¡Semana smut! ¡Semana smut!

Bueno, ahora que tengo la atención de ustedes (seguramente no), vengo a explicarles que este fic participa en la semana Smut creada en el grupo de face Ponta Pair Love- castellano donde entre usuarios y las administradoras, se llegó a la idea de hacer una semana con contenido smut tras el mes Ryosaku (que probablemente vuelva a celebrarse este año si las cosas van bien).

De mi parte decir que únicamente voy a publicar desde el 20 (hoy) hasta el 26 porque he metido en casi todos los OS la última palabra que era AU.

Sin nada más que decir: ¡Que comience!


Datos del fic:

Título: Palabra de erotismo (En realidad, no tiene nada que ver con títulos ni palabras reales del fic, solo es un título cualquiera xD)

Pareja: Ryosaku.

Ranking: M.

Género: Romance /Humor/ AU.

Advertencias: OOC grave.

Disclaimer: Pot no me pertenece.


Aulas eróticas

Palabra clave: Tormenta.


Sakuno se acurrucó más en el abrigo mientras miraba a su alrededor. Si tan solo no se hubiera perdido, no tendría que estar en ese tipo de situación. Calada hasta los huesos, temblando cada vez que la tormenta decidía estallar en el cielo y aunque iluminaba mejor su camino, dudaba que pudiera guiarla mejor.

Suspiró una ronca palabrota que habría escandalizado hasta su abuela si la hubiera escuchado y caminó hacia el único edificio enorme que veía ante sus ojos entre aquellos arrozales.

Atravesó las viejas verjas para adentrarse en lo que parecía ser las ruinas de una vieja escuela. El lugar era atemorizante, terrorífico, pero al menos podía servirle como cobijo de la lluvia.

Se escurrió el largo cabello a un lado de su cabeza y dejó un gran charco de agua junto a ella. Empezaba a desnudarse cuando escuchó el sonido de algo rasgar.

Caminó de puntillas hacia el sonido. Alguien parecía estar leyendo en una voz que por cada paso que daba, más seductora le parecía.

Se detuvo en el quicio de una puerta y pasó la mirada por encima de los vacíos pupitres. Una de las sillas crujió, como si alguien acabara de acomodarse. Fue entonces cuando escuchó el sonido detenerse y como si un montón de miradas se hubieran posado sobre ella.

Tragó y desvió la mirada hacia la pizarra.

Un chico de su misma edad la miraba con el ceño fruncido. Sostenía en su mano un libro en inglés y una tiza. La pizarra estaba llena de frases en inglés con sus traducciones. De apuntes de verbos y otros detalles. Como si de una clase se tratara.

—¿Quién eres? — cuestionaron a la par.

La chica sonrió y avanzó hacia él.

—Soy Sakuno Ryuzaki. Estaba resguardándome de la lluvia. ¿Y usted es?

Le vio levantar la mirada hacia las sillas y chistar. Sakuno parpadeó sin comprender y continuó mirándole con dudas. Empezó a retroceder. El chico chasqueó la lengua.

—Ryoma Echizen— respondió cerrando con lentitud el libro y mirando por encima del hombro de ella—. Ahora. Sal lentamente por la puerta y cierra tras de sí.

—¿Qué?

—Solo hazme caso.

Ella retrocedió y se volvió justo al mismo instante en que la tormenta volvió a sacudirse con fuerza e iluminó la estancia.

Duró solo un segundo. Pero los vio. Sentados en los asientos como alumnos normales. Adolescentes de su misma edad que la miraban fijamente. Abrió la boca para gritar cuando de nuevo, la oscuridad borró cualquier presencia.

Una mano cubrió su boca y en el mismo momento en que las sillas empezaron a separarse con brusquedad de los asientos, él la arrastró contra el pasillo y cerró las puertas. Estas se sacudieron y soltaron aire helado a través de los quicios y bisagras.

Luego todo fue silencio, excepto por sus jadeos y el llanto reprimido. Buscó su mirada y lo encontró enfado con ella por el brillo en sus ojos. Antes de que pudiera preguntar algo, la tomó del brazo y la arrastró por los pasillos hasta lo que parecía ser una antigua sala de profesores repleta de pergaminos de protección por todos lados.

Cuando el cielo de nuevo se iluminó, no había nadie aparte de ellos dos en el lugar.

—¿Qué ha sido eso? — cuestionó finalmente frotándose las mejillas y moviéndose por la habitación nerviosa.

