopsia –murmuró Molly. A pesar de haber cambiado en aquellos cuatro años seguía siendo extremadamente tímida. Sherlock la miró interrogativamente –Lo mismo que con los otros dos. Se ahogó… en lluvia.

-¿Qué encontraste? –preguntó John señalando al microscopio.

-Tierra –contestó escuetamente el detective volviendo a observar la muestra –Silicio, arcilla y restos de musgo. La tenía en la nariz y bajo las uñas. El resto se lo llevó la lluvia.

-No es mucho…-suspiró el doctor hojeando la autopsia –Confío en que sabrás llevarlo –comentó provocando la aparición de una pequeña sonrisa en el rostro del detective.

-Voy a necesitar los resultados de los otros dos ¿Podrías conseguírmelos, Molly? –preguntó Sherlock recibiendo un asentimiento como respuesta –John ¿te queda mucho para salir?

-Ya he terminado el horario de consultas, voy a dejar la bata y vengo. –Sherlock asintió tomando el informe que John acababa de posar en la mesa y comenzando a ojearlo. Molly y John salieron, dejándole absorto en la lectura.

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Eran las 16:00 en punto cuando los dos hombres empapados entraron en la casa. John maldecía la lluvia ruidosamente quitándose la parka y buscando ropa seca mientras la mente de Sherlock vagaba entre los datos del caso en busca de respuestas y su cuerpo permanecía al lado de la puerta, empapado. Volvió a la realidad súbitamente cuando John le tomó suavemente del brazo.

-¿Hmmm?

-Sé que es difícil y no has dejado de pensar en el caso, pero sécate antes de seguir ¿eh? –le sonrió John –No quiero que cojas una pulmonía…

Sherlock le devolvió la sonrisa al doctor e inmediatamente hizo caso de su recomendación, depositando un suave beso en sus labios.

Cuando volvió al salón, secándose los rizos con una toalla, John revisaba las fotos anexas a las carpetas de las víctimas sentado en el sofá. Sherlock se sentó en el reposabrazos y miró por encima del médico.

-¿Has encontrado la conexión entre ellos? –preguntó el doctor, visiblemente confuso e intrigado.

-No hay conexión, John. –respondió el detective, de nuevo pensativo.

-Vamos… que no la has encontrado. –le picó el otro, divertido. Sherlock le dedicó una mirada falsamente ofendida seguida de una sonrisa -¿En serio? ¿No hay nada?

-Nada… Ni sexo, ni edad, ni color de pelo, complexión, orientación sexual… Todo es distinto. Tres personas completamente diferentes capturadas por un asesino en serie en distintos puntos de la ciudad y asesinadas de una manera nada común… -John observó la enorme sonrisa de niño encerrado en una tienda de caramelos que se dibujaba en la cara del detective –Esto es mejor que la navidad…

-No tienes remedio… -suspiró el médico con una risa resignada.

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La tarde transcurrió como era habitual cada vez que tenían un caso: Sherlock envió a John a hablar con las familias de las víctimas mientras él analizaba las pruebas, los resultados de las autopsias y ponía a la red de vagabundos a investigar y observar cualquier movimiento inusual.

Pasaban de las 22:00 cuando Sherlock entró en el piso. John se encontraba sentado en su sofá, con una taza de té a lado, mientras escribía en el portátil.

-¿Blog?

-Blog. –afirmó el médico sin levantar la cabeza. El detective negó con media sonrisa mientras dejaba el abrigo y la bufanda en la percha. –Todas las notas que he tomado están ahí encima…¿Algún resultado con los vagabundos?

-Nada que contar. Les he puesto a trabajar, de todas formas… -comentó Sherlock tomando el violín y comenzando a tocar. John cerró la tapa del portátil y le miró.

-Hoy no vienes a dormir ¿no?

-Caso, John. –respondió –Necesito pensar. He dormido bastante esta semana…

-Algún día te dará algo… -comentó el médico mientras se ponía en pie –Buenas noches, entonces. –se acercó a él tímidamente y recibió un suave beso acompañado de un "que descanses" murmurado antes de subir las escaleras.

El violín comenzó a sonar otra vez, con una melodía arrulladora y apacible.