Yo nunca he…

Besado

El mes de octubre parecía más frío que otros años. Las hojas amarillentas y marrones de los árboles cubrían por completo la explanada del campus. El cielo también se había contagiado de este color, y mientras el Sol se escondía, los últimos rayos bañaban el paseo de un tono beige. La estampa era digna de fotografiar y seguro que cualquier otro día ella se habría parado a aspirar el aroma que había dejado la lluvia en el césped, pero ese día tenía otras cosas en las que concentrarse, por ejemplo él.

Él, ¿qué decir de él? Caminaba cabizbajo junto a ella por toda la alameda. Tampoco parecía que se fijase mucho en el paisaje que les rodeaba, a pesar de su hermosura. A penas se conocían, pero las últimas semanas habían sido una locura. Desde que se encontraron el primer día de clase Greg y ella habían tenido una conexión especial. Eso no quiere decir que fuese algo bueno. Lo primero que él dijo fue: "Tú debes ser la nueva de las grandes peras", y su primera respuesta fue un rodillazo en la parte más delicada de la anatomía del muchacho de ojos claros.

A pesar del duro comienzo habían establecido una relación un poco extraña. Y ese día había tomado un cariz todavía más raro. Después de llevar semanas insultándose por los pasillos y buscando formas de amargar al otro, hoy él la había defendido. Uno de los de sexto estaba asediándola, pero con palabras soeces, diciéndole que era afortunada porque él le pidiese que se la comiera. La tenía aprisionada contra una pared y el resto de chicos se reían, ella no sabía de donde había salido, pero Greg le pegó un puñetazo al rubio que prácticamente lo tumbó al suelo. Acto seguido tiró del brazo de Lisa y se la llevó de allí.

Y allí estaban, caminando sin hablarse ni mirarse. La dirección estaba clara él la estaba acompañando a su piso.

-Es aquí- explicó ella al llegar a un antiguo edificio. Él se limitó a asentir, pero continuaba con la cabeza gacha. Ella no sabía qué decirle, pero cuando observó que se marchaba cogió su antebrazo y tiró de él obligándole a girarse. – Muchas gracias, Greg.

-Se merecía eso y más.- afirmó con franqueza y la mirada clavada en sus ojos azules.

-No tenías por qué…

- Sí, sí tenía Lisa… - era la primera vez que él la llamaba por su nombre. Para molestarla le gritaba Cuddles por los pasillos, a veces Cuddy cuando se insultaban cara a cara, pero nunca Lisa.

- No sé cuál es la razón… pero te lo agradezco.- le dio un sencillo beso en la mejilla en muestra de gratitud por su actitud y le sonrió sincera. – No le diré a nadie que puedes ser un caballero andante.

-No lo soy.- le dijo tomándola de la mano sin dejar que se alejase.

Durante unos instantes se miraron intensamente. Un azul se perdía con el otro, empezaba y terminaba en el mismo color. No podían apartar la mirada, se sentían atrapados, intrigados, seducidos por la mirada clara del otro. Y sin mediar más palabras él tiró de su mano hasta pegarla él. Una vez sus cuerpos se acariciaron cogió a la chica de la barbilla y se acercó a sus labios. Ella se sorprendió, a pesar de que lo deseaba desde el momento en que se conocieron. Sus labios tanteaban el terreno, y comenzaban a moverse con soltura. Sus cuerpos cobraban vida al tiempo que sus lenguas vagaban de un lado a otro buscando y ofreciendo placer. Habían comenzado, pero no sabía si podrían parar. Podían necesitar descansar, pero al segundo regresaban a los labios rojos que se ofrecían gustosos. Ninguno quería que acabase ese momento. El Sol terminaba de ponerse y la luna ocupaba su lugar, pero ellos seguían besándose en el portal.

Ella nunca había besado a nadie así. No era el primero, ni tampoco sería el último, pero nunca había sido así. El deseo de que ese beso no acabase nunca, de quedarse pegada a sus labios para siempre. Sentir que el cuerpo le temblaba por una simple caricia, o notar todo su vello erizado por el contacto entre ellos. Nunca había sentido nada así, y no sabía si volvería a sentirlo.

Él nunca había besado a nadie. Al menos no sintiendo lo que ella le hacía sentir. Había besado sintiendo vacío, buscando placer, esperando por algo después. Pero nunca había besado por necesidad. Nunca había besado disfrutando de cada instante, anhelando el siguiente contacto, buscando que ella no quisiera marcharse de sus brazos. Nunca había besado para demostrar que aquello que le hacía vivir latía, aunque ni él lo supiese todavía.

[[Tenían más de 20 años y ninguno había besado dejando escapar en cada beso un halito de vida que les haría esclavos para siempre de aquel primer beso.]]