EL FANTASMA DE KONOHA
Capítulo 1: El perdido
Aquella mañana Naruto despertó sintiendo que algo había cambiado. Lo primero que hizo después de abrir los ojos fue observar su habitación, como si nunca hubiera estado ahí, buscando algo que sobrara o quizás algo que hiciera falta. Casi al instante notó un bulto recostado a su lado, respiró con alivio al notar que se trataba de Hinata. Le dio un suave beso en la mejilla y se levantó con cuidado de no despertarla.
Se llevó la mano a los cabellos rubios, no tan abundantes y rebeldes como antes, mientras caminaba por su casa. Se asomó al cuarto que compartían sus hijos y los contempló unos instantes, perplejo. ¿En serio él había sido capaz de hacer dos niños tan bonitos, de mejillas sonrojadas? Al momento se contestó diciendo que él no era nada feo, y bueno, Hinata también había ayudado mucho, de ella habían sacado esa gracia tan natural.
Se detuvo en la entrada. La luz lo cegó un momento, apenas estaba amaneciendo. ¿Pero qué demonios? Cualquiera que lo conociera un poco sabría que él nunca había sido buen madrugador. ¿Por qué entonces estaba ahí de pie, mirando el amanecer al más puro estilo de Gay-sensei?
Ah, cierto, la pesadilla.
Puso a hervir agua. Hacía meses que no había tenido la necesidad de prepararse un ramen instantáneo, pues desde que se casó con Hinata ella se había encargado de hacerle diario. Él no se lo había pedido, pero a ella le gustaba hacerlo feliz y hasta le pidió a Ichiraku que le diera unos consejos. De modo que Naruto no pudo ni quiso negarse, su esposa era buena cocinera y pronto él ya no supo distinguir la diferencia del platillo de Ichiraku del de ella.
Después de unos minutos su improvisado almuerzo estaba listo. Mientras comía fijó su mirada en un punto en la pared. Recordaba la pesadilla y eso le revolvía el estómago. ¿Cuántos años habían pasado ya desde que acabó la guerra? No lo recordaba con exactitud. – A ver, si Boruto tiene cinco años, y fue dos años después de la guerra que me casé con su madre… Al menos, unos siete años. –Se dijo. Siete años que habían corrido como el agua. ¿En serio había pasado tanto tiempo?
– ¿Naruto…?
La voz de Hinata resonaba en el pasillo. El rubio sonrió al recordar lo mucho que le costó convencerla de que dejara de agregarle el "-kun" a su nombre, aún después de casados. Y solo lo consiguió con un jueguito pícaro en el que, cada vez que ella dijera la palabra prohibida, él tendría el derecho de ponerle un castigo. Así es, en la cama, con lo vergonzosa que era Hinata no tardó mucho en recapacitar.
– ¿Y el –kun? –Le dijo medio riendo una vez que la vio entrar en la cocina.
Ella se sonrojó con violencia, pero se le pasó al ver la mirada grave de su esposo sobre la mesa. Algo tenía que andar muy mal para que Naruto estuviera tan serio. Se acercó y lo abrazó por la espalda, rodeándolo cariñosamente con sus brazos. Esa era su manera de preguntarle qué le pasaba.
–Hinata, yo… –Lo escuchó hablar muy quedito, así que inclinó su cabeza, a modo de tener la oreja cerca de su boca. – Tuve una pesadilla.
A cualquiera le podría parecer una tontería, pero no lo era para Hinata que ya conocía mucho a Naruto y sabía que aquél tono tan lúgubre tenía su motivo. Preocupada le dio un beso en la mejilla, presionándolo más contra su pecho, al tiempo que le preguntaba: ¿Y cómo era?
–Pues verás… –El rubio tragó saliva y comenzó a relatar su sueño.
Había soñado con la cuarta gran guerra ninja. Pero no con toda, si no con los momentos que más lo marcaron, como la muerte de Neji. Pero después su sueño se transformaba de alguna manera y se detenía en Sasuke, luego el tiempo comenzaba a andar hacia atrás. Sasuke peleando en la guerra, Sasuke obedeciendo a Toby/Obito, Sasuke matando a Itachi (esta parte solo era imaginación suya), Sasuke con Orochimaru, Sasuke en la academia… y en medio de todas esas imágenes el mismo Sasuke reclamándole a él, a Naruto, no haberlo salvado, el haberle dejado solo, reclamándole a gritos. Y de pronto, calma. Silencio. Y la pregunta del millón, ¿en dónde estaba ahora Sasuke?
Fue a casa de Sakura, como todos los días. Llevaba en el brazo una canasta con galletas y demás cosas que la buena de Hinata le había preparado. Tocó la puerta y ella lo recibió con una sonrisa.
–Hoy llegas temprano, Naruto. Sarada todavía está dormida. –Le medio reprochó en broma la pelirosada mientras llevaba la canasta a la cocina. –Dale las gracias a Hinata de mi parte, te sacaste la lotería al casarte con ella.
