CAPÍTULO 1. Reencuentro
Algo tenía que estar mal. ¿Cómo era posible que hubiera cruzado 9 templos sin que nadie la interceptara? ¿No se suponía que los caballeros dorados protegían la zona? ¿En dónde estaban? No es que quisiera encontrarse con ellos, pero ¡Por favor! Que había oído hablar demasiado de ellos y lo fuerte que eran para no encontrarse siquiera uno ¡¿Es que los habían extinguido de la faz de la tierra?!
Sus pies se detuvieron a la entrada del décimo templo: Capricornio. Sintió una extraña presión en el pecho que no supo catalogar. Inhaló profundamente, calmando los nervios que empezaban a despertar. No había motivos para estar nerviosa y, sin embargo, ahí estaba, sintiendo que su corazón latía ligeramente más rápido de lo normal.
Se adentró en Capricornio acompañada por las sombras del atardecer. El eco de sus pasos le parecía espeluznante, pero no lo suficiente como para recular. Ahora que por fin había llegado hasta Capricornio no podía irse. Ahora ya solo le quedaba una cosa por hacer: encontrarle.
Y lo hizo.
Allí, en la lejanía de lo que parecía ser la sala central del templo. Lo recordaba mucho más bajito y menos corpulento. Imaginó que ese cambio en su físico se debía al entrenamiento, y a que la última vez que lo vio tenía 14 años.
La nostalgia recorrió su cabeza como una corriente eléctrica, despertándole memorias que creía dormidas. Y justo a esos recuerdos, ella despertó su yo más infantil. Era momento de regresar a los buenos tiempos.
Sonrió ampliamente al descubrir que él aún no se había percatado de su presencia. Era el momento perfecto. Se colocó en posición de salida, tomó impulso y esprintó hasta el caballero. Él volteó, pero con el tiempo justo como para ver como alguien lo embestía y los conducía a ambos al suelo.
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El estruendo fue poco menos que épico. Sin contar que el suelo estaba hecho de piedra y les provocaría algún que otro moratón, el ímpetu y la fuerza con la que ella se abalanzó sobre él, fueron otro detonante para sentir todo el costado adolorido.
El Cid se reincorporó lentamente, sintiendo dolor en todos y cada uno de sus movimientos. Sin embargo, su expresión seguía tan estoica como siempre. Y hubiera seguido así de no haber reconocido a la chica que yacía prácticamente encima de él.
La recordaba mucho más débil. Ahora lucía un cuerpo tonificado y fuerte, fruto de un duro entrenamiento. Del mismo modo, su cabello había crecido considerablemente hasta alcanzarle la mitad del torso. Ahora ya no era oscuro y lacio, sino que se había vuelto de un castaño claro con una tonalidad mas dorada en sus puntas, donde hacía gráciles ondulaciones. Su cambio era tal que no la hubiera reconocido de no ser porque aún conservaba su cara arredondeada, sus pestañas largas, los hoyuelos en sus mejillas, sus labios rosados y, por encima de todo, sus ojos. Seguían siendo tan azules, tan profundos, tan místicos como los recordaba. Es más ¿Podría jamás olvidarlos?
— ¿Se puede saber que…?
Ella alzó la mirada y le sonrió deslumbrante. Tenía la misma cara que un crío que acababa de cometer una trastada.
— ¡¿Cómo se te ocurre saltarme encima de este modo?!
Hasta El Cid se sorprendió de lo alterada que escuchó su voz. No obstante, no era para menos. Su espalda estaba mandándole fuertes calambres, y todo gracias a ese placaje hecho a traición.
— En mi defensa diré que lo tenía en bandeja de plata.
— ¡Cómo si hubiera sido de oro! —le replicó él inmediatamente.
— Disculpe…
Tan concentrados estaban en lo suyo, que ninguno de los dos se percató de la llegada de 4 caballeros más. Tres de ellos eran los aprendices de El Cid, Lacaille, Rusk y Tsubaki. El cuatro caballero allí presente no eran nadie más que Sísifo de Sagitario que, al igual que los otros tres, aún no concebía como El Cid estaba tirado en el suelo con una chica encima suyo.
El Cid rápidamente comprendió la estupefacción de sus compañeros, por lo que trató de incorporarse. Ambos maniobraron a tras pies, sintiendo sus articulaciones adoloridas por el golpe, pero lograron ponerse en pie nuevamente.
— No es lo que parece —se excusó El Cid. La formalidad habría regresado a su voz, algo que agradecía profundamente.