Él no contestó. Se entretuvo en quitarse la chaqueta y dejarla sobre la mesa, además de abrirse la camisa. Lo primero que pensó que iba a violarla o algo, así que ahogando un grito, se puso tras el escritorio más cercano y donde la puerta estuviera a su alcance.

—Eran fantasmas. Alumnos de esta antigua escuela. ¿Ves esto?

Se pasó los dedos por encima de un tatuaje justo sobre su pectoral y por los dioses, estaba bien marcado para tener su misma edad. Tragó y cabeceó afirmativamente. Tenía forma de la parte superior de un bastón de sacerdote.

—Por eso no pasó nada conmigo y podía estar dando clase tranquilamente. Ellos se alimentan de tontos perdidos que terminan en la escuela y se asustan cuando los ven. En pocas palabras: Se alimentan del miedo. Y hace bastante que no comen.

Tragó incrédula. Se acercó a él con curiosidad y posó la mano sobre el tatuaje. Él se tensó pero le permitió tocarla en el trascurso. La tormenta volvió a sonar, estridente y brilló blanca y potente.

—Si no fuera porque lo he visto, no te creería.

—Es tu decisión— respondió él encogiendo los hombros y entrecerrando los ojos.

Hacía mucho tiempo que no tenía contacto con un humano que el tacto suave y cálido de ella lo estremeció. Acababa de conocerla y controlar sus instintos era lo que debería de hacer. Sacarla de la escuela lo antes posible e indicarle el modo más rápido para llegar al pueblo.

Y sin embargo, estaba tan ansioso de más calor que continuaba permitiéndole marcar las formas del tatuaje con el que había sido bendecido al nacer. Hijo de sacerdotes. Desterrado a una escuela para fantasmas carnívoros. Lo que todo el mundo deseaba.

Su tiempo se había congelado por tal de educar y lograr que algún que otro alumno atravesara el mundo hasta el lugar que le correspondía como muerto no errante.

Debía de evitar que ella continuara ahí, cerca de él. No podía arrastrarla a un mundo como ese. Y sin embargo, estaba respondiendo sus preguntas como si lo necesitara.

En realidad, posiblemente, necesitaba de una mujer.

Tampoco es que fuera un monje.

—¿Ellos no te atacan por esto?

—Así es— respondió volviendo al momento—. Pero a ti sí lo harán. Tendrás que esperar a que la tormenta pase y que el sol vuelva a salir. Es cuando ellos están durmiendo hasta la noche.

Sakuno abrió los ojos con sorpresa.

—¡Pero si tenemos un temporal de alerta roja encima nuestra!

—No será tan grave cuando saliste a la calle— objetó.

Ella enrojeció.

—Necesitaba salir. Tengo facturas que pagar. Pero no sabía que tenía que ir a la otra punta del pueblo para sacar dinero y que terminaría por perderme hasta llegar a este lugar. ¿Por qué no había señales que advirtieran del peligro?

—Porque nadie que no quiera venir, viene.

—¿Qué quieres decir?

—Adolescentes suicidas. Suelen venir a morir. Creen que pueden suicidarse y sin embargo, terminan uniéndose a las filas de los demás una vez los han matado.

Sakuno agrandó los ojos enormemente.

—¿Y la policía?

—Tienen terror a este lugar. El que más y el que menos da por perdido el cuerpo cuando saben dónde ha llegado el chico. Incluso muchos perdieron familiares aquí que ahora mismo estarían dispuestos a alimentarse de ellos.

—¿Qué pasa si se alimentan? ¿Les cuesta más pasar al… más allá?

Él bajó la mirada de su rostro a la ropa pegada contra su cuerpo. Estaba empapa de los pies a la cabeza.

—No. Pero son más cabezones. ¿Sabes que puedo ver todo?

—Oh. Venga ya— rio inocentemente.

—Lo digo en serio. Tu sujetador es rosado y con bordados.

Su rostro pasó del pálido al carmesí. Cubriéndose con un gritito le dio la espalda. Ryoma maldijo entre dientes al ver cómo su desastroso intento de aliviarse un poco sexualmente se iba al traste. De todas las mujeres del mundo que podían haberse perdido, tenía que tocarle una tímida de ese tipo.

Sin embargo, no pudo evitar alargar la mano y enterrarla en sus largos cabellos húmedos.

—Lo siento.

Sakuno le miró por encima del hombro. Ese chico tenía un gesto de timidez y travesura en su cara que era puramente atrayente. Sus ojos eran sinceros y a la vez, escondían un secreto que le encantaría descubrir.

