Diclaimer: Nada me pertenece. Twilight es de Stephenie Meyer y el fic es de jlmill9. Esto es solo una traducción.

La autora de este fic me dio permiso para publicar "The Twilight Books" en español. Estaba otra escritora traduciendo este fic pero por motivos personales no pudo continuar traduciendolo.

Yo me ofreci a seguir haciendolo hace tiempo, pero sinceramente no pude hasta ahora, no solo por el colegio sino por problemas de salud. sinceramente siento el haberles hecho esperar tanto a las lectoras que seguian este fic, asi que ahora que ya estoy mejor voy a intentar subir dos capitulos por semana para compensarlas. Sin mas les dejo hasta el capitulo 5, que es donde se habia quedado la traductora anterior. hoy o mas tardar mañana les subo el capitulo 6.

Primer Encuentro

— Argh, no hay nada para hacer —dijo Emmett. Habían pasado tres meses desde que los Vulturis habían visitado a los Cullen y él ya estaba deseando un poco más de acción—. Vamos a pelear, Jasper.

— No en la casa —la voz de Esme podía ser oída desde su cuarto.

— Por supuesto que no —dijo Emmett, frunciendo el ceño un poco.

— Creo que estoy para un pequeña pelea —Jasper sonrió a su hermano, pero antes de que alguno de ellos pudiera salir, Edward entró cargando un libro.

— Acabo de encontrar algo interesante en el porche —dijo mostrando el libro, o libros, en realidad.

— ¿Qué son? —preguntó Emmett.

— Son libros —dijo Jasper, tratando de no reirse—, los abres y luego los empiezas a leer.

— Eso lo sé —le frunció el ceño—. Quiero decir, ¿Sobre qué son?

— De nosotros, creo —Edward dijo, frunciendo el ceño levemente—. O por lo menos de una chica que está involucrada con un vampiro que se llama Edward…

— Bueno, eso suena interesante —dijo Alice, entrando en la habitación.

— ¿Lo viste venir? —preguntó Edward.

"No" respondió Alice y Edward frunció el cejo.

— ¿Qué pasa, papá? —preguntó Renesmee mientras entraba a la habitación, seguida de Bella y Jacob.

— Oh, el libro llegó y parece ser que es de cuando tu mamá vino por primera vez para acá —Edward le explicó.

— ¿Qué? —exclamó Bella.

—Si —dijo Edward, levantando una ceja por su reacción—. No sé de dónde vino o quién lo escribió… pero seria muy malo si esto saliera.

— No te preocupes, estará bien —dijo Emmett—. Creo que deberíamos leerlo.

— ¿Por qué?, ya sabemos qué pasó —dijo aburrida Rosalie.

— Si, no lo tenemos que leer —dijo Bella, feliz porque ya no podía sonrojarse, ya que estaría tan roja como un tomate para ahorita.

Edward, sin embargo, se dio cuenta de una nota de nerviosismo en su voz, y, al leer la contraportada de nuevo, sonrió. — Realmente creo que deberíamos leerlo.

— ¿Qué pasa con el cambio de actitudes? —dijo Jasper, notando que Edward cambió rápidamente de tenso y preocupado a emocionado y satisfecho en cosa de segundos.

— Me acabo de dar cuenta de que esto está desde la perspectiva de Bella —Edward sonrió—, significa que por fin podré leer los pensamientos de Bella.

— No es justo — Bella hizo un mohín.

— Si, debería ser entretenido —Jacob rió. Era bastante raro que él se pudiese sentir en casa con un grupo de vampiros, pero realmente era así; gracias a Renesmee (y Bella también), claro.

— Quiero leer cómo se conocieron tú y papá —dijo Renesmee, dando a su mamá una mirada esperanzadora.

— Esta bien —Bella suspiró mientras todo el mundo se sentaba en los sillones (en realidad no lo necesitaban… era solo un habito).

— ¿Quién leerá primero? —preguntó Jasper, pero no había punto el preguntar, ya que Edward ya había abierto el libro segundos después de que Jasper hubiera preguntado.

Prefacio —leyó

Nunca me había detenido a pensar en cómo iba a morir,

— Hasta después que te mudaste a Forks y solo pensabas en morir el año después —dijo Jacob.

— Nunca consideré convertirme en vampiro, como morir —dijo Bella.

— Pero lo es —dijeron Edward y Jacob al mismo tiempo, Bella se encogió de hombros.

aunque me habían sobrado los motivos en los últimos meses, pero no hubiera imaginado algo parecido a esta situación incluso de haberla imaginado.

Con la respiración contenida, contemplé fijamente los ojos oscuros del cazador al otro lado de la gran habitación. Éste me devolvió la mirada complacido.

— James —Edward gruñó.

— Todo está bien, amor, estoy bien —Bella le sonrió.

Seguramente, morir en lugar de otra persona, alguien a quien se ama, era una buena forma de acabar. Incluso noble. Eso debería contar algo.

Sabia que no afrontaría la muerte ahora de no haber ido a Forks, pero aterrada como estaba, no me arrepentía de esta decisión.

— Tu vida habría sido mejor si no hubieras venido aquí —dijo Edward.

— No, no lo habría hecho —dijo Bella con severidad.

— Dije vida, no existencia —dijo triste Edward—, pero estoy muy alegre de que vinieras.

Cuando la vida te ofrece un sueño que supera ampliamente cualquiera de tus expectativas, no es razonable lamentarse se su conclusión.

El cazador sonrió de forma amistosa cuando avanzó con aire despreocupado para matarme.

— ¿Tenías que pensar así? —dijo Edward con los dientes apretados (en realidad olvidándose de que él lo había matado)

— Lo siento —Bella se encogió de hombros.

— Primer capítulo —continuó Edward— "Primer encuentro"

— ¡Si!, el primer encuentro de mamá y papá —celebró Renesmee.

— Si y fue adorable —Alice rió junto con todo el mundo (excepto por Jacob y Renesmee).

Mi madre me llevó al aeropuerto con las ventanillas del coche abiertas. En Phoenix, la temperatura era de veinticuatro grados

— Eso es mucho más que aquí —Jacob rió.

y el cielo de un azul perfecto y despejado. Me había puesto mi blusa favorita,

— Blusa favorita… quiere decir de que te la pusiste mas de una vez —dijo Alice negando con la cabeza—. Tengo que trabajar contigo.

sin mangas y con broches de presión blancos; la llevaba como gesto de despedida. Mi equipaje de mano era un impermeable.

En la península de Olympic, al noroeste del Estado de Washington, existe un pueblecito llamado Forks cuyo cielo casi siempre permanece nublado. En esta insignificante localidad llueve mas que en cualquier otro sitio de los Estados Unidos.

— Por eso fue que lo elegimos —dijo Emmett feliz.

Mi madre se escapó conmigo de aquel lugar y de sus tenebrosas sempiternas sombras cuando yo apenas tenia unos meses. Me había visto obligada a pasar allí un mes cada verano hasta que por fin me impuse al cumplir catorce años; así que, en vez de eso, los tres últimos años, Charlie, mi padre, había pasado sus dos semanas de vacaciones conmigo en California.

Y ahora me exiliaba a forks, un acto que me aterraba, ya que detestaba el lugar.

— Forks no es tan malo —dijo Edward.

— No cuando estas con vampiros —dijo Bella.

— ¿De qué están hablando?, esa es la peor parte —dijo Jacob, haciendo muecas.

— Cállate, chucho —dijo Rosalie.

— Oblígame, rubia —Jacob dijo.

— Argh, espero que no lo hagan a cada rato —Bella gruñó.

Adoraba Phoenix. Me encantaba el sol, el calor abrasador y la vitalidad de una ciudad que se extendía en todas las direcciones.

Bella —me dijo mamá por enésima vez antes de subir al avión—, no tienes por qué hacerlo.

Mi madre y yo nos parecemos mucho, salvo por el pelo corto y las arrugas de la risa. Tuve un ataque de pánico cuando contemplé sus ojos grandes e ingenuos. ¿Cómo podía permitir que se las arreglara sola, ella tan cariñosa, caprichosa y atolondrada?

—Bella, te das cuenta de que ella es la mamá, ¿verdad? —preguntó Jacob.

— Ya sé, pero no la has conocido, ¿o si?—dijo Bella, Jacob tubo que admitir que ella tenia un punto.