De repente ella le abrazó. El Cid se tensó al instante al notar el más mínimo contacto. Bajó la mirada porque, aunque alta, él aún le sacaba una cabeza. Ella le miraba con aquellos increíbles ojos azules. A cualquiera podría haberlo engañado, por no a él. La conocía demasiado bien. Sabía que estaba tramando alguna cosa.
— ¿No me vas a presentar a tus alumnos? Pensé que querías que fuéramos un paso más allá…
El tono meloso que empleó lo desconcertó por completo. ¿Era posible que aquella niña bruta que conoció pudiera haberse vuelto tan sensual? El Cid sintió como su piel se erizaba, aunque su mente estaba más preocupada de los que se encontraban contemplado la escena. Condujo su mirada ahí y detectó como Rusk y Lacaille tenían la cara completamente roja, Tsubaki estaba de brazos cruzados pero con los ojos abiertos como ensaladeras y Sísifo…
— ¿Es tu pareja? —logró preguntarle el caballero de Sagitario.
— ¡Sí!
— ¡No!
El eco de sus voces sonando el unísono, se terminó diluyendo hasta sumergirlos en un incómodo silencio. El Cid aguardó atentamente a las reacciones de sus estudiantes, pero ninguno pareció reaccionar. Lucían demasiado confusos, igual que Sísifo.
Sabía que no había escapatoria. Suspiro profundamente y la miró. Ella sonrió feliz, a sabiendas que había ganado aquel asalto.
— No llevas ni un minuto aquí y ya has alterado a mis tres aprendices —comentó El Cid con un ápice de derrota.
— Yo, de ti, les explicaba esto detalladamente.
— Aprecio el consejo.
— El Cid —Sísifo dio un paso al frente, recuperando su porte formal y autoritario— ¿Puedo preguntarte que está ocurriendo? ¿Es ella realmente tu pareja?
El Cid la miró nuevamente antes de suspirar.
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— ¡Así que era eso! —exclamó Lacaille relajado. Parecía que, al descubrir que ella no era la pareja de su maestro, el universo había recobrado su orden— Realmente nos engañó, señorita…
— …Lisse —dijo ella.
Lacaille la miró algo confundido.
— Es la primera vez que escucho ese nombre —admitió el aprendiz.
— Es un apodo —intervino El Cid calmadamente.
Lacaille volvió a mirarla, a la espera de que le dijera su nombre completo. Sin embargo, ella únicamente se encogió de hombros y le sonrió en respuesta.
— Así que usted conocía a El Cid-sama desde hacía mucho tiempo ¿No es así? —dijo Rusk entusiasmado.
Lisse miró al caballero de bronce. Sentada encima del taburete, tenía una vista privilegiada de todos los que ocupaban el comedor del templo de Capricornio. A su lado, sentado en otro taburete, se encontraba Lacaille. El Cid estaba recostado sobre la puerta que, supuso, conducía a las habitaciones; Tsubaki permanecía de pie, justo al lado de la mesa, mientras que Rusk y Sísifo ocupaban el sofá.
— Nos criamos en el mismo pueblo y fuimos acogidos por el mismo maestro. Creo que somos algo así como amigos de la infancia.
— ¿De verdad estas dudando si somos amigos o no?
A pesar de que seguía con su habitual porte serio, se podía detectar cierta indignación en la voz del caballero de Capricornio.
— Con las trastadas que nos hacíamos de pequeños, no sé si éramos más enemigos que amigos —admitió ella con una sonrisa.
— Trastadas —El Cid se aseguró de remarcar esa palabra— que sigues cometiendo.
— ¿Sigue? —cuestionó Lacaille.
— ¿Por qué crees que estábamos tirados en el suelo? —le preguntó El Cid— No se le ha ocurrido nada más que embestirme desde un punto ciego —las miradas se centraron en Lisse, quien tensó sus labios ante lo incomodo que se le hacía tener toda la atención sobre ella—. Obviamente nos ha derribado a ambos.
— Admite que le he dado un toque de adrenalina a tu día —se excusó ella.
— ¡Ni en broma!
La habitación cayó en silencio por unos segundos, hasta que Rusk se apresuró en intervenir.
— Bueno, bueno, ¿Y que la ha traído hasta aquí, señorita Lisse?
Ella pareció dudar un segundo. Buscó a El Cid, quien rápidamente le devolvió la mirada. Desde fuera, parecía que se estaban hablando telepáticamente. Aunque eso no era para nada cierto, solo que con la mirada les bastaba a ambos para entenderse. La complicidad entre ellos era más que evidente.