Siempre había estado preocupada con sus relaciones sentimentales. De que la gente no la mirara mal por tener un novio y pocas veces había sentido realmente la necesidad de desnudarse y apretarse contra otra persona.

¿Qué tenía ese muchacho?

Le miró con cautela.

—¿Tiene algo con lo que pueda cambiarme?

Él se lamió los labios y asintió.

Quitando la mano de sus cabellos se volvió hacia un mueble para sacar algo de ropa seca. Una camisa y unos pantalones. Tomó la camisa y le dio la espalda para buscar cobijo junto a dos escritorios y cambiarse.

Él esperó y para entretenerse, preparó algo de café e intentó pensar en otra cosa que no fuera en sus partes privadas y aplacara la erección. Joder. Parecía estar en una de esas novelas rosas en las que el tipo solo pensaba con el pene.

—Ya está.

Bien. Literamente toda su sangre fue directamente a su sexo en ese momento.

Con el cabello cayendo alrededor de sí misma y cubierta solo por su camisa, ella salió de detrás del escritorio, caminando de puntillas sobre el frio suelo y sus pequeños senos saltando contra la tela blanca en señal de ser libres.

Oh. Mierda.

—¿Tienes idea de lo que eso hace que tenga ganas de hacerte?

Ella rio con timidez, caminó hasta la cafetería y se calentó las manos en la jarra hasta que no pudo soportar más el calor. Él avanzó y tras cogerle las manos, tiró de ellas para que las metiera bajo sus brazos.

Bien. Él podía darle calor. De muchos modos.

Ella se dejó hacer e incluso cosquilleó su piel con las uñas hasta pegar más sus cuerpos. Sintió la dureza de sus senos al aplastarse contra su torso y agradeció no haberse cerrado la camisa. Cuando se inclinó para besarla, ella dudó, rozando su nariz temerosa contra su mejilla y, finalmente, cedió a sus labios.

Torpe y enloquecido por el beso, frotó sus labios con fuerza contra ella, apretándola contra sí hasta que pudo invadir su boca y perderse en el sabor a lluvia y mujer. Tantos años sin probar flor suave contra sus labios, sin recibir como respuesta la cálida sensación de una lengua contra la suya. O sentir como sus huesos encajaban contra los de otra persona de una forma tan perfecta aún superándola por varios centímetros.

La cargó fácilmente en sus brazos, escondiendo su rostro entre sus senos y la sentó sobre la vieja silla gruñona que era la más limpia en aquel lugar. Se arrodilló frente a ella y escondió su rostro en su pecho, abriendo los botones hasta que su boca encontró el pequeño agujerito de su ombligo.

Ella suspiró cuando lo sintió presionar contra sus muslos para abrirla más a él y tal y como había sospechado, la falta de ropa interior era un detalle sumamente encantador y sexy.

¿Sinceramente? No tenía mucho tiempo para más allá que lo que deseaba.

Bajó más su rostro hasta enterrarlo entre las suaves formas de su sexo y disfrutó de su nariz cosquilleando entre los rizos y cómo sus labios besaban otros que estaban muy por debajo de su cintura hasta que la sintió estallar contra su garganta y saboreó su esencia femenina, dulce y pegajosa contra su lengua.

Se levantó, lamiéndose los labios y clavó la mirada en ella.

La muchacha levantó la vista hacia él, jadeante y con la vergüenza de sus gritos, pasó una mano por su torso hasta descender justo a sus partes y apretarle. Tiró del cinturón más hacia ella, abriéndole hasta que su dureza quedó a su altura y con una sorpresa imposible de dibujar, le observó.

—Cielos— exclamó.

Él dudó.

—¿Eres virgen?

—No— reconoció frunciendo el ceño—. ¿Es un impedimento?

—Para nada. Eso solo lo mejora.

Ella sonrió con timidez, algo que no casaba demasiado con la idea de que sus dedos estaban pasando por encima de su sexo, incitándolo y endureciéndolo más si era posible. Se sintió demasiado cerca, retirándose hacia atrás.

—¿Será un problema hacerlo en ti? — cuestionó

Ella agrandó los ojos, sorprendida por su pregunta.

—Oh, por dios. ¿De qué época eres?

Él sacudió la cabeza y encogió los hombros.

—De antes que nacieras, seguramente. Hace unos cincuenta años por ahí.

Ella abrió la boca en sorpresa y él le metió la lengua, saboreándola una vez más. Sakuno apretó las manos en su espalda y rozó sus senos contra su erección antes de echarse hacia atrás.

