Notas: No yaoi, no yaoi (¿O sí?) Nop, definitivamente no yaoi.

Vengo con una historia, mundo alternativo para ser más específica, de Camus y Milo, pero Milo mujer (No, no la misma de La Leyenda del Santuario) Esta Milo conserva la apariencia del Manga, o sea, cabello rubio, y Camus también, pelirrojo.

Este fic es fuerte, por lo tanto se recomienda discreción.

-X-

En esos momentos, el invierno se le antojaba particularmente húmedo y frío, lluvioso. Esquivó algún que otro charco de agua que se interponía en su trayectoria, y con la mirada buscó refugio en los escalones del metro. El cielo parecía un hambriento depredador que se empeñaba en abrir sus abismales fauces para tragarse todo a su paso, descargando aquel deseo en salvajes gotas que afanosas descendían del cielo.

Observó su reloj de mano y soltó una maldición cuando una gruesa gota mojó su artefacto. Era tarde, muy tarde, y la cena quizás se había prolongado. Sacudió su chaqueta de piel para que el agua no siguiera filtrándose, y acurrucó las manos en los bolsillos, rodeó los charcos y saltó los más profundos.

La lluvia no le molestaba, es más, le gustaba cómo ésta impregnaba su cabello y se le escurría por el rostro hasta perderse en el cuello. Era agradable.

Cuando divisó la figura agazapada junto al contenedor de basura, cual si fuera un cervatillo huyendo de cazadores, no le tomó mucha importancia. Era común ver a toda clase de gente en las calles de aquella ciudad; borrachos en alguna esquina cerca de ahí, y personas heridas y tiradas en el pavimento como si fuesen desechos, y no les tenía lastima, ellos mismos habían escogido aquel retorcido destino que se veían condenados a cargar sobre los hombros.

Estaba justo allí, un bulto negro que fácilmente pasaría como un indigente, con la cabeza hundida en el hueco de las rodillas.

Lo esquivó, siempre manteniéndose en la acera contraria, pero entonces ya no tuvo más opciones. Y cruzó y rebuscó en sus bolsillos las llaves, ignorando olímpicamente la otra presencia. Tenía demasiadas cosas por las qué pensar. Al día siguiente tendría que ir otra vez al trabajo, daba clases, y todavía no corregía los exámenes… Ah, y la adaptación cinematográfica de Juego De Tronos que parecía llamarlo a gritos desde su casa.

Y ni siquiera habría mirado, si no fuera porque el "tipo" acongojado junto al contenedor no hubiera levando el rostro con suavidad, pasándose la mano por el cabello en un intento por espantar las gotas. Y entonces habló.

- Estoy alucinando – Murmuró con voz pastosa, y sacando a relucir un tono femenino – No es real.

Las puntas de sus dedos se asomaban por debajo de aquel manto negruzco; y sus ojos eran celestes y brillantes, y parecían resaltar en medio de la torrencial y vaporosa lluvia que liberaba su frustración en forma de agua. Dos ojos que se asemejaban a las gemas turquesas, y que componían un rostro pálido, mortecino.

Y cuando había metido la llave dentro de la cerradura, se giró, con el ceño fruncido.

- ¿Estás bien?

Una pregunta con una respuesta bastante obvia. La figura ataviada en negro se removió. Y su blanco rostro resplandeció bajo la perezosa luz de los faroles. Llevaba una exuberante y rubia melena que caía por los hombros como si fuera una cascada de reluciente oro fundido. Sus ojos celestes, acuosos, desolados, se fijaron en él.

- No eres real – Repitió la mujer con tono perdido.

Porque era una chica de veinte años, o veintitrés a lo sumo. Y poseía un aspecto perdido, frágil.

- ¿Qué no es real? – Inquirió.

Olvidó la llave colgada en la cerradura y volteó a verla, encarándola. Dio un paso hacia ella, centrando su atención en las pupilas dilatadas; tenía los parpados enrojecidos, ligeramente hinchados.

- Nada – Volvió a murmurar la mujer, mirándolo – Nada de esto es real, estoy soñando.

Genial. Borracha o drogada, o tal vez ambas cosas, balbuceando incongruencias mientras se agazapaba a un lado de la puerta. Bien podría haber subido arriba y de paso ignorarla, haciendo como si nada hubiese pasado, bien podría sacarla a patadas de allí y seguir con su plan: dormir, ver su serie de fantasía heroica, levantarse al día siguiente, corregir, regañar a los alumnos.

Y aún así, lucía tan frágil, tan perdida.

"Con un demonio"

Se acuclilló delante de ella, sosteniendo la chaqueta para que no se mojara en el charco. Los contenedores, humedecidos por la lluvia, desprendieron un olor repulsivo. La joven tenía los pies muy cerca de la alcantarilla, lo cual no era mucho mejor, y entonces acercó la mano para tocarla, y ella no se apartó en ningún momento… estaba muy fría.

- Te ves bien lamentable – Le dijo, mientras pasaba la mano por debajo de los brazos para que se levantara – Vamos, arriba.

- Estoy soñando…

Por algún motivo que Camus desconocía, no quiso dejar a la extraña de ojos turquesas a merced de la condenada ciudad. Abrió la puerta y se introdujo en compañía de la chica desorientada.

-X-

- Mierda…

Todo a su alrededor parecía dar vueltas y vueltas. Los matices centelleaban. Colores que se entremezclaban aquí y allá. Primero blanco, más blanco, y luego un pantallazo azul.

Se sacudió inconscientemente y se golpeó con algo escurridizo y sólido. Se abrazó a sí misma. Estaba desnuda, ¿Dónde podría estar? ¿O quizás había vuelto al útero de su madre? ¿Y tenía madre?

"No es real, nada de esto es real" Se repitió.

Los muros que la rodeaban eran blancos, y había burbujas… burbujas… siempre le habían gustado las burbujas, pero…

Reprimió un sollozo.

- No te duermas.

Una voz fría, masculina, juvenil, resonó en sus oídos como las notas de un piano, cálidas y suaves, nostálgicas, y a la vez frías. ¿Qué demonios?, quería dormir… pero esa voz le decía que no.

De pronto, forcejeó para ponerse en pie. Estaba dentro de un cuenco de blancas cerámicas, y muy resbaladizo, y no tenía a qué aferrarse. Entonces, alguien la tomó y la sacó de allí, y una toalla se envolvió a su cuerpo… una toalla… ¿Hace cuanto que no sentía esa textura en la piel?

Los dientes comenzaron a castañearle y no encontró apoyo alguno para su inminente caída. De pronto algo la sostuvo y la toalla se frotó contra su espalda, el pelo y los brazos y los hombros. Y vio a Ganímedes. Se quedó mirándolo, incrédula y sin saber si desplomarse en llanto o hacer otra cosa.

Ganímedes no cambió en lo absoluto. Su rostro era sereno, maduro, rasgo franceses, ¿Franceses? Sí, eso, facciones similares una escultura griega. La cabellera le caía por los hombros, de un intenso rojo que por un momento le recordó a los pétalos de una rosa, una rosa roja como la sangre, salvaje. Y tenía los ojos de un tono azul, profundos y fríos. Un aura gélida y a la vez cálida.

Ganímedes, el mismo del Mito, la estaba secando con una toalla… malditas drogas.

-X-

Notas: Como bien dije, esta historia es fuertísima y se recomienda discreción (como ya dije anteriormente).

Ganímedes ¿Ya saben quien es? El Copero del Olimpo, un muchacho dotado de una gran belleza… y amante masculino de Zeus.