— De acuerdo —dijo El Cid. Ella asintió en respuesta.
Sísifo se levantó del sofá. Las miradas se acapararon sobre él, cosa que quería. Especialmente, quería tener sobre él la atención de El Cid y Lisse.
— Debería ir regresando a Sagitario —dijo el caballero dorado—. Está oscureciendo y aún tengo unas tareas pendientes. Por cierto, El Cid, si vienes ahora te podría dar el libro que me pediste.
El Cid frunció ligeramente el ceño pero asintió.
— Vosotros —llamó el caballero de Capricornio—, va siendo hora de que regreséis a la residencia.
Los tres aprendices asintieron, acordando que ciertamente iba siendo hora de regresar. No obstante, cuando se disponían a largarse de las estancias privadas de Capricornio, la voz de su mentor los detuvo.
— Lacaille, necesitaría que te quedarás aquí en mi ausencia.
Lisse se cruzó de brazos y miro a El Cid con cierta incredulidad. Aunque, a ojos de Lacaille, parecía incluso divertida.
El aprendiz se acercó dudosamente a su maestro, sin terminar de entender porqué él era el único que debía quedarse, Por suerte, El Cid entendió el desconcierto de su aprendiz y añadió:
— Así Lisse no se queda sola.
Ella soltó una risa prácticamente inaudible pero suficiente para que El Cid la escuchara y la fulminara con la mirada. Algo que a ella poco le importaba.
— Como diga, señor —respondió Lacaille formalmente.
El Cid asintió y se marchó último del lugar. El ruido de la puerta cerrarse cayó solemne, haciendo eco en el silencio que se había creado entre los dos únicos presentes.
Lacaille observó detenidamente a Lisse. La curiosidad picoteaba su mente. Allí tenía a alguien que conocía bastante bien a su maestro, que incluso había entrenado con él… Seguro que Lisse sabía cosas de El Cid que él jamás conocería.
No es que Lacaille fuere un cotilla, simplemente quería saber algo más sobre aquél que lo entrenaba para convertirlo en un buen caballero y a quien admiraba profundamente.
— Entonces, Lisse-sama…
Ella le miró sonriente. Era una sonrisa cargada de alegría, optimismo, energía. De no ser porque se lo habían dicho, jamás hubiera relacionado a aquella chica con su maestro. Eran demasiado antagónicos para ser siquiera amigos ¿Cómo era posible?
Sacudió su cabeza, en un intento de reorganizar sus ideas. Ella aguardó en silencio, sin perder la sonrisa.
— … conoce al El Cid-sama desde hace muchos años —prosiguió él con cierta dificultad. De pronto, se sentía tan nervioso que ni siquiera podía mirarla a la cara.
Ella lo contempló unos instantes más antes de que su sonrisa adquiriera una tonalidad más pícara.
— ¿Tienes curiosidad? —Lacaille se tensó de golpe y se apresuró en negar. Lisse se echó a reír de golpe, dejándolo totalmente aturdido— Que no es nada malo. Es perfectamente legítimo. Además, me apuesto que El Cid ni siquiera os ha contado en qué país nació.
— ¿No es griego? —cuestionó Lacaille totalmente sorprendido.
— Pues si que se ha adaptado bien al idioma. Curioso, porque de pequeño era un desastre aprendiendo idiomas nuevos. Siempre era yo quien tenía que traducirle todo.
— ¿De dónde es? —él rápidamente rectificó— ¿De dónde sois?
— ¿Te suena eso del Imperio donde nunca se pone el sol? —Lacaille negó— Pues somos de ahí.
— ¿Pero qué imperio es ese?
— Tu curiosidad te hará descubrirlo.
Era evidente que Lisse no le iba a decir su nacionalidad tan fácilmente. El problema es que, al igual que con El Cid, tampoco detectaba en ella ningún acento. Ambos podrían pasar por griegos y nadie se daría cuenta.
Mientras su mente cavilaba como descubrir de qué Imperio provenían su maestro y la amiga de este, observó como ella cruzaba la estancia con la clara intención de marcharse.
— ¿A dónde va? —le preguntó.
Lisse ya tenía la mano sobre el pomo de la puerta. Ella volteó y lo miró algo confundida.
— Fuera.
— ¿A dónde? —insistió Lacaille acercándose hasta donde ella estaba.
— No eres la única mente curiosa aquí —sonrió ella, siguiendo la conversación que habían tenido anteriormente—. Me apuesto que El Cid te ha dejado aquí con la clara intención de que no me metiera en "líos".
