Disclaimer: El Universo de Harry Potter, sus personajes y todo lo reconocible son propiedad de JK Rowling, yo solo juego con sus creaciones y todo es sin fines de lucro. la trama de esta historia sí es mía y su adaptación, distribución y/o traducción está prohibida sin mi previo consentimiento.

Aviso: Esta historia participa en el juego de quidditch de marzo de la Copa de la Casa 18/19 del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.

Material escogido: Escoba de quidditch.


La escoba de nuestra infancia.

—¡Rose, tú puedes! —volvió a insistirle James a su prima, gritando para que ella lo oiga desde arriba.

—Claro que no puedo, llevo dos semanas intentándolo —dijo Rose, desanimada, al llegar a su lado.

—¡Casi lo estás logrando! —exclamó Al. Rose era la guardiana del equipo y estaba practicando una técnica que permitía evitar que la quaffle pasara el aro y, al mismo tiempo, enviarla al aro contrario.

—Si no puedo dar tres vueltas en el aire, entonces debo ser la peor jugadora del mundo.

—Pero no son solo tres vueltas, debes tener el impulso, la distancia y la rapidez correcta. No es fácil —la apoyó James.

—Deberían buscar a otro jugador, ni siquiera sé por qué estoy participando en esto.

Albus entendía muy bien el estrés de Rose. Estaban hablando del primer mundial estudiantil de quidditch. Todos los colegios mágicos competían entre sí. Mañana sería la final, Hogwarts contra Durmstrang, y Rose aún no conseguía ese movimiento.

Se sentía culpable. Él la obligó a unirse al equipo, era su culpa que Rose llevara mucho tiempo sin dormir o comer bien, y hasta desconcentrada en clases.

Tal vez no debió haber insistido tanto, pero sabía de las habilidades de su prima y estaba seguro de que sería un gran aporte.

—Rose, nos conocemos desde toda la vida, sabemos de lo que eres capaz —comentó James, apretando unos de sus hombros.

—Es cierto, desde que éramos niños, siempre hemos estado superando dificultades, y tú siempre eras la primera en lograrlo —apoyó él.

Rose parecía más reflexiva. Ojalá estuviera convenciéndose de que sí podía. Observó a su hermano, tenía un brillo travieso en los ojos, uno que Albus conocía bastante bien.

—Mira lo que tengo aquí —sonrió James. Rose lo miró amenazante, con esa mirada que advertía que, si hacía algo malo, se las vería con ella. Pero James no se dejó intimidar, nunca lo hacía, por mucho miedo que le tuviera a Rose.

—¿Qué es? —apresuró ella.

James sacó de algún lugar detrás suyo una escoba. La misma escoba que ellos tres compartían cuando eran niños. Se turnaban para jugar en ella porque sus abuelos la compraron y, al ser tan costosa, solo obtuvieron una. Montones de buenos momentos ocurrieron gracias a esa escoba, y Rose, desde pequeña, siempre se preocupó de que nadie la estropeara, así que aún estaba en perfectas condiciones.

—Me había olvidado de ella.

La tocó, la montó, voló sonriente por la cancha. Al tercer intento logró el movimiento que tanto tiempo llevaba ensayando.

Esa escoba le recordó la cantidad de cosas que era capaz de hacer. A Rose siempre le hace falta lo mismo, confianza en sí misma. Pero para eso siempre van a estar él y James, que la miraban orgullosos desde tierra.