Esta es una parodia sobre la segunda (¿o tercera?) personalidad de Akashi.

Como el protagonista es Mayuzumi, quise imitar un poco el estilo de las novelas ligeras, que suelen tener a un narrador en primera persona.


El partido concluyó con el sonido de la bocina y los gritos de alegría del Seirin. Rakuzan había perdido por primera vez en vete tú a saber cuánto y, para ser sincero, no me importó mucho. ¿Para qué mentir? Yo no sentía una lealtad ciega por mi equipo y lo que mis compañeros pudiesen sentir me traía sin cuidado.

Corrijo: no me llegué a preocupar por Nebuya, Mibuchi y Hayama. ¿Por qué iba a hacerlo, habiéndome tratado como me trataron? Quien sí despertó mi interés en el momento de nuestra derrota no fue otro que nuestro capitán, Akashi Seijuurou.

Dirigí inmediatamente mi mirada hacia él con el morbo de ver cómo estaba don Absoluto ahora que por fin había perdido. ¿Se echaría a llorar como un niño pequeño? ¿Permanecería inexpresivo, sin creerse lo sucedido?

—Sei-chan… —Mibuchi se le acercó y le acarició la cabeza con cuidado.

El Akashi de aquel momento parecía tan frágil que me hizo recordar que él, pese a sus habilidades extraordinarias y su porte de emperador, no era más que un crío de quince años. Tenía la cabeza gacha, con la vista fija en el suelo. Hasta Hayama, que aún seguía un poco enfadado con él —como para no, por otra parte—, le pasó una toalla y le dijo que podrían volver a intentarlo el próximo año.

—Akashi-kun —dijo Kuroko, el de Seirin, ofreciéndole la mano. Kagami estaba a su lado con cara de circunstancias—, espero que podamos volver a jugar pronto.

Akashi se quitó la toalla que le había pasado Hayama y se secó la cara, un poco tembloroso de más. Enarqué las cejas, preguntándome si por fin se había echado a llorar.

—¿Akashi? ¿Estás bien? —le preguntó Kagami, tocándole el hombro.

—Creo que Sei-chan necesita estar solo un momento —Mibuchi le pasó un brazo por la cintura y sonrió con pena.

Todos contemplamos cómo Akashi iba a paso lento al vestuario igual que un niño al que acaban de regañar. Nunca pensé que llegaría a decir esto, pero Akashi me estaba dando un poco de lástima.

Los otros tres y yo lo seguimos al poco. Nebuya no paraba de decir que entraría en pánico en caso de ver a Akashi llorando, más que nada porque sería una imagen traumática. Mibuchi abrió la puerta de los vestuarios con sumo cuidado. Ahí lo vimos. Nuestro capitán, antes invencible y con garra de titanio, estaba sentado y con un aire de soledad rodeándolo. Mibuchi tragó saliva al verlo y se mordió los labios con fuerza, con los ojos ya llenos de lágrimas. No creo que estuviera llorando por Akashi, pero esa fue la impresión que debió de darle al resto.

Nebuya apretó los puños y Hayama se sentó al lado de Akashi. Fue una situación incómoda para todos.

Nos quedamos en silencio unos minutos, sin hacer nada. Fue entonces cuando sucedió el milagro.

O la tragedia, según se vea.

—De nada sirve lamentarse —dijo Akashi de repente, quitándose la toalla de la cabeza. Entonces vimos eso—. Lo habéis hecho lo mejor posible, y por ello me siento agradecido, pero nuestros rivales han sido superiores. Entrenemos duro para hacernos con la victoria el año que viene.

Tenía… tenía…

—Kotarou-san, has cometido un par de errores a lo largo del partido, pero eso no quita que hayas rendido de forma excepcional. Has mejorado considerablemente a lo largo de estos meses y por ello estoy orgulloso de ti—Akashi, repito, Akashi le pasó un brazo por los hombros a Hayama y le secó el mismo las lágrimas que estaban a punto de caerle por las mejillas. Hayama estaba temblando, creo yo, del miedo.

¡Akashi tenía un ojo rosa! No es que antes tuviera los ojos más normales del mundo, de hecho, uno de ellos era, por algún motivo, amarillo. Ahora era rosa.

¿Aprovechó el momento en que no estábamos para ponerse una lentilla? En tal caso, ¿de dónde la había sacado?

—Oye, Akashi, ¿estás bien? —preguntó Nebuya, sudando a mares.

—¿Bien? Mejor que nunca, Eikichi-san. He abierto los ojos y me he convertido en mejor persona. Ahora sé con certeza que lo único absoluto aquí es nuestra amistad.

Hayama se levantó del banco y se fue a junto de Mibuchi como una flecha.