— ¿Estoy de niñera? —Lacaille estaba tan incrédulo que incluso preguntó aquello en voz alta sin darse ni cuenta.
— Yo no quería ser tan directa, pero bueno —ella le puso la mano sobre el hombro—, me alegro de que te lo tomes así de bien.
Lacaille no sabía como reaccionar a eso. ¿De verdad que estaba ahí para hacer de niñera a la amiga de su maestro? ¿Cómo debía tomarse eso? ¿Cómo que no había dado palo al agua y no estaba tan cansado como sus compañeros, ergo podía cuidar de Lisse? Vaya golpe a su orgullo como estudiante y caballero.
— A ver —Lisse seguí a lo suyo, ajena a todo el drama que ahora merodeaba la cabeza de Lacaille—, El Cid se ha ido hacia Sagitario. Eso está en sentido descendente. Así pues… únicamente puedo ascender.
Ella miró al aprendiz de El Cid, detectando como este se encontraba inmerso en sus pensamientos. Pues vaya patada que acababa de darle en el orgullo. Sin querer molestarlo, decidió ir tirando hacia el siguiente templo, el cual, según sus cálculos, era Acuario.
Para cuando Lacaille reaccionó, Lisse ya estaba corriendo hacia la puerta trasera del templo de Capricornio. En grandes zancadas logró alcanzarla, aunque debía admitir que la chica tenía buen fondo.
— ¡¿A dónde va?! —exclamó Lacaille.
— ¡A Acuario!
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Cuando los aprendices de El Cid cruzaron el templo de Sagitario, Sísifo sintió que era el momento de empezar a hablar. Sonrió galantemente, conduciendo a El Cid hacia la parte residencial de su templo. Lo hizo esperar en el salón mientras él se adentraba en la biblioteca y sacaba el libro.
Era algo viejo y la cobertura estaba dañada por el paso del tiempo, pero las páginas de dentro, aunque algo amarillentas, se encontraban intactas. Sagitario se reunió con su invitado y le extendió el libro.
El Cid lo tomó con cuidado, analizándolo detalladamente como solía hacer con todo. Tras unos segundos en silencio, finalmente habló.
— ¿Qué querías decirme?
Sísifo soltó una ligera risa ante la pregunta tan directa. Imaginó que la excusa del libro era bastante mala, pero fue la primera que se le ocurrió.
— No se te escapa nada —admitió Sagitario.
— Imagino que tiene que ser algo relacionado con mis aprendices. Si…
— Para nada —le interrumpió Sísifo con absoluta calma. El Cid quedó algo desconcertado, pero rápidamente recobró la compostura—. No quería hablar de tus aprendices, El Cid. Sino de tu amiga.
— ¿Lisse?
Sísifo asintió.
— Ella dijo que entrenó contigo. Entiendo, entonces, que ella domina el cosmos ¿Es así? —El Cid asintió con cierta cautela. Sísifo se cruzó de brazos, recostándose contra la pared en un gesto pensativo— ¿Es fuerte?
Capricornio se tomó su tiempo para responder. Apreciaba demasiado a Sísifo como para mentirle, pero no quería tener que dejar a Lisse al descubierto.
— ¿Por qué lo preguntas?
— El que no me respondas, ¿Me lo debo tomar como un 'Sí'? —El Cid se tensó de golpe.
Sísifo notó lo incomodo que se encontraba su amigo hablando de aquello, aunque no terminaba de entender por qué tanto secretismo y protección. ¿Cómo era posible que, con el tiempo que hacía que se conocían, El Cid jamás le hubiera mencionado a Lisse antes? Más en vistas de que ella era bastante importante para él. Noe s que Sísifo fuera el confidente de Capricornio, ni que este fuere muy dado a dar detalles de su vida privada, pero hasta el punto de obviar la existencia de alguien tan cercano como parecía ser Lisse… Allí había algo sospechoso.
— El Cid, ¿Hay algo que deba saber sobre Lisse? —El Cid no respondió, sino que se mantuvo estoico como de costumbre— De acuerdo, cambiaré la pregunta ¿Hay algo de Lisse que NO debería saber?
— Sísifo…
— Entiendo que quieres protegerla —le interrumpió Sagitario—. No sé de qué ni porqué, pero quieres protegerla. Cueste lo que cueste ¿Es así? —El Cid se mantuvo impasible. Sísifo soltó una pequeña risa— No me he equivocado, no. Quiero ayudarte a protegerla, El Cid.
