Querida lectoras,
Las dejo con una nueva historia para quienes gustan de las relaciones tormentosas y apasionadas.
Un beso,
Karen
Summary
"La amistad es fuerte, es una unión indisoluble y poderosa, pero el amor… vaya el amor es todo en la vida… ¿Qué pasaría si esos dos lazos se unen presos de un cruel destino, excluyendo al actor principal? Ella era el amor de su vida y él, su mejor amigo."
Bella está ad portas de casarse con Edward y para celebrar este evento, llega su mejor amigo Jasper y ex novio de su hermana Alice, quien ya llevaba un tiempo lejos, para estar junto a ellos.
A pesar de que la relación de ambos aparenta ser muy fraternal, al menos de parte de Edward, en el camino van sucediendo cosas que dejan de manifiesto un amigo que no lo es tanto. En el camino se va dilucidando los porqués del hombre a quien Edward quiere y valora tal como si se tratara de un hermano de sangre.
Capítulo 1
Tú eres mi eterna felicidad
Esa mañana lluviosa Edward me recogió a las nueve, porque su amigo Jasper llegaría a las diez desde California. Mi novio estaba feliz, era su cómplice de infancia, habían sido compañeros desde kinder y luego, su amistad había continuado por toda la preparatoria hasta la universidad. Ambos eran constructores civiles.
Nuestra boda se celebraría en poco menos de un par de semanas. Hoy en la tarde tenía la prueba de mi traje de novia, diseñado especialmente por mí, era lo menos que podía hacer si ejercía la profesión. El matrimonio se celebraría en un lujoso hotel, con más de quinientos invitados, en verdad, la gran mayoría eran de los padres de Edward, porque mi círculo social era bastante más reducido. El banquete ya estaba escogido minuciosamente, por Eddy y por mí. Las flores las había escogido Esme junto a Reneé, quien había venido en una visita fugaz desde Jacksonville, durante un par de días. Las dos eran mis mejores amigas, este último tiempo, al igual que Alice, mi cuñada.
Sonó el citófono del departamento, aún no estaba lista, así que puse el pie en el acelerador y me metí bajo la ducha, me até el pelo en un tomate improvisado para evitar lavarlo, porque no alcanzaba. En menos de cinco minutos ya estaba vestida y bajando las escaleras para encontrarme con él. De todos modos, Edward tenía llaves, podía entrar si quisiera, pero esta vez, por la prisa, optó por esperarme afuera.
Llovía copiosamente y su cabello broncíneo estaba oscurecido por el agua, aunque había destellos rubios que caían en su rostro de ángel. Tenía los labios rojos como la sangre y torció la más bella de las sonrisas cuando me vio. Creo que esto último había sido una de las cosas que me tenían completamente enamorada de Edward, jamás se cansaba de recibirme como si fuera la primera cita. Era definitivamente el hombre de mi vida.
Abrí la reja del edificio y me abalancé estrepitosamente sobre su cuello esbelto. Me cogió por la cintura, dándome un profundo y dulce beso, alertando mis sentidos.
— ¿Cómo despertó mi perezosa? –masculló con sus labios pegados a los míos.
—Mmmmm —me quejé a propósito, a él le encantaba— extrañándote —uní mi labios sutilmente a los suyos— inspiró fuertemente y luego, respondió.
—Anoche me hiciste muchísima falta —me susurró al oído con una voz muy, muy sensual.
Besé el lóbulo de su oreja y con voz sexy contesté a sus insinuaciones.
—Si no llegara tu amigo tan querido, te invitaría a pasar… —me aseguré de que mi aliento tibio calentara su piel fría por el clima.
Me separó de su cuerpo unos centímetros y me observó con el ceño fruncido, pero luciendo una sonrisa perversa.
—No me digas eso ¡Vaya! —resopló— no quiero dejar a Jasper plantado en el aeropuerto.
—Créeme que si no supiera que lo quieres tanto, te haría una oferta que no podrías rechazar —curvé mis labios, perversamente.
—No sigas por favor, él es como mi hermano —se mordió el labio inferior, viéndose aún más exquisito.