—Reo-nee, creo que Akashi se ha vuelto loco loco —murmuró Hayama al oído de Mibuchi, aunque todos pudimos escuchar claramente sus palabras—. ¿Y ahora qué?

—La verdad es que… no sé qué decir —Mibuchi abrió los ojos de par en par, sin apartarlos ni un instante de Akashi, que le sonreía con dulzura—. ¿Sei-chan, eres tú?

Akashi asintió con la cabeza y a mí, por lo menos, me entró un escalofrío.

—¡Sei-chan! —Mibuchi se abalanzó sobre Akashi y lo abrazó como si la vida le fuera en ello, colmándolo de besuqueos por toda la frente y apretujándolo como si no lo hubiese visto en décadas.

Lo creáis o no, Akashi le correspondió el abrazo. Me quedé a cuadros.

Tenía toda la pinta de ser un niño pequeño que abrazaba a un Mickey Mouse en Disneyland. Estaba tan contento aferrado a Mibuchi que, quien no lo conociera de antes, se pensaría que Akashi era el crío más mimoso y dulce de todo Rakuzan. En aquel momento no parecía el presidente del consejo estudiantil ni, mucho menos, el capitán de uno de los equipos de baloncesto más prestigiosos del país.

—Lamento todo lo que os he hecho, amigos míos —susurró Akashi en el pecho de Mibuchi. Me estaban entrando arcadas—. Confío en que podáis perdonarme algún día.

Hayama y Nebuya se miraron un momento, como si estuvieran manteniendo una conversación a nivel telepático, y sonrieron de oreja a oreja antes de lanzarse a Akashi y Mibuchi. Aquello era un embrollo de brazos, sudor y lágrimas del que yo, por lo menos, no pensaba formar parte.

Me parecía increíble que a nadie le llamase la atención el hecho de que Akashi acababa de convertirse en un oso amoroso con un ojo rosa.

—Chihiro-san, por favor, no te quedes en la esquina —me dijo Akashi—. Tú también formas parte del equipo.

"Tú también formas parte del equipo".

Oh, me llegó al corazón. Quizás me habría conmovido más si me lo hubiese dicho cuando las cosas iban bien y éramos los favoritos para ganar la Winter Cup. Cuando los otros tres no hacían más que despreciarme y hasta los de la segunda división me miraban por encima del hombro.

—¡Vamos, Mayuzumi-san, no te quedes ahí papando moscas! ¡Que te lo ha pedido "por favor"! —Hayama me gritó como si fuera con él la cosa.

—No seas tan descortés con el pobre Sei-chan —Mibuchi le acarició el pelo a Akashi y lo miró como si fuera su recién nacido.

Los miré con asco. A todos ellos.

Entonces Akashi se apartó de ellos un momento y se acercó muy despacio a mí, tan tímido que hasta me hizo sentir incómodo. Se plantó ante mí, se puso de puntillas y, ojo al dato, me dio un beso en la mejilla.

Sí, Akashi Seijuurou —el Emperador, don Absoluto, el señor capitán— me acababa de besar en la mejilla.

Ni mi madre hacía eso.

—Me desola que este sea tu último año y que tengas que marcharte con el sabor amargo de la derrota, Chihiro-san —Akashi me tomó la mano. Miré a los demás para comprobar si estaban tan asustados como yo, pero ni mucho menos. Ni sé para qué derrocho mis energías con esta panda de bichos raros—. No obstante, quiero que tengas presente que el Rakuzan siempre será tu hogar.

—Nunca fue mi hogar, Akashi. Deberías saberlo a estas alturas.

—La ira te corroe y lo comprendo. No puedo evitar pensar que parte de ese resentimiento lo he ocasionado yo.

—"Parte", sí.

—¿Acaso me odias, Chihiro-san? —me preguntó con ese ojo rosa clavándose en mí como un chicle a un zapato. Cualquiera que entrase en el vestuario se pensaría que yo era el malo de la película y que le acababa de romper el corazón a un pobre chiquillo sensible y bondadoso.

Tiene delito la cosa.

Yo no odiaba a Akashi. Me dio la oportunidad de jugar en el equipo cuando ya no quedaban esperanzas para mí, y hasta podría decirse que tuve mi minuto de gloria. Había un sentimiento de gratitud soterrado en mí, y Akashi parecía estar haciendo todo lo posible para excavar los restos que quedaban. Dicho sea de paso, sí que estaba resentido con él. Yo no era un santurrón, ni mucho menos, y aún escocía la herida.

Tampoco es que Akashi me cayese bien como persona. Lo veía como un niñato pedante y pretencioso.

Podría haberle dicho todo lo que se me estaba pasando por la mente y desahogarme de una vez por todas, pero me quedé callado, mirándolo fijamente. A él y a su ojo rosa.