Él la levantó nuevamente y esta vez, la cargó hasta un camastro en una esquina. Apartó cuadernos y libros con un movimiento de brazo y se sentó con ella encima, besando sus hombros con una devoción que jamás esperó tener por nadie.

Sintió las rodillas contra sus caderas y la presión contra su miembro. Ella lo ahueco y guió directamente hasta el lugar ansiado de ambos y cuando la penetró, gruñó entre dientes por la maravillosa sensación de sentirse unificado a una mujer después de tantos años.

Se tomó su tiempo en disfrutar de la sensación de estar dentro de ella, que lo apresara en pequeños espasmos mientras se acomodaba a él, hasta que por la misma ansiedad de él comenzara a removerse con pequeños gemidos infantiles en busca de un motivo para su presencia en su interior.

Y él se lo dio.

Golpeó contra ella, adentrándose hasta lo más hondo de su ser. La sintió clavarle las uñas en los hombros, sacudirse en escalofríos y grititos ahogados sobre sí mismo. Hundirse a su comodidad y marcar el ritmo hasta el punto culminante de su propia necesidad.

Se vació en ella más de lo que jamás había hecho en su propia mano.

Agotado, apoyó la boca contra su hombro desnudo, besando su piel, saboreando el aroma a sudor y lluvia que la tormenta había dejado en ella.

La luz estalló con un eco sonoro. Ella se aferró a él con un grito. Las puertas se sacudieron por un instante y alguien le gritó que le entregara, que tenían hambre.

Él la aferró de las caderas con fuerza y miró hacia la puerta con posesión. A través de los cristales vio a varios de ellos mirarle con miedo, alejarse rápidamente.

No iba a entregársela. A nadie.

Horas más tarde, Sakuno despertó con las caderas adoloridas y recordando otras dos sesiones más de sexo fantástico que habían terminado con increíbles orgasmos que habían dejado a su vientre con una sensación de relax increíble.

Se apoyó sobre los codos para observar la habitación.

Ryoma estaba dormido a su lado, roncando, con una mano sobre su vientre y una vieja sábana cubriéndole hasta las caderas.

Era realmente guapo. Muchísimo.

Se frotó las mejillas, avergonzada y recordando que acababa de tener el mejor sexo de su vida con un desconocido que aseguraba tener más de cincuenta y tantos años. Sinceramente, se conservaba de maravilla de ser así.

Vio su tatuaje brillar cuando la estancia volvió a iluminarse gracias a la fuerte tormenta. Sonrió y acarició la forma antes de salir de la cama, acomodarse la camisa de nuevo y asomarse a la ventana. El vendaval era terriblemente y por las nubes, la tormenta no tenía idea de alejarse.

Por un lado, disfrutaba con la idea de tener que quedarse más tiempo. Tampoco nadie la echaría de menos en su casa.

Miró hacia el hombre en la cama que movió el brazo como si la buscara y despertó para clavar sus ojos en ella. Más brillantes. Más dorados.

—¿Crees que podría quedarme para siempre aquí? — cuestionó.

Él bostezó y se rascó el mentón.

—Nunca nadie ha querido eso.

Señaló con la cabeza hacia las puertas donde los fantasmas parecían divertirse con las puertas que abrían y cerraban, dando un aspecto tétrico a la vieja escuela. Ella sonrió y se acercó hasta él para acomodarse sobre sus piernas.

—¿Acaso no me protegerías?

La mirada que le dedicó demostraba que sí. Completamente.

La estrechó entre sus brazos y le dio el beso más caliente que nunca, hinchándole el pecho con tanta fuerza que sintió un estallido en su pecho, como si acabara de explotarle de pura felicidad. Al separarse, jadeaba.

El miró hacia la obertura de la camisa y con una tierna caricia, la hizo a un lado.

—Espero que nunca te arrepientas de tus palabras.

—¿Por qué?

—Míralo por ti misma.

Ella bajó la mirada. Él retiró los dedos.

Justo donde sus yemas habían estado acariciándole un tatuaje se había formado sobre su piel. La causa del estallido. La explosión de su corazón.

—¿Ahora…?

Él sonrió de lado, orgulloso.

—Ahora, nunca jamás podrán tocarte. Pero a cambio de ello, nunca podrás salir al exterior. Vivirás para siempre bajo esta tormenta.

Ella le besó los labios y supo entonces que nada importaba. Había encontrado su sitio.

Con tormenta o sin ella.

Fin

¡Nos vemos mañana! :3