— ¿Porqué? —inquirió él inmediatamente.
— Porque soy tu compañero, y tu amigo, y porque tú harías lo mismo de estar en mi lugar.
— ¿Cómo vas a protegerla?
— Del mismo modo en el que protegemos a Athena —respondió Sísifo simplemente.
— Espera, ¿Quieres que Lisse se quede a vivir aquí?
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Lisse se detuvo un instante a las puertas del templo de Acuario, admirando su arquitectura. Mientras, Lacaille le daba alcance. Ella le dedicó una sonrisa antes de adentrarse al interior del templo.
—Lisse-sama, no deberíamos entrar sin permiso —le advirtió él mientras seguía los pasos de la chica al interior del undécimo templo—. Además, deberíamos regresar a Capricornio. Si El Cid-sama regresa y ve que no estamos ahí…
— No pasa nada, Lacaille —sonrió ella, volteando lo suficiente para que sus ojos se encontraran con los del aprendiz—. Todo controlado.
Él suspiró derrotado. Aunque ella dijera que todo estaba bajo control, su intuición, por llamarlo de algún modo, le decía que no.
De repente, se escuchó un gran estruendo. Cuando quiso darse cuenta, Lisse estaba en el suelo. Fue entonces cuando, no solo Lacaille, sino también Lisse se percataron de la fina capa de hielo que cubría todo el suelo del templo.
— ¿Te has hecho daño? —se escuchó preguntar a una tercera voz.
Ambos miraron hacia el oeste, observando al caballero de Acuario parado a unos pocos metros de donde estaban. Tenía sus brazos cruzados, las lentes puestas y su cabello recogido en una pequeña cola a la mitad de la melena.
—Degel-sama… —murmuró Lacaille. Se sentía estúpido por estar tan sorprendido de encontrarse al caballero de Acuario. Era su templo ¿Cómo no iba a estar ahí?
Bajo la atenta mirada de Lisse y Lacaille, el caballero de oro se acercó a ella y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Ella la aceptó, y fácilmente se puso en pie nuevamente.
— Lamento que te hayas caído por mi descuido —se disculpó Acuario—. Me sorprende tener visita a estas horas —Degel miró a Lacaille, esbozando una cálida sonrisa que sobresaltó al caballero—. Buenas noches, Lacaille —Seguidamente, los ojos del caballero pasaron sobre Lisse, quien le devolvía la mirada intensamente—. Me temo que a ti no te conozco ¿Podría saber tu nombre?
— Lisse.
— ¿Eres una aprendiza? —ella negó— ¿Amazona?
— No, no estoy relacionada con el Santuario.
— ¿Y cómo has llegado hasta aquí arriba? —preguntó Degel completamente extrañado. El caballero miró a Lacaille, quien suspiró profundamente.
— Es una amiga del El Cid-sama. Ha venido a verle.
Si antes estaba extrañado, ahora Degel lucía completamente sorprendido. Pocos conocían sobre la vida del custodio de Capricornio. Incluso Sísifo, quien era el caballero más cercano a él, conocía apenas unos detalles. Tener alguien ahí que lo conociera, despertaba la curiosidad de cualquiera.
— ¿Os ha enviado El Cid por alguna cuestión en particular? —logró preguntar Degel. A su suerte, sonó tan calmada y formal como siempre.
— Para nada —respondió Lacaille con cierto fastidio—. El Cid-sama nos indicó que no nos moviéramos de Capricornio y mire en donde estamos.
Degel soltó una ligera risa al escuchar el desespero del muchacho.
— No es para tanto ¡El Cid no te comerá por incumplir lo que él dice!
— ¡Se nota que usted no es su estudiante! —le recriminó el aprendiz con cierto desquicio— Verá como mañana tengo el entrenamiento más duro de todo el Coliseo.
— Detalles sin importancia —dijo ella. Lacaille la miró con una mirada piadosa que logró hacerla reír—. Va, solo hasta Piscis y luego te ayudo a inventarte una excusa para que mañana no te torture en el entrenamiento.
— ¿Es eso fiable?
— No, pero es lo único que tienes ahora mismo —sonrió ella.
Lacaille buscó consuelo en Degel, quien sonrió y se encogió de hombros.
— Tiene razón —admitió el caballero de Acuario con cierta culpabilidad.
Al final, a Lacaille no le quedó más remedio que resignarse. Ciertamente no tenía alternativa. Degel le sonrió y le tendió la mano en señal de despido.