Ahora tenía a Phil, por supuesto, por lo que probablemente se pagarían las cuentas, habría comida en el refrigerador y gasolina en el depósito del coche, y podría recurrir a él cuando se encontrara perdida, pero aun así…

Es que quiero ir —le mentí. Siempre se me ha dado muy mal eso de mentir, pero había dicho esa mentira con tanta frecuencia en los últimos meses que ahora casi sonaba convincente.

Saluda a Charlie de mi parte —dijo con resignación.

Sí, lo haré.

Te veré pronto —insistió—. Puedes regresar a casa cuando quieras. Volveré tan pronto como me necesites.

Pero en sus ojos vi el sacrificio que le significaba esa promesa.

No te preocupes por mí —le pedí—. Todo irá estupendamente. Te quiero, mamá.

Me abrazó con fuerza durante un minuto; luego subí al avión y ella se fue.

Para llegar a Forks tenía por delante un vuelo de cuatro horas de Phoenix a Seattle, y desde allí a Port Angeles una hora más en avioneta y otra más en coche. No me desagrada volar, pero me preocupaba un poco pasar una hora en el coche con Charlie.

— ¿Por qué?, Charlie es genial —dijo Jacob.

— No estaba segura de cómo lidiar con él —se encogió de hombros—. Digo, solo lo veía unas pocas semanas cada año.

Lo cierto es que Charlie había llevado bastante bien todo aquello. Parecía realmente complacido de que por primera vez fuera a vivir con él de forma más o menos permanente.

— Claro que lo está, él te ama —dijo Alice sonriendo.

Ya me había matriculado en el instituto y me iba a ayudar a comprar un coche.

Pero estaba convencida de que iba a sentirme incómoda en su compañía. Ninguno de los dos éramos muy habladores que se diga, y, de todos modos, tampoco tenía nada que contarle. Sabía que mi decisión lo hacía sentirse un poco confuso, ya que, al igual que mi madre, yo nunca había ocultado mi aversión hacia Forks.

Estaba lloviendo cuando el avión aterrizó en Port Angeles. No lo consideré un presagio, simplemente era inevitable. Ya me había despedido del sol.

Charlie me esperaba en el coche patrulla, lo cual no me extrañó. Para las buenas gentes de Forks, Charlie es el jefe de policía Swan. La principal razón de querer comprarme un coche, a pesar de lo escaso de mis ahorros, era que me negaba en redondo a que me llevara por todo el pueblo en un coche con luces rojas y azules en el techo. No hay nada que ralentice más la velocidad del tráfico que un poli.

— Es verdad —dijo Edward— y es por eso que siempre los evito —añadió, señalando su cabeza.

Charlie me abrazó torpemente con un solo brazo cuando bajaba a trompicones la escalerilla del avión.

— Trompicones —Emmett rió—. ¿Cuántas veces te caíste?

— No es de tu incumbencia —dijo Bella secamente.

Me alegro de verte, Bella —dijo con una sonrisa al mismo tiempo que me sostenía firmemente—. Apenas has cambiado. ¿Cómo está Renée?

Mamá está bien. Yo también me alegro de verte, papá —no le podía llamar Charlie a la cara.

— ¿Por qué le llamabas Charlie? —preguntó Jacob.

— No lo sé… es solo como le solía llamar antes — Bella se encogió de hombros.

Traía pocas maletas. La mayoría de mi ropa de Arizona era demasiado ligera para llevarla en Washington. Mi madre y yo habíamos hecho un fondo común con nuestros recursos para complementar mi vestuario de invierno, pero, a pesar de todo, era escaso. Todas cupieron fácilmente en el maletero del coche patrulla.

— Eso no puede ser así —Alice jadeó—. Pobrecita.

He localizado un coche perfecto para ti, y muy barato —anunció una vez que nos abrochamos los cinturones de seguridad.

¿Qué tipo de coche?

Desconfié de la manera en que había dicho «un coche perfecto para ti» en lugar de simplemente «un coche perfecto».

— Siempre eres desconfiada —Edward sonrió— y prestas atención a muchas cosas.

Bueno, es un monovolumen, un Chevy para ser exactos.

¿Dónde lo encontraste?

¿Te acuerdas de Billy Black, el que vivía en La Push?

La Push es una pequeña reserva india situada en la costa.

— No es pequeña —dijo Jacob, haciendo un mohín.

No.

— ¿No recordabas a papá? —preguntó Jacob, alargando el mohín.

— No su nombre, pero cuando lo vi lo reconocí —dijo Bella.

Solía venir de pesca con nosotros durante el verano —me explicó.

Por eso no me acordaba de él. Se me da bien olvidar las cosas dolorosas e innecesarias.

Ahora está en una silla de ruedas —continuó Charlie cuando no respondí—, por lo que no puede conducir y me propuso venderme su camioneta; es una ganga.

¿De qué año es?

Por la forma en que le cambió la cara, supe que era la pregunta que no deseaba oír.

Bueno, Billy ha realizado muchos arreglos en el motor. En realidad, tampoco tiene tantos años.

— Billy… Yo fui el que realizó los arreglos en el motor —Jacob dijo.

— Creo que solo quería decir que había bastante trabajo en el motor, no que Billy haya trabajado en el —dijo Edward, haciendo que Jacob se quejara aun más.

Esperaba que no me tuviera en tan poca estima como para creer que iba a dejar pasar el tema así como así.

¿Cuándo lo compró?

En 1984... Creo.

¿Y era nuevo entonces?

— Y ahí estás siendo observadora de nuevo —murmuró Edward.

En realidad, no. Creo que era nuevo a principios de los sesenta, o a lo mejor a finales de los cincuenta —confesó con timidez.

¡Papá, por favor! ¡No sé nada de coches! No podría arreglarlo si se estropeara y no me puedo permitir pagar un taller.

— Yo lo arreglé gratis y no se anda parando por ahí —dijo Jacob.

— Lo hizo el verano pasado —dijo Bella.

— Me imagino que habría recibido ayuda en ese departamento —dijo Jacob.

— ¿Es cierto? —preguntó Bella mirando a Edward; ella siempre se había preguntado si Edward había tenido algo que ver con ese accidente.

Edward decidió seguir leyendo para evitar la pregunta.

Nada de eso, Bella, el cacharro funciona a las mil maravillas. Hoy en día no los fabrican tan buenos.

El cacharro, repetí en mi fuero interno. Al menos tenía posibilidades como apodo.

— Realmente lo debiste llamar así —Emmett se carcajeó.

¿Y qué entiendes por barato?

Después de todo, ése era el punto en el que yo no iba a ceder.

Bueno, cariño, ya te lo he comprado como regalo de bienvenida.

Charlie me miró de reojo con rostro expectante.

Vaya. Gratis.

No tenías que hacerlo, papá. Iba a comprarme un coche.

No me importa. Quiero que te encuentres a gusto aquí.

Charlie mantenía la vista fija en la carretera mientras hablaba. Se sentía incómodo al expresar sus emociones en voz alta.

— No es cierto. El abuelo siempre me sonríe y abraza —dijo Renesmee.

— Si, pero creo que todo el mundo está obligado a quererte —Bella le sonrió.

— El chucho es prueba de eso —dijo Rosalie. Jacob gruñó y trató de contenerse para responderle.

Yo lo había heredado de él, de ahí que también mirara hacia la carretera cuando le respondí:

Es estupendo, papá. Gracias. Te lo agradezco de veras.

Resultaba innecesario añadir que era imposible estar a gusto en Forks,

— No era imposible, solo no comprobable —dijo Edward.

pero él no tenía por qué sufrir conmigo. Y a caballo regalado no le mires el diente, ni el motor.

Bueno, de nada. Eres bienvenida —masculló, avergonzado por mis palabras de agradecimiento.

Intercambiamos unos pocos comentarios más sobre el tiempo, que era húmedo, y básicamente ésa fue toda la conversación. Miramos a través de las ventanillas en silencio.

— Eso debió de ser un poco incomodo —dijo Jacob, quien no se podía quedar en silencio.

— En realidad, fue un silencio cómodo, más de lo que pensé —dijo Bella y sonrió.

El paisaje era hermoso, por supuesto, no podía negarlo. Todo era de color verde: los árboles, los troncos cubiertos de musgo, el dosel de ramas que colgaba de los mismos, el suelo cubierto de helechos. Incluso el aire que se filtraba entre las hojas tenía un matiz de verdor.

