12 feb, 2016
Me han pedido que continúe con ésta historia, y me gustaría mucho, especialmente ahora que mis deseos de jugar Skyrim se han renovado. Es un placer saber que le ha gustado por lo menos a una persona, aparte de mí. No prometo continuar extensamente pues hace mucho que pensé en la continuación y mis conocimientos de "Skyrim" no son tan amplios como para inventar más.
Quiero hacer notar que si no estoy seguro de continuar más de dos capítulos, sí actualizaré todos; cambiando nombres, descripciones o escenas completas pues ya no son buenas para la historia (como el nombre de Karita -ahora Lisel- que en español no suena "elegante"). Estoy seguro que estos cambios serán para el bien de la historia.
14 feb, 2016
Actualizados capítulos 1,2,3 y 4.
Capítulo 1:
Llegada a Lucero del Alba
Día 3 de la Primera Semilla, del año 201 de la Cuarta Era.
Haldir, un hombre alto de pelos castaños largos y oscuros, barba corta y ojos azules cargaba con los pesares y dolores de su vida mientras miraba el agua que se abría paso ante el Velo Blanco, una embarcación pequeña de Roca Alta. Su capa y su pelo se dejaban llevar por el viento mientras, absorto en sus pensamientos notó a una mujer de tez morena y pelo negro, recargada sobre unas cajas de fruta. Observaba con ojos curiosos a Haldir.
—Se nota que cargas con la muerte, ¿quieres hablar de ello?
—No—contestó serio—. Estoy bien.
Se distrajo al voltear hacia ella, era muy bonita. Vestía una gruesa capa de oso sobre un modesto vestido azul.
—¿Cómo te llamas?—Le preguntó, pues quería conocerla.
—Mi nombre es Shelly.
—Shelly, es un placer, yo soy Haldir—se echó la capa negra para atrás y sacudió su abrigo de la nieve que caía densa por todas partes; la visión pronto se redujo mientras la niebla se hacía más espesa por todos lados. Los marineros bretones con abrigos cortos encendieron los faroles que colgaban del mástil y redujeron la velocidad de la embarcación.
—Y dime, ¿qué trae a una hermosa dama de Salto de la Daga a las tierras frías de Skyrim?
—No te adelantes—contestó ella con una voz dulce como el aguamiel y una sonrisa chueca—, vengo a encontrarme con mi amado Trius.
Haldir se sintió un poco avergonzado aunque no tenía malas intenciones.
—¿Tu amado, eh?—continuó—. ¿Qué hace tan lejos sin su amada esposa? Si puedo saber.
—Puedes; él quiso visitar el Colegio de Hibernalia, pues practica magia desde que era un niño. Yo lo alcanzaría cuando él acabara, y hace un mes recibí su carta de que me esperaba. Tenemos planeado viajar por todo Tamriel.
—Pues mucha suerte en su viaje, Shelly.
Shelly iba a contestar pero un estruendo, una sacudida y mucha agua la detuvieron. Detuvo a todo el barco y cualquier alma que llevase encima.
El capitán, Birgonav, tenía años de experiencia en el agua, viajando desde Ventalia hasta Hegeth; sabía moverse entre los glaciares y tormentas del Mar de Fantasmas. Pero ahora le sobraba la arrogancia, y se puso a beber vino en cuanto vio las primeras montañas de Skyrim. Tan ebrio como estaba cuando apareció la tormenta cayó profundamente dormido, sin nadie para despertarlo o capitanear el barco. Una gran masa de tierra y hielo embistió el casco de madera, desviándolo contra rocas salidas de la tierra como puntas de espada, partiendo la embarcación a la mitad. Así fue el destino del Velo Blanco, con su casco de madera oscura y sus velas blancas como la nieve, así como de toda su tripulación y su capitán que ya no despertó nunca más.