— Os veré en el descenso —dijo el caballero mientras le estrechaba fuertemente la mano—. Lisse —la llamó, tendiéndole a ella también la mano—, os veo pronto a ambos.
Ella le sonrió y le estrechó la mano, siempre sin apartar sus ojos de los de Degel.
— Nos vemos cuando bajemos de Piscis —dijo ella.
Pronto, tanto Lacaille como Lisse emprendían la marcha a través de Acuario, camino a Piscis. El último templo. La pregunta sería si su guardián estaría ahí.
Mientras los veía marcharse, Degel no pudo evitarse preguntar sobre aquella chica. A simple vista se la veía muy transparente, aunque algo en ella desentonaba. Era sutil, casi como una sombra de lo que realmente era. Degel no podía llegar a describirlo, pero era algo que, sin duda alguna, la hacía única. Además del hecho de que era amiga de El Cid.
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— ¿Crees que es eso posible?
— Si ella quiere no debería haber problema.
— ¿Qué dirá el Patriarca?
— Puedo hablar personalmente con él y con Athena-sama, si es necesario. No te preocupes por eso.
— Ya no solo por eso. Lisse puede crear mucho caos si se lo propone.
— ¿A qué te refieres? —preguntó Sísifo divertido.
El Cid no le respondió, aunque Sísifo tampoco quiso que lo hiciera. Quería descubrir personalmente que le llevaba a El Cid, amante de las normas y el protocolo, a decir aquellos sobre su amiga de la infancia. Y, dicho sea de paso, desde su llegada, Sísifo había observado en El Cid más expresiones que en el tiempo desde que lo conocía. Tenerla cerca podía ser algo muy positivo para El Cid, incluso si él era demasiado terco y orgulloso como para admitirlo abiertamente.
— Está bien —cedió Capricornio finalmente—. En cuanto vuelva a Capricornio se lo diré.
— ¿Cuándo vuelva? —cuestionó Sísifo extrañado— ¿Cuándo le has dicho que fuera a algún lugar?
— Nunca. Al contrario. Le dije a Lacaille que se quedara con ella para que no se moviera de Capricornio, pero teniendo en cuenta que yo estoy en Sagitario, muy seguramente habrá subido a ver el templo de Acuario —suspiró pesadamente. Sísifo soltó una risa—. Como si pensara que se iba a quedar en el templo quietecita. Ya me extrañaba a mí que no se hubiera quejado.
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A diferencia del templo de Acuario, el de Piscis lucía mucho más solitario y sombrío. Lisse y Lacaille se adentraron en su interior, a la espera de que su guardián apareciera. Aunque no lo hizo.
— Puede que Albafika-sama no se encuentre aquí —comentó Lacaille una vez alcanzaron el centro del templo sin dar con su custodio.
— Pues vaya patraña —suspiró Lisse—. Yo que quería conocer al caballero de Piscis. ¿Albafika, se llama?
Lacaille asintió.
— Es un hombre increíble. Dicen los rumores que su sangre tiene el mismo efecto que el veneno. La usa en los combates.
— ¿Su sangre es un veneno? Ahora no me dirás que también hace la fotosíntesis.
— ¡Eso yo ya no lo sé! —se apresuró a decir Lacaille— Ya le he dicho que estos son los rumores que he escuchado por el Coliseo.
— ¿Rumores? ¿No lo conoces?
— ¿A Albafika-sama? —Lisse asintió— Para nada. No creo que jamás lo haya visto.
Lisse abrió sus ojos, totalmente sorprendida.
— Y tú eres un aprendiz de un caballero de oro ¿De verdad que jamás lo has visto? ¿Se esconde o tiene el don de la invisibilidad?
— Soy bastante despistado —admitió Lacaille con cierta culpa—. Puede que si haya coincidido con él, pero no he reparado en su presencia.
— Claro, una armadura dorada puede pasarle desapercibida a cualquiera.
Lacaille se encogió de hombros. No tenía réplica al comentario de Lisse. Ella apoyó sus manos en las caderas y miró a su alrededor antes de soltar un largo suspiro.
— Bueno, imagino que otro día daré con él. Vendré expresamente a ver a El Cid para dar con el esquivo caballero de Piscis. Recuérdalo.
— Espere. Significa eso ¿Qué volvemos a Capricornio? —el alivio en la voz de Lacaille era incuestionable. Era tan verdadero que hasta hizo reír a Lisse.
— Mejor que nos apresuremos si queremos llegar antes que El Cid.
Hasta aquí llega el primer capítulo
¡Espero que os haya gustado y nos vemos en el próximo!
ALHENA