Era demasiado verde, un planeta alienígena.

— Querida, el verde es uno de los colores más predominantes en nuestro planeta —dijo Edward, mientras los otros se reían por los pensamientos de Bella.

— Sabía que esto era mala idea —Bella dijo.

— No, creo que este pensamiento es uno de los mas entretenidos, pero no de los originales —Emmett rió aun más fuerte que la otra vez.

Finalmente llegamos al hogar de Charlie. Vivía en una casa pequeña de dos habitaciones que compró con mi madre durante los primeros días de su matrimonio. Ésos fueron los únicos días de su matrimonio, los primeros.

— ¿Qué pasó? —preguntó Edward; esa era una de la preguntas que no había preguntado cuando estaban saliendo (o por lo menos, no era uno de los temas en el que habían presionado mucho)

— Mi madre odiaba Forks —Bella dijo como si fuese lo más obvio.

— Pero ¿por qué tu papá no fue con ella? —preguntó Edward.

— No lo sé —Bella nunca le había preguntado a su papá acerca de eso —. Pero el realmente ama a el pueblo… hubiese sido muy infeliz.

— Creo que se tendría que haber ido contigo y tu mamá —dijo Edward, Bella se parecía mucho a su padre. Pensó que él hubiera preferido irse con su familia— Charlie se preocupa más por ustedes que donde vive.

— Tal vez —dijo Bella —, mi mamá no le dio esa opción.

— Tal vez —dijo Edward y continuó leyendo.

Allí, aparcado en la calle delante de una casa que nunca cambiaba, estaba mi nueva camioneta, bueno, nueva para mí. El vehículo era de un rojo desvaído, con guardabarros grandes y redondos y una cabina de aspecto bulboso. Para mi enorme sorpresa, me encantó.

— ¿De verdad te encantaba? —dijo Edward burlándose, Jacob se quejó

— Si.

No sabía si funcionaría, pero podía imaginarme al volante. Además, era uno de esos modelos de hierro sólido que jamás sufren daños, la clase de coches que ves en un accidente de tráfico con la pintura intacta y rodeado de los trozos del coche extranjero que acaba de destrozar.

— Tienes un punto allí —dijo Edward—. Y por esa razón, tu camioneta era aceptable.

— Gracias por aprobarla, Edward —Bella bufó.

— Hey, ¿Sabes cómo Charlie decidió que la camioneta era buena para Bella? —dijo Emmett, tratando de no reírse— ¿Crees que él estaba pensando en que, tal vez, allí no se cayera?

Bella le miró mal y todo el mundo empezó a reírse.

— Probablemente —dijo Edward; lo suficiente valiente para decirlo en frente de Bella. Ella le miró molesta a la vez que le gruñía.

¡Caramba, papá! ¡Me encanta! ¡Gracias!

Ahora, el día de mañana parecía bastante menos terrorífico. No me vería en la tesitura de elegir entre andar tres kilómetros bajo la lluvia hasta el instituto o dejar que el jefe de policía me llevara en el coche patrulla.

— Ew… tu no querías eso —dijo Alice, estremeciéndose.

Me alegra que te guste —dijo Charlie con voz áspera, nuevamente avergonzado.

— Hey… aceptaste el regalo sin enfadarte con él —se dio cuenta de repente Edward.

— Umm… —Bella no sabía que responderle.

— No es justo —Edward hizo un mohín.

Subir todas mis cosas hasta el primer piso requirió un solo viaje escaleras arriba. Tenía el dormitorio de la cara oeste, el que daba al patio delantero. Conocía bien la habitación; había sido la mía desde que nací. El suelo de madera, las paredes pintadas de azul claro, el techo a dos aguas, las cortinas de encaje ya amarillentas flanqueando las ventanas... Todo aquello formaba parte de mi infancia. Los únicos cambios que había introducido Charlie se limitaron a sustituir la cuna por una cama y añadir un escritorio cuando crecí. Encima de éste había ahora un ordenador de segunda mano con el cable del módem grapado al suelo hasta la toma de teléfono más próxima. Mi madre lo había estipulado de ese modo para que estuviéramos en contacto con facilidad. La mecedora que tenía desde niña aún seguía en el rincón.

Sólo había un pequeño baño en lo alto de las escaleras que debería compartir con Charlie. Intenté no darle muchas vueltas al asunto.

— Todavía no sé cómo sobreviviste —dijo Alice y Rosalie asintió con su cabeza en señal de acuerdo.

— No era tan malo —Bella se encogió de hombros—. No era tan difícil allí; si hubiese estado Renée, sería una tortura.

Una de las cosas buenas que tiene Charlie es que no se queda revoloteando a tu alrededor. Me dejó sola para que deshiciera mis maletas y me instalara, una hazaña que hubiera sido del todo imposible para mi madre. Resultaba estupendo estar sola, no tener que sonreír ni poner buena cara; fue un respiro que me permitió contemplar a través del cristal la cortina de lluvia con desaliento y derramar algunas lágrimas. No estaba de humor para una gran llorar largo y tendido. Eso podía esperar hasta que me acostara y me pusiera a reflexionar sobre lo que me aguardaba al día siguiente.

— No era tan malo, ¿verdad? —preguntó Jacob.

Bella se encogió de hombros y dijo:— No hasta que alguien te mire como si te quisiera matar.

A estas palabras, Edward se tensó; recordaba con dolorosa claridad cada pensamiento de ese día y le enfermaba.

— Lo siento —le dijo Bella suavemente, no lo había dicho para que se molestara; ella era, usualmente, más cuidadosa con eso.

— Está bien, pero no estoy seguro de que me gustará leer este capítulo, después de todo —dijo Edward.

— ¿Por qué? —preguntó Renesmee (Jacob también estaba curioso)

— Ya verás —respondió Bella.

El aterrador matricula de estudiantes del instituto de Forks era de tan sólo trescientos cincuenta y siete, ahora trescientos cincuenta y ocho. Solamente en mi clase de tercer año en Phoenix había más de setecientos alumnos. Todos los jóvenes de por aquí se habían criado juntos y sus abuelos habían aprendido a andar juntos. Yo sería la chica nueva de la gran ciudad, una curiosidad, un bicho raro.

— No el último —dijo Edward, sonriendo de nuevo—. Ninguno lo pensó aquel día.

Tal vez podría utilizar eso a mi favor si tuviera el aspecto que se espera de una chica de Phoenix, pero físicamente no encajaba en modo alguno. Debería ser alta, rubia, de tez bronceada, una jugadora de voleibol o quizá una animadora, todas esas cosas propias de quienes viven en el Valle del Sol.

Por el contrario, mi piel era blanca como el marfil a pesar de las muchas horas de sol de Arizona, sin tener siquiera la excusa de unos ojos azules o un pelo rojo. Siempre he sido delgada, pero más bien flojucha y, desde luego, no una atleta.

Todos rieron, excepto Bella.

— Pero mamá es tan atlética como todos ustedes —dijo Renesmee confundida al ver como todos se reían.

— Encontrarás que tu mamá era un poco… diferente cuando era humana —dijo Edward carcajeándose.

Me faltaba la coordinación suficiente para practicar deportes sin hacer el ridículo o dañar a alguien, a mí misma o a cualquiera que estuviera demasiado cerca.

Después de colocar mi ropa en el viejo tocador de madera de pino, me llevé el neceser al cuarto de baño para asearme tras un día de viaje. Contemplé mi rostro en el espejo mientras me cepillaba el pelo enredado y húmedo. Tal vez se debiera a la luz, pero ya tenía un aspecto más cetrino y menos saludable. Puede que tenga una piel bonita, pero es muy clara, casi traslúcida, por lo que su apariencia depende del color del lugar y en Forks no había color alguno.

— Eres hermosa, amor —le dijo Edward sonriendo.

Mientras me enfrentaba a mi pálida imagen en el espejo, tuve que admitir que me engañaba a mí misma. Jamás encajaría, y no sólo por mis carencias físicas. Si no me había hecho un huequecito en una escuela de tres mil alumnos, ¿qué posibilidades iba a tener aquí?

— ¿No tenías amigos en Phoenix? —preguntó Jacob.

— Los tenía, pero no tan cercanos —dijo Bella—; como mi amistad con Jessica y los otros humanos… pero no tanto.