Haldir y Shelly fueron arrojados con furia fuera de la cubierta para caer en las aguas heladas. Haldir tenía sangre nórdica (por parte de su padre, mientras que su sangre materna era de Roca Alta) así que aceptó el frío con facilidad y pronto se encontró flotando en la superficie, pero Shelly no soportó ni un segundo en el agua antes de volverse pálida y morada, y perder el conocimiento. Haldir trató de calmarse, ignorando su cuerpo que titiritaba rápidamente. Miró alrededor y buscó a Shelly. Nada. Entre un hueco de niebla y nieve vio un pedazo de tierra a unos diez metros de donde él estaba, la costa. Se quitó su espada larga que colgaba en su espalda del cinturón de cuero y la arrojó con fuerza, lo mismo que su capa. Tomó aire y se sumergió en lo profundo. Sus piernas y brazos entumecidos apenas se movían entre el hielo, permitiéndole bajar. Todo oscuro se veía, si es que se podía ver algo. Parecía tan profundo e infinito el mar a pesar de que había visto la costa no muy lejos. Pero era una ilusión; encontró a Shelly como parada en el fondo, entre algas y piedras con las piernas y brazos extendidos, no muy por debajo de la superficie. Su piel pálida hasta parecer muerta. La agarró del brazo sin bajar demasiado por miedo a quedar atrapado en las algas o no poder subir por la presión y el frío del agua. La abrazó contra su cuerpo y subió lo más rápido que pudo. Empezaba a nublársele la vista cuando por fin llegaron arriba. A pesar del aire no había diferencia, todo estaba igual de frío. Cuando ya Galdor se quedaba sin fuerzas tocaron tierra, hizo un último esfuerzo y arrastró a la mujer lejos del agua y luego se dejó caer. Apenas veía nada y no sentía el cuerpo, su ropa empapada y gruesa le pesaba una tonelada; quería quedarse allí y dormir, o morir, librarse de ese sufrimiento. Pero reaccionó: Shelly seguía inconsciente, tenía que hacer algo. Con esfuerzos que no sabía de dónde se originaban se incorporó y fue arrastrándose hasta donde yacía Shelly todavía inconsciente. Hizo fuerza contra su pecho, tratando de sacarle el agua y soplando por su boca, pero no despertaba. Estaba helada de muerte. Tras un minuto y medio, con las esperanzas ya casi desvanecidas la mujer escupió agua y abrió los ojos, pero se mantuvo ahí sin moverse. Haldir vio que intentaba hablar y se acercó a ella, goteándole agua sobre sus mejillas.
—Hal… Ha… Hald…—murmuró ella—Haldir. Encuentra a mi esposo… Trius… y…
Pero no dijo nada más. El frío insoportable acabó con Shelly que demostró cierta resistencia pues cualquiera se habría muerto en el fondo, antes de ahogarse.
Haldir se puso en pie y se quitó el abrigo empapado y miró alrededor. No vio más que tierra, nieve, agua y hielo. Ninguna señal del Vela Blanca, la tripulación o un asentamiento. Pero oyó algo. Desde el oeste, como traídos por el viento, por lo menos cinco lobos se acercaban furiosos y hambrientos hacia Haldir y el cuerpo inerte de Shelly. Haldir se sintió peor que nunca. No estaba en condiciones de pelear y tampoco podía dejar a Shelly allí. No la conocía como para dar su vida por ella pero tampoco le era indiferente. Hasta antes de los feroces aullidos tenía pensado cargar con Shelly hasta Lucero del Alba y buscar noticias de Trius para enterrarla. Pero la situación había cambiado, así que se decidió; se volvió a poner el abrigo (todavía empapado), se ajustó el cinturón de su espada al pecho y arrastró a Shelly de nuevo al agua. No podía dejarla como comida de lobos o del tiempo pero tampoco podía llevarla. Cuando estuvo a alcance de la corriente la soltó y volvió a tierra. Trepó un montón de nieve y vio cómo los últimos cabellos de la mujer se hundían para siempre en el mar. Pero los lobos lo hicieron despertar de la despedida; ya había dos trepando la loma y, por el sonido, otros cuatro detrás. Corrió lo más rápido que pudo, o lo que la densa nieve se lo permitía. Sus pies se hundían por lo menos sesenta centímetros y era difícil sacarlos. Corrió y corrió, tropezando un par de veces con rocas y troncos caídos, hasta que los lobos lo perdieron o se rindieron. Pero no corrió mucho pues Haldir se fue a meter a donde los lobos no se acercaban. Llegó a una cueva bajo una pequeña colina, no era muy acogedora pero estaba seca y protegía de los furiosos vientos. El instinto le decía que se alejara pero se lo pensó muy tarde. Un fuerte golpe en la cabeza sintió antes de caer al suelo, escuchó un rugido grave y sintió grandes pisadas en el suelo, y ya no vio más.
