Dafne y Apolo personajes de la mitología griega, haciendo un breve repaso a la Metamorfosis de Ovidio solo desde el punto de vista de la ninfa. Gracias por leer.

Siento mis piernas desfallecer, el aire empieza a hacerles falta a mis pulmones mientras las ramas de los arboles lastiman mi piel, desgarrando la suave túnica que siempre me cubre, así como enredando sus hojas en mi cabello que baila con el viento, la cinta que lo sujetaba a medio caer. No hay tiempo de atarla de nuevo, aunque mis propios cabellos me golpean el rostro cuando volteo a verlo, ¿acaso no entiende que no puedo atender sus deseos?

Antaño he rechazado a otros, grandes reyes, príncipes y otros dioses, ¿acaso el creía que era diferente a todos ellos? ¿Qué lo hacía tan especial? no había nada que me llamara la atención del dios del sol.

Su rostro era luminosamente hermoso, como todos los dioses, no había nada en especial que me hiciera estar cerca de él; no como el deseo de servir a su hermana, a la divina Artemisa, al cuidado del bosque, de las aguas de mi padre…oh padre. Mi adorado padre que siempre quiso un nieto de mis entrañas, que desposara a algún buen mozo, ¿Por qué no podía ser como la divina Artemisa, a quien su padre permitió ser una doncella perpetua? La gemela del que ahora piensa capturarme.
A cada paso me siento como una pequeña liebre temblorosa que huye de las fauces del lobo, que con dulces palabras trata de seducirme, mas no causan otra cosa que mi desprecio, ¿Por qué el más odioso de los dioses quiere tenerme? ¿Por qué no desiste de todo intento? Tiene a sus pies a más ninfas y diosas, hermosas reinas mortales, que vaya a cortejarlas a ellas ¿Qué hice yo para merecer este castigo?

¡Padre! escucha mis ruegos, recoge a tu hija, protégela y sálvame de este destino, evita que me alcance el rubio Apolo. Padre, gran Peneo, salva a una de tus hijas.
Aun no acaba mi carrera y ¿Qué es esto que siento? ¿padre, me has prestado tu ayuda? siento mi cuerpo endurecerse, mis pies se van fijando a la tierra. De las puntas de mis dedos veo salir pequeños tallos verdes, mientras el divino Apolo trata de tomarme.

Estoy cambiando. Padre, has atendido a mis ruegos, y ahora puedo estar tranquila, mientras lo último que veo es la cinta que ataba mis cabellos, que por fin se ha caído, quedando en las manos de Apolo, lo único que obtendrá de mí.