— Eso es un poco triste —dijo Jacob—. Entonces, ¿Por qué te querías quedar allá?

— No pensé que iba a encontrar mi lugar aquí y me gustaba el sol y mi mamá.

No sintonizaba bien con la gente de mi edad. Bueno, lo cierto es que no sintonizaba bien con la gente. Punto.

— Necesitabas vampiros para sentirte a gusto —Emmett rió.

— También está muy a gusto con hombres-lobos —agregó Jacob.

Ni siquiera mi madre, la persona con quien mantenía mayor proximidad, estaba en armonía conmigo; no íbamos por el mismo carril. A veces me preguntaba si veía las cosas igual que el resto del mundo. Tal vez la cabeza no me funcionara como es debido.

— No hay duda acerca de eso —le sonrió Edward.

— Edward —Bella hizo un mohín y Edward rió, todavía sonriendo, pero no dijo más.

Pero la causa no importaba, sólo contaba el efecto. Y mañana no sería más que el comienzo.

Aquella noche no dormí bien, ni siquiera cuando dejé de llorar. El siseo constante de la lluvia y el viento sobre el techo no aminoraba jamás, hasta convertirse en un ruido de fondo. Me tapé la cabeza con la vieja y descolorida colcha y luego añadí la almohada, pero no conseguí conciliar el sueño antes de medianoche, cuando al fin la lluvia se convirtió en un fino chipi-chipi.

A la mañana siguiente, lo único que veía a través de la ventana era una densa niebla y sentí que la claustrofobia se apoderaba de mí. Aquí nunca se podía ver el cielo, parecía una jaula.

El desayuno con Charlie se desarrolló en silencio. Me deseó suerte en la escuela y le di las gracias, aun sabiendo que sus esperanzas eran vanas. La buena suerte solía esquivarme.

— El eufemismo más grande del año —Edward dio, todos asintieron en acuerdo.

Charlie se marchó primero, directo a la comisaría, que era su esposa y su familia. Examiné la cocina después de que se fuera, todavía sentada en una de las tres sillas, ninguna de ellas a juego, junto a la vieja mesa cuadrada de roble. La cocina era pequeña, con paneles oscuros en las paredes, armarios amarillo chillón y un suelo de linóleo blanco. Nada había cambiado. Hacía dieciocho años, mi madre había pintado los armarios con la esperanza de introducir un poco de luz solar en la casa. Había una hilera de fotos encima del pequeño hogar del cuarto de estar, que colindaba con la cocina y era del tamaño de una caja de zapatos. La primera foto era de la boda de Charlie con mi madre en Las Vegas, y luego la que nos tomó a los tres una amable enfermera del hospital donde nací, seguida por una sucesión de mis fotografías escolares hasta el año pasado.

— No vi ninguna de esas —Edward frunció el ceño.

— Debiste de verlas, eran muy adorables —Rió Jacob.

Verlas me resultaba muy embarazoso. Tenía que convencer a Charlie de que las pusiera en otro sitio, al menos mientras yo viviera aquí.

— Evidentemente, tuviste éxito —dijo Edward con el ceño todavía fruncido.

Era imposible permanecer en aquella casa y no darse cuenta de que Charlie no se había repuesto de la marcha de mi madre. Eso me hizo sentir incómoda.

—Debió de ser difícil —dijo Jasper.

— Lo fue, pero no pensé que había durado tanto —dijo Bella.

No quería llegar demasiado pronto al instituto, pero no podía permanecer en la casa más tiempo, por lo que me puse el impermeable, tan grueso que recordaba a uno de esos trajes empleados en caso de peligro biológico, y me encaminé hacia la llovizna.

Aún chispeaba, pero no lo bastante para que me calara mientras buscaba la llave de la casa, que siempre estaba escondida debajo del alero que había junto a la puerta, y cerrara. El ruido de mis botas de agua nuevas resultaba enervante. Añoraba el crujido habitual de la grava al andar. No pude detenerme a admirar de nuevo el vehículo, como deseaba, y me apresuré a escapar de la húmeda neblina que se arremolinaba sobre mi cabeza y se agarraba al pelo por debajo de la capucha.

— Eres muy extraña, ¿por qué querrías admirar la camioneta —cuestionó Emmett.

— No lo sé —dijo Bella encogiéndose de hombros; no solo se le era difícil recordar esas cosas por su transformación, sino que de todas maneras no las necesitaba recordar en su vida como vampira.

Dentro de la camioneta estaba cómoda y seca. Era obvio que Charlie o Billy debían de haberlo limpiado,

— Debió de haber sido Charlie… papá no haría cosas como esas —dijo Jacob.

pero la tapicería marrón de los asientos aún olía tenuemente a tabaco, gasolina y menta. El coche arrancó a la primera, con gran alivio por mi parte, aunque en medio de un gran estruendo, y luego hizo mucho ruido mientras avanzaba al ralentí. Bueno, un coche tan antiguo debía de tener algún defecto. La anticuada radio funcionaba, un añadido que no me esperaba.

— No funcionaba… ¡era horrible! —Emmett hizo una mueca—. Difícilmente podía escuchar algo.

— Pero aun así se escuchaba —defendió Bella.

— No importa, la radio que te dimos funcionaba mucho mejor —dijo Emmett.

— Mmm… cómo quieras —dijo Bella, intercambiando una mirada con Edward. Lo otros no sabían que ella después había arrancado la radio de la camioneta, Bella no sabía cómo se lo iban a tomar (si salía) en el próximo libro.

Fue fácil localizar el instituto pese a no haber estado antes. El edificio se hallaba, como casi todo lo demás en el pueblo, junto a la carretera. No resultaba obvio que fuera una escuela, sólo me detuve gracias al cartel que indicaba que se trataba del instituto de Forks. Se parecía a un conjunto de esas casas de intercambio en época de vacaciones construidas con ladrillos de color granate. Había tantos árboles y arbustos que a primera vista no podía verlo en su totalidad. ¿Dónde estaba el ambiente de un instituto?, me pregunté con nostalgia. ¿Dónde estaban las alambradas y los detectores de metales?

— ¿Querías una alambrada y un detector de metales? —preguntó Alice meneando la cabeza.

— Era a lo que estaba acostumbrada —dijo Bella.

Aparqué frente al primer edificio, encima de cuya entrada había un cartelito que rezaba «Oficina principal». No vi otros coches aparcados allí, por lo que estuve segura de que estaba en zona prohibida, pero decidí que iba a pedir indicaciones en lugar de dar vueltas bajo la lluvia como una tonta. De mala gana salí de la cabina calentita de la camioneta y recorrí un sendero de piedra flanqueado por setos oscuros. Respiré hondo antes de abrir la puerta.

En el interior había más luz y se estaba más caliente de lo que esperaba. La oficina era pequeña: una salita de espera con sillas plegables acolchadas, una basta alfombra con motas anaranjadas, noticias y premios pegados sin orden ni concierto en las paredes y un gran reloj que hacía tictac de forma ostensible. Las plantas crecían por doquier en sus macetas de plástico, por si no hubiera suficiente vegetación fuera.

Un mostrador alargado dividía la habitación en dos, con cestas metálicas llenas de papeles sobre la encimera y anuncios de colores chillones pegados en el frontal. Detrás del mostrador había tres escritorios. Una pelirroja regordeta con gafas se sentaba en uno de ellos. Llevaba una camiseta de color púrpura que, de inmediato, me hizo sentir que yo iba demasiado elegante.

La mujer pelirroja alzó la vista.

¿Te puedo ayudar en algo?

Soy Isabella Swan —le informé, y de inmediato advertí en su mirada un atisbo de reconocimiento. Me esperaban. Sin duda, había sido el centro de los chismes.

— Sip, era el más actual en el pequeño pueblo de Forks —dijo Alice—. Eras lo único de lo que la gente podía hablar.

— Gracias —Suspiró Bella.

La hija de la caprichosa ex mujer del jefe de policía al fin regresaba a casa.

Por supuesto —dijo.

Rebuscó entre los documentos precariamente apilados hasta encontrar los que buscaba.

Precisamente aquí tengo el horario de tus clases y un plano de la escuela.