Haldir recobró los sentidos gracias a un guijarro en la cabeza, empeorando el dolor. Se sentía triste y débil gracias a sus pesadillas, pero trató de despertar completamente. Era arrastrado sobre la nieve como se dio cuenta. Sentía entumecidos sus pies así que bajó la mirada para buscar la razón y la encontró. Un monstruoso troll lo cargaba como saco viejo hacia la cueva. Era de día aunque las nubes ocultaban el sol y el cielo; poca nieve todavía caía sobre el suelo. Trató de alcanzar su espada pero no la tenía en el cinturón. Entonces el troll lo alzó y lanzó con toda su fuerza, y Haldir voló como si fuera una simple rama hasta caer sobre una gran piedra, dentro de la cueva. Fue doloroso para él pero la perdición para el troll; creía haberse roto la espalda contra la piedra, pero fue su espada la que absorbió casi toda la caída. Sin titubear, la sacó de su vaina y la esgrimió, arremetiendo contra la masa blanca. El troll no lo esperaba y paró la espada con su pecho, hundiéndose hasta la empuñadura, pero no murió sino que se enfureció. Tomó a Haldir por el cuello y lo arrojó a la pared de la cueva. Y la cueva retumbó, haciendo temblar las estacas de hielo que colgaban. El troll se alzó pareciendo más fuerte y emitió un terrible rugido que hizo menguar las fuerzas de Haldir, pero también resonó en la cueva y sacudió aún más las estacas; una grande y muy filosa y puntiaguda se separó de la roca y fue a caer en la nuca del troll que se preparaba para embestir a su enemigo. Hundiéndose toda en la cabeza y el cuello lo dejó sin vida para siempre.
Limpió la hoja de la espada sobre la nieve y la observó, no la había observado desde que abordara el barco en Salto de la Daga. Hoja de Ébano, Ebonleaf, fue nombrada pues la habían hecho los dunmer para la Gran Guerra con ébano sacado de las minas bajo la Montaña Roja. Forjada para Galdor, un nórdico que luchó para el Imperio, y padre de Haldor, padre de Haldir. No era negra como la oscuridad sino brillante y resplandeciente. El guardamano era recto y adornado con grabados dorados en forma de hojas y ramas. La empuñadura encuerada era larga para dos manos y firme. El pomo tenía forma ovalada con diseños de espirales dorados. La hoja recta y estrecha sólo tenía los detalles en la base, dejando el resto hasta la punta lisa y vacía. Y la observó y recordó todo; su corazón le dolió más que nunca pero ahorró las lágrimas y la guardó, colgando la vaina de cuero en su cinturón y luego a su espalda.
Cansado, herido, hambriento y helado como estaba salió de la cueva que tenía un hedor espantoso. El cielo seguía oculto por las nubes pero había luz: era casi medio día. Con muchos esfuerzos trepó unas rocas, usando las manos, rodillas y pies, y una vez la cara; llegó a la cima. Al otro lado vio una caída de unos seis metros hacia un tejado de heno. Su vista se cubría con un velo oscuro y estuvo a punto de caer; se tambaleó en la orilla pero se mantuvo de pie. Encontró una bajada sencilla a su derecha y descendió. Pero la última roca la perdió y cayó de bruces hacia el duro suelo empedrado. Trató de ponerse en pie, pero por fin lo vencieron y quedó dormido, una vez más.