El rubio asintió con desgano. No estaba prestando atención a lo que le decía Sakura. Miró de lado a la niña recostada en su futon y se preguntó, como todos los días, cómo es que Sasuke había tenido el estómago para embarazar a Sakura y luego volver a irse. Muchos en la aldea pensaban que Naruto visitaba a su amiga diario para ayudarla con su carga, pero no era así. Ella era lo suficiente fuerte para valerse por sí misma y cuidar a su hija. Más bien iba a verla para hacerle compañía, para alivianar un poco la soledad que veía pesar en sus ojos verdes, y de paso, sentirse solo él también. Porque los dos extrañaban a la misma persona.
– ¿Todavía no…?
–No.
La respuesta de siempre a la pregunta de siempre. A veces era Naruto el que preguntaba y Sakura la que respondía, a veces era al revés. Y entonces les volvía el mismo dolor al pecho y para distraerse comenzaban a hablar de cualquier cosa. Tomaban té, bromeaban, Naruto decía alguna estupidez y Sakura le pegaba, reían, ella le agradecía la visita, él se despedía, y así todos los días.
Caminó por la aldea hasta que se hizo de noche. Cada vez que encontraba el camino a casa tomaba otra calle para continuar con su rodeo. La gente de Konoha miró a su héroe con la cabeza agachada y los ojos fijos en la tierra. Nadie se atrevió a molestarlo, ni siquiera las señoras más chismosas cuchichearon cerca de él. Tan grave su tristeza era digna de respeto. Incluso los más pequeños y gritones de la aldea enmudecían al verlo pasar.
Konoha estaba de luto, y nadie sabía por qué.
Llegó hasta la antigua residencia de los Uchiha, dudó si entrar o no, en el fondo sentía mucho miedo, pero finalmente se decidió. Andando entre las casas se dio cuenta de que su mejor amigo nunca le había dicho cuál era la suya. Esto le produjo algo de dolor. Resolvió no entrar a ninguna, no quería molestar a los espíritus y cagarse del susto. Así que se recostó en una piedra lo bastante ancha para meditar mirando el cielo. Estaba tan cansado de pensar que sin darse cuenta cayó dormido.
De pronto escuchó la hierba moverse, primero muy débilmente, después con más fuerza. Con pesadez abrió los párpados. Creyó ver a un niño corriendo a una casa. Se sentó sobre la roca, sentía el cuerpo pesado. Miró su mano muy blanca y al volverse al cielo notó que era noche de luna llena. Entonces escuchó el eco de una risilla inocente, pensó en Boruto pero no reconoció su voz. De nuevo la hierba, giró la cabeza rápidamente y esta vez sí que alcanzó a ver al niño. Suspiró de alivio al ver que no era una cabecita rubia, sino morena. Después se le encogió el pecho. ¿Qué hacia un niño pequeño a esas horas, solo, en ese lugar de muertos? Sin duda se habría perdido, debía regresarlo a su casa.
Comenzó a perseguir al niño, pero por más que corría no lo alcanzaba. De alguna manera siempre que estaba a punto de atraparlo se le escurría y lo veía correr en la dirección contraria, con muchos pasos de ventaja. Escuchaba risillas a su derecha, luego a la izquierda, luego tres casas al frente… sintió que todo aquello era una alucinación o que se trataba de otro sueño. Se detuvo a pellizcarse y no despertó, volvió a seguir al pequeño.
Había algo en ese niño que le resultaba familiar, pero en medio de la persecución no podía pensarlo demasiado. Lo comenzó a llamar a gritos, "¡Oye!... ¡Espera!... ¡Niño!... ¡Ey!..." El pequeño entró a una casa, Naruto reaccionó e hizo el kage bushin para rodearla, mientras él (el original) se aventuraba dentro.
Una vez ahí las risas dejaron de oírse, había en el ambiente mucho de tétrico, las paredes estaban roídas y sucias, el suelo roto, al techo le faltaba poco para caerse.
–Oye, niño… –Susurró, su corazón comenzaba a palpitar con fuerza. –No voy a hacerte daño, ¿dónde estás?
Iba de habitación a habitación registrando todo, al final solo quedaba una. Tragando saliva abrió la puerta corrediza. Naruto se quedó tieso, había manchas de sangre por todo el cuarto, y en medio el niño echo bolita, temblando. Alcanzaba a escuchar que balbuceaba algo.
–Tranquilo… yo te llevaré a casa… –Le decía con ternura mientras se acercaba lentamente, ya no huía más. Así que el rubio se agachó enfrente de él.
–Nii-san… nii-san… nii-san… –El pequeño al sentir tan cerca al otro comenzó a descubrirse el rostro. – ¿Nii-san? –Preguntó con sus ojitos negros iluminados.
Naruto palideció, no podía creer lo que estaba viendo.
– ¡¿Sa… Sasuke?!
Y ya no dio para más. Se desmayó.