Trajo varias cuartillas al mostrador para enseñármelas. Repasó todas mis clases y marcó el camino más idóneo para cada una en el plano; luego, me entregó el comprobante de asistencia para que lo firmara cada profesor y se lo devolviera al finalizar las clases. Me dedicó una sonrisa y, al igual que Charlie, me dijo que esperaba que me gustara Forks. Le devolví la sonrisa más convincente posible.

Los demás estudiantes comenzaban a llegar cuando regresé a la camioneta. Los seguí, me uní a la cola de coches y conduje hasta el otro lado de la escuela. Supuso un alivio comprobar que casi todos los vehículos tenían aún más años que el mío, ninguno era ostentoso. En Phoenix, vivía en uno de los pocos barrios pobres del distrito Paradise Valley. Era habitual ver un Mercedes nuevo o un Porsche en el aparcamiento de los estudiantes. El mejor coche de los que allí había era un flamante Volvo, y destacaba.

— Si, mi Volvo es asombroso, ¿verdad que sí? —dijo orgullosamente Edward.

— Nada, en comparación con el de la rubia —dijo Jacob forzosamente.

Aun así, apagué el motor en cuanto aparqué en una plaza libre para que el estruendo no atrajera la atención de los demás sobre mí.

Examiné el plano en la camioneta, intentando memorizarlo con la esperanza de no tener que andar consultándolo todo el día.

— Muy difícil si todo el mundo está esperando ayudarte —dijo Alice.

Lo guardé en la mochila, me la eché al hombro y respiré hondo. Puedo hacerlo, me mentí sin mucha convicción. Nadie me va a morder.

Todos los vampiros rieron a eso.

— Bueno, nadie lo hizo… no ese día, claro —dijo Bella, riendo también.

Al final, suspiré y salí del coche.

Mantuve la cara escondida bajo la capucha y anduve hasta la acera abarrotada de jóvenes. Observé con alivio que mi sencilla chaqueta negra no llamaba la atención.

Una vez pasada la cafetería, el edificio número tres resultaba fácil de localizar, ya que había un gran «3» pintado en negro sobre un fondo blanco con forma de cuadrado en la esquina del lado este. Noté que mi respiración se acercaba a hiperventilación al aproximarme a la puerta. Para paliarla, contuve el aliento y entré detrás de dos personas que llevaban impermeables de estilo unisex.

El aula era pequeña. Los alumnos que tenía delante se detenían en la entrada para colgar sus abrigos en unas perchas; había varias. Los imité. Se trataba de dos chicas, una rubia de tez clara como la porcelana y otra, también pálida, de pelo castaño claro. Al menos, mi piel no sería nada excepcional aquí.

— Todavía eras más pálida que ellos —dijo Edward.

— Pero no tanto como ustedes —dijo Bella

— No, pero creo que eres lo más ceca a nuestra palidez —agregó Emmett.

Entregué el comprobante al profesor, un hombre alto y calvo al que la placa que descansaba sobre su escritorio lo identificaba como Sr. Mason. Se quedó mirándome embobado al ver mi nombre, pero no me dedicó ninguna palabra de aliento, y yo, por supuesto, me puse colorada como un tomate. Pero al menos me envió a un pupitre vacío al fondo de la clase sin presentarme al resto de los compañeros. A éstos les resultaba difícil mirarme al estar sentada en la última fila, pero se las arreglaron para conseguirlo. Mantuve la vista clavada en la lista de lecturas que me había entregado el profesor. Era bastante básica: Bronté, Shakespeare, Chaucer, Faulkner. Los había leído a todos, lo cual era cómodo... y aburrido.

— Y pensar que es más aburrido hacerlo más de cincuenta veces —dijo Edward.

Me pregunté si mi madre me enviaría la carpeta con los antiguos trabajos de clase o si creería que la estaba engañando. Recreé nuestra discusión mientras el profesor continuaba con su perorata.

Cuando sonó el zumbido casi nasal del timbre, un chico flacucho, con acné y pelo grasiento, se ladeó desde un pupitre al otro lado del pasillo para hablar conmigo.

Tú eres Isabella Swan, ¿verdad?

Parecía demasiado amable, el típico miembro de un club de ajedrez.

— Esa es una buena descripción de Eric —dijo Alice.

Bella —le corregí. En un radio de tres sillas, todos se volvieron para mirarme.

¿Dónde tienes la siguiente clase? —preguntó. Tuve que comprobarlo con el programa que tenía en la mochila.

Eh... Historia, con Jefferson, en el edificio seis.

— No necesitabas decir en qué edificio… todo el mundo sabe en dónde están las clases y quién las da —dijo Edward.

Mirase donde mirase, había ojos curiosos por doquier.

Voy al edificio cuatro, podría mostrarte el camino —demasiado amable, sin duda—. Me llamo Eric —añadió.

Sonreí con timidez.

Gracias.

— Bueno, ahora no necesitas el mapa —dijo Jacob.

— Solo para un plan B —dijo Edward antes de que Bella tuviera tiempo de decir algo.

Recogimos nuestros abrigos y nos adentramos en la lluvia, que caía con más fuerza. Hubiera jurado que varias personas nos seguían lo bastante cerca para escuchar a hurtadillas. Esperaba no estar volviéndome paranoica.

— No eres paranoica si estás en lo correcto —dijo Alice—. Creo que si estaban caminando lo bastante cerca.

— Solo por la primera semana —dijo Jasper al ver el cejo de Bella.

Bueno, es muy distinto de Phoenix, ¿eh? —preguntó.

Mucho.

Allí no llueve a menudo, ¿verdad?

Tres o cuatro veces al año.

Vaya, no me lo puedo ni imaginar.

Hace mucho sol —le expliqué.

No se te ve muy bronceada.

Es la sangre albina de mi madre.

Me miró con aprensión. Suspiré. No parecía que las nubes y el sentido del humor encajaran demasiado bien.

— Eso no es gracioso —dijo Emmett.

— Tenemos mucho sentido del humor —dijo Jasper.

— Y que consiste en reírnos cada vez que te caías —Emmett se carcajeó.

— Y eso tampoco es gracioso —dijo Bella.

Después de estar varios meses aquí, habría olvidado cómo emplear el sarcasmo.

Pasamos junto a la cafetería de camino hacia los edificios de la zona sur, cerca del gimnasio. Eric me acompañó hasta la puerta, aunque la podía identificar perfectamente.

En fin, suerte —dijo cuando rocé el picaporte—. Tal vez coincidamos en alguna otra clase.

Parecía esperanzado. Le dediqué una sonrisa que no comprometía a nada y entré.

El resto de la mañana transcurrió de forma similar. Mi profesor de Trigonometría, el señor Varner, a quien habría odiado de todos modos por la asignatura que enseñaba, fue el único que me obligó a permanecer delante de toda la clase para presentarme a mis compañeros.

— Argh, eso es horrible —dijo Jacob con una mueca en su cara.

Balbuceé, me sonrojé y tropecé con mis propias botas al volver a mi pupitre.

— Quisiera haber visto eso —Edward sonrió

— Pero dudo que hubiese sido bueno para alguno de los dos —Bella dijo y Edward frunció el ceño, era verdad que eso hubiera hecho que ella se hiciera más atractiva a Edward.

Después de dos clases, empecé a reconocer varias caras en cada asignatura. Siempre había alguien con más coraje que los demás que se presentaba y me preguntaba si me gustaba Forks. Procuré actuar con diplomacia, pero por lo general mentí mucho. Al menos, no necesité el plano.

Una chica se sentó a mi lado tanto en clase de Trigonometría como de español, y me acompañó a la cafetería para almorzar. Era muy pequeña, varios centímetros por debajo de mi uno sesenta, pero casi alcanzaba mi estatura gracias a su oscura melena de rizos alborotados. No me acordaba de su nombre, por lo que me limité a sonreír mientras parloteaba sobre los profesores y las clases. Tampoco intenté comprenderlo todo.

— Qué considerado de tu parte —dijo Edward con una pizca de sarcasmo.

— Tampoco era tan importante y no iba a recordar aunque tratara —dijo Bella—. Ya sabes cómo es Jessica.

— Claro —Edward resopló.

Nos sentamos al final de una larga mesa con varias de sus amigas a quienes me presentó. Se me olvidaron los nombres de todas en cuanto los pronunció. Parecían orgullosas por tener el coraje de hablar conmigo. El chico de la clase de Lengua y Literatura, Eric, me saludó desde el otro lado del salón.