Ésta vez las pesadillas tampoco desaparecieron, incluso empeoraron haciendo gritar en sueños a Haldir. Despertó sudando y tiritando sobre una cama rellena de paja. Tenía puesto sólo los pantalones, mientras que su camisa, abrigo, botas y espada descansaban en una silla a un lado. Era una habitación bastante pequeña con paredes y techo de madera, y suelo de piedra alfombrado con una piel de oso pardo. Sobre una mesita de noche dos velas apenas alumbraban la esquina, estirando las sombras del armario y la cama. Se puso nervioso y se paró enseguida, metió los pies en las botas y se dirigió a la puerta que estaba en el otro extremo de la sala rectangular. Pero justo después de dar dos pasos escuchó algo; una voz delicada, tierna y femenina que tarareaba. Entonces entonó:
Vamos a brindar por nuestra juventud,
Y por nuestro futuro de sosiego y quietud.
Recuperaremos lo que fue nuestro hogar,
A nuestros enemigos vamos a diezmar.
Al querer agarrar su abrigo jaló también la silla y la tiró, haciendo un estruendo que interrumpió la canción en la otra habitación. Seguía algo dormido y un poco atontado, así que reaccionó demasiado tarde. Para cuando Haldir sacaba Ebonleaf de la vaina ya había entrado una mujer. Bastante atractiva con su piel blanca y su pelo rojo recogido hacia atrás. Usaba un vestido corto verde brillante con cinturón y corsé de cuero, y calzaba unas botas largas hasta la rodilla. Las muñecas las tenía adornadas con aros y brazaletes de metal. Entró agitada pero en cuanto vio a Haldir se tranquilizó y cerró la puerta detrás de ella. Haldir había envainado cuando ella se sentó en la cama.
—Tranquilo—le dijo—, estás a salvo aquí. Yo soy Lisel, te he curado y cuidado, aunque aún tienes un poco de fiebre.
—Gracias, Lisel—. Se sentía fatal por la fiebre, y la cabeza le daba vueltas.
Lisel, sentada junto a él, lo miró y tras una pausa dijo:
—¿Y bien?, ¿vas a decirme tu nombre?
—Perdona, soy Haldir.
—Haldir,… Nunca te había visto por aquí, ¿naciste fuera de Skyrim?
—Sí, mi padre se fue de Skyrim y se casó con mi madre en Salto de la Daga, yo nací allá.
—Tienes mucho de tu padre entonces, Haldir.
Haldir pareció no haber escuchado eso. Se tocó la cabeza que le ardía y miró alrededor y a la puerta, luego a Lisel y otra vez alrededor.
—¿Dónde estoy, qué día es?
Estás en la posada El Pico Ventoso de Lucero del Alba, es el quinto día de la Primera Semilla. Mi padre es el dueño y encargado de la posada, así que no te preocupes por pagar hospedaje— Lisel rió coqueta y colocó su mano derecha en la espalda desnuda de Haldir.
Al ver que no conseguía respuesta o comentario, levantó su mano (había estado acariciándolo largo rato) y se retiró.
—Si necesitas algo, estaré justo afuera. Trata de descansar, puedes quedarte todo lo que quieras, la habitación es tuya. En unos momentos te traeré la cena.
Y le guiñó el ojo cerrando la puerta.
Pero Haldir sólo sentía dolor, no tanto físico pues era pasajero. Cargaba todavía con la muerte de su padre. Y le llegó el recuerdo de Shelly hundiéndose entre el hielo hacia la oscuridad y se sintió aún más horrible. Tenía que buscar a su esposo, se lo había prometido.
Se vistió con sus viejas ropas (la camisa estaba lavada y el abrigo había sido secado y sacudido), y dejó su espada envainada en la silla. Salió por la puerta y descubrió una amplia sala iluminada por una hoguera en el centro, sobre un hueco de piedra, que cocinaba un par de conejos y sostenía una olla con un caldo que impregnaba toda la habitación con olor de estofado de champiñones. A su izquierda estaba una barra con varias botellas de vino encima y sobre ella un hombre de edad más o menos avanzada observaba el fuego, hipnotizado. En el otro extremo, y sobre todas las paredes había pequeñas mesas con asientos largos. Todas tenían platos de pan, queso, algunos carne y todas tarros con vino, cerveza y aguamiel. Lisel se encontraba recargada en una columna (en realidad era un tronco de abeto sin trabajar ni tallar, igual que todas las columnas y vigas) observando inquietamente a su padre. En la mesa más próxima había una mujer sentada jugueteando con un tenedor; dos mesas enfrente y a la derecha dos mineros platicaban y bebían. Haldir iba a hablarle a Lisel pero de la habitación de enfrente salió una figura encapuchada con una túnica anaranjada y amarilla. Esperaba ver una cara robusta y arrugada, blanca y tal vez con barba pero encontró un rostro alargado, de nariz puntiaguda y barba oscura y espesa. Sus ojos negros le clavaban la mirada.
