Buenas; me presento por primera vez en esta página con una historia original que presenté a un concurso en otra página de fanfics. Me descalificaron porque solo debía tener un capítulo, me pasé de entusiasta. Estoy bastante orgullosa de éste primer intento pero como siempre, se puede mejorar. Espero opinen sobre lo que ven mal y aquello que les guste.
Brofist
Andrés Suárez se pasa la mano por la cara, está cansado de tras dos días sin dormir, trabajando en su último caso, terminando de escribir el informe que debía presentar. Cuanto más repasaba sus notas, más inverosímil encontraba la historia, todo le parece una pesadilla ahora que ha terminado.
El comisario entra en la sala, con una carpeta amarilla en la mano. La tira sobre la mesa y mira al ex policía. Se sienta tranquilamente frente a Andrés, en silencio. Él le mira mientras lo hace.
- Bueno, he leído sus notas y todo me parece… no sabría qué palabra usar, incoherentes – el comisario abre la carpeta y saca varios papeles – Cito textualmente: "puede que me estén siguiendo" "alguien me susurraba anoche" "me dicen cosas que no entiendo pero una frase se repite siempre, no temas, estoy aquí"
El comisario cierra la carpeta y le mira fijamente.
- ¿Me puede explicar qué significan estas notas? Estaban dentro del caso de Luisa Beltrán.
- Son notas personales – le contesta Andrés, molesto porque hubieran hurgado en sus cosas.
- Suárez, lleva dos meses fuera de servicio. Sus notas no explican lo que sucedió esa noche. Encontró a la niña en su casa, sí, pero desde que la encuentra hasta que pide refuerzos pasa media hora. ¿Qué sucedió durante ese tiempo?
El comisario mira inquisitivamente al policía. Andrés no quiere hablar de lo que sucedió, no está preparado aún. Lleva todo ese tiempo yendo a terapia, tratando de ahuyentar sus fantasmas. Los mismos que le atormenta cada noche, esperándole en la oscuridad.
- No sé, no recuerdo el momento – contesta.
- Cuéntemelo, desde el principio – le ordena el comisario y Andrés se da cuenta de que no podrá evadirse.
Miércoles 21 de Octubre 2012
Luisa volvía del instituto con su mejor amiga, Carmen. Hablaban sobre una próxima fiesta de cumpleaños de un amigo común. Se despidieron en un cruce y cada una se fue a su casa. Caminó tranquilamente con los cascos puestos, escuchando música, la última canción de su grupo favorito.
Cruzó la esquina y se preocupó al ver un coche de policía en la puerta de su casa. Un par de vecinos miraban curiosos lo que ocurría pero todo parecía tranquilo. Ella fue hasta su casa a paso rápido y entró con su llave. Dos agentes de policía estaban en el salón junto a su madre. Luisa la miró asustada por lo que pudiera haber pasado aunque su madre estaba bien.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó
- Cariño, estos son los agentes Ruiz y Suárez – le explicó su madre – Les he llamado porque… alguien ha matado a Rocky.
Luisa abrió la boca con sorpresa. Rocky era su perro, su mejor amigo, el mejor animal del mundo, un cachorro de pastor alemán al que le encantaba jugar a la pelota por la tarde. La niña fue al patio trasero seguida por su madre y los policías, con las lágrimas en los ojos e incrédula ante tan mala noticia. Recorrió el patio con la mirada hasta el enorme árbol del centro. Corrió hasta él y lo rodeó. Se tapó la boca y sufrió arcadas al verle. Su madre la abrazó y trató de alejarla de allí.
- Cariño, no deberías haber visto esto – la consoló también llorando.
Rocky, el joven perro, estaba ahorcado sobre una de las ramas. Le habían atado las patas delanteras a la cabeza y practicado un corte en el vientre. Sus tripas asomaban por la incisión. Luisa sollozaba en los brazos de su madre y los policías las devolvieron a la casa.
- No se preocupen, encontraremos a quien hizo esto – aseguró Ruíz mirando a Suárez. La mujer asintió acunando a su hija sobre su pecho.
Luisa escuchaba los platos en el comedor, sus padres estaban poniendo la mesa y hablando en susurros sobre lo ocurrido. No podía distinguir sus palabras pero sabía que hablaban sobre el perro. Chachito, su gato blanco, saltó sobre el sofá y maulló bajito. Luisa lo cogió y le hizo mimitos a lo que el animal respondió con ronroneos. No podía creerse que hubieran matado a su perro. Debía haber sido un desalmado, un asesino sin escrúpulos. La llamaron para comer y fue obediente.
- ¿Qué tal el colegio, Luisa? – le preguntó su padre.
- Bien – respondió mirando su plato, no tenía hambre.
- ¿Hoy no tenías un examen? Espero que te haya salido bien – sonrió su madre.
- No tengo hambre.
Se levantó de la mesa y subió a su habitación. Se tiró sobre la cama y se tapó con las sábanas hasta la cabeza. No pasó mucho tiempo cuando empezó a escuchar susurros, pensó que serían sus padres en la habitación de al lado por lo que no le dio importancia.