— Fue muy raro —Anunció de repente Bella—, estaba acostumbrada a que las personas me ignorasen y de pronto todos me miraban y saludaban… también fue un poco fastidioso.

Y allí estaba, sentada en el comedor, intentando entablar conversación con siete desconocidas llenas de curiosidad, cuando los vi por primera vez.

— Por fin hacemos nuestra aparición —dijo Emmett.

Se sentaban en un rincón de la cafetería, en la otra punta de donde yo me encontraba. Eran cinco. No conversaban

— Si lo hacíamos —dijo Edward.

— No en el modo en el que pudiera verlo —dijo Bella.

ni comían pese a que todos tenían delante una bandeja de comida. No me miraban de forma estúpida como casi todos los demás, por lo que no había peligro: podía estudiarlos sin temor a encontrarme con un par de ojos excesivamente interesados. Pero no fue eso lo que atrajo mi atención.

— Fue nuestra apariencia divina —dijo Emmett.

No se parecían lo más mínimo a ningún otro estudiante. De los tres chicos, uno era fuerte, tan musculoso que parecía un verdadero levantador de pesas, y de pelo oscuro y rizado.

— ¡Soy yo! —dijo Emmett.

— ¿Podrías callarte? —dijo Edward— Todos sabemos que eres tú

Otro, más alto y delgado, era igualmente musculoso y tenía el cabello del color de la miel. El último era desgarbado, menos corpulento, y llevaba despeinado el pelo castaño dorado. Tenía un aspecto más juvenil que los otros dos, que podrían estar en la universidad o incluso ser profesores aquí en vez de estudiantes.

— No soy tan joven —Edward se quejó—. Soy mayor que Emmett.

— Te ves más joven en comparación con él —dijo Bella— y tu cuerpo también.

— Lo que sea —dijo, aun quejándose, Edward.

Las chicas eran dos polos opuestos. La más alta era escultural. Tenía una figura preciosa, del tipo que se ve en la portada del número dedicado a trajes de baño de la revista Sports Illustrated, y con el que todas las chicas pierden buena parte de su autoestima sólo por estar cerca.

— Argh, ¿podrías saltarte esta parte? —dijo Jacob; él estaba mirando a Rosalie, quien miraba sonriendo a Bella por su descripción y a Jacob no le gustaba eso.

Edward rió a eso, estaba de acuerdo pero decidió seguir leyendo desde donde lo había dejado.

Su pelo rubio caía en cascada hasta la mitad de la espalda. La chica baja tenía aspecto de duendecillo de facciones finas, un fideo. Su pelo corto era rebelde, con cada punta señalando en una dirección, y de un negro intenso.

Aun así, todos se parecían muchísimo. Eran blancos como la cal, los estudiantes más pálidos de cuantos vivían en aquel pueblo sin sol. Más pálidos que yo, que soy albina. Todos tenían ojos muy oscuros, a pesar de la diferente gama de colores de los cabellos,

— ¿Vistes nuestros ojos? —preguntó Jasper—. La mayoría de las personas no son tan observadoras.

— Bella es muy observadora para su propio bien —dijo Edward.

y ojeras malvas, similares al morado de los hematomas. Era como si todos padecieran de insomnio

— Sep, muchas noches de insomnio.

o se estuvieran recuperando de una rotura de nariz, aunque sus narices, al igual que el resto de sus facciones, eran rectas, perfectas, simétricas.

Pero nada de eso era el motivo por el que no conseguía apartar la mirada.

— Aquí viene la parte bonita.

Continué mirándolos porque sus rostros, tan diferentes y tan similares al mismo tiempo, eran de una belleza inhumana y devastadora. Eran rostros como nunca esperas ver, excepto tal vez en las páginas retocadas de una revista de moda. O pintadas por un artista antiguo, como el semblante de un ángel. Resultaba difícil decidir quién era más bello, tal vez la chica rubia perfecta o el joven de pelo castaño dorado.

— No me gusta ninguna de las opciones —dijo Jacob.

— Entonces, ¿cuál elegirías? —preguntó Bella.

— Er… ninguna… todos son sanguijuelas —dijo Jacob.

Los cinco desviaban la mirada los unos de los otros, también del resto de los estudiantes y de cualquier cosa hasta donde pude colegir. La chica más pequeña se levantó con la bandeja —el refresco sin abrir, la manzana sin morder—

— También notaste eso —dijo Jasper—. Ya veo cómo lo descubriste tan rápido.

— Sabes que tuve bastante ayuda n eso —dijo Bella— y si no fuera por…

— Lo sé —dijo—. Pero de todas maneras lo hubieras descubierto sola.

y se alejó con un trote grácil, veloz, propio de un corcel desbocado. Asombrada por sus pasos de ágil bailarina, la contemplé vaciar su bandeja y deslizarse por la puerta trasera a una velocidad superior a lo que habría considerado posible. Miré rápidamente a los otros, que permanecían sentados, inmóviles.

— ¿De qué estaban hablando? —preguntó Bella, todo el mundo miró a Jasper quien estaba triste y avergonzado por la pregunta—. Olvídenlo.

¿Quiénes son ésos?—pregunté a la chica de la clase de Español, cuyo nombre se me había olvidado.

Y de repente, mientras ella alzaba los ojos para ver a quiénes me refería, aunque probablemente ya lo supiera por la entonación de mi voz, el más delgado y de aspecto más juvenil, la miró. Durante una fracción de segundo se fijó en mi vecina, y después sus ojos oscuros se posaron sobre los míos.

— Awww… la primera vez que hicieron contacto visual —dijo Alice.

Él desvió la mirada rápidamente, aún más deprisa que yo, ruborizada de vergüenza. Su rostro no denotaba interés alguno en esa mirada furtiva, era como si mi compañera hubiera pronunciado su nombre y él, pese a haber decidido no reaccionar previamente, hubiera levantado los ojos en una involuntaria respuesta.

— ¿Ella pensó tu nombre?

— Si —dijo Edward.

— ¿Y escuchaste la conversación? —preguntó Bella.

— Claro —dijo—, y fue la primera vez que tu silenciosa mente me confundió.

— Lo siento —dijo, aunque estaba sonriendo.

Avergonzada, la chica que estaba a mi lado se rió tontamente y fijó la vista en la mesa, igual que yo.

Son Edward y Emmett Cullen, y Rosalie y Jasper Hale. La que se acaba de marchar se llama Alice Cullen; todos viven con el doctor Cullen y su esposa —me respondió con un hilo de voz.

Miré de soslayo al chico guapo,

— ¿Me vas a seguir llamando 'chico guapo'? —dijo Edward con una mueca.

— Probablemente —le dijo Bella sonriendo—, o algunas variaciones.

que ahora contemplaba su bandeja mientras desmigajaba una rosquilla con sus largos y níveos dedos. Movía la boca muy deprisa, sin abrir apenas sus labios perfectos. Los otros tres continuaron con la mirada perdida, y, aun así, creí que hablaba en voz baja con ellos.

¡Qué nombres tan raros y anticuados!, pensé. Era la clase de nombres que tenían nuestros abuelos,

— Atrapas todo —dijo Jasper, esta vez, riéndose.

pero tal vez estuvieran de moda aquí, quizá fueran los nombres propios de un pueblo pequeño. Entonces recordé que mi vecina se llamaba Jessica, un nombre perfectamente normal. Había dos chicas con ese nombre en mi clase de Historia en Phoenix.

Son... guapos.

Me costó encontrar un término mesurado.

¡Ya te digo! —Jessica asintió mientras soltaba otra risita tonta—. Pero están juntos. Me refiero a Emmett y Rosalie, y a Jasper y Alice, y viven juntos.

Su voz resonó con toda la conmoción y reprobación de un pueblo pequeño, pero, para ser sincera, he de confesar que aquello daría pie a grandes cotilleos incluso en Phoenix.

— Es un poco raro —dijo Bella.

— ¿Qué más podemos hacer?, queremos estar untos —dijo Edward encogiéndose de hombros.

¿Quiénes son los Cullen? —pregunté—. No parecen parientes...

Claro que no. El doctor Cullen es muy joven, tendrá entre veinte y muchos y treinta y pocos. Todos son adoptados. Los Hale, los rubios, son hermanos gemelos, y los Cullen son su familia de acogida.