—Así que este es el hombre que te quita dinero, Thoring—dijo con una voz rasposa.
—¿Qué?—respondió Thoring, sacado de sus pensamientos—, oh sí.
—¿Cuál es tu nombre, nórdico?
Haldir casi había olvidado a los dunmer, los elfos oscuros. No les veía mucho en Roca Alta y menos hablaba con ellos. Su cara estaba toda arrugada y fea.
—¿Cuál es el tuyo, elfo?
—¡Qué modales! ¿Así respondes a los que te cuidan?
—Erandur no te ha cuidado—intervino Lisel, dirigiéndose más al dunmer que a Haldir—. He sido yo y mi padre. Ven —tomó a Haldir de la mano y lo dirigió a una mesa, donde la mujer del tenedor se había levantado y puesto a servir platos—, cenaré contigo si no tienes problemas.
Se sentaron en la mesa y la mujer (se llamaba Abelone y atendía la taberna) les sirvió estofado, queso y un poco de pan para los dos, y aguamiel para cada uno. Tras todas las venturas y desventuras desde que había zarpado un mes atrás éste era el mejor momento hasta ahora. El humo del fuego inundaba el techo, el crepitar de las llamas tranquilizaba y la comida era deliciosa (en el barco había comido apenas pan y vino, y un trozo de queso si tenía suerte), y el aguamiel dulce y fresco. Además la compañía de Lisel era relajante.
Haldir ignoraba que Lisel lo volteaba a ver muy seguido y sonreía. Era muy bonita, pensaba él, pero no había venido a Skyrim a encontrar esposa y no eran tiempos para relacionarse con mujeres.
Haldir había terminado ya cuando Lisel dio el último bocado al queso. Se levantó y se limpió con la manga; agradeció a Lisel y a Thoring por la comida y le preguntó a ella:
—¿Conoces a un bretón llamado Trius?
Lisel volteó como buscando una distracción y dijo lentamente:
—Sí, lo he visto.
—¿Puedes llevarme con él?
—¿Lo conoces? ¿Es tu amigo?—dijo evitando la pregunta.
—No exactamente.
—No, no puedo—contestó al fin—. Pero el Jarl mantenía mensajes con él, quizá pueda ayudarte.
Se encaminaron a la puerta de la posada (Lisel rosaba la mano de Haldir con cada oportunidad que tenía) y la abrieron. El viento entró enseguida, enfriando hasta los huesos. El sol casi se ocultaba entre las montañas y los guardias vestidos con túnicas cortas grises y pálidas, cascos elípticos y escudos circulares encendían las antorchas. Ya no caía nieve pero había bastante en la tierra, en las escaleras de madera y poca en el camino empedrado que apenas se mantenía visible. Los tejados, los árboles y los barriles y cajas, todo estaba cubierto de nieve y además de los guardias no había nadie más ni en el sendero ni en los pórticos.
Cerraron la posada y siguieron el camino hacia el este, pasando un edificio de dos pisos y luego hasta el Salón Blanco, donde habitaba y gobernaba el Jarl. Haldir se quitó el abrigo y se lo tendió a Lisel que había salido con sólo su vestido. Él sólo tenía las manos y cara descubiertos y se estaba congelando, así que se incomodó cuando vio a Lisel con los brazos, la cabeza y las entrepiernas desnudas y vulnerables a los vientos. Ella soltó una risita y lo aceptó, más por cortesía que por utilidad pues estaba acostumbrada al frío helado de Skyrim. Subieron los viejos escalones hasta la puerta y entraron al Salón.