Me increpó unos segundos con sus ojos de miel derretida y me dio un empujoncito por la espalda, mientras cruzaba su brazo hasta mi cintura, arrastrándome hacia su convertible azul metálico. Abrió mi puerta y me invitó a subir.
—Cuando volvamos no podrás escabullirte —amenazó con una risita morbosa en los labios.
—Ni que fuese idiota —le aseguré, enarcando una ceja. Sonrió y cerró la puerta con cuidado y firmeza.
Dio medio vuelta hasta posicionarse en su lugar y el ronroneo perfecto de aquel automóvil de lujo, anunció la partida. La lluvia no cesaba.
—Hoy en la tarde tengo la prueba de mi vestido —anuncié feliz.
— ¡Vaya! Muero por verte ¿me dejarías? —preguntó inseguro.
— ¡No! —reclamé alertada— ¡Es mala suerte!
Sus ojos ambarinos se llenaron de burla.
—No puedo creer que pienses que esos mitos son ciertos —replicó con una sonrisa, evidentemente divertido— de todos modos no tengo dudas de que serás la novia más hermosa del planeta —colocó su mano sobre la mía y me dio un apretoncito cariñoso.
Miré por la ventana del coche, la lluvia parecía una verdadera cortina que no dejaba vislumbrar el paisaje con claridad.
— ¿Por cuánto tiempo se viene tu amigo a Washington?
—Es indefinido. Hay varias obras que llevará a cabo, partiendo por el nuevo centro comercial —respondió alegre.
— ¡Sí que lo quieres! —me impresionó sus obvias ansias de que se quedara todo el tiempo que quisiera.
–Nos conocemos hace tanto, Bella. Cuando lo veas sabrás porque es mi mejor amigo —quedó pensativo unos segundos mirando hacia el frente— incluso muchas veces pensaron que éramos hermanos, porque físicamente somos más parecidos con él que con Emmett —me contempló con sus ojos desbordantes de felicidad.
— ¿Le gusta el rugby cómo a ti? —pregunté por curiosidad.
—De hecho siempre hemos jugado juntos —exclamó entretenido, quizá con su mente en otra época.
—Debe ser muy amoroso para que lo quieras tanto —agregué segura de que también sería mi amigo.
— ¡Lo adorarás! Acuérdate de mí —volvió a acariciar mi mano con sus dedos lánguidos y tibios.
Una fila de autos en la carretera nos indicó que ya estábamos en la entrada del aeropuerto. Disminuimos la velocidad, mientras Edward miraba el reloj, preocupado.
—No se irá a ninguna parte, mi amor —lo tranquilicé.
—Lo sé, pero no quiero que me espere —agregó angustiado.
— ¡Allá hay un espacio para estacionar! —le indiqué un sitio libre que recién había dejado un Volvo.
— ¡Gracias! —exclamó aliviado.
Aparcamos y nos bajamos con tanta prisa que salí sola del auto, saltándonos la costumbre de Edward de abrirme la puerta, tradición que, por lo demás, le satisfacía incluso más que a mí, creo que era otra de sus formas de mimarme. Nos encontramos en la maleta del auto, listos para entrar.
—Gracias por acompañarme —me susurró al oído, dulcemente— es muy importante para mí.
—De nada —le di un beso en la mejilla y él inspiró con fuerza.
—Vamos —entrelazó sus dedos a los míos y me llevó rápidamente hacia la entrada del aeropuerto, ya estábamos empapados.
Corrimos por el pavimento mojado hasta refugiarnos tras la mampara de vidrio. Subimos un par de escaleras mecánicas y Edward miró la pantalla de los vuelos, con el ceño fruncido. "Vuelo 393".
— ¡Ya llegó! El vuelo arribó a las nueve cincuenta y cinco —observé el reloj de mi mano: eran las diez y cuarto. Mientras, mi novio me llevaba en volandas entre la muchedumbre que parecía estática ante nuestros ojos e inoportuna para un par de apresurados.