Parecen un poco mayores para estar con una familia de acogida.

Ahora sí, Jasper y Rosalie tienen dieciocho años, pero han vivido con la señora Cullen desde los ocho. Es su tía o algo parecido.

Es muy generoso por parte de los Cullen cuidar de todos esos niños siendo tan jóvenes.

Supongo que sí —admitió Jessica muy a su pesar. Me dio la impresión de que, por algún motivo, el médico y su mujer no le caían bien. Por las miradas que lanzaba en dirección a sus hijos adoptivos, supuse que eran celos;

— Muy astuta —observó Jasper.

luego, como si con eso disminuyera la bondad del matrimonio, agregó—: Aunque tengo entendido que la señora Cullen no puede tener hijos.

— Eso es más cierto de lo que ella cree —dijo Alice tristemente, al igual que todos.

— Tu abuela perdió un hijo cuando todavía era humana —dijo gravemente Edward, Renesmee mordió su labio y Jacob la rodeó con sus brazos antes de que ella pudiese decir algo.

Mientras manteníamos esta conversación, dirigía miradas furtivas una y otra vez hacia donde se sentaba aquella extraña familia. Continuaban mirando las paredes y no habían probado bocado.

¿Siempre han vivido en Forks? —pregunté. De ser así, seguro que los habría visto en alguna de mis visitas durante las vacaciones de verano.

No —dijo con una voz que daba a entender que tenía que ser obvio, incluso para una recién llegada como yo—. Se mudaron aquí hace dos años, vinieron desde algún lugar de Alaska.

Experimenté una punzada de compasión y alivio. Compasión porque, a pesar de su belleza, eran extranjeros y resultaba evidente que no se les admitía. Alivio por no ser la única recién llegada y, desde luego, no la más interesante.

— No sé de lo qué estás hablando, yo te encuentro muy interesante —dijo Edward.

— Creo que todos te encontraban interesante —dijo Alice—. Hiciste un poco de alboroto en el pueblo.

Uno de los Cullen, el más joven, levantó la vista mientras yo los estudiaba y nuestras miradas se encontraron, en esta ocasión con una manifiesta curiosidad.

— Como si estuvieras tratando de leerme la mente —Bella le sonrió a Edward.

— Era muy molesto —dijo Edward—, estaba convencido de que podría hacerlo si le ponía mucho esfuerzo.

— Y estabas equivocado —dijo Bella.

— Mucho.

Cuando desvié los ojos, me pareció que en los suyos brillaba una expectación insatisfecha.

¿Quién es el chico de pelo cobrizo? —pregunté.

— Ya estaban enamorados —dijo Alice con una sonrisa.

— No, solo una fascinación —dijo Bella.

— No, enamorados —insistió Alice.

Lo miré de refilón. Seguía observándome, pero no con la boca abierta, a diferencia del resto de los estudiantes. Su rostro reflejó una ligera contrariedad. Volví a desviar la vista.

Se llama Edward. Es guapísimo, por supuesto, pero no pierdas el tiempo con él. No sale con nadie. Quizá ninguna de las chicas del instituto le parece lo bastante guapa —dijo con desdén, en una muestra clara de despecho. Me pregunté cuándo la habría rechazado.

— Repetidamente antes de que vinieras —dijo Edward—, Dios, estaba feliz de que hubiera dejado de pensar en mí.

Me mordí el labio para ocultar una sonrisa. Entonces lo miré de nuevo. Había vuelto el rostro, pero me pareció ver estirada la piel de sus mejillas, como si también estuviera sonriendo.

Los cuatro abandonaron la mesa al mismo tiempo, escasos minutos después. Todos se movían con mucha elegancia, incluso el forzudo. Me desconcertó verlos. El que respondía al nombre de Edward no me miró de nuevo.

Permanecí en la mesa con Jessica y sus amigas más tiempo del que me hubiera quedado de haber estado sola. No quería llegar tarde a mis clases el primer día. Una de mis nuevas amigas, que tuvo la consideración de recordarme que se llamaba Angela, tenía, como yo, clase de segundo de Biología a la hora siguiente. Nos dirigimos juntas al aula en silencio. También era tímida.

— Me gusta Angela —Bella suspiró, no podía ver a sus amigos humanos y Angela era a la única a la que iba a extrañar.

— Es una buena chica —dijo Edward—. Una de las mentes mas amables que he leído, a excepción de la tuya, claro.

Nada más entrar en clase, Angela fue a sentarse a una mesa con dos sillas y un tablero de laboratorio con la parte superior de color negro, exactamente igual a las de Phoenix. Ya compartía la mesa con otro estudiante. De hecho, todas las mesas estaban ocupadas, salvo una. Reconocí a Edward Cullen, que estaba sentado cerca del pasillo central junto a la única silla vacante, por lo poco común de su cabello.

— Por fin papá y mamá se van a conocer —dijo Renesmee.

— Este encuentro no es muy bueno que digamos —dijo Edward molesto consigo mismo.

— Esta bien, amor, ya pasó.

Lo miré de forma furtiva mientras avanzaba por el pasillo para presentarme al profesor y que éste me firmara el comprobante de asistencia. Entonces, justo cuando yo pasaba, se puso rígido en la silla. Volvió a mirarme fijamente y nuestras miradas se encontraron. La expresión de su rostro era de lo más extraña, hostil, airada.

— ¿Por qué estabas molesto con mamá? —preguntó Renesmee.

Edward suspiró, no queriendo responder a la pregunta, pero sabía que iba a salir a la luz en algún momento así que lo dijo—: Ella olía muy bien… lo mejor de lo que he olido.

Renesmee jadeó, entendía a que se refería.

— No te preocupes, Nessie —dijo Jacob, acunándola otra vez entre sus brazos—. Ya sabes que tu papá nunca dañaría a tu mamá.

— Todo bien —dijo Edward y siguió leyendo.

Pasmada, aparté la vista y me sonrojé otra vez. Tropecé con un libro que había en el suelo y me tuve que aferrar al borde de una mesa. La chica que se sentaba allí soltó una risita.

Me había dado cuenta de que tenía los ojos negros, negros como carbón.

El señor Banner me firmó el comprobante y me entregó un libro, ahorrándose toda esa tontería de la presentación. Supe que íbamos a caernos bien. Por supuesto, no le quedaba otro remedio que mandarme a la única silla vacante en el centro del aula. Mantuve la mirada fija en el suelo mientras iba a sentarme junto a él, ya que la hostilidad de su mirada aún me tenía aturdida.

No alcé la vista cuando deposité el libro sobre la mesa y me senté, pero lo vi cambiar de postura al mirar de reojo. Se inclinó en la dirección opuesta, sentándose al borde de la silla. Apartó el rostro como si algo apestara.

—Ojalá hubiera sido un mal olor —dijo Edward.

Olí mi pelo con disimulo. Olía a fresas, el aroma de mi champú favorito. Me pareció un aroma bastante inocente. Dejé caer mi pelo sobre el hombro derecho para crear una pantalla oscura entre nosotros e intenté prestar atención al profesor.

Por desgracia, la clase versó sobre la anatomía celular, un tema que ya había estudiado. De todos modos, tomé apuntes con cuidado, sin apartar la vista del cuaderno.

No me podía controlar y de vez en cuando echaba un vistazo través del pelo al extraño chico que tenía a mi lado. Éste no relajó aquella postura envarada —sentado al borde de la silla, lo más lejos posible de mí— durante toda la clase. La mano izquierda, crispada en un puño, descansaba sobre el muslo. Se había arremangado la camisa hasta los codos. Debajo de su piel clara podía verle el antebrazo, sorprendentemente duro y musculoso. No era de complexión tan liviana como parecía al lado del más fornido de sus hermanos.

— ¿Ves?, no eres tan noven cuando nos estás cerca de ellos —dijo Bella, no le gustaba como estas memorias estaban afectando a Edward.

La lección parecía prolongarse mucho más que las otras. ¿Se debía a que las clases estaban a punto de acabar o porque estaba esperando a que abriera el puño que cerraba con tanta fuerza? No lo abrió. Continuó sentado, tan inmóvil que parecía no respirar.

— No lo estaba —dijo Edward.

— Así mi esencia no podía descontrolarte —dijo Bella.

¿Qué le pasaba? ¿Se comportaba de esa forma habitualmente? Cuestioné mi opinión sobre la acritud de Jessica durante el almuerzo. Quizá no era tan resentida como había pensado.

