Sebastian no era un hombre de concurrir eventos sociales. Y, aunque prefería la tranquilidad del observatorio y la adrenalina de un tiroteo-dos pasatiempos sumamente armónicos-siempre se hacía espacio para escoltar a su jefe en una de sus salidas nocturnas.
A veces acudían a reuniones de sus clientes en mansiones lujosas; otras se limitaban a discretos antros perdidos en las profundidades de Londres. Actualmente atendían una fiesta temática efectuada en la disco más exclusiva de toda Inglaterra.
Llevaba ya una buena ronda de tequilas cuando Jim lo jaló a la pista de baile-una plataforma ambientada con la luz y extravagancia de los años 70-, le guiñó el ojo y sonrió. Giró su cabeza en trayectoria circular, párpados caídos, y le dio las últimas mordidas a su goma de mascar antes de tragarla.
Luchando contra el aturdimiento de la bebida, Seb se quitó la chaqueta, pues restringía gran parte de sus movimientos, y la dejó caer no supo dónde. Da igual, pensó para sus adentros, Rambo se veía mejor sin ella.
Ambos cruzaron miradas cómplices, la de uno medio fanfarrona, la del otro medio traviesa. Se aproximaron el uno al otro, como dos depredadores acechándose mutuamente, y Jim rozó casualmente su antebrazo contra el del rubio.
Al principio fue un sutil contoneo, Sebastian podía lidiar con ello, siguiendo con la vista el contorno de la camisa del pelinegro. Al principio.
Aquel traje de Tony Manero no se habría visto más seductor en el mismo John Travolta.