De repente Edward, sonrió y sus ojos se iluminaron hasta relampaguear.
— ¡Ven! Ahí está mi amigo —aseguró ansioso, como un niño de cinco años.
Un rubio sofisticado aguardaba en un escaño al costado de la sala de embarque. Él también lo vio, y una sonrisa cautivadora resplandeció en el rostro blanquecino de su amigo. Verdaderamente podían ser hermanos, ambos tenían la piel pálida como la cal, eran altos y esbeltos, como modelos, y tenían los labios rojos como el fuego, la única diferencia era que mi amor, lucía un hermoso cabello bronce y él, rubio platinado, casi blanco; Edward, tenía los ojos miel y él, pardos medios verdosos.
Mi novio y su amigo se dieron un gran y fraternal abrazo de amistad, tan sonoro, con palmaditas en la espalda, que me llegó a doler a mí. Los ojos de ambos brillaban emocionados.
— ¡Perro, amigo! ¿Cómo estás? —Jasper habló emocionado.
—Muy bien, ¡llegas en el mejor momento de mi vida, hermano! —le respondió Edward emocionado— te quiero presentar a la futura señora Cullen —me miró extasiado de felicidad. Di un paso hacia ellos, me sentía como una intrusa en medio de esa amistad.
Edward me cogió por la cintura y me plantó frente a Jasper, logrando que me ruborizara.
—Bella, mi gran amigo, Jasper —extendió una hermosa sonrisa.
— ¡Un gusto! —respondió el cuasi modelo— no sabes cómo habla de ti, si ya pareciera que te conozco —entrecerró los ojos, divertido.
—Lo mismo digo —contesté tímidamente, mordiendo mi labio inferior.
Mi novio cogió uno de los bolsos de su amigo, mientras Jasper acarreaba el más pequeño. Lo miré de soslayo, él me observaba, pero desvió la vista. Me sentí incómoda.
Continuamos los tres al mismo paso, hasta llegar al auto. Edward abrió la maleta y luego, mi puerta. Su amigo, subió en el asiento trasero por su cuenta.
—Almorzaremos en mi casa, mis padres mueren por verte —agregó Edward.
— ¡Vaya! Y yo de verlos a ellos, ¿cómo está Emmett? —preguntó.
—Fantástico, aún a la siga de Rosalie Hale, su amor platónico.
—Y ¿Alice? —preguntó su amigo con una risita torcida. Se hizo un silencio incómodo, pero pronto mi novio reaccionó.
—Vaya, todavía te acuerdas de mi hermana —le lanzó una mirada de odio por el espejo retrovisor.
—Sólo preguntaba, no te irrites —le pegó en el hombro, jugueteando.
Edward negó con la cabeza. Ambos se dijeron palabrotas, bromeando como dos buenos amigos, hasta llegar a la casa de los Cullen.
No alcanzamos a abrir la puerta cuando Carlisle salió a buscarnos, en verdad, a saludar a Jasper. El padre de mi novio fue donde el chico y le dio un gran abrazo, tal como si recibiera a su hijo.
— ¿Cómo has estado? —le habló Esme con cariño. Detrás venía Emmett con una gran sonrisa.
— ¡Peeeeeeeeeeeeeeerro! —le dio la mano, se dieron un saludo un poco extraño entrelazando dedos, y finalizaron con un apretado y sonoro abrazo— mañana tenemos partido ¿te sumas? —le pegó en la espalda, bruscamente.
Alice al parecer no estaba. Pasamos al living y pronto llegaron unas copas de champán para el brindis, con canapés y unas brochetas de aperitivo. Ahora todos lucían más rosados a raíz del alcohol y el mundo giraba en torno a Jasper, incluso para Edward, pero aún así, me sostenía entre sus brazos. Antes de pasar al comedor, apareció mi cuñada. La observé y noté como su mirada tostada titiló al ver al invitado.
—Hola —curvó sus labios a penas mostrando sus perfectos dientes.
—Hola, pequeña —la familia en pleno los observó.
Emmett bajó la cabeza, sonriendo y negando a la vez.