- Shh, shh, shh, no temas, estoy aquí.
Abrió los ojos. Ya no podía cerrarlos. Estaba pasando otra vez, como cada noche. Las voces se alzaban desde debajo de la cama, por las paredes, saliendo del armario entreabierto. Susurraban, se escondían y volvían de nuevo, como serpientes.
- Shh, shh, ya está despierta. Nos está escuchando. Shh – susurraban, siseaban, decían entre dientes distintos tonos de voz – La zorra nos escucha. Zorra, puta. Todo es culpa tuya.
Luisa temblaba en la cama o creía hacerlo porque no podía mover ningún músculo de su cuerpo. Ya no sabía si dormía o estaba despierta. Todas las noches escuchaba las voces, la insultaban, la atemorizaban pero hoy eran especialmente fuertes. Empezó a notar pinchazos, como si le tirasen pellizcos en las piernas y subían por su cuerpo.
- Hija de perra, no temas, estoy aquí – le parecía que le susurraban al oído, casi podía sentir un aliento en la oreja, no, podía jurar que lo sentía de verdad. Se echó a llorar de miedo – No llores, eso no soluciona nada, puerca. Todo es culpa tuya. Eres una zorra mala, nosotros lo sabemos.
La atormentaban. Llevaban once años haciéndolo, se había acostumbrado pero esto era distinto. Las voces eran más agresivas. Y tan pronto como había comenzado, terminó. De pronto pudo moverse y de un salto se puso de pie en la cama. Miró a todos lados pero no veía nada en la oscuridad. Saltó al suelo, lejos de la cama por si aquellas voces decidían salir de debajo del colchón y atraparla para siempre. Corrió al cuarto de sus padres.
Domingo 25 de Octubre 2012
- Cariño, me tengo que ir ya o perderé el avión.
Su padre besó en la coronilla a Luisa que desayunaba una tostada, con calma, de quien no tiene nada importante que hacer un domingo a la mañana. Se despidió el padre y salió por la puerta. La madre le puso a su hija el vaso de leche delante para que no se olvidase tomárselo. La madre miró sorprendida a su marido al verle entrar de nuevo en la cocina.
- ¿Se te ha olvidado algo? – le preguntó.
- Voy a llamar a la policía, esto se está poniendo feo – dijo seriedad cogiendo el teléfono.
A los quince minutos aparecieron Suárez y Ruíz de nuevo. Nada más llegar a la casa se encontraron con el marido en la puerta esperando. Se bajaron del coche patrulla poniéndose bien las gorras. No necesitaron preguntar qué había ocurrido.
- Mi mujer y mi hija están dentro. Luisa no sabe lo que ha pasado y no quiero que se entere aún – les dijo el hombre a los policías.
- Seremos discretos no se preocupe – aseguró Ruíz.
Se acercaron a la puerta principal de la casa. Un gato blanco colgaba ahorcado de la lámpara de la entrada, con las patas atadas a la cabeza y un corte similar al perro en el vientre. La sangre del animal aún chorreaba la alfombrilla.
- ¿Qué opinas? – preguntó Ruíz a su compañero, más joven.
- Una amenaza. Puede que estén amenazando a la familia.
- Debe de ser eso – asintió el policía no demasiado convencido.
- ¿Hay algún vecino que esté descontento o haya tenido alguna discusión con ustedes? – le preguntó Suárez al marido.
- No, no que yo sepa. Nunca hemos tenido problemas con los demás vecinos.
Los dos policías intercambiaron una mirada. La situación no pintaba bien. El caso se estaba volviendo más espinoso de lo que habían pensado en el principio.
Ese mismo día, pocas horas después.
Luisa lloraba en casa de su mejor amiga, Carmen, acompañada también de su amigo desde la infancia, Lucas. Se lamentaba de que sus dos animales preferidos hubieran muerto de una manera tan horrible, los quería muchísimos y la angustia que sentía solo la soltaba llorando. Carmen la abrazaba y Lucas le palmeaba la espalda.
- No lo recuerdes más.
- Es que tenías que haberlo visto – exclamó entre hipidos por los sollozos – Tan inmóviles, colgados…
Rompió a llorar otra vez. Carmen se la pasó a Lucas y se levantó a por un cuaderno.
- Venga, no llores. Además tienes que ayudarme – le sonrió la chica tendiéndole el cuaderno y un boli – Tenemos que preparar el cumpleaños de nuestra tutora ¿recuerdas? Es este martes.
La chica se limpió las lágrimas y empezó a escribir lo que su amiga le decía.
- ¿Cómo podéis hacerle una sorpresa? Es una bruja que me suspendió – dijo molesto Lucas – A ti también te suspendió – dijo señalando a Luisa.
- Es muy buena gente y suspendí porque no estudié.
Lucas la miró incrédulo y trató de discutir. Carmen le dijo que se callase y lo apartó de la conversación que mantenían las dos chicas. El chico salió de la habitación realmente molesto.