Una habitación el doble de amplia que la posada los recibió con calidez, pues dos fuegos similares ardían en el centro aunque no cocinaban nada. Los troncos de pino sostenían el techo y cargaban velas. Los muros adornados con cabezas de animales y mesitas soportando botellas de vino y copas de plata. A un lado de la puerta había un guardia que los vio sospechosos a través del casco completo.
—Malditas pesadillas.
La pared frente a la entrada enseñaba dos grandes estandartes blancos con una franja gris vertical en el centro, una estrella plateada de cuatro picos coronaba la parte superior. Bajo los estandartes había una silla grande de madera con un mantel verde oscuro. Sobre la silla, sentado y desanimado estaba un hombre blanco y calvo de avanzada edad que los miró a través de unas cejas espesas igual que la nieve. A su lado y cruzado de brazos permanecía un rapado con un gran bigote rubio, vestía una armadura de la guardia a diferencia del Jarl que traía una túnica larga y sin mangas azul y escarlata. Su yelmo estaba coronado por una diadema de plata y gema azul brillante. Habló con voz cansada pero fuerte y muy ronca cuando los invitados se acercaron a la silla.
—¡Ah! Lisel, ¿has venido a cantar para nosotros? Porque me vendría bien una canción en estos tiempos de insomnio. Pero, ¿a quién has traído?
—Me temo que no, mi Jarl. Este es Haldir, un viajero y visitante en su ciudad, Jarl Escaldo.
—¿Jaldir? Y dime, ¿has venido a resolver este lío de pesadillas? Porque si no es así no te necesito ni te quiero en mi palacio.
«¿Palacio?» Pensó Haldir burlándose. Por el techo se colaba el frío entre la paja y las paredes se estaban pudriendo.
—Jarl Escaldo—dijo Haldir inclinando un poco la cabeza y dando un paso al frente (el fortachón de al lado se tensó)—, me han dicho que tenía noticias de un conocido que estoy buscando…
—¿No me digas?—Interrumpió.
—Se llama Trius, y es preciso que lo encuentre.
—Tris, ¿eh? No le conozco.
El guardia del bigote se inclinó al Jarl y le dijo:
—De hecho, mi señor, es el hombre que le pagó por suministros cada semana: Trius.
—Sí, claro. Por supuesto. ¿Qué hay con él? ¿Dices que quieres verlo enseguida?—comenzó a hablarse a sí mismo, a las paredes y al techo—. Este hombre viene a mi palacio y me da órdenes, ¡qué descaro!
Se paró de su silla, se ajustó la túnica y se metió a una habitación susurrando y murmurando a sí mismo.
—¿Es tu amigo, dijiste?—Preguntó el del bigote que había permanecido en su lugar.
—Más bien el amigo de una amiga.
—Hace unos meses llegó con dinero pidiendo que le mandásemos suministros para una semana; un mensajero iba y venía pero no le encontramos la última vez.
Haldir se inquietó por dentro mientras Lisel lo veía desde atrás.
—¿Cuánto tiempo que no lo ven?
—Tenía que recibir sus provisiones hace cuatro días pero no le encontramos. Ayer cesaron de buscar, temiendo lo peor. Su campamento está a una jornada de ida y otra de vuelta, el este de aquí sobre la costa, si deseas ir a buscarlo.
Se retiró a una habitación contraria dejando a Haldir y Lisel solos con el crepitar de la lumbre.
—No pensarás ir ahora, ¿verdad?—Dijo Lisel en el camino de regreso, se había aguantado las ganas pues Haldir no decía nada.
—Tengo que ir, hice una promesa.
—Lo entiendo, pero no ahora. Es peligroso salir de noche y no te has curado del todo—le tocó la frente que a pesar del frío seguía ardiente—. Por favor, no vayas ahora.
Se había colocado enfrente (y muy cerca) de él, impidiéndole el paso hacia la posada. Haldir vio su rostro tan lindo, suave y cálido. Le acarició la mejilla deseando no estar en su situación, de lo contrario le daría lo que ella pide a gritos y sería feliz. Por fin se rindió.
—No, tienes razón. Esperaré a la mañana.