— No, si lo es —dijo Edward.

— Y ese no es el comportamiento normal de Edward —dijo Emmett.

— Nunca viste como era el comportamiento de Edward antes —dijo Bella—, ha sido muy diferente desde que llegaste.

No podía tener nada que ver conmigo. No me conocía de nada.

— Qué equivocada estabas.

Me atreví a mirarle a hurtadillas una vez más y lo lamenté. Me estaba mirando otra vez con esos ojos negros suyos llenos de repugnancia. Mientras me apartaba de él, cruzó por mi mente una frase: «Si las miradas matasen...».

— Tuviste mucha suerte de que Edward se pudiera controlar —dijo Jasper—. No muchos de nosotros lo podemos hacer.

Jacob fulminó a Jasper con la mirada y frunció el ceño a la habitación en general, pero no dijo nada; sabia que solo enfadaría a Renesmee si lo hacia, y ella todavía estaba enfadada porque su papá hubiera querido matar a su mamá. Él también estaba un poco sorprendido por eso.

El timbre sonó en ese momento. Yo di un salto al oírlo y Edward Cullen abandonó su asiento. Se levantó con garbo de espaldas a mí —era mucho más alto de lo que pensaba— y cruzó la puerta del aula antes de que nadie se hubiera levantado de su silla.

Me quedé petrificada en la silla, contemplando con la mirada perdida cómo se iba. Era realmente mezquino. No había derecho.

— ¿Te gustaba entonces? —preguntó Edward.

— Creo que si.

— Creo que también me gustabas —dijo Edward.

— ¿De verdad? —dijo Bella— ¿No solo mi esencia?

— Si, quería protegerte —dijo Edward—. Fue antes de que te oliera.

Empecé a recoger los bártulos muy despacio mientras intentaba reprimir la ira que me embargaba, con miedo a que se me llenaran los ojos de lágrimas. Solía llorar cuando me enfadaba, una costumbre humillante.

— Y una confusa también —dijo Edward—, a veces era difícil saber si estabas realmente molesta o solo molesta.

Eres Isabella Swan, ¿no? —me preguntó una voz masculina.

Al alzar la vista me encontré con un chico guapo, de rostro aniñado y el pelo rubio en punta cuidadosamente arreglado con gel. Me dirigió una sonrisa amable. Obviamente, no parecía creer que yo oliera mal.

— Idiota —dijeron Edward y Jacob a la vez.

— ¿Quién es? —preguntó Renesmee.

— Un idiota —repitió.

—Él no era un idiota —dijo Bella.

— Si lo era —dijo Jacob, y esta vez, Edward estaba de acuerdo.

— Cómo quieran —dijo Bella, miró a Renesmee—. Es mi amigo Mike.

— Okay —dijo Renesmee.

Bella —le corregí, con una sonrisa.

Me llamo Mike.

Hola, Mike.

¿Necesitas que te ayude a encontrar la siguiente clase?

Voy al gimnasio, y creo que lo puedo encontrar.

Es también mi siguiente clase.

Parecía emocionado, aunque no era una gran coincidencia en una escuela tan pequeña.

Fuimos juntos. Hablaba por los codos e hizo el gasto de casi toda la conversación, lo cual fue un alivio. Había vivido en California hasta los diez años, por eso entendía cómo me sentía ante la ausencia del sol.

Resultó ser la persona más agradable que había conocido aquel día.

— Es un idiota —Edward repitió otra vez.

— Él fue mucho más agradable que tú —dijo Bella callándolo.

Pero cuando íbamos a entrar al gimnasio me preguntó:

Oye, ¿le clavaste un lápiz a Edward Cullen, o qué? Jamás lo había visto comportarse de ese modo.

Tierra, trágame, pensé. Al menos no era la única persona que lo había notado y, al parecer, aquél no era el comportamiento habitual de Edward Cullen. Decidí hacerme la tonta.

¿Te refieres al chico que se sentaba a mi lado en Biología? pregunté sin malicia.

Sí —respondió—. Tenía cara de dolor o algo parecido.

No lo sé —le respondí—. No he hablado con él.

Es un tipo raro —Mike se demoró a mi lado en lugar de dirigirse al vestuario—. Si hubiera tenido la suerte de sentarme a tu lado, yo sí hubiera hablado contigo.

Le sonreí antes de cruzar la puerta del vestuario de las chicas. Era amable y estaba claramente interesado, pero eso no bastó para disminuir mi enfado.

— Eso fue porque tenías a Edward en tu mente —dijo Alice.

El entrenador Clapp, el profesor de Educación física, me consiguió un uniforme, pero no me obligó a vestirlo para la clase de aquel día. En Phoenix, sólo teníamos que asistir dos años a Educación física. Aquí era una asignatura obligatoria los cuatro años. Forks era mi infierno personal en la tierra en el más literal de los sentidos.

— Eso es un poco melodramático —dijo Jasper.

— No cuando eres Bella —dijo Edward.

Contemplé los cuatro partidillos de voleibol que se jugaban de forma simultánea. Me dieron náuseas al verlos y recordar los muchos golpes que había dado, y recibido, cuando jugaba al voleibol.

Al fin sonó la campana que indicaba el final de las clases. Me dirigí lentamente a la oficina para entregar el comprobante con las firmas. Había dejado de llover, pero el viento era más frío y soplaba con fuerza. Me envolví con mis propios brazos para protegerme.

Estuve a punto de dar media vuelta e irme cuando entré en la cálida oficina. Edward Cullen se encontraba de pie, enfrente del escritorio. Lo reconocí de nuevo por el desgreñado pelo castaño dorado. Al parecer, no me había oído entrar. Me apoyé contra la pared del fondo, a la espera de que la recepcionista pudiera atenderme.

— Pensé de que la falta de pensamientos significaba que no había nadie.

Estaba discutiendo con ella con voz profunda y agradable. Intentaba cambiar la clase de Biología de la sexta hora a otra hora, a cualquier otra.

No me podía creer que eso fuera por mi culpa. Debía de ser otra cosa, algo que había sucedido antes de que yo entrara en el laboratorio de Biología. La causa de su aspecto contrariado debía de ser otro lío totalmente diferente. Era imposible que aquel desconocido sintiera una aversión tan intensa y repentina hacia mí.

La puerta se abrió de nuevo y una súbita corriente de viento helado hizo susurrar los papeles que había sobre la mesa y me alborotó los cabellos sobre la cara.

— Lo qué necesitaba —dijo Edward.

La recién llegada se limitó a andar hasta el escritorio, depositó una nota sobre el cesto de papeles y salió, pero Edward Cullen se envaró y se giró —su agraciado rostro parecía ridículo— para traspasarme con sus penetrantes ojos llenos de odio. Durante un instante sentí un estremecimiento de verdadero pánico, hasta se me erizó el vello de los brazos.

— Ahora ya sé que tienes respuestas apropiadas a mí —dijo Edward.

— A veces —Bella se encogió de hombros.

La mirada no duró más de un segundo, pero me heló la sangre en las venas más que el gélido viento. Se giró hacia la recepcionista y rápidamente dijo con voz aterciopelada:

Bueno, no importa. Ya veo que es imposible. Muchas gracias por su ayuda.

Giró sobre sí mismo sin mirarme y desapareció por la puerta.

Me dirigí con timidez hacia el escritorio —por una vez con el rostro lívido en lugar de colorado— y le entregué el comprobante de asistencia con todas las firmas.

¿Cómo te ha ido el primer día, cielo? —me preguntó de de forma maternal.

Bien —mentí con voz débil.

No pareció muy convencida.

El mío era casi el último auto que quedaba en el estacionamiento. Me pareció un refugio, el lugar más acogedor de aquel horrendo y húmedo agujero.

Permanecí carios minutos sentada viendo por el parabrisas con la mirada ausente, pero pronto tuve tanto frio que necesité encender la calefacción. Arranqué y el motor rugió. Me dirigí de vuelta a la casa de Charlie, y traté de no llorar durante todo el camino.

— Lo siento —dijo Edward.

— No importa, lo mejor que me hubiera pasado —Bella le sonrió.

— Ese fue el final del capítulo —dijo Edward.

— ¡Quiero leer el siguiente! —dijo Alice—. Debería ser en el que se hablan.