—Parece que a éstos no se les ha pasado el amor todavía —masculló hacia nosotros. Edward lo ignoró.
Jasper la besó en la mejilla y Alice le dio un gran abrazo. Edward carraspeó.
—El almuerzo está listo —agregó Esme, sonriente, fulminando con la mirada a sus hijos.
Lo pasamos de maravillas, hasta que miré la hora y me di cuenta que eran casi las cuatro y mi prueba de vestido estaba fijada a las cuatro y media.
—Perdón —me disculpé, poniéndome de pie—, pero tengo la prueba en media hora más.
— ¡Vaya! Se nos pasó el tiempo volando —musitó Esme, complicada, en verdad el tema del vestido era transversal en todas las mujeres.
—Vamos, te llevaré en seguida, alcanzamos… —agregó mi novio, también levantándose de la mesa.
— ¡Nos vemos en la noche! —agregué, mientras alzaba la mano para despedirme.
— ¡Seguro te quedará perfecto! —–gritó mi cuñada.
Caminamos y una fuerte energía, como si alguien me increpara con la mirada, hizo que me volteara. Era Jasper, no me había despegado los ojos de encima. Volví inmediatamente la vista hacia el frente. Era segunda vez que lo sorprendía mirándome, ¿o acaso estaba paranoica?
— ¿Qué sucede? —me miró Edward, extrañado.
—Na… nada, sólo pensé que se me había quedado la cartera —mentí.
— ¡Bella! Pero si la llevas en la mano —sonrió despreocupado.
— ¡Claro! —reí, incómoda.
Bajamos al garaje y en menos de veinte minutos, aún con lluvia, estaba frente al taller de alta costura.
— ¿Te espero? —ofreció dulcemente.
—Pero, no vayas a entrar… —le advertí, y después unimos nuestros labios en un beso cargado de amor, mientras de fondo oíamos "Ave María", interpretado por Celine Dion. Estábamos decidiendo si esa sería la canción para entrar a la iglesia el día de nuestra boda.
—Te amo —exclamó con sus labios ardientes y los ojos cargados de emoción.
—Y yo a ti mi vida —lo abracé como pude en ese estrecho lugar. Sonrió enamorado.
—Anda, mi amor que la señora Brown debe estar enojada, ya son un cuarto para las cinco —pegó sus labios otra vez en los míos.
—Te adoro —me giré hacia él antes de bajar.
Entré a la tienda y un par de mujeres inquietas me esperaban con almohadones y agujas, huinchas de medir y un gran vestido color blanco crema y la faja tornasol dorada.
—Señorita Swan, llega atrasada —me recordó la huraña señora de más de sesenta.
—Disculpen, pero tuve un imprevisto de último minuto —me disculpé.
La señora Brown, negó con la cabeza y yo comencé a quitarme la ropa. Dejé en el suelo los pantalones negros, las botas y la blusa rosa. Entré las dos mujeres me zambulleron ante el vestido con blondas recogidas de las caderas hacia abajo. Subieron los botones, hasta el penúltimo.
— ¡Bella, has subido de peso! —exclamó Blanca, al borde de la histeria.
—No lo creo —sonreí, culpable.
— ¿Y qué otra explicación le encuentras a que este vestido no te quepa? —refunfuñó la señora Brown.
— ¡Uf! Capaz —recordé que esta semana había ido cenar un par de veces.
—Tendrás que ponerte a dieta ¡ya! —ordenó Blanca.
— ¡Por supuesto! No quiero ser el pastel en vez de la novia —asentí burlesca ante este par de psicópatas de la moda. Yo era diseñadora, pero ellas me superaban con su obsesión de las novias esqueléticas.
Me zafé de ellas, hasta que oí mi nombre del modo más dulce que había escuchado en mi vida, pero este no era el mejor momento para oír esa voz.
—Llama Reneé —vi a Edward parado frente a mí, con mi móvil en la mano derecha. Sonreía con entusiasmo.
— ¡No, Edward! —respondí histérica, mientras Blanca y la señora Brown me tapaban con sus cuerpos abundantes.