Entraron a la posada al mismo tiempo que los mineros se retiraban (todavía tenían sus picos y palas colgando de sus cinturones). El calor del edificio fue aún más reconfortante que antes y se sintió tranquilo. Abelone barría entre unas sillas y Thoring limpiaba los últimos tarros.
Lisel acompañó a Haldir a su habitación y lo arropó como una madre acuesta a su hijo. Le besó la frente y le guiñó un ojo justo antes de cerrar la puerta. Pero Haldir no se durmió sino hasta más tarde, pensando, meditando y lamentando sus decisiones. La gente de la ciudad no paraba de hablar de pesadillas y sueños espantosos pero Haldir no tuvo nada de esto sino que fue la primera noche en mucho tiempo que no tuvo pesadillas. Despertó con el canto del gallo y con los primeros rayos del sol que se colaba por un hueco en el techo. Fuera oía los pájaros cantar y los barcos fondeando allá abajo.
Se metió en las botas, se puso la camisa y salió buscando el abrigo que Lisel se había quedado la noche anterior. La posada estaba vacía como era costumbre en las mañanas y Thoring barría cerca de la barra.
—Buenos días—dijo con voz soñolienta—. Ustedes los viajeros son tan suertudos teniendo buenos días.
—¿Las pesadillas? Ojalá hubiese algo que pueda hacer.
—Sí. Mi hija me ha pedido que te dé esto—y le tendió una mochila de tamaño regular—. Provisiones y demás para tu viaje.
—Gracias. ¿Dónde está ella?
Thoring le lanzó una mirada furtiva.
—Ha salido, no ha de tardar.
Tomó su abrigo que estaba colgado de un clavo en un pilar y volvió por su cinturón y espada. Ya estaba listo para partir cuando al salir de la posada encontró a Lisel viniendo de calle abajo con una bolsa sobre el hombro.
—¿Pensabas irte sin despedirte?
—Por supuesto que no, iba a buscarte.
—Estoy bromeando—se acercó y le besó la mejilla—. ¿Has dormido bien?
—Sí, la mejor noche en un largo tiempo. ¿Tú también tienes pesadillas?—preguntó; podía verle los ojos cansados y las ojeras colgando como bolsas.
—Todo Lucero del Alba las tiene, y nadie sabe el origen o la causa. Dicen que es algo en la torre, allá arriba—señaló la punta de la montaña donde una gran torre cilíndrica sobresalía poderosa—, pero nadie se atreve a investigar. Ten, traje esto para ti.
De la bolsa sacó una capa larga y gruesa color plata y se la colocó a Haldir en la espalda, sobre el hombro izquierdo pues era de media espalda el diseño.
—Gracias—dijo Haldir—. Tú me das tanto y yo no puedo ofrecerte nada.
Lisel soltó una risa coqueta.
—Basta con que vuelvas por aquí cuando hayas acabado.
Haldir asintió y se volvió, caminando sobre el sendero empedrado y nevado, pero volteó la mirada hacia la pelirroja que aún lo observaba con un pie sobre las escaleras, como quien no quiere dejar de ver. Ella le guiñó el ojo y se metió por fin. Había llegado a los escalones del Salón Blanco cuando por la puerta sale el guardia con bigote, vistiendo una capa sobre su uniforme. Tenía una manzana en la mano mientras masticaba un trozo.
—Ve hasta el faro y gira al este. Bajarás la colina hasta la costa y la sigues; pasarás unas ruinas nórdicas a la izquierda (¡evítalas si quieres permanecer con vida!) antes de llegar a un barranco con una Piedra Guardián en la cima. Si vas por abajo ahorras media jornada, pero te advierto que es peligroso cruzar ese desfiladero. Su campamento no está muy lejos desde ahí.
Haldir asintió agradeciendo y continuó su marcha, doblando a la izquierda y luego a la derecha subiendo una colina medio empinada. Llegó a una estructura con un pequeño faro hasta arriba, estaba vacío pero el fuego humeaba con ganas. Siguió hacia el este entre una zona con unos cuantos pinos y luego descendió hasta tocar tierra. Ahí las olas del Mar de los Fantasmas lavaban la nieve y era más fácil andar. Arbustos secos, troncos caídos y rocas salidas adornaban la costa hasta donde le alcanzaba la vista.
Pasaba del mediodía cuando encontró una gran isla con columnas y arcos antiguos sobre la nieve. El sol brillaba y las nubes casi se estaban desvaneciendo. Varias horkers charlaban entre sí mientras otras nadaban, algunas veían a Haldir caminar. Iba cubierto con la capa pues el agua y el hielo flotante echaban frío, a pesar del sol. Había dejado las ruinas detrás cuando encontró el acantilado, doblando sobre una colina. Había agua entre él y la montaña así que se giró al sur para rodear. Sobre la cima vio una figura cónica, justo en la orilla y en la punta. «La Piedra Guardián» pensó al recordar las palabras del edecán. La gran pared de piedra y hielo daba sombra sobre ese lado, así que el frío era peor. Se acomodó la capa, ajustó la mochila y siguió hacia el norte.
Fue cuando escuchó un aullido a lo lejos que se tensó de veras. Miró alrededor pero no vio rastros de lobos ni nadie más. Dobló a la derecha sobre el acantilado y ¡zas! Un gran lobo blanco se le abalanzó de frente, dejándolo sin equilibrio. Haldir desenvainó a Ebonleaf y se colgó la mochila en los dos brazos. Para entonces dos lobos más ya se habían unido, rodeándolo por dos lados y arrinconado por el mar y la montaña por los costados. Volteando a uno y otro lado con la espada lista para atacar, manteniendo la calma y el control no vio venir un salto del primer lobo, que le desgarró la mochila tirando toda la comida y el agua. Entonces atacó a un lobo en el frente y le cortó parte del lomo. Con una patada apartó al otro y se echó a correr, perseguido por dos mientras el tercero yacía acostado chillando y retorciéndose de dolor. Corrió por todo el desfiladero, tropezando con piedras y resbalando en el agua hasta que al fin salió. Se dio vuelta para embestir a uno pero calculó mal la distancia que los separaba. Uno color gris claro se le aventó y lo tiró, mordiéndole el brazo con fuerza. Pero sujetó a Ebonleaf y atravesó el cuello del lobo, matándolo en el instante. Se lo quitó de encima y se puso en pie. El otro lobo caminaba en círculos a su alrededor, esperando el momento de atacar y vengar a sus compañeros. Ambos tomaron impulso y atacaron, pero Haldir fue más rápido esta vez y metió la hoja negra por el hocico, destrozando todo.
Limpió la hoja con el pantalón y la envainó. No tenía deseos de volver por la comida, así que se giró y siguió. El sol se estaba poniendo cuando llegó a una pequeña península con un campamento sobre una colina. Una fogata ardía penosamente en el centro y una tienda improvisada de tablones y ramas cubría un saco para dormir. Había una caja y varias bolsas llenas. Recostado sobre el saco yacía un hombre, o antes lo había sido. Yacía el cadáver putrefacto de un hombre, envuelto con una manta con la mirada al mar.
Protegida del viento bajo la caja asomaba una carta que decía con letra sencilla:
Shelly,
Tu nave debería haber llegado hace semanas y temo que lo peor haya pasado. He establecido un campamento en esta roca pues tu barco debe pasar por aquí y espero que un día de estos volvamos a estar juntos de nuevo. Si estás leyendo esto probablemente estoy cazando o trayendo algunos suministros. Voy a estar esperando aquí hasta que vea tu cara de nuevo.
Fielmente tuyo,
Trius
De nuevo el dolor y la culpa inundaron el corazón de Haldir. Y se arrodilló y dejó escapar una lágrima. Sentía el dolor de Shelly y Trius; pero lloraba por sus propias desgracias. Ver esta historia de amor terminada en tragedia le hizo desahogarse, hacía mucho tiempo que no lloraba de verdad.
Pensó en Lisel; desde hace un tiempo que desviaba la vista de mujeres, esperando encontrar su honor primero. No podía permitirse la debilidad que éstas causaban pero pensó en Shelly y Trius, ¿y si cuando encuentre el honor ya es demasiado tarde para amar a una